TEMA 3-Claudia - Grado de Historia del Arte UNED

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TEMA 3. LA RESTAURACIÓN ABSOLUTISTA Y LAS
REVOLUCIONES LIBERALES
Tras la derrota de Napoleón Bonaparte los conservadores intentaron volver al Antiguo Régimen,
mientras los liberales deseaban mantener los logros de la Revolución. Lucha entre Restauración y
Revolución, para cuya solución se celebró el Congreso de Viena, que remodeló el mapa de Europa tratando de contener las nuevas ideas liberales y marginando el sentido de las nacionalidades- y
mantuvo la legitimidad y el equilibrio. Pero las ideas de la Revolución se mantuvieron con el liberalismo,
que junto al nacionalismo fueron las dos fuerzas que minaron la obra del Congreso de Viena.
Manifestaciones de ambos –liberalismo y nacionalismo- fueron las revoluciones liberales y democráticas
y las unificaciones italiana y alemana. Por tanto, pese a la reacción absolutista, las oleadas
revolucionarias liberales de 1820 y 1830, así como las democráticas de 1848, se extendieron por Europa.
La sociedad de la Restauración
La caída del Imperio napoleónico hizo ver la necesidad de replantear las relaciones internacionales; las
naciones vencedoras deseaban someter la vida internacional a un sistema de seguridad colectiva y para
ello se inspiraron en el Antiguo Régimen que se oponía a la soberanía nacional: era una vuelta atrás.
Muchos grupos sociales se vieron amenazados por la Restauración del Antiguo Régimen:
-
Los campesinos temían la recuperación del poder por parte de los señores;
-
los industriales y los comerciantes desconfiaba de una política fiscal que les convertía en los
principales contribuyentes, a la vez que eximía a la nobleza y el clero;
-
muchos funcionarios de los regímenes revolucionarios se quedaron sin empleo.
Algunos de estos sectores se adscribieron al liberalismo político que postulaba la necesidad de una serie
de instituciones como la libertad de prensa y de reunión; también existía otra fuerza emergente, el
nacionalismo, que reivindicaba la independencia para los países que habían llegado a constituirse en
nacionalidades. Se produjo un choque de fuerzas entre los conservadores que pretendían retrotraer los
sistemas sociales y políticos a la situación anterior a 1789, y los liberales que estaban dispuestos a
mantener las conquistas alcanzadas. En apariencia, el año 1814 contempló el triunfo de la tradición.
La Europa de la Restauración
El nuevo orden internacional fue elaborado por cinco potencias; las cuatro que habían vencido a
Napoleón – Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia – y la misma Francia, que quedó integrada en la
reunión gracias a la labor de su ministro Talleyrand. La Restauración se inició con la apertura del
Congreso de Viena en 1815; el canciller de Austria Metternich ejerció la función de árbitro y principal
inspirador de los acuerdos del Congreso. Todos los soberanos de Europa enviaron sus delegaciones a un
congreso que debía sentar las bases para una paz duradera y organizar el mapa europeo; entre estas
potencias existían grandes diferencias en cuanto a los modelos políticos que representaban y, sobre
todo, en lo concerniente a sus proyectos internacionales.
-
Rusia, con un sistema político de monarquía absoluta, personificada en el zar Alejandro I;
gozaba del prestigio internacional por su aportación a la derrota de Napoleón. Pero a su
territorio no había llegado ningún vestigio de los principios revolucionarios y sus campesinos
seguían sometidos a servidumbre. Demográficamente era la primera potencia europea con 45
millones de habitantes.
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-
Austria también mantenía un régimen de monarquía absoluta, bajo la autoridad de Francisco II;
éste gobernaba un grupo heterogéneo de pueblos distribuido en su vasto territorio, que sólo
una autoridad severa podía mantener cohesionado.
-
Gran Bretaña, con un régimen de monarquía parlamentaria, era el contramodelo de las dos
potencias anteriores. Gran Bretaña necesitaba el control de los mares para su comercio, y tras
los problemas del bloqueo marítimo no debía desentenderse de los asuntos del continente. Su
ministro Castlereagh era un europeísta convencido.
