5.- La Penísula Ibérica en la Edad Media. Crisis de los siglos XIV y XV 5.1. Los reinos cristianos en la baja Edad Media: organización política e instituciones en el Reino de Castilla y en la Corona de Aragón Con el nombre de Castilla se designa la unidad política que abarca el territorio de los antiguos reinos de Castilla y León (unificados definitivamente en 1230 por Fernando III), más los territorios reconquistados en el s. XIII, es decir, la Mancha, Extremadura, Murcia y Andalucía (excepto el Reino de Granada). Su estructura política se basaba en tres instituciones: Monarquía, Cortes y Municipios. A partir del s. XIII la Monarquía inicia un proceso para consolidar su autoridad: con Alfonso X se redactó el “Código de las Siete Partidas”, que acabó imponiéndose como código legal común para todo el reino cuando Alfonso XI consiguió el poder legislativo para los reyes castellanos a partir del Ordenamiento de Alcalá en 1348. Con la creación en 1371 de la Audiencia o Chancillería Real, especie de tribunal supremo totalmente dependiente del monarca, el rey se convirtió además en Juez Supremo, frente a los tribunales de ciudades o señoríos. Por último, en 1385, se institucionalizó el Consejo Real, para ayudar al rey en las tareas de gobierno. Además, la monarquía creó nuevos impuestos, como la “alcabala”, el “diezmo de los puertos” o el “servicio y montazgo”, para poder financiarse, y cobró parte del diezmo eclesiástico a través de las tercias reales. Las Cortes fueron creadas a finales del s. XII como una ampliación de la Curia Regia, a la que se añadieron representantes de las ciudades. Existieron en principio unas Cortes para León, reunidas por primera vez en 1188 por Alfonso XI, y otras para Castilla, pero se unificaron en el s. XIV, periodo en el que tuvieron cierto auge aunque fueron decayendo a lo largo del s. XV. El carácter de las Cortes era exclusivamente consultivo, y sus principales funciones eran aprobar subsidios y jurar lealtad a los nuevos monarcas. Por último, los municipios gozaban de cierta autonomía y jurisdicción propia. Regidos en principio por cabildos abiertos, a partir del s. XIII se fueron institucionalizando surgiendo así los Concejos Municipales, que representaban a las clases dirigentes de las ciudades. Los concejos castellanos hicieron de sus fueros un instrumento decisivo frente a las presiones señoriales. No obstante, deseosos de centralizar su poder, los monarcas crearon la figura del corregidor, un representante del poder real en los municipios. La Corona de Aragón surgió en 1137 al unirse dinásticamente el Reino de Aragón con el Condado de Barcelona. En el s. XIII Jaime I incorporó las Baleares y Valencia, y a finales de este siglo y durante los dos siguientes se produjo su expansión por el Mediterráneo. Se estructuraba como una “federación” de tres estados: Cataluña-Mallorca, Valencia y Aragón, reinos con distintas Cortes, leyes, lenguas y costumbres, pero con un mismo rey. Sus instituciones fundamentales de gobierno eran: la monarquía, las Cortes y los municipios. En cuanto a la monarquía, el arraigo de las estructuras feudales y el mayor poder nobiliario impulsó el pactismo, por el cual el monarca se veía sometido al control de la nobleza a través de las cortes. Esto quedó consolidado definitivamente cuando en el s. XIII Pedro III dotó a los tres reinos de un ordenamiento jurídico que los reyes no podían vulnerar, y en 1283 concedió a las Cortes la función legislativa. Las leyes debían aprobarse de común acuerdo entre todos los estamentos, y el rey se comprometía a respetar el derecho y las costumbres de cada territorio respetando sus fueros. El monarca, que residía habitualmente en Barcelona tenía un virrey o representante en cada territorio. Por último, Pedro IV acabó reconociendo en 1348 al Justicia de Aragón, cargo judicial controlado por la nobleza que se convirtió en un intérprete supremo de los fueros del reino y árbitro en los conflictos entre la nobleza y el rey. Las Cortes nacieron en Cataluña en 1214, en Aragón en 1247 y en Valencia en 1283. A diferencia de Castilla, en Aragón cada territorio mantuvo sus propias Cortes, que se