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ro y desnudo de toda clase de adornos hijos de una época posterior, revelan que es indudablemente mas antigua que el resto de la fabrica.
Antes de terminar la visita á la soberbia basílica, nuestros viajeros hubieron de
fijar su atención por indicación de Sacanell y deD. Gleto en las dos torres gemelas que
en una misma línea sobre las dos puertas del crucero asientan su soberbia mole.
Considerada está la que se halla sobre la puerta de San Ibo como un maravilloso
esfuerzo del arte, pues al verla gravitar con su enorme peso sobre el arco de la puerta
alzándose erguida y majestuosa, no puede menos de experimentarse una admiración
extraordinaria no exenta de temor.
Torres y ábside de la catedral de Barcelona.
Tanto esta como su compañera fueron construidas en 1387 y 1388, siendo la mayor parte de sus labores y el remate, obra de Francisco Muller.
La llamada de San Ibo fue indudablemente desde un principio la destinada para
reloj, pues en el archivo municipal consta, que por los años de 1393, y costeada por el
Consistorio, se fundió la gran campana para el reloj que se subió á la indicada torre,
y á la cual se denominaba con el nombre de Seny de les llores; por lo cual se demuestra
que el reloj público de Barcelona es tres años anterior al de la catedral de Sevilla, según afirma Capmany.
En el año de 1S76, agradecidos los venecianos á los barceloneses porque les habian
dado una copia de las leyes políticas, civiles y marítimas del Principado de Cataluña,
les regalaron una preciosa máquina que es la del actual reloj. ,
La campana actual llamada Eulalia, data de pocos años, pues aun cuando varias
veces se habia intentado fundirla, ó bien la operación salia mal, ó bien se suspendía
por otras causas.
Al objeto de que sus compañeros pudieran juzgar mejor las dos torres indicadas.
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Sacanell les hizo subir á la casa de un amigo suyo que vivia en las inm ediaciones de
la Catedral, y desde el terrado de ella pudieron á su sabor contemplar el ábside y las
mencionadas torres.
Exclamaciones de asombróse exhalaron de todos los labios, y D/Rolbustiana, que
habia renegado una porción de veces por lo alto que estaba el terrado del amigo de
Sacanell, no fue después la que menos parte tomó en la general admiración.
Custodia de la catedral de Barcelona.
Riquísima era la Catedral de Barcelona en joyas y en objetos de metales preciosos,
pero desde la invasión de los franceses ha venido disminuyendo considerablemente su
tesoro.
No podemos sin embargo eximirnos de describir, siquiera sea ligeramente, la riquísima custodia de plata sobredorada, en que se lleva a Jesús sacramentado en la
festividad del Corpus.
Compónese de un magnífico pié de plata, al cual están asidas dos gruesas varas
para llevarla á hombro ocho sacerdotes. Sobre aquel hay colocada la misma silla de
plata en que se sentaba en el trono el rey D. Martin de Aragón, y en la cual, puesta
sobre un grande carro de triunfo, entró D. Juan II en esta ciudad el dia 28 de octubre
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de 1743, de vuelta de Perpiñan, después de haber derrotado á los franceses que la tenían sitiada. Ciñe la silla una banda de terciopelo bordada de oro y cuajada de piedras
preciosas. Toda la custodia está adornada de joyas de gran valor: una gruesa cadena
de oro formada de hermosas perlas; un rubí cabujón del grandor de un huevo de paloma; una cruz compuesta de sesenta y seis diamantes; otras muchas cruces de piedras finas; una esmeralda del valor de 1,500 ducados de oro; una cadena de oro con
rubíes, estimada en 2,300 duros; un diamante negro igual en dimensión al de Sancy
de Francia, joya a que no cabe poner precio; seis rosarios engastados de perlas finas:
varias cadenas de oro, cuyos granos de oro también pesan cada uno una onza, y alternan con preciosos granates de Siria; una rama de Palmera hecha de ópalos de
oriente, regalada por Filiberto de Saboya, y estimada en í,000 duros; y últimamente, una infinidad de sortijas, anillos, camafeos y piedras finas grabadas. Las piedras preciosas que adornan la custodia, se elevan al número de 1,206 diamantes, mas
de 2,000 perlas finas, US ópalos y 8 zafiros orientales, y una multitud incalculable de
turquesas; siendo tal el número de donativos y alhajas regaladas en todos tiempos, de
gran valor, exquisito gusto y delicado trabajo, que, profusamente esparcidas por todo
el tabernáculo, apenas permiten apreciar la bella forma, piramidal, de minuciosos
calados, en que está colocado el Santísimo Sacramento.
