JUNTOS HACEMOS IGLESIA

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JUNTOS HACEMOS IGLESIA
Nunca digas, no sé, no valgo, no
puedo,
no tengo fuerzas, no entiendo,
esas cosas son para los que saben.
Para hacer Iglesia y Pueblo
todos
valemos,
sabemos
y
podemos.
Si tienes cinco... pon cinco;
si tienes dos... pon dos;
si tienes uno... pon uno.
Si eres ciego... sostén al que es
cojo;
si eres cojo... guía al que es ciego;
si eres cojo y ciego... aún puedes
cantar
que no es poco en tiempos de
desencanto.
Sé valiente y humilde
para descubrir y reconocer tu don;
acéptalo y acéptate a ti mismo con
él.
Si Dios te dio corazón,
que tu boca no falte en la hora de la
fraternidad.
Si te dio alegría,
que tu alegría no falte en la fiesta de
los pobres.
Si Dios te hizo reflexivo, que tu
reflexión
no falte a la hora de medir los pasos
para conseguir un mañana mejor.
Si Dios te hizo entendido, aporta
tu entendimiento para que el pueblo
crezca.
Si Dios te hizo capaz de crear
unidad,
pon esa habilidad
al servicio de la unidad que nos
libera.
¡Anímate!
Juntos hacemos Pueblo.
Juntos hacemos Iglesia.
Palabra de Dios
Yo -que estoy preso por la causa del Señor- os pido que caminéis de una
manera digna de la vocación que habéis recibido. Sed humildes, amables y
pacientes. Soportaos unos a otros con amor. Esforzaos por mantener la
unidad del espíritu con el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un
solo Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados. Hay un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios, padre de todos, que
está sobre todos, por todos y en todos.
Pero cada uno de nosotros hemos recibido un don en la medida en
que Cristo nos lo ha querido dar. Él a unos constituyó apóstoles; a otros,
profetas; a unos evangelistas, y a otros pastores y maestros, a fin de
perfeccionar a los cristianos en la obra de su ministerio y en la edificación del
cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y
al conocimiento completo del Hijo de Dios, y a constituir el estado
del hombre perfecto a la medida de la edad de la plenitud de Cristo, para que
no seamos niños vacilantes y no nos dejemos arrastrar por ningún viento de
doctrina al capricho de gente astuta que induce al error; antes al contrario,
practicando sinceramente el amor, crezcamos en todos los sentidos hacia
aquel que es la cabeza, Cristo. Por él, el cuerpo entero, trabado y
unido por medio de todos sus ligamentos, según la actividad
propia de cada miembro, crece y se desarrolla en el amor.
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