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El hombre que inventó Schubert
Franz Schubert: Impromptus D899 & D935, Allegretto, D915*. Arthur Schnabel, piano.
Productores: Walter Legge y Fred Gaisberg*. Ingenieros de sonido: Arthur Clarke y Edward
Fowler*. Un disco compacto de 61 minutos de duración. Grabación realizada los días 6-9, 12 y 13
de junio de 1950 y el 25 de enero de 1939* en el Estudio nº 3 de Abbey Road, Londres.
Remasterizado digitalmente por Andrew Walter en 2005. EMI Classics Historical ADD MONO
5-86833-2
Pablo-L. Rodríguez
Cuando adquirimos una nueva versión de una obra
clásica del repertorio en CD solemos procurarnos por
principio la mayor calidad al mejor precio. Sin embargo,
los criterios de calidad se circunscriben normalmente al
intérprete que normalmente aparece retratado en la
portada del mismo (este CD no es una excepción) o
también a la casa editora cuyo sello y diseño suelen
determinar la estética del producto (en este caso ese
toque rojo tan habitual de los discos de EMI).
Rara vez reparamos, sin embargo, en que una
grabación no es otra cosa que lo que un productor
ayudado por un ingeniero de sonido ha registrado de la interpretación de un músico,
en este caso del gran pianista austriaco nacionalizado americano Arthur Schnabel
(1882-1951). Es más, lo que realmente contienen los numerosos bytes de este CD
que comentamos es una reciente remasterización digital de unas grabaciones
analógicas publicadas originalmente en discos de pizarra y realizadas en 1939 y 1950
por dos míticos productores británicos: Fred Gaisberg y Walter Legge.
Si tenemos en cuenta lo dicho, no es comprensible que se excluya el nombre del
productor, al menos de la contraportada de un CD. Así, para conocer quien fue el
productor de cada grabación debemos recurrir a consultar la libreta del interior. Y es
que no hablamos de dos productores cualesquiera, sino de dos artistas (pues como
bien determinan los franceses en su idioma, un productor es el directeur artistique de
una grabación) que marcaron una época en la historia de la fonografía. De hecho,
Gaisberg y Legge conforman dos acercamientos estéticos muy distintos al sonido
grabado.
Gaisberg desarrolló su labor en las cuatro primeras décadas del siglo XX para la
Gramophone Company y partía del convencimiento de que las grabaciones sonoras
eran fotografías todo lo desenfocadas y borrosas que queramos de una interpretación
musical. Por su parte, Legge, que trabajó desde 1929 como ayudante de Gaisberg y
desarrolló su labor como productor principalmente entre 1945 y 1960 para el grupo
EMI (siglas de Electronic and Musical Industries), tenía un punto de vista muy
diferente y pretendía “hacer grabaciones que sonasen en los hogares exactamente
como si se escuchase un concierto en el mejor asiento de una sala acústicamente
perfecta”. De hecho, era partidario de una gran exactitud técnica y artística que
pasaba por registrar las mejores interpretaciones con los mejores artistas posibles,
para lo cual no desdeñaba las posibilidades técnicas de edición y supresión de las
notas falsas que no molestaban en un concierto en directo, pero que resultaban muy
molestas tras varias escuchas.
Otro aspecto por el que Legge pasaría a la historia de la fonografía fue por su proyecto
de ampliar el repertorio grabado a través de las llamadas ediciones “Society”. Se
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trataba de grabaciones que se vendían por suscripción y que no se comenzaban a
realizar hasta no haber cubierto gastos y proporcionar por tanto un beneficio neto a la
compañía. Este nuevo sistema comercial de hacer grabaciones lo puso en marcha la
Gramophone Company en los años treinta y gracias a él se realizaron grabaciones hoy
míticas de Bach (El clave bien temperado por Edwin Fischer, las Suites para violonchelo
por Pau Casals, las Variaciones Goldberg por Wanda Landowska o los preludios y fugas
para órgano por Albert Schweitzer), Haydn (los cuartetos por el Cuarteto Pro Arte),
Mozart (las tres de óperas con libretos de Da Ponte bajo la dirección de Fritz Busch en
Glyndebourne) o Beethoven (las sonatas para violín de piano por Fritz Kreisler y Franz
Rupp).
Precisamente gracias a estas ediciones “Society” hoy Schnabel disfruta de un lugar
destacado dentro del pianismo del novecientos. Para este proyecto realizaría sus
grabaciones más famosas hoy, como la primera integral de las sonatas para piano de
Beethoven, que fue realizada entre 1932 y 1935 a la par que la integral de los
conciertos para piano bajo la dirección de Malcolm Sargent. Esta grabación contribuiría
a difundir una forma de hacer Beethoven claramente alejada de las virtudes de un
pianismo virtuoso y más apegada a una determinación musical muy seria y personal.
No por casualidad, Theodor Leschetizky, su profesor en Viena, ya le vaticinó su destino
cuando todavía era un estudiante: “Tú nunca serás un pianista porque eres un
músico”. Ese acercamiento nuevo a Beethoven le ha valido el apelativo de “el hombre
que inventó Beethoven” que le diera Harold Schonberg en su famosa monografía sobre
los grandes pianistas, pero si hay un compositor que realmente fue inventado por
Schnabel, ese fue Schubert.
La evolución de Schnabel como intérprete le hizo obviar desde su juventud las piezas
de moda entre los pianistas del momento (Liszt y Chopin, principalmente) para
concentrarse en la “música”, es decir, en obras “que eran mejores que su eventual
interpretación”. Por ello, a finales del siglo XIX al construir su repertorio volvió la vista
hacia Schubert, un compositor cuya obra pianística estaba por entonces
prácticamente olvidada (especialmente sus sonatas), al ser considerado un buen
melodista carente de capacidad arquitectónica. Schnabel ve a Schubert desde el siglo
XIX pero consigue superar la idealización romántica a la que había estado sometido,
descubriendo un compositor de estructuras claras y racionales, con un desarrollo
temático lógico y unas tensiones internas perfectamente equilibradas. En suma,
consigue sanar y renovar lo que parecía enfermo y gastado.