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Prusia era, en 1814, el socio menos fuerte; pero al adjudicársele la función de centinela del
expansionismo ruso y francés; obtuvo una clara preponderancia sobre los Estados alemanes del
Norte, lo que la convertiría en el Estado promotor de la unidad alemana medio siglo después.
-
Francia, la nación que había sido vencida, hizo valer su situación geográfica, así como su riqueza
intelectual, para ser respetada y poder desempeñar un papel activo en la nueva situación. A
pesar de la restauración borbónica, para muchos sectores la nación francesa continuaba siendo
el refugio de las ideas revolucionarias.
El Congreso de Viena
Tres personajes dominaron las reuniones del Congreso: el zar de Rusia Alejandro I, el canciller austríaco
Metternich y el ministro francés Talleyrand, aunque en gran medida las decisiones estuvieron
determinadas por Metternich, ferviente defensor del protagonismo de Austria y partidario del Antiguo
Régimen. Los principales postulados que se defendieron en el Congreso de Viena fueron los siguientes:
-
Legitimidad: no sería posible la paz si no estaban al frente de los Estados sus soberanos
legítimos; el rey legítimo no debía estar frenado por una Constitución, porque su poder era de
origen divino, por lo que la soberanía popular se consideraba como una usurpación del poder
real.
-
Responsabilidad internacional de las potencias: existía una relación directa entre el poder de
una nación y su papel en el orden colectivo. Los monarcas restaurados en sus poderes
absolutos se comprometieron a frenar cualquier aspiración liberal, tanto en sus propios reinos
como en otros Estados.
-
Intervención: el orden o desorden en un país no era sólo un problema interior sino que
afectaba a sus vecinos; el derecho de intervención militar se decidía por el acuerdo de las
potencias reunidas en congresos, y fue la base del llamado sistema Metternich, que estableció
así una auténtica policía internacional de defensa de la Restauración.
-
Congresos: los conflictos se debían debatir en los congresos de modo que la guerra no fuera
árbitro en las disputas; en estos congresos se podían tomar medidas contra cualquier
alteración de las decisiones de Viena.
En el plano internacional la rivalidad entre Gran Bretaña y Francia fue sustituida por una hegemonía
marítima inglesa y un equilibrio continental. La diplomacia inglesa, temerosa de que el poder militar de
Francia fuera sustituido por el de Rusia, logró que se estableciera un nuevo orden europeo basado en el
sistema de contrapesos bajo la primacía de las cinco grandes potencias europeas; en líneas generales
este equilibrio duraría hasta el año 1871.
Pero, en realidad, los ideales de la Revolución Francesa no se habían logrado desmantelar del todo y las
fuerzas sociales – burgueses, intelectuales, habitantes de las ciudades y militares – se opusieron al
restablecimiento del orden antiguo en nombre de la libertad; así, la tradición revolucionaria se
prolongará en el liberalismo, que junto al nacionalismo irían minando paulatinamente la obra del
Congreso de Viena.
El nuevo mapa de Europa
El principal objetivo de las grandes potencias europeas consistió en reducir el número de Estados para
constituir entidades nacionales de un mayor volumen, no sólo en extensión sino también demográfico.
Pero el nuevo mapa de Europa se hizo siguiendo los intereses de las grandes potencias europeas y sin
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tener en cuenta la voluntad de sus pueblos; se marginaba con ello el sentimiento de las nacionalidades,
que acabaría siendo el cáncer de la obra de Viena.
-
Francia: se acordó la devolución a sus antiguas fronteras anteriores a 1789 y, con el objetivo de
reforzar la frontera norte, se constituyó el Estado-tapón de los Países Bajos, formado por
Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Se repuso en el trono francés a la dinastía Borbón en la
persona de Luis XVIII (hermano de Luis XVI).
-
Polonia: fue repartida entre Prusia, Austria y Rusia.
-
Inglaterra: obtuvo las bases navales y colonias que le permitirían fundar un imperio colonial,
como la isla de Malta en el Mediterráneo y la isla de Ceilán sobre la ruta de las Indias, así como
El Cabo en África del Sur. De igual modo le fue reconocido su rango de primera potencia
marítima.
