incaico - Atlas Catamarca

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INCAICO
Imperio Inca
A partir de la segunda mitad del siglo XV y hasta por lo menos 1532, cuando los españoles de
Pizarro desembocaron en Perú, gran parte del territorio del Noroeste argentino fue incorporado
al imperio incaico o tawantinsuyu. Fue este imperio la organización sociopolítica más compleja
desarrollada en los Andes prehispánicos y su corazón era Cuzco, ciudad erigida en un valle a
más de 3.000 m, en las sierras centrales peruanas.
Más allá de esta aparente marginalidad geográfica respecto al poder central, las sociedades
indígenas de las actuales provincias de Catamarca, La Rioja, San Juan, Jujuy y sectores más o
menos amplios de Salta, Tucumán y Mendoza, fueron activamente integradas a la organización
estatal.
Los testimonios arqueológicos muestran que durante el breve tiempo de ocupación, importante
transformación tuvo lugar en la vida de las poblaciones locales.
Durante su expansión, el Estado incaico incorporó territorios que ofrecían variadas
características ambientales y sociales, lo que llevó a implementar estrategias de dominación
particulares para cada región. En este proceso fueron conjugados dos aspectos: por un lado, el
potencial que para la economía política incaica ofrecía determinado ámbito, en cuanto su
explotación de recursos y mano de obra, y por otra parte, el grado de desarrollo político vigente
en el territorio que se quería ocupar y la resistencia por otro, explícita o implícita de sus
pobladores.
En términos generales, el control de las diversas unidades étnicas estuvo basado en una
combinación de violencia y consentimiento a la dominación. De esta manera, los diversos
modos de consentimiento dieron lugar a diferentes modelos de colonización. Interpretar la
ocupación incaica del Noroeste Argentino exige tener presente como marco referencial algunas
cualidades sobresalientes de la organización estatal incaica.
Cuando llegaron los europeos, el imperio incaico abarcaba una enorme superficie, en torno al
millón de kilómetros cuadrados, en una franja ubicada a occidente de Sudamérica que se
extendía desde Ecuador hasta el centro de Chile y Cuyo. En ese vasto territorio, de variadísima
geografía, habitaban ciento de miles de personas adscriptas a grupos étnicos, con costumbres
y creencias y modos de vidas a veces, diferentes.
En los orígenes del Estado incaico y de su capital, el Cuzco, se entremezclan mitos y sucesos
históricos. El cronista Garcilaso, en sus Comentarios reales, obra de principios del siglo XVII,
recogió las leyendas más difundidas, según una de ellas Manco Capac y su hermana y esposa
Mama Ocllo, tras ser creados por el dios sol, en una isla del lago Titicaca, fueron impuestos de
la misión de recorrer la región en procura de un lugar adecuado para fundar la nación y la
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dinastía incaicas. Llevaban una vara de oro que les había entregado el propio sol, con la cual
deberían probar el terreno: donde la vara se hundiera habrían de detenerse. Esto ocurrió en el
lugar donde fue alzado Cuzco.
Estas leyendas probablemente, resumían sucesos históricos, tales como las migraciones desde
el altiplano boliviano de un pueblo en busca de tierras productivas para asegurar su
subsistencia.
Al comienzo del siglo XV asumió el poder Pachacuti, el noveno Inca. Este soberano cuyo
nombre puede interpretarse como “el reformador del mundo”, es considerado como el
verdadero fundador de la organización imperial.
Bajo el reinado de Pachacuti, Cuzco más que remodelada fue edificada de nuevo con el trabajo
de miles de hombres a lo largo de muchos años.
En cuanto la sociedad incaica, estaba altamente jerarquizada. Siguiendo el principio de
tripartición, se reconocían tres grupos de individuos denominados Collana, Payan y Cayao. El
primero incluía a los dirigentes, el segundo a sus servidores y el último a los no incas en
general.
Pachacuti desarrollo un dinámico gobierno e impulso la expansión territorial. Fue sucedido por
su hijo Topa, el que reinó unas tres décadas desplegando sus dotes de conquistador. A este lo
continuo Huayna Capac y a su muerte sus dos hijos, Huascar y Atahualpa.
El soberano Inca, además de ejercer la autoridad política de su cargo, en su vida pública
adoptaba complicados rituales destinados a acentuar su carácter divino. El origen mítico del
Inca como hijo del sol fue institucionalizado por Pachacuti, y el oro actúo como adecuada
simbología de este origen.
El ingreso incaico al Noroeste Argentino tuvo lugar a mediados del siglo XV, en épocas del
reinado del décimo soberano, Topa.
Por los menos en los primeros momentos, la expansión a estas latitudes pudo no haber
respondido a intereses económicos o estratégico definidos, sino a un conjunto de motivaciones
corporativas de sectores dominantes de la sociedad cuzqueña; por ejemplo el ansia de
prestigio de los estamentos militares y la necesidad de Topa de hacerse de su propio
patrimonio familiar. Es posible aún, que la dominación se iniciara como consecuencia indirecta
de una operación a mayor escala, cuyo objetivo final era la región chilena.
