12.6.- LA REGENCIA DE Mª CRISTINA DE HABSBURGO (1885-1902) Y EL TURNO DE PARTIDOS. LA OPOSICIÓN AL SISTEMA. REGIONALISMO Y NACIONALISMO. 1.- La regencia de Mª Cristina de Habsburgo (1885-1902) y el turno de partidos. Cuando en noviembre de 1885 muere Alfonso XII y pasa a ocupar la Regencia su segunda esposa, Mª Cristina de Habsburgo, el sistema canovista, que suponía una adulteración de los principios constitucionales, necesitaba del acuerdo de los 2 partidos implicados para sobrevivir. Éste se produjo en el Pacto de El Pardo (noviembre 1885), por el que Cánovas y Sagasta se comprometían a apoyar la Regencia y a respetar rigurosamente el turno de partidos conservando las medidas legislativas aprobadas por los respectivos gobiernos, como garantía de estabilidad. Ambos partidos respetaron el acuerdo de alternarse regularmente en el gobierno, lo que agudizó la corrupción política y el falseamiento de la voluntad popular. Para hacer posible el turno de partidos se llevó a cabo un falseamiento sistemático del proceso electoral. El cambio de gobierno no se producía porque otro partido al que estaba en el gobierno ganara las elecciones. El sistema era distinto, cuando un partido empezaba a sufrir el desgaste de la gestión o simplemente los líderes consideraban conveniente un cambio en el poder, la corona nombraba un nuevo gobierno, cuyo presidente era el líder del partido hasta entonces en la oposición; se disolvían las Cortes y se convocaban elecciones. El nuevo ministro de la Gobernación fabricaba los resultados electorales por medio del llamado encasillado, que repartía los escaños entre los miembros del partido gobernante y el de la oposición según se hubiese acordado. El fraude electoral era posible gracias al caciquismo, sistema de clientelismo político por el que una extensa red de autoridades y dirigentes locales, los caciques, ejercían un férreo control sobre los pueblos. Esta práctica hizo de la Restauración un sistema oligárquico, en el que los resultados electorales no obedecían a la voluntad popular, sino a los intereses de los políticos del momento. El sistema de turno de partidos contaba con el apoyo de las clases altas y medias, aunque estas últimas de hecho no participaban en la vida política. Con el paso del tiempo, la certeza de que participar en las elecciones no servía de nada provocó una creciente indiferencia hacia el sistema parlamentario. Tras la muerte de Alfonso XII Cánovas dimitió y la regente Mª Cristina nombró presidente del Consejo de Ministros a Sagasta. El Partido Liberal gobernó desde 1885 hasta 1890, durante el llamado Parlamento Largo, durante ese tiempo se puso en marcha un proyecto político más aperturista, se restableció la libertad de cátedra y se amplió la libertad de expresión, lo que facilitó el desarrollo de la prensa. La ley de asociaciones (1887) legalizó las asociaciones obreras y una nueva ley electoral (1890) estableció, ya de forma definitiva, el sufragio universal masculino. En 1890 los conservadores volvieron al poder aplicando una política económica proteccionista (ley de Aranceles -1891-), que satisfacía los intereses de los industriales vascos y catalanes y la burguesía agrícola castellana. El turno de partidos funcionaba y le devolvió el gobierno a Sagasta en julio de 1892, que lo mantuvo hasta marzo de 1895, lo más importante de este periodo fue el proyecto de reforma de la administración de Cuba, dividiendo la isla en 6 provincias y creando un gobierno insular, que tenía como objetivo atraerse a los autonomistas, pero que no consiguió resolver el problema de la colonia, en marzo de 1894 José Martí fundó el independentista Partido Revolucionario Cubano y en febrero de 1895 estalló la guerra independentista. En marzo de 1895 Cánovas ocupó la presidencia del gobierno centrándose en el problema colonial, el asesinato de Cánovas en 1897 devolvió el gobierno a Sagasta, que fue quien tuvo que afrontar el Desastre del 98. Conservadores y liberales se fueron alternando en el poder hasta el fin de la Regencia de Mª Cristina en 1902. El sistema canovista y su aplicación, el turno de partidos, bajo la apariencia de democracia y a cambio de garantizar la estabilidad política, institucionalizó un régimen oligárquico en el que los resultados electorales no respondían a la voluntad popular sino a los intereses que en cad momento tuviesen las élites de los 2 partidos dominantes. Las elecciones se decidían de antemano mediante un sistema de fraude electoral generalizado (pucherazo) a través de gobernadores (encasillado) y caciques. 