Conclusiones

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Conclusiones
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Las artes plásticas en el siglo XVIII se vinculan estrechamente al
pensamiento filosófico y a las condiciones presentadas a partir del
desarrollo científico y en otros órdenes. El advenimiento de la corte borbónica en España se considera como la irrupción de un nuevo estilo en la tradicional postura barroca hispana; sin embargo,
la nueva sensibilidad borbónica tardó mucho en difundirse fuera
del ámbito de la corte madrileña. Sectores de la Iglesia, de la nobleza, de la burguesía y definitivamente la sociedad común permanecieron anclados al arte tradicional del siglo anterior. Como
servidores de estos grupos, la mayoría de artistas españoles continuaron practicando la tendencia barroca; además las nuevas directivas no llegaron a toda la península al mismo tiempo retrasándose en aquellos lugares alejados del ámbito de influencia de
la corte. Por todo ello mucho de lo mejor de la arquitectura, la pintura y la escultura de la época del barroco pleno y el “churriguerismo”, despreciado por los ilustrados, fue producido en el primer tercio del siglo XVIII. Finalmente, el estilo cedió ante el avance
de los nuevos modelos estilísticos del rococó francés, primero, y el
inspirado en la tradición clásica después, en un lento pero seguro
decaimiento.
La corriente antibarroca y antirrococó fue sólida entre los teóricos españoles orientados por las ideas ilustradas. Aunque las
formas clasicistas ya se empleaban en el país, la creación de la
Real Academia de San Fernando, por parte de Fernando VI en 1752,
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en Madrid, se considera como la fundación del estilo neoclásico
como arte estatal en España, con vigencia hasta 1840. La academia hizo traducir al español los tratados de Vitruvio y de los maestros renacentistas. Premió a los alumnos más aventajados con la
beca a Roma donde podían permanecer varios años comprobando directamente las enseñanzas teóricas que habían recibido. El
afán controlista ilustrado encontraba en la academia un modo factible de conducir la actividad artística de acuerdo a sus designios
en cada sector del proceso, desde la formación del artista hasta la
distribución y comercialización del producto. El arte se convirtió
en “una cuestión de Estado” y las academias se transformaron en
instrumentos de centralización y control burocrático. Gaspar
Melchor de Jovellanos fue uno de los escritores más relevantes a
favor de las propuestas borbónicas. Sus libros se consignan en bibliotecas privadas en Lima en el siglo XVIII por lo que debió influir
en la difusión de las mismas en los sectores involucrados con la
actividad artística.
En 1777, la corona española delegó a la Academia de San Fernando la labor de fiscalización de las construcciones en el imperio y otro tanto se delegó a los prelados para que cuidaran la pertinencia de los retablos en sus sedes, prohibiendo expresamente
el uso de la madera para favorecer la piedra o a su imitación con
estuco. La justificación relacionaba tanto la seguridad de los lugares, así como su orientación para eliminar una práctica considerada moralmente inconveniente porque conducía al oscurantismo y al retraso de los pueblos. Confirmada la disposición en
1791 por Carlos IV, en Lima el arzobispo Juan Domingo Gonzáles
de la Reguera, coincidiendo con el espíritu del Estado y de los intelectuales, encargó la continuación de los trabajos en su sede al
arquitecto presbítero Matías Maestro, cuyo estilo se extendió a otros
templos y edificios civiles en la ciudad construidos o modificados
en su tiempo. Así como en España, en Lima durante el siglo XVIII
observamos tres momentos artísticos en los cuales se sucedieron
estilos de propuestas distintas que reflejaron la movilidad del siglo en el avance del pensamiento hacia la afirmación del indivi-
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duo y la defensa de la particularidad de sus manifestaciones artísticas. En los primeros años se mantuvo la tendencia estilística
vigente el siglo anterior porque fue parte del proceso de reconstrucción, mejoramiento y ornamentación para revertir los efectos
del sismo de 1687. El segundo momento comprendió las medidas
tomadas coordinadamente por las autoridades religiosas y civiles
para reparar los daños ocurridos durante el terremoto de 1746 en
un momento en el cual la corriente francesa se extendía por el imperio. En esta ocasión fue importante la intervención del virrey
Manuel Amat y Juniet. En la última etapa fueron determinantes
las restricciones dictaminadas por la corona española, en 1777 y
1791, acerca de las obras de arte religioso en el territorio bajo su
jurisdicción. Éstas fueron suscritas por las autoridades religiosas
y materializadas, entre otros, por Matías Maestro, un artista que
expresó las inquietudes de su época.
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