Homilía del 29 de Mayo de 2016 Durante su ministerio terrenal

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Homilía del 29 de Mayo de 2016
Durante su ministerio terrenal, Jesús les dio de comer a los hambrientos, curó a los
enfermos, y resucitó a los muertos. En la lectura del Evangelio de hoy, vemos que
alimentaba a los hambrientos y oímos que curaba a los enfermos. Sin embargo, hay
palabras en este Evangelio que nos sugieren que él estaba haciendo algo más que proveer el
alimento físico y el curación física. Curando a la gente y alimentándolas era para
prepararlos para recibir un don mayor. Quiero llamar su atención a las palabras de Jesús
mientras se prepara para alimentar a los cinco mil: «Después Jesús tomó en sus manos
los . . . panes y los . . . pescados, . . . pronunció sobre ellos una oración de gracias, los partió
y los fue dando a los discípulos, para que ellos los distribuyeran entre la gente». Éstas son
las mismas palabras que él usó durante la Última Cena: «Después tomó pan y, dando
gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‹Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes›»
(San Lucas 22:19). El Evangelio de San Juan usa este acontecimiento de la alimentación de
los cinco mil para dar la explicación más completa de el significado del Cuerpo y de la
Sangre de Cristo en todo el Nuevo Testamento.
Hoy, celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Esta Solemnidad
celebra la Pascua de nuestro Señor Jesús, que dio su vida por nuestra salvación. Es una
fiesta en recuerdo del mandato de Jesús para celebrar el sacramento de la Eucaristía cual
explicó Jesús mismo: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan
vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para la vida del mundo» (San
Juan 6:51). Estas palabras, que debemos comer su carne hizo que algunos de sus seguidores
lo dejaran en confusión, repulsión, y quizás en horror.
¡Qué dramática declaración Jesús estaba expresando cuando habló de dar a comer y beber
de su cuerpo y a su sangre a sus seguidores! Comer la carne de Jesús, por supuesto, suena
como canibalismo. La verdad es que cuando el mártir, que vivió en el siglo uno, estaba
siendo juzgado, una de las inculpaciones contra él fue que él pertenecía a un grupo que
practicaba el canibalismo. La tradición judía requirió, y todavía requiere, además, que los
judíos no deben comer cualquier animal con la sangre dentro de él y verdaderamente no
deben beber la sangre. Esta prohibición ocurre en numerosos lugares en la Biblia. Un
ejemplo puede ser visto en Levítico, capítulo 7, versículos 26-27: «Cualquiera fuere el
lugar donde vivan, no comerán sangre, bien sea de animal, o de ave. Cualquier persona que
coma sangre será borrada de entre los suyos». ¿Por qué ese tipo de la prohibición? Porque
en el entendimiento de los judíos, la sangre es la vida. Vemos en el libro de Génesis
capítulo 9, versículo 4, «Lo único que no deben comer es la carne con su alma, es decir, con
su sangre». Supongo que el razonamiento es que si un animal perdiera su sangre, pierde su
alma, y así la sangre hay que ser la vida.
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Homilía del 29 de Mayo de 2016
Es importante recordar que Jesús era un judío, y era a la gente judía a quien Jesús dijo, « El
que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la
vida del mundo». Jesús no estaba tratando de escandalizar a la gente, pero él quería que
entendieran. Después de la crucifixión, la resurrección, y la ascensión, para aquellos
primeros seguidores de Jesús, así como es para nosotros cristianos católicos romanos, la
celebración del sacramento de la Eucaristía es una representación incruenta, es decir, sin
sangre, de la crucifixión. Los permitió y nos permite estar presente en esa Última Cena y al
pie de la cruz. Así, cuando recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo, como él nos mandó a
hacer, estamos reconociendo que Cristo da su vida para que vivamos, y que en la Eucaristía
estamos recibiendo a nosotros mismos la vida de Cristo, incluso Cristo mismo, en nosotros
mismos.
No es sólo en la Eucaristía que debemos recordar nuestra relación con Cristo. En la Carta a
los Romanos, San Pablo nos pregunta si sabemos el significado de nuestro bautismo: «¿No
saben que todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sumergidos en su
muerte?» Y él continúa, «Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y
así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también
nosotros empezamos una vida nueva» (Romanos 6:3-4). Así, en nuestro bautismo somos
hechos nuevos. ¿Qué–o quién–debemos ser? San Pablo nos dice cuando escribe acerca de
sí mismo y su propia vida. En su carta a los Galatas, escribió: «He sido crucificado con
Cristo, y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Galatas 2:19b-20ª). «He sido
crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo», escribió. Si ha sido crucificado y no vivía,
Pablo está muerto. Pero entonces escribió, «. . . es Cristo quien vive en mí». Por
consiguiente, él tiene que estar vivo. Pablo ya no es Pablo porque Pablo está muerto. Pablo
ahora es Cristo. Esta declaración es estremecedora a nosotros, como la declaración de Jesús
a los judíos acerca de la bebida de su sangre. Pero eso es exactamente quien debemos ser
por la realidad de nuestro bautismo.
Así, en esta fiesta más impresionante, la fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo,
debemos recordar que en nuestro bautismo hemos resucitado con Cristo para vivir y ser
Cristo en nuestro mundo hoy y que cuando recibimos su propio cuerpo y su propia sangre,
que es su alma, debemos continuar con su trabajo en la tierra. Nosotros somos el Cristo
quien debe alimentar a los hambrientos, nosotros somos el Cristo quien debe ayudar curar
de los enfermos, y nosotros somos el Cristo quien debe compartir la buena nueva de la
salvación. Que nosotros renovemos nuestra dedicación a él, no solamente en este día, sino
en cada día hasta lo vemos cara a cara.
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