-
Prusia: reforzó su influencia en Alemania con la incorporación de parte de Sajonia.
-
Austria: aunque perdió Bélgica, obtuvo un acceso al mar al apoderarse de Lombardía y Venecia;
asimismo logró asentar a príncipes austriacos en los tronos ducales de Módena, Parma y
Toscana. Prusia y Austria mantenían la rivalidad por los Estados alemanes.
-
Italia: mantuvo su división y sometimiento a los Borbones del reino de Nápoles, al Papa y sobre
todo a Austria.
-
Rusia: además de sus ventajas en Centroeuropa, obtuvo la mayor parte de Polonia y también se
incorporó Finlandia.
Este nuevo mapa de Europa dejaba bastantes problemas sin resolver; en primer lugar se habían
formado naciones artificiales, como era la unión de los noruegos a Suecia, y también los belgas se
lamentaban de su unión a Holanda. En otros casos se mantuvo dividido a un pueblo, como eran los
casos de Alemania e Italia, marginando sus apetencias de unificación nacional. Además existían dos
grandes Estados plurinacionales, como eran el Imperio austriaco que englobaba a austriacos, húngaros,
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checos, polacos, rumanos, serbios y croatas; y el Imperio otomano que englobaba a turcos griegos,
rumanos, búlgaros, serbios y albaneses.
Las cinco grandes potencias ampliaron sus territorios; sin embargo, los países de segundo orden, como
España y Portugal, no obtuvieron ninguna compensación territorial a cambio de su intervención en la
colación contra Napoleón.
El conservadurismo defendía unos valores que consideraba inmutables: monarquía, religión y familia;
contra este orden establecido en el Congreso de Viena se levantarían los movimientos liberales (deseo
de mayor libertad e igualdad) y los nacionalistas (aspiración de los pueblos divididos de alcanzar su
unidad como nación).
La Santa Alianza
Con el objetivo de combatir las ideas revolucionarias y apuntalar el acuerdo de paz de París se formó la
Santa Alianza en el mes de septiembre de 1815. La iniciativa había partido del zar Alejandro I de Rusia,
quien con el emperador austriaco y el rey de Prusia firmó un pacto por el que los tres se comprometían
a “ayudarse y socorrerse en cualquier ocasión y lugar”. Las potencias de la Santa Alianza decidían la
intervención en aquellas naciones en las que el desorden pusiera en peligro el poder absoluto de los
monarcas, de manera que, en realidad, se trataba de un pacto anti-revolucionario y las tropas de la
Santa Alianza intervinieron, por ejemplo, en España tras el pronunciamiento de Riego contra Fernando
VII en 1820.
Mayor trascendencia tendría otro pacto: la Cuádruple Alianza, cuyo principal realizador fue Metternich.
Se firmó en el mes de noviembre de 1815 y ligaba a Inglaterra, Rusia, Austria y Prusia contra Francia
durante veinte años, comprometiendo a los signatarios a mantener la paz y sostener en el trono de
Francia a Luis XVIII.
Sin embargo, el sistema de contrapesos de poderes establecido en el Congreso de Viena y plasmado en
los pactos de la Santa Alianza y la Cuádruple Alianza, pronto sería puesto a prueba en las sucesivas
oleadas revolucionarias que se extenderían por Europa.
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Las revoluciones liberales de 1820
Los movimientos revolucionarios del año 1820 fueron los primeros que cuestionaron el sistema de la
Restauración. La agitación revolucionaria comenzó en Alemania bajo el impulso de asociaciones de
estudiantes universitarios, pero rápidamente fue reprimida por el canciller austriaco Metternich.
En España tropas al mando del
comandante
Riego
se
sublevaron contra el gobierno
absolutista por medio de un
pronunciamiento
en
Las
Cabezas de San Juan, a
comienzos de 1820; el motín
dio a los partidarios de la
Constitución de Cádiz de 1812
la oportunidad de proclamarla y
obligar al rey Fernando VII a
jurarla. Pero el Congreso
reunido en Verona autorizó a
Francia a invadir España con los
Cien Mil Hijos de San Luis, en
virtud de la Santa Alianza,
acabando de esta forma con el
movimiento revolucionario.