En 1687, la ciudad de Barcelona en celebridad de la conquista de Buda por el emperador Leopoldo, en cuyo hecho de armas se distinguieron en gran manera los españoles, ofreció ásu patrona santa Eulalia una lámpara de plata, cuyo peso era de quinientas onzas, añadiéndose á la que ya existia, doscientas onzas mas.
Otras muchas alhajas poseía la Catedral, que por efecto de las vicisitudes porque
ha pasado nuestro país han desaparecido.
Guárdanse también en la santa basílica recuerdos no menos ricos y de mas valía,
que nuestros viajeros estuvieron admirando un buen espacio.
Entre estos debemos citar el Santo Cristo de Lepanto que se halla detrás del presbiterio , y que es el mismo que en la memorable batalla se ostentaba en la proa de la
galera capitana Victoria, que montaba D. Juan de Austria.
Atribuyese la postura de la imagen á un milagro ocurrido en aquel famoso combate, pues se dice que al hacerlos infieles su primera descarga contra la sagrada imagen , esta se movió sobre la cruz procurando esquivar los proyectiles, quedando después en la posición que hoy tiene, y en prueba de ello se cita el que la cruz está llena
de pedazos de hierro que se clavaron en ella sin que ninguno rozase siquiera el sagrado cuerpo.
La famosa bandera de santa Eulalia, de la cual tendremos ocasión de hablar en la
parte histórica, consérvase también en la Catedral; en el centro de esta bandera ó pendón, está la efigie de la Santa y un escudo con el cáliz y la hostia y el siguiente lema: Exurje Deus, judica causam tuam. •
En la capilla de San Olaguer hay dos preciosos lienzos pintados por Viladomat, admirándose también alguna otra obra del famoso pintor del siglo XVIII, Francisco Tramullas, y algunos también de su hijo Manuel.
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Porción de reliquias guárdanse también en la Santa Iglesia, lo cual unido al mérito
artístico de ella, á los recuerdos históricos que conserva y á los acontecimientos que en
su recinto tuvieron lugar, la hace doblemente interesante para el viajero y el artista.
Una vez que hemos terminado la descripción de los objetos principales de la Catedral, ocupémonos de la antigua organización de su cabildo, sin perjuicio de hablar de
su estado actual al tratar de la historia y situación de la Diócesis. Los canónigos de
esta Santa Iglesia, eran antiguamente regulares; tenian Abad, claustro, refectorio y
dormitorio, observando la regla de clérigos recogidos, guardando regla propia y singular, llamada de Sania Cruz y de Santa Eulalia de Barcelona, y no la de San Agustín como equivocadamente han supuesto algunos.
El canónigo Bonusio fundó, gracias al caudal que el comerciante Roberto le dejara
para obras pias, la Pia Almoyna, para el sustento diario de cien pobres, además de
los peregrinos y toda clase de lisiados, y la dotación de la Mesa Capitular, á fin de
restablecer las primitivas costumbres canonicales que á consecuencia de las guerras se
habian relajado.
El conde D. Ramón Borrell II y su esposa D." Ermesinda dieron su beneplácito para
esta restauración, verificada en 1009, por los obispos Oliva de Elna, Otón de Gerona,
y Aecio de Barcelona.
Sin embargo de que esta vida canonical fuese sumamente antigua, y á pesar de
los muchos favores de los monarcas, no se sabe que ninguno diese la menor cantidad
para construir casa para los canónigos.
El primero que aparece de estos es el conde Sursiario ó Suñer, el cual cedió en 944
á la Santa Iglesia, el diezmo de las raficas de Tortosa, para que se edificase la Canónica, propter Canonicam construendam.
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Háse creído que si bien entonces se principió á edificarla, no la pudieron proseguir
á causa de las continuas guerras que sostenían con los mahometanos, las que no dejaban prosperar ninguna obra.
