Al principio de mi primer mandato como alcalde lanzamos un lema para nuestra ciudad: «Oviedo, capital cultural» y creo que ese lema como cualquier otro, tuvo éxito porque además de contener un deseo, y de representar un objetivo a lograr, tenía bastante también de realidad. Pues bien, si algo tiene Oviedo de capital cultural, si algo representa Oviedo en el mundo cultural español y europeo es, en gran medida, gracias a hombres como Emilio Alarcos. Emilio Alarcos, con su presencia en la Universidad ovetense, ha dado tiria nueva dimensión universal a nuestra ciudad y a nuestra región convirtiéndonos en una «potencia» en el campo de la lingüística. Nacido en Salamanca, afincado en Oviedo desde el año cincuenta y miembro de número de la Real Academia Española desde 1.972, ha demostrado que desde un rincón en el norte del mapa de España, desde Oviedo, también se puede hacer ciencia, investigación y crítica. Pero a mí, seguramente no me corresponde destacar la personalidad de Alarcos como académico y universitario, sino más bien su contribución a «hacer» ciudad, es decir su carácter como ovetense de adopción. Le ha correspondido para nuestro deleite al insigne poeta Angel González elogiar la figura del homenajeado nuevo Hijo Adoptivo de Oviedo. Ángel González es también profesor, también ovetense universal, también hombre de trato gratísimo. Pero hoy nuestro protagonista es Emilio Alarcos. Su aportación es muy destacable puesto que no se trata de un hombre distanciado en modo alguno de la realidad de su ciudad y de sus vecinos, sino muy al contrario, su saber, su proyección académica la ha hecho, la ha construido de manera no petulante, haciendo compatible un saber profundo con la impresión, buscada por él con humildad, de que ese saber no tiene importancia. En efecto, la ironía, el humor, la agudeza se dan en él al tiempo que el rigor profesional, académico y científico. Y estos dos aspectos de su carácter, de un lado la proyección universitaria y de otro su carácter cordial y ameno le hacen un muy destacable ovetense, absolutamente merecedor del reconocimiento que hoy le rinde la capital del Principado concediéndole el título de Hijo Adoptivo. Alguien decía que determinadas profesiones entre las que cuenta la política y la enseñanza requerían dotes escénicas puesto que, en definitiva, tienen algo de representación, en el sentido más noble de la palabra. Y no hay buen actor sin buena voz. La voz de Emilio Alarcos como la de Henry Kissinger o Isaac Rabin son de las que dejan huella. A los tres los hemos escuchado en el Teatro Campoamor de Oviedo y yo creo que todavía resuenan en las paredes del noble edificio los ecos profundos y matizados de su voz. Recuerdo haber escuchado a Alarcos en el Teatro Campoamor en un hermosísimo discurso con motivo de la entrega de los premios del concurso de la Asociación de Belenistas. Y recuerdo que sus palabras sonaban como una bella sinfonía, en la que los acordes eran las palabras que, con una armonía y solemnidad prodigiosas, iba recitando nuestro ilustre académico. Y tomando prestado de Alarcos su carácter humorístico no me resisto a contar aquí, con el mayor de los afectos y respetos hacia los Belenistas, la anécdota que me contó un compañero de asiento en aquella emotiva jornada en el Teatro Campoamor; compañero de asiento admirado por la existencia y asistencia, de algo así como 600 belenistas en Oviedo. Parece ser que una tarde de tertulia presentaron a Ortega y Gasset y al famoso torero llamado Rafael el Gallo. Y este último, interesado por el oficio del primero recibió como respuesta que filósofo, a lo que apostilló: «No, si en este país hay gente para to». Y mi compañero de asiento, se dice el pecado pero no el pecador ante 600 belenistas, me decía: «No, si en esta ciudad hay gente para to». Pero volviendo al motivo de este acto pienso que la concesión del título de Hijo Adoptivo a Emilio Alarcos es un reconocimiento que debemos hacer extensivo a su esposa, Josefina Martínez, también ilustre universitaria que, sin duda, ha jugado un papel decisivo en el afecto que Emilio Alarcos siente por nuestra ciudad y nuestra región. Josefina «asturiana de nación y de pación» es el factor de atracción fundamental en el afincamiento de Emilio Alarcos en Oviedo. Por eso yo, en nombre de los ovetenses, quiero expresarle también a ella nuestro agradecimiento. Ya dije en alguna ocasión que el paisanaje ayuda a la calidad de vida seguramente tanto o más que el paisaje, o dicho en otros términos, la gente de Oviedo, su carácter abierto, cordial, campechano hacen más atractiva nuestra ciudad para el vecino y el visitante que todas las fuentes y calles peatonales juntas. Pues bien, Alarcos representa lo mejor de nuestra gente y es de los ovetenses que más y mejor aportación, a nuestra calidad de vida, hacen. Tener a Alarcos de vecino, disfrutar de Alarcos como maestro de nuestros hijos, compartir con él mesa y tertulia es uno de los placeres por los que merece la pena ser ovetense. Gracias pues amigo Emilio Alarcos, gracias amiga Josefina Martínez. Gabino de Lorenzo