También hubo sublevaciones por parte de militares liberales en Piamonte y Nápoles, que fueron
reprimidas rápidamente por la Cuádruple Alianza con los ejércitos austriacos; en Portugal un grupo de
oficiales liberales consiguió que el rey jurara una Constitución liberal en 1822, pero un año después se
volvía al absolutismo.
A pesar de la eficacia de las medidas para sofocar estas oleadas revolucionarias, no volvieron a
celebrarse más congresos ante la clara evidencia de que las potencias europeas no podían seguir
apoyando a gobiernos que no era capaces de mantenerse por sí mismos. Gran Bretaña ya se había
opuesto a la intervención de Francia en España y la escisión estallaría de forma definitiva con la Cuestión
de Oriente, que produciría el enfrentamiento entre turcos, griegos y eslavos.
La Cuestión de Oriente
A medida que se iba debilitando el Imperio turco, un creciente sentimiento nacionalista iba estimulando
el deseo de independencia de los pueblos que estaban sujetos bajo su dominio, al tiempo que alentaban
las ambiciones de las potencias europeas que confiaban en obtener beneficios de la desmembración del
Imperio. La consecuencia de este proceso fue la independencia de Grecia.
En el año 1822 los griegos se levantaron en armas y lograron vencer con la ayuda de Rusia, Francia y
Gran Bretaña; finalmente en 1830 el Imperio otomano tuvo que reconocer la independencia de los
griegos, al tiempo que concedía una cierta autonomía a otros colectivos sometidos, como los rumanos y
los serbios. Tan sólo se opuso a esta independencia Austria, recelosa de que la emancipación del pueblo
griego pudiera ser la semilla de posteriores levantamientos nacionalistas en los Balcanes. La escisión de
los griegos ponía una vez más en entredicho los principios del Congreso de Viena y mostraba la
inoperancia de la política de seguridad de las monarquías absolutas.
Un poco más tarde, en 1825, llegaron a Rusia los intentos revolucionarios inspirados por las sociedades
secretas que habían residido en Francia después de la derrota de Napoleón. Al fallecer sin descendencia
el zar Alejandro I se planteó un problema sucesorio entre sus dos hermanos; algunas unidades del
ejército se alzaron apoyando al liberal Constantino, pero ante el temor de una guerra civil, éste rechazo
el trono, al que accedió su hermano, Nicolás I, quien castigó duramente a los revolucionarios e inició un
régimen marcadamente autocrático.
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Las revoluciones liberales de 1830
La oleada revolucionaria
reapareció en 1830 en los
países del norte y el centro de
Europa; tenían su base
ideológica y política en el
liberalismo y el nacionalismo,
y el fundamento social y
económico en el auge de la
burguesía, el desarrollo del
capitalismo y la aparición de
las clases obreras.
La crisis económica de 1830 –
alza de precios, carestía de
productos
de
primera
necesidad, crisis industrial,
aumento del paro – produjo
un
descontento
social
favorable a las revueltas. Si en 1820 fueron principalmente los militares quienes desencadenaron los
movimientos revolucionarios, diez años después serían la burguesía y las clases medias las que
aprovecharan la ocasión para arremeter contra el poder político.
El movimiento revolucionario se inició en Francia donde la alta burguesía y los republicanos se
opusieron a Carlos X quien, apoyado por la Iglesia y los conservadores radicales, disolvió la Cámara y
convocó elecciones, de las que surgió una Asamblea, de nuevo de corte liberal, que pidió la dimisión de
los ministros. En julio de 1830 Carlos X promulgó unas Ordenanzas en las que suprimió la ley de prensa,
modificó la ley electoral y disolvió la Cámara, convocando nuevas elecciones mediante sufragio
censitario.