El obispo Aecio, después de otras donaciones, cedió al cabildo el claustro contiguo
á la Iglesia, en tiempo del condado de D. Ramón Borrell II, en el cual se construía un
edificio para refectorio.
Desde este punto se prosiguió ya la obra sin interrupción, restablecióse la vida común, y ya después la casa se denominó Canonja ó casa de los canónigos, que es la que
hoy existe en el llano de la Catedral y que lleva el mismo nombre.
En 1157 á 8 de las calendas de mayo fueron elegidas las doce Preposituras denominadas hoy Pabordias, una para cada mes de año; encargáronse de las primeras el
obispo Guillermo y once canónigos.
Todas las rentas que producía la Mesa Capitular fueron concedidas á las doce Preposituras ó Pabordias; y quedando el servicio del culto divino á cargo de los doce
canónigos que por haber obtenido aquellas dignidades se denominaron Prepósitos, habiendo de prestar todos aquel servicio, alternando por meses.
En el siglo XVII, y con permiso déla Santa Sede, extinguiéronse las doce Preposituras, pasando otra vez todas sus rentas á la Mesa Capitular, quedando desde en-
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tonces el servicio de la Iglesia al cargo de todo el cabildo, dividido entre todos los canónigos.
En virtud de la institucion'de las Preposituras, tenia cada canónigo una porción de
pan y vino, á que se daba el nombre de Portio canonicalis, la cual se distribuía en el
refertorio (que aun existe) de la casa de la Almoyna, cuyas porciones dependían del
producto de las rentas que separadamente administraba el cabildo, denominadas de la
Pía Almoyna, advirtiéndose que el sobrante de esas rentas se destinaban á socorrer á
cierto número de mendigos que se llamaban de mandato, los cuales comían en el mismo refectorio de la casa de la Almoyna ó de la Limosna, denominación que se daba á
la de Canonja.
En las paredes de este edificio, que forman las esquinas superior é inferior de la
bajada, permanecen aun grabados en relieve, y con los caracteres de aquella época,
cuatro inscripciones que dicen : Casa de la Almoyna.
El canónigo Bernardo Pinell, además de otras varias fundaciones, dotó suficientemente otra Pia Almoyna, para que encontrasen un socorro en su refectorio todoslos descendientes pobres de su familia.
Para que esta generosa acción no permaneciese olvidada, ni se trascordara el nombre de su autor, encargó que el 1.° de mayo de cada año se plantase un pino en el
trascoro de la Catedral y en todas las casas de los canónigos, mandato que aun en 1793
se cumplía en todas sus partes.
El obispo Juan Sabicini ó Sabiniensi, cardenal ad Mere, visitó esta Santa Iglesia
el 13 de las calendas de octubre, delegado por Su Santidad en todos los reinos de España , y en especial delegado apostólico para zanjar ciertas cuestiones que babian estallado entre estos canónigos y doce beneficiados (1) mayores, que en razón de sus beneficios mostrábanse exagerados en sus pretensiones.
El delegado dictó las constituciones y ordenanzas que en lo sucesivo debian observarse, y dio á dichos beneficiados el título de canónigos, fijando el número total de
estos en cuarenta (2).
Por este tiempo hizo D. Jaime I la conquista de Mallorca, en cuya empresa le auxiliaron los catalanes, estallando una cuestión entre este y el obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, á causa de que ambos querían tener el derecho de nombrar obispo
para aquella isla.
D. Jaime lo reclamaba á título de conquistador, y el obispo de Barcelona se fundaba en el privilegio logrado por Guilaberto, uno de sus predecesores, de Oriola, rey moro
de Denia é Islas Baleares , que ratificó después su hijo y sucesor Hali, por el cual su-
•vl) En lo antiguo los clérigos solían recibir mensualmente, ó en una época determinada, el estipendio necesario para su manutención; pero mas adelante los obispos cedieron á algunos de los mas
beneméritos, ciertasfincasó posesiones de la Iglesia por vía de vitalicio. Á estos se les llamó, pues,
beneficiados.
(2) Antes el obispo y cabildo admitían á algunos muchachos como a canónigos, en número indeterminado, y los padres que dedicaban á sus hijos al culto divino en esta Iglesia, les dotaban y fundaban los canonicatos.