Esta novedosa y moderna visión de Schubert se construye además desde la cabeza de
un creador, pues no debemos olvidar que Schnabel fue un compositor de estética
completamente vanguardista lo que contrasta con su talante decididamente
decimonónico como intérprete. De hecho, concentró su repertorio en Mozart,
Beethoven, Schubert y Brahms, y apenas estuvo interesado en el repertorio
contemporáneo. Esta contradicción entre Schnabel intérprete y Schnabel compositor
fue advertida por un estudiante de la universidad de Chicago durante una de las
lecciones que dio el gran pianista al final de su vida. Schnabel respondió al inquieto
joven con una anécdota que le sucedió con Toscanini, quien no entendía cómo un
compositor vanguardista podía tocar así el piano. Entre voces y gesticulaciones
exageradas, y en presencia de toda la orquesta, el temperamental director italiano
preguntó sin paliativos al pianista cuándo mentía realmente si al componer o al tocar, a
lo que Schnabel respondió: “no se preocupe, miento las dos veces”. Sin embargo, para
Schnabel la modernidad de una obra musical era algo intemporal y así, tras contar
esta anécdota, preguntó al estudiante “¿piensas que la música del pasado no fue
moderna alguna vez?”.
Hoy la forma de tocar Schubert ha cambiado notablemente tras las grabaciones de
Serkin, Curzon, Richter, Brendel, Pollini, Perahia, Lupu o Pires. Sin embargo, algo del
enfoque moderno de Schnabel ha permanecido y prueba de ello es que algunas de sus
grabaciones de Schubert siguen siendo consideradas clásicos y figuran entre las
principales grabaciones del siglo XX, como es el caso de su grabación de 1937 de la
Sonata D959 o de la Sonata D960 realizada dos años después. La grabación de los
Impromptus D899 y D935 pertenece también al olimpo de los registros clásicos de
estas piezas. Realizados en un rudimentario sistema de cinta en junio de 1950, es
decir, cuando Schnabel contaba 68 años, estos registros fueron editados inicialmente
en disco de pizarra ese mismo año, para aparecer poco tiempo después en el moderno
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LP.
La grabación que ahora aparece en la nueva serie Historical de EMI combina una
buena producción con una deficiente toma de sonido. Legge consigue seleccionar aquí
las tomas más perfectas técnicamente sin perder un ápice de continuidad y
musicalidad, algo no siempre fácil con el viejo Schnabel, que solía colar en sus
grabaciones habitualmente algún pasaje técnicamente discutible pero irreprochable
desde el punto de vista musical. Sin duda, la frase que dijo a Gaisberg (un productor
más comprensivo técnicamente que Legge) durante la grabación del Segundo
Concierto de Brahms resume su punto de vista: “puedo tocar mejor pero no sé si mi
interpretación será así de buena”. En cuanto a la toma de sonido la deficiencias que
padece están relacionadas con lo rudimentario de las primitivas cintas y que se
manifiesta tanto en lo opaco y seco del sonido del piano como en el ruido de fondo y el
carraspeo que produce la cinta al registrar algunas dinámicas fuertes. No obstante,
hay que reconocer que la remasterización de Andrew Walter con la famosa tecnología
de Abbey Road (ART) ha mejorado levemente la antigua edición de este CD de 1989
en la serie Références del sello EMI.
Lo mejor de este disco, no obstante, es la interpretación de Schnabel, que hace que
nos olvidemos de cualquier deficiencia tecnológica de la grabación. Sin renunciar a sus
orígenes decimonónicos, el pianista de origen austriaco hace que la música camine
hacia adelante con una frescura y sencillez pasmosa. Mezcla una actitud respetuosa
con las indicaciones de la partitura con una elegancia vienesa formidable al esculpir
cada frase que redondea habitualmente con deliciosos y minúsculos rubati o con
accelerandi al final. Nada suena exagerado en esta grabación y tanto las tensiones
armónicas como los contrastes dinámicos están dentro de una justa proporción que
denota una gran simplicidad. Sin embargo, esa simplicidad al ejecutar los sencillos
ritmos y melodías cantables de Schubert no esconde la experiencia, contenido y
reflexión que hay tras las notas tocadas por Schnabel.
En el Allegretto D915 damos marcha atrás en el tiempo, pues volvemos a los años
treinta en lo que un Schnabel algo más joven hizo sus grabaciones más famosas con
Gaisberg como productor. En este caso, pasamos tecnológicamente hablando del
sonido primitivo de la cinta de 1950 al leve crujir de una aguja sobre una matriz de los
años treinta. La toma de sonido es lógicamente más rudimentaria que la anterior y
sufre de pequeñas distorsiones en los fortissimi. Se trata de una pieza que se registró
de un tirón y como relleno para la edición de la inspirada grabación de la Sonata D960
de Schubert, lo hace que gane en espontaneidad, encanto y musicalidad.
Por último, la carpetilla del CD recoge las viejas notas tan sólo en inglés del pianista
británico Denis Matthews (1919-1988) que escribió precisamente en el año de su
muerte para la antigua edición de la serie Références de este disco. Un texto
estupendo en donde se cuenta, entre otras muchas cosas, la actitud de Schnabel
hacia la grabaciones que definía como una “autodestrucción para la conservación”. En
suma, un un disco verdaderamente formidable y a un precio realmente asequible.
Este texto fue publicado el 01.08.2005
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