2.- La oposición al sistema. El régimen de la Restauración, basado en la alternancia de dos grandes partidos, marginó a amplios sectores políticos y sociales –carlismo, republicanismo, movimiento obrero y nacionalismo-. Aunque las fuerzas de oposición al régimen eran numerosas, nunca fueron una alternativa sólida al encontrarse divididas y en algunos casos enfrentadas. Los carlistas tras ser derrotados en la III Guerra Carlista se convirtieron en una fuerza política marginal salvo en Navarra y el País Vasco. Los republicanos, pese a que tenían un proyecto basado en principios como el laicismo o el sufragio universal, que tenían influencia sobre sectores ilustrados de la clase media y entre los obreros, tuvieron un peso político insignificante ya se encontraban fuertemente divididos entre centralistas y federalistas. El sufragio universal le permitió obtener de forma continua una representación cercana a la veintena de diputados. Poco a poco fueron perdiendo apoyos entre los obreros y las burguesías periféricas, éstas se decantaban por los nacientes partidos regionalistas y autonomistas. El movimiento obrero, tras una fase de decadencia al principio de la Restauración, se recuperó gracias a la legalización de las asociaciones obreras por la ley de Asociaciones (1887). Se encontraba dividido en 2 tendencias: la marxista, representada por el PSOE, fundado en 1879 y la anarquista, representada por la Federación de Trabajadores de la Región Española, fundada en 1881. Durante este periodo no obtuvieron representación parlamentaria debido al falseamiento del sistema electoral, el abstencionismo político de los anarquistas y el radicalismo del PSOE, que rechazaba alianzas con los republicanos. 3.- Regionalismo y nacionalismo. Los movimientos nacionalistas periféricos, sobre todo en Cataluña y País Vasco, surgieron como respuesta al proceso de centralización política y de uniformidad cultural propiciado por la Restauración. Hasta ese momento las reivindicaciones foralistas o nacionalistas se habían canalizado a través del carlismo y el federalismo, pero el debilitamiento de esas fuerzas favoreció el nacimiento de movimientos que reclamaban derechos históricos de algunas zonas de España. Este movimiento apareció antes y con más fuerza en Cataluña y País Vasco por 2 razones, un idioma propio que favorecía la cimentación de un sentimiento nacional y la existencia de una burguesía desarrollada en la que arraigó la ideología nacionalista. El nacionalismo catalán fue desde el principio un movimiento autonomista y democrático que no planteaba el secesionismo, sino un sistema federal con regiones que tuviesen instituciones propias que permitieran el autogobierno. Diferentes grupos, liderados por Valentín Almirall y Enrique Prat de la Riba, se fusionaron en la Unió Catalanista, que plasmó su programa político en Las Bases de Manresa, que proponía un proyecto de estatuto de autonomía, con un parlamento propio para Cataluña y el catalán como lengua oficial. En 1901 se fundó la Lliga Regionalista, dirigida por Prat de la Riba y F. Cambó, primer gran partido catalanista. El nacionalismo vasco surgió un poco más tarde. El Partido Nacionalista Vasco fue fundado en 1895 por Sabino Arana, principal ideólogo del nacionalismo vasco. Inicialmente fue muy radical, defendiendo la recuperación de los fueros perdidos por medio de la secesión del País Vasco de España y rechazando la llegada masiva de inmigrantes (maketos) por la industrialización, que desde una óptica racista contaminaban la pureza de la raza vasca. Desde el principio el PNV tuvo una clara definición confesional como partido católico. El nacionalismo vasco, que fue atenuando la radicalidad de sus propuestas, arraigó entre las clases medias que veían con temor el crecimiento de la ideología socialista entre la clase obrera vasca. La ausencia de una burguesía importante que los impulsara hizo que los nacionalismos gallego, valenciano y andaluz fuesen mucho más débiles, quedando reducidos a pequeños grupos de intelectuales hasta los comienzos del s. XX.