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jetaba á su diócesis todas las iglesias, clérigos y fieles cristianos desús estados, prohibiendo que nadie pudiese reconocer otro obispo que el de Barcelona.
Finalmente, después de varias contestaciones, se convino en que nombrase el primer obispo el rey, y que en lo sucesivo lo nombraría el obispo de Barcelona, con aprobación del monarca de Aragón, de entre el mismo cabildo de la iglesia si en él se encontraba persona idónea (1).
De otras diferentes rentas disfruta esta Santa Iglesia y su cabildo, ennoblecido por
muchos privilegios que le concedieron los reyes de Aragón y de Castilla, quienes desde Ludovico Pió han sido canónigos de la misma, según un seglar puede obtener prebenda temporal, aunque no espiritual.
En consecuencia de esto, cuando dichos reyes pasaban á Barcelona , el cabildo les
mandaba lo mismo que á los demás canónigos, un pedazo de pan, sirviendo por el rey
este canonicado un canónigo diputado para ello, denominado Stalor Dornini Regís. Es
canónigo en todas las voces activas y pasivas, hace sus domas presbiteriales, y es la
suya después de la del obispo.
El oficio toledano ó mozárabe estuvo también en uso en esta Iglesia lo mismo que
en todas las demás de España.
El cardenal Hugo Cándido, que no se habia atrevido á prohibirlo anteriormente,
cuando vino á España con esta misión, lo hizo por primera vez en San Juan de la Peña,
en marzo de 1071, con aprobación del entonces rey de Aragón, D. Sancho.
En abril pasó á Barcelona, donde protegido por la esposa del conde D. Bamon Berenguer, D.a Almodis, logró, por medio de un sínodo que se celebró, que se prohibiese el oficio español ó mozárabe en el Principado de Cataluña, y se admitiese y practicase en adelante el oficio, rezo y ceremonial romano.
—Pues, señor, es un magnífico edificio,—exclamó D. Agustín tan luego hubieron
acabado la inspección de la grandiosa basílica
—Mucho que sí,—repuso D.a Bobustiana: yo por mí no soy muy fuerte que digamos, en too esto de menumentos y catredales, pero me paece que esta es güeña.
—Y que el amigo Sacanell se ha portado á las mil maravillas,—añadió D. Cieto;
— por mi parte creo que puedo renunciar, mientras estemos en Barcelona, á mi papel
de Cicerone.
—Por ningún estilo,—repuso el catalán; necesito los auxilios de V. y ya he tenido
ocasión de comprenderlo en la visita que acabamos de hacer; muchas de mis explicaciones hubieran sido incompletas á no haber V. tan oportunamente venido en mi auxilio.
—¡Oh! pero eso es de muy poca importancia.
—Y ¿dónde vamos ahora?—preguntó Azara.
—Yaque estamos cerca nos dirigiremos hacia Santa María del Mar, y con estavi(1) ...Transactum fuit ut prima Episcopi ciectio Jacobo regipermitteretur, ct deinceps eligeretur
per Episcopum et capituhim Barchinonce cum assensu regís Aragonum qui tune regnabit, et de
gremio Ecclesice Barcliinonensis, si ibi idoneus potuerit reperiri. Aymerich. Op. cit, pág, 348.
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sita terminaremos el día de hoy, pues el calor aprieta un poco, y no es muy conveniente andar por estas calles.
—Yo por mí estoy que no puedo mas,—exclamó D.a Robustiana, soplando con fuerza, y limpiándose el sudor que corría por su rostro.
—Toma, pues, si sudo yo que estoy hecho un bacalao,—dijo D. Cleto ¿quede
particular tiene que á V. le suceda?
—Y tú, Pascual, ¿tienes calor?
—Una. miaja, mujer, y sobre todo, señores,—prosiguió el alcarreño dirigiéndose
á los que Le acompañaban, lo que mas calor me da es esta levita, y este chaleco y esta corbata; allá en el pueblo va uno con mas llaneza, y aun cuando este tiempo es penoso en todas partes, sin embargo, no parece que no es tan sensible. Yds. como están
ya acostumbrados á ir siempre así, no lo sienten tanto , pero yo...