reunían en Cortes Generales bajo circunstancias excepcionales. Las Cortes tenían poder legislativo y votaban impuestos. En 1359 se creó una delegación permanente de las Cortes de Cataluña: la Generalitat, encargada de velar por el cumplimiento de las disposiciones de las Cortes, de las leyes catalanas y de tomar juramento a los oficiales del rey. En Aragón y Valencia surgieron instituciones parecidas en el s. XV. Respecto a los municipios el ejemplo más avanzado fue el de Barcelona, donde existía un pequeño consejo de 5 miembros (Consellers), elegidos por una cámara mayor, el Consell de Cent, dominado por la alta burguesía. 5.2. Los reinos cristianos en la Baja Edad Media: crisis demográfica, económica y política. Durante la Baja Edad Media, en los siglos XIV y XV, se produjo una gran crisis demográfica, económica y política. El gran descenso demográfico fue debido: a las hambrunas por malas cosechas, que debilitaban a la población; las epidemias como la de Peste Negra de 1348 que asoló Europa, llegando a la península donde golpeó con fuerza a la Corona de Aragón, en especial a Cataluña; y la violencia y las guerras feudales, que devastaban el campo y provocaban más hambre. Este fenómeno tuvo importantes consecuencias económicas: grandes extensiones rurales quedaron despobladas lo que supuso un gran descenso de la producción agraria, un incremento de precios y salarios, y la consiguiente reducción de las rentas señoriales y reales. Al ser menos numerosos los labradores tendieron a ocupar las tierras más fértiles para aumentar así la productividad, lo que permitió la dedicación de muchas tierras menos fértiles al desarrollo de la ganadería trashumante. La industria lanar que exportaba a Flandes, estuvo amparada por el Honrado Concejo de la Mesta, y se convirtió en una importante fuente de ingresos para Castilla. Otra consecuencia del descenso demográfico fue el aumento de la presión señorial sobre el campesinado, subiendo los impuestos y vinculándolo a la tierra para proteger sus menguadas rentas. Además, la nobleza se volvió más belicosa e insubordinada y comenzó a exigir más privilegios, como el mayorazgo, que favorecía la concentración patrimonial. Frente a tantos abusos, los campesinos comenzaron a agruparse en hermandades. En materia política se produjeron tanto en Castilla como en Aragón guerras civiles entre monarcas, que intentaban centralizar el poder, y la alta nobleza. En Castilla se produjo una guerra civil de 1366 a 1369 entre Pedro I, apoyado en la baja nobleza y los concejos, y su hermanastro Enrique, que salió victorioso e instauró la dinastía de los Trastámara. Entre 1474 y 1479 se volvió a producir una guerra por motivos similares que finalizó con la llegada al trono de Isabel I. En Aragón, la política de conquistas y la necesidad de financiación obligó a los monarcas a ceder patrimonio, privilegios y derechos a los grandes señores y a hacer concesiones a las Cortes. También se produjo una guerra civil en la que Juan II derrotó a la alta nobleza catalana (1462-1472) con ayuda francesa. 5.3. Los reinos cristianos en la Baja Edad Media: la expansión de la Corona de Aragón en el Mediterráneo. En la Corona de Aragón, solo el propio reino de Aragón no tenía salida al mar. Cataluña, Valencia y Mallorca estaban abiertas al comercio mediterráneo, su ámbito prioritario de actuación. Así, desde finales del s. XIII hasta mediados del XV emprendieron una expansión por el Mediterráneo, haciendo valer algunos derechos que tenían sobre ciertos territorios. Comenzando por la ocupación de las Baleares por Jaime I, la Corona de Aragón fue ampliando sus territorios, con la oposición de Francia, el Papado y algunas ciudades italianas, como Pisa o Génova. Primero conquistaron Sicilia, con Pedro III en 1282, luego Cerdeña con Jaime II en 1324, y el reino de Nápoles con Alfonso V e 1443. Incluso ocuparon durante casi todo el s. XIV los ducados griegos de Atenas y Neopatria, tras la expedición de los almogávares, mercenarios catalanes al servicio del Emperador Bizantino, que habían luchado contra los turcos en Asia Menor. Paralela a esta expansión política se desarrollo un intenso