Estas Ordenanzas antiliberales provocaron el
levantamiento de la burguesía en nombre del
liberalismo, además, la crisis económica proporcionó
a los revolucionarios el apoyo del pueblo. Durante
tres días del mes de julio París se declaró en rebeldía
y el pueblo asaltó el palacio de las Tullerías,
produciéndose violentos disturbios. Finalmente
Carlos X abdicó y fue sustituido por un monarca de
signo más liberal: Luis Felipe de Orleans que
estableció una monarquía constitucional; su
entronización supuso el triunfo de la revolución
burguesa, con la aceptación de uno de los puntos
más importantes del liberalismo: la soberanía
nacional.
La primera repercusión se de la revolución francesa de 1830 se produjo en los Países Bajos que tuvo un
acusado carácter nacionalista. Los belgas católicos que habían sido unidos a Holanda en el congreso de
Viena nunca habían estado conformes; el rey Guillermo I de los Países Bajos llevó a cabo una política
discriminatoria hacia los belgas, lo que acabó provocando en agosto de 1830 el levantamiento de
Bruselas y la expulsión de las tropas holandesas. Se formó un gobierno provisional y una asamblea
constituyente que proclamó la independencia del nuevo Estado, con un régimen de monarquía
constitucional. Las potencias europeas reconocieron la independencia de Bélgica en la Conferencia de
Londres. En junio de 1831 el Congreso nacional eligió como rey al candidato inglés Leopoldo de SajoniaCoburgo.
El Congreso de Viena había entregado la casi totalidad de Polonia a Rusia y era gobernada por un virrey;
en el año 1830 Polonia presentaban fuertes disparidades: junto a una nobleza terrateniente que no
estaba interesada en las reformas y un campesinado que vivía en la miseria, en ciudades como Varsovia
había grandes comerciantes extranjeros que desarrollaron industrias en las que se invirtieron grandes
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capitales; por otro lado, surgió una nueva clase social integrada por profesionales liberales que
deseaban dar una nueva orientación al país y que serían quienes prepararían la revolución. Los
nacionalistas polacos se sublevaron confiando en el apoyo de Francia y de Bélgica, pero éste nunca se
produjo, si bien la derrota del movimiento independentista la provocaron los propios polacos que
estaban divididos entre blancos y rojos – moderados y exaltados – que incitaron a la intervención rusa
para sofocar la revolución, que fue seguida de una dura represión.
En Italia la revolución se dirigió contra el poder temporal de los Papas y la presencia de Austria; los
revolucionarios italianos consideraban esencial la erradicación de los regímenes absolutistas de los
Estados. Las insurrecciones estallaron en Parma y Módena de donde fueron expulsados sus soberanos
que habían sido designados por los austriacos. Se crearon “Las Provincias Unidas Italianas”, pero ni llegó
la prometida ayuda francesa, ni se contó con el suficiente apoyo popular, por lo que la revolución fue
fácilmente sofocada por Austria.
El clima de insurrección se extendió a varios Estados alemanes, auspiciados por estudiantes
universitarios y sociedades secretas; en la Confederación Germánica la unidad nacional y la necesidad
de una Constitución fueron las principales aspiraciones de las fuerzas que se movilizaron en 1830. Se
proclamaron constituciones liberales en algunos Estados como Hannover o Sajonia, pero la dura
represión de Metternich frenó el proceso.
El resultado global de la oleada revolucionaria de 1830 fue la división de Europa en dos grupos: uno
liberal, formado por Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Portugal y España; y otro autoritario, formado por
Austria, Prusia y Rusia.
Las revoluciones democráticas de 1848
Aunque las revoluciones de 1848
fueron simultáneas y estuvieron
inspiradas por una ideología común,
constituyeron,
no
obstante,
fenómenos
aislados.
Problemas
análogos en general tomaron distintas
formas en cada Estado y produjeron
resultados antagónicos.
Entre los años 1845 y 1847 Europa
padeció una profunda crisis agrícola
con la consiguiente mala alimentación
de las clases populares y que produjo
a su vez una contracción de la
producción industrial. En el entorno
de las ciudades surgió una masa
proletaria, hacinada, y con unas
condiciones de vida y trabajo
extremadamente duras. Poco a poco
se fue produciendo una tensión social que iba presionando a la burguesía dominante.