—Calla mastuerzo, que como dijo el otro, no se pescan truchas á bragas enjutas, y
algún sacrificio hemos de hacer por ver toas esas cosas y por ir en compañía de estos
señores.
—Sin embargo, si por nosotros se han de sacrificar,—dijo D. Agustín.
—¿Quie Y. callar, hombre? quie Y. callar? Yds. toman las palabras siempre por
donde queman.
—Yo lo decia...
—Por náa; el que algo quiere, algo le cuesta, y yo aunque sude y aunque me reviente dentro de este corsé, que me aprieta como un demonio, estoy muy satisfecha, y
sino que lo diga D. Cleto que demasiado lo sabe porque yo se lo he dicho.
—Es verdad.
—¡Hola! ¿esta debe ser la iglesia?—exclamó D. Antonio al dar vista al templo á
donde se dirigían.
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—Sí, señor,—repuso Sacanell.
Ante el edificio en cuestión suspendiéronse todas las conversaciones, fijándose las
miradas en él.
—¿Sabe V. D. Cleto que es de muy buen gusto esa fachada aun cuando muy sencilla?—exclamó Azara.
—Ya lo creo, es uno de los templos de que mas orgullosa puede mostrarse Barcelona.
—Y que altas son las torres que hay en los extremos, —añadió el padre de Castro.
—Es que tienen todas estas construcciones antiguas un carácter tal, que se simpatiza con ellas inmediatamente.
—Dice V. bien D.a Engracia, las consideramos, si se me permite esta comparación,
con el mismo respeto, con el mismo cariño, con la misma veneración con que consideramos á un anciano amigo que ha sobrevivido á las catástrofes, á los sacudimientos,
y á las convulsiones sociales que tanto han agitado nuestro suelo.
—Es cierto.
—Si Yds. quieren entraremos en la iglesia y veremos á ver si entre D. Cleto y yo,
podemos recordar todas las vicisitudes, y toda la historia de Santa María del Mar.
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—Nada de eso Sacanell, V. lo sabrá sin necesidad de mí. <
—Le digo á V. que no.
—Vamos, señores, basta de disputas, cuenten Vds. cada uno lo que sepa y adelante.
II.
Santa María del Mar.
Pues señor, vuelvo á repetir que es muy bonita fachada— volvió á decir Azara que
seguía absorto en su contemplación.
—Si que lo es, y parece que convida á penetrar en el templo: es uno de los mas
simpáticos, si así puedo expresarme, que existen en Barcelona.
—Tiene razón el amigo Sacanell, y no podemos juzgarle de exagerado ni de parcial en lo que á esto se refiere.
—Y creo que tampoco en lo que sucesivamente les vaya enseñando, amigo D. Agustín ,—repuso Sacanell;—en el tiempo que hace que vamos viajando, he tenido ocasión
de modificar algún tanto mis exageradas simpatías respecto á mi patria, y me parece
que hoy conozco suficientemente lo mucho bueno que tiene, y los defectos de que adolece.
—Virtud no común por cierto, pues generalmente lo nuestro nos parece mejor que
lo de los demás.
—Según y como,—dijo D. Cleto,—hoy existe una marcada tendencia á elogiar y á
encontrar buenísimo todo lo extranjero, rebajando de una manera deplorable lo que es
del país.
—Pero ¿quién hace eso? Una colección de títeres que quieren con eso darse ínfulas de hombres entendidos.
—Dispense V., D. Antonio, no son tan títeres; personas muy graves, de una alta
posición, y aun si me apura V., de talento, los encuentra que rinden un culto ciego
á todo lo que es extranjero, y menosprecian y censuran lo nacional.
—Es verdad, y esos son los que hacen mas daño precisamente, porque de los tontos, como mi primo, no suele hacerse gran caso, pero de una persona de cierta edad
y en ciertas condiciones de respetabilidad, frases así de elogio ó de censura, se escuchan con bastante atención, y son repetidas casi siempre.
—Sin embargo, tampoco por un exagerado amor patrio debemos asegurar en absoluto que no tienen razón en algunas de las cosas que elogian del extranjero, y que
censuran de nuestro país; yo he viajado, Vds. también y podemos apreciar debidamente lo que en uno y otro sitio sucede.