Dentro de esta estrategia, los ejércitos imperiales habrían preferido el cruce del territorio del
Noroeste para evitar la difícil travesía de la inhóspita región de Atacama, una ruta que por igual
razones elegiría más tarde Diego de Almagro.
La ocupación incaica abarcó menos de un siglo, de acuerdo con la cronología más aceptada.
Sin embargo, en tan breve tiempo la presencia imperial tuvo un fuerte impacto en la vida de las
sociedades locales, según lo acredita el rico registro arqueológico de artefactos y restos
arquitectónicos.
En su recorrido por el noroeste argentino levantó cuatro provincias; Humahuaca, Chicoana,
Quire Quire y Austral que habría tenido la tamberia de Chilecito La Rioja.
En el Noroeste Argentino, la red vial alcanzó alrededor de 2000 Km de extensión y estuvo
estructurada en torno a un camino troncal, con tendencia norte-sur al que accedían caminos
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secundarios transversales. La ruta principal ingresaba al territorios por las sierras altas
puneñas, como continuación del llamado “camino de la sierra” para diferenciarlo del camino de
la costa, que penetraba en Chile desde el sur del Perú.
La traza serrana ascendía de los Valles Calchaquíes en el abra de Acay, en el límite de las
provincias de Jujuy y Salta. A partir de allí continuaba con un itinerario muy similar a la del la
actual ruta 40, a través de sectores de Salta, Tucumán y Catamarca, virando luego hacia la
cordillera de los Andes y cruzando hacia Chile.
En el diseño de la red vial no sólo fueron atendidos los específicos intereses económicos del
gobierno central sino también la importancia estratégica y sociopolítica regional. Instalaciones
de distintas envergaduras, como tambos, guarnicines militares (pukara), centros
administrativos, de almacenamiento y de producción jalonaban las rutas. Al modo de las
postas coloniales, se levantaron con el objetivo principal de brindar reparo y aprovisionar a los
contingentes (caravanas, ejércitos, correos, funcionarios) que atravesaban el territorio.
El incario se preocupó asimismo, por establecer guarniciones militares que resguardaban los
territorios conquistados de intromisiones externas o de rebeliones internas.
En el Noroeste Argentino se levantaron fortalezas en la frontera oriental que limitaba con las
tierras bajas Chaco-santiagueñas, habitadas por grupos cazadores seminómades, como los
belicosos Lules. Una de las instalaciones más importantes fue el Pucará de Andalgalá, erigido
sobre un cerro que dominaba la planicie del Campo de Pucará, en la Provincia de Catamarca.
La estratégica localización permitía controlar el tránsito desde las tierras bajas del valle de
Catamarca hacia las áreas de Hualfin y Santa María.
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Presencia del Imperio Incaico en el Territorio Catamarqueño (1480-1530)
El Imperio Inca llegó a Catamarca incorporándo el oeste provincial al Tawantisuyo.
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A pesar de su organización estatal centralizada los Incas respetaron la organización tribal y los
modos de vida de las poblaciones autóctonas, diversificaron y completaron las actividades de
los asentamientos indígenas y organizaron una poderosa estructura territorial con
diferenciación de roles y articulada por una importante red vial y de servicios, acompañada de
centros de producción y estructuras agrícolas a gran escala.
Esta influencia, que si bien fue corta, es evidente en algunas terminologías y etimologías de
lugares de la región dónde se mezclan con vocablos derivados del cacán o lengua nativa.
La unidad político-territorial creada por la dominación Incaica fue la que encontraron los
Españoles en el siglo XVI, quienes agruparon a las comunidades aborígenes existentes bajo la
denominación de "Diaguitas".
Testimonios de la presencia Incaica en suelo catamarqueño son el "Camino del Inca" que
ingresa por la quebrada de Humahuaca, pasa por los valles occidentales de Salta, Tucumán,
Catamarca y La Rioja para culminar en el Puente del Inca en Mendoza, antes de cruzar la
cordillera. Otro símbolo Incaico son las fortalezas “Pucará de Aconquija" en Andalgalá y el
Shincal de Londres en Belén; las estructuras agrícolas de Bajo el Coypar en Antofagasta de la
Sierra y sitios rituales de altura en el Volcán Galán y en los nevados del Aconquija.
Camino del Inca Camino del Inca - Camino del Inca - América
Argentina
Catamarca
FUENTES CONSULTADAS
• BAZÁN, Raúl Armando. Historia de Catamarca. Ed. Plus Ultra. Buenos Aires. 1996.
• VÁZQUEZ DE FERNÁNDEZ, Silvia. La Humanidad, desde sus orígenes hasta fines del milenio. Buenos Aires. Ed. Kapeluz,
1998.
• KRISCAUTZKY, Néstor. Arqueología de Catamarca: Desde su poblamiento hasta la conquista española”. Ed. Universidad
Nacional de Catamarca, Secretaría de Ciencia y Tecnología. 1999.
• Tarrogó Myriam. Nueva Historia Argentina: Los pueblos originarios y La conquista.2000. Ed Sudamericana.
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