Los movimientos revolucionarios se iniciaron en Francia y se extenderían por Europa; cuando parecía
estar superada la crisis económica, estalló en París la revolución que produjo la caída de Luis Felipe de
Orleáns y la proclamación de la Segunda República francesa (1848-1851); se establecieron el sufragio
universal, la soberanía popular, la abolición de la esclavitud en las colonias y se garantizaron el régimen
de libertades. Pero la agitación política y social obligaron al régimen republicano a llevar una política
más conservadora, lo que provocó mayores enfrentamientos con los sectores de la oposición. En poco
tiempo el régimen republicano acabaría derivando en un régimen autoritario en manos de un sobrino de
Napoleón, Luis Napoleón Bonaparte, que dio un golpe de Estado y acabaría proclamando el II Imperio
(1852-1870). Detrás de ello estaba una burguesía que temía que se produjera una revolución social; los
obreros fueron duramente reprimidos y la burguesía moderada elaboraría una constitución de acuerdo
con sus intereses.
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Austria que con el canciller Metternich había sido un baluarte de la represión y el absolutismo en
Europa, se vio también arrastrada por la oleada revolucionaria. En marzo de 1848 se produjo una
insurrección liberal en Viena exigiendo reformas políticas, lo cual provocó la caída de Metternich, que
hubo de huir del país. La sublevación de los húngaros, que se separaron de Austria, pareció presagiar la
desmembración del Imperio. En Italia existía un sentimiento nacionalista frente a Austria a la vez que se
mantenían las esperanzas de la unión política; en un principio el movimiento italiano contaba con el
respaldo de los gobernantes, pero cuando la oleada democrática puso en peligro los poderes
establecidos, los soberanos retiraron su apoyo. En 1847 Carlos Alberto de Saboya, Leopoldo II de
Toscana y el Papa Pío IX concedieron la libertad de prensa en sus territorios y el rey de Cerdeña otorgó
una Constitución; en 1848 los soberanos de Parma, Toscana y las Dos Sicilias hicieron promesas en el
mismo sentido, pero en marzo de ese año se produjo un levantamiento contra Austria en Lombardía y
Véneto y se proclamó la república de Venecia. Los gobernantes se opusieron al enfrentamiento con los
austriacos y en 1849 Venecia fue ocupada y Austria se impuso de nuevo en Italia.
En 1848 en Alemania se combinaron dos
procesos: por un lado la revolución liberal de
los Estados y, por otro, el levantamiento
nacional, democrático y con ansias de unidad.
Precedidos por las sublevaciones de Berlín en
1847, los acontecimientos de marzo iniciaron
la revolución de 1848. Berlín logró que se
convocara una Asamblea constituyente elegida
por sufragio universal; asimismo el Parlamento
de Fráncfort, en el que se reunieron
representantes de los distintos Estados
alemanes, se significó por las claras diferencias
entre los liberales y los demócratas y, sobre
todo, por su nacionalismo. El programa social
de la Asamblea nacional prusiana reclamaba la soberanía popular y proyectos de ley para liberar a los
campesinos; este programa social y sus intenciones de ayuda a la Viena sublevada produjeron la
inmediata reacción de Francisco Guillermo que reprimió la revolución prusiana y disolvió la asamblea.
En Prusia fracasó la revolución y el parlamento de Fráncfort no logró la unificación; los soberanos
absolutistas de unos y otros Estados se apoyaron mutuamente para lograr sofocar las revoluciones en
sus territorios.
Por tanto, las oleadas revolucionarias con ideas democráticas y nacionalistas invadieron Europa, pero
fracasaron en todas partes. La crisis agrícola comenzó a resolverse, la burguesía temía la fuerza del
proletariado y los gobiernos absolutistas intervinieron con sus ejércitos a favor de las monarquías
absolutas. Esta solidaridad contrastaba con la desunión existente entre los revolucionarios. Los
derrotados fueron los obreros que luchaban por unos objetivos sociales más allá de las pretensiones de
la burguesía. Pero a pesar del fracaso aparente, la oleada revolucionaria de 1848 sería la semilla de
muchos acontecimientos que se producirán en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX.