—Pero señores, ¿vamos ahora á sostener una discusión al aire libre sobre una incidencia que hasta cierto punto nada tiene que ver con el asunto principal que aquí
nos trae?
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—Tiene razón Azara, nos olvidábamos, en primer lugar, que estamos á la puerta
de Santa María del Mar, y en segundo, que tenemos aquí señoras que forzosamente
deben estar aburriéndose de escuchar nuestra charla.
— Lo que es por nosotras están Vds. dispensados,—dijo D.a Engracia,
Fachada de Santa María del Mar.
—Nosotras sí que no entramos ni salimos en eso, porque como mi pariente y yo
enfamas hemos visto otras tierras que las nuestras, nos ha pareció siempre mu güeno lo
que hemos visto hasta ahora,—añadió D.a Robustiana.
—Con que fijémonos si á Yds. les parece en la fachada de Santa María,—dijo Sacanell, tratando de que las frases de la esposa de Pascual no volvieran de nuevo á desviar la cuestión de su verdadero terreno.
—Son bonitas esas torres que se elevan en los ángulos de la fachada.
—Lo que han de observar Vds. es el primor y la ligereza que resplandece, especialmente en los últimos cuerpos.
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Cierto, reparen Vds. en aquella multitud de ventanitas que á su vez se hallan
coronadas por aquella barandilla calada con tanta delicadeza.
Efectivamente, los elogios de nuestros viajeros no tenian nada de exagerados.
Aquellas dos altas torres ó campaniles, airosos y esbeltos, elevándose en los ángulos
de la fachada; la portada constituida por una ojiva en degradación con multitud de
columnitas y bien trabajados arcos; los graciosos doseletes que cobijan las imágenes de
san Pedro y san Pablo; el rosetón que entre los dos estribos que suben por los lados se abre transmitiendo la luz al interior del santuario, y el grupo de tres estatuas
representando á Jesucristo con la Virgen y san Juan á entrambos lados, que resalta debajo de la ojiva, constituyen uno de los mas graciosos, elegantes y severos conjuntos
que pueden ofrecerse á la vista.
Otra puerta hay también digna de llamar la atención que es la que se halla al opuesto extremo de la iglesia, detras del ábside, y que facilita el ingreso á la misma por la
plaza del Borne.
Entre dos pilares ornados con caprichosos trabajos que se armonizan perfectamente con los follajes y flores que resplandecen en los capiteles de airosas columnitas, se ve
una imagen de la Purísima Concepción bajo un dosel formado por un ramillete tan
bien concebido como bien ejecutado, ramillete que á su vez sirve de remate á la preciosa ojiva en degradación, que constituye la puerta principal del sitio que hablamos.
Las dos laterales, aun cuando mas anchas que esta, no reúnen la bella sencillez
que en aquella resplandece; arcos en degradación sostenidos por varias columnitas ceñidas por ligeros capiteles, y encima de cada una un ramillete del mismo género que
el mencionado ya, forman estas dos puertas laterales.
Antes de penetrar en el interior del templo nos parece justo ocuparnos, aun cuando sea ligeramente , de su historia.
La Santa María del Mar que nuestra absorta mirada contempla hoy, no es el primitivo templo edificado sobre aquella misma área en remotos tiempos.
Hacia la parte oriental de Barcelona, no muy lejos de las murallas que entonces
constituian el primer recinto de la ciudad , alzábase en los primeros tiempos del Cristianismo , una modesta capilla que los primitivos fieles habían erigido bajo la advocación de la Virgen María de las Arenas, puesto que sobre las arenas de la playa estaba
edificada.
Perdida en esa noche tenebrosa de los tiempos donde tantas fundaciones y tantos
hechos permanecen sin poderse precisar, la fecha de la creación de aquella capilla no
puede fijarse con seguridad.
Natural parece que á consecuencia del edicto de Constantino el Grande, en el año 313,
concediendo á los cristianos permiso para edificar templos donde se rindiera culto al
verdadero Dios, fuera hija de esto la creación de aquella.
Como para la construcción de estas iglesias se buscaban siempre aquellos sitios que
habian sido regados ya con la sangre de los mártires, la capilla ó ermita de la Yírgen
de las Arenas, alzóse sobre el mismo terreno en que fue sepultado el cuerpo de santa
Eulalia por san Félix y sus parientes.
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