comercio internacional, en el cual destacaba Cataluña, y sobre todo Barcelona, que competía con las repúblicas mercantiles de Pisa, Génova y Venecia. Barcelona exportaba hierro y tejidos, e importaba cereales de Cerdeña y Sicilia, pieles y cueros del norte de África, y especias y tejidos de lujo, como la seda, de Egipto, Siria y Bizancio. También tenía una ruta marítima con Flandes a través del Estrecho de Gibraltar. Barcelona contaba además con modernos mecanismos en materia comercial, como letras de cambio y consulados. El comercio catalán llegó a su máximo esplendor durante la primera mitad del s. XIV, tras lo cual Cataluña sufrió una crisis que duraría un siglo y medio, época en la que Barcelona fue paulatinamente sustituida por Valencia como puerto principal de la Corona de Aragón. No obstante, el avance turco (Caída de Constantinopla en 1453) aceleró la decadencia del comercio mediterráneo, al tiempo que surgían las nuevas rutas atlánticas. 5.4.- Las rutas atlánticas: castellanos y portugueses durante la Baja Edad Media. Las Islas Canarias La reconquista del sector castellano se había paralizado prácticamente en el segundo tercio del siglo XIII, tras la conquista del valle del Guadalquivir, en los límites del reino de Granada. No obstante, durante la Baja Edad Media el impulso reconquistador no se detuvo del todo: el objetivo más importante consistía en arrebatar a Granada la estratégica zona del estrecho, vía de penetración tradicional de todas las invasiones musulmanas y cabeza de puente de posibles ayudas norteafricanas al reino nazarita. La apertura del Estrecho de Gibraltar a la libre navegación cristiana fue el primer objetivo de castellanos, genoveses y mercaderes de las otras republicas italianas: preferían esta ruta marítima, más rápida que la terrestre para relacionar Italia con Flandes. Los benimerines, bereberes del Magreb amenazaron esta pretensión hasta que Alfonso Xi los derrotó en 1340. En definitiva, esta empresa se realizó, en diversas campañas militares con ocupaciones, pérdidas y recuperaciones de plazas, entre 1292, año en que Sancho IV conquistó Tarifa y 1462 cuando Enrique IV ocupo Gibraltar. Loas éxitos de Castilla en el control del estrecho suscitó el interés de Francia e Inglaterra de contar con el apoyo de la fuerza naval castellana en la Guerra de los Cien Años. Aunque Pedro I se inclinó a la alianza con Inglaterra, su hermanastro y sucesor Trastámara (1369-1379) optó por la alianza con Francia, que finalmente alcanzó la victoria. Los triunfos militares vinieron acompañados del éxito económico de marinos y comerciantes En el contexto de expansión de castellanos y portugueses por le Atlántico sur y aprovechando las novedades técnicas (portulanos, brújulas y astrolabios, carabelas...) se enmarca la exploración y conquista de las islas Canarias. Durante el siglo XIV la exploración de estas islas atrajo a genoveses, mallorquines y catalanes que salían de puertos andaluces y portuguesas, aunque aún no despertaban gran interés por la pobreza y lejanía de las denominadas por los autores latinos Fortunatae Insulae. En el siglo XV se llevó a cabo la ocupación efectiva de estas islas: en 1402, Enrique III aceptó el ofrecimiento de dos nobles franceses de ocupar las islas y someterlas al vasallaje del monarca. Los primeros éxitos animaron a franciscanos y mercaderes que vieron posibilidades para la instalación de cultivos como la caña de azúcar. Hasta 1474, con Enrique IV, se conquistaron Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y Hierro –las islas pequeñas- por iniciativa de la nobleza, que las incorporaron al régimen señorial. Desde 1475 a 1496, ya con los Reyes Católicos, la monarquía intervino de forma directa en la conquista de las islas restantes -Gran Canaria, La Palma y Tenerife- que se mantuvieron como tierras de realengo Los portugueses por su parte habían iniciado ya desde comienzos del siglo XV su propia expansión siguiendo la costa africana en busca de oro: conquista de Ceuta en 1415, colonización de las islas Madeira y exploración del Golfo de Guinea. Las fuerzas expansivas de castellanos y portugueses salían de la península.