El espíritu romántico
El romanticismo surgió en Alemania e Inglaterra a comienzos del siglo XIX como un movimiento cultural
nacido como oposición a la Ilustración, cuyo apogeo se produjo entre 1815 y 1848 y con una lenta
evolución que no fue simultánea en todos los países. Frente a los métodos científicos utilizados por el
racionalismo, el movimiento romántico utilizaba vías alternativas, como la intuición o la profundización
en los sentimientos más íntimos del individuo.
El romanticismo se manifestó fundamentalmente como una actitud ante la vida y, por tanto, llegó a
influir en todos los campos, desde la política al arte o la literatura. La principal característica del
movimiento romántico fue la exaltación de la propia personalidad en contraposición del respeto a la
norma que había caracterizado el siglo anterior.
Con el romanticismo, el hombre aparece vinculado de una manera indisoluble al pueblo o nación del
que forma parte; esta forma de pensar fue la que dio origen a los movimientos nacionalistas. La
principal seña de identidad de una nación era la lengua, por lo que las lenguas nacionales fueron objeto
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de estudio y se establecieron sus propias normas; también solía ser fuente de tradiciones el tener un
pasado común, así como costumbres e instituciones singulares.
En Inglaterra surgió más como una necesidad interna que como una oposición a las normas estéticas
anteriores; entre los escritores románticos ingleses las figuras más destacadas fueron Walter Scott,
considerado el creador de la novela histórica y de historia social y Lord Byron quien tuvo una gran
influencia sobre los escritores románticos franceses. En Alemania el romanticismo se agrupó en tres
escuelas, la figura más de este movimiento fue el poeta H. Heine. Pero, sin duda, el gran maestro de la
escuela romántica fue, en Francia Victor Hugo quien postulaba que el Romanticismo es el liberalismo de
la literatura.
En España el romanticismo fue una realidad cultural que permaneció durante todo el siglo XIX; algunos
de sus protagonistas fueron, además, dirigentes políticos como Martínez de la Rosa, duque de Rivas.
También destacaron Espronceda o Zorrilla; la producción más importante tendría lugar durante el
reinado de Isabel II. En Italia el movimiento romántico estaba cargado de un sentimiento político de
liberación y consecución de la unidad nacional; los escritores más significativos fueron Leopardi y, sobre
todo, A. Manzoni.
Pero el romanticismo no fue exclusivamente un movimiento literario;
su influencia también se extendió a las Bellas Artes donde tuvo
manifestaciones muy claras a partir de la época napoleónica. En la
pintura destacan, en Inglaterra, los grandes paisajistas como
Constable y Turner; en Francia Delacroix y, en España, Pérez Villamil,
Eugenio Lucas o Leonardo Atienza.
La música alcanzó un extraordinario desarrollo durante este período,
al tiempo que se afirmaba una hegemonía de la música alemana que
duró hasta el último cuarto del siglo. Aumentó de manera
considerable el número de auditorios, cada vez más amplios, así como
las salas de conciertos y los teatros de ópera de carácter permanente.
Fue Ludwig van Beethoven quien llevó el romanticismo musical a la
cumbre más alta. La plenitud del romanticismo fue alcanzada por
Richard Wagner que conectaría con el nacionalismo germánico.
El realismo
A partir de mediados del siglo XIX se abrió paso la corriente realista, que intentó reflejar las situaciones
de la vida diaria, abandonando las emociones del romanticismo. Fue una reacción al fracaso de las
revoluciones del año 1848. Aunque existieron excepciones y diversidad de actitudes, el realismo fue un
movimiento artístico a favor de los desamparados; la pintura francesa fue la que ocupó el primer
puesto: Daumier, Millet, Courbet… en el realismo literario francés tuvo un papel fundamental Honoré de
Balzac y, en la generación posterior, G. Flaubert. En España Clarín y Pérez Galdós; mientras que en Rusia
alcanzaron cimas sobresalientes dos escritores realistas: León Tolstoi y Dostoievski.
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