Sociedad Muere Abbas Kiarostami, el padre del nuevo cine iraní El realizador de El sabor de la cereza y ganador d la Palma de Oro en Cannes murió ayer en París a los 76 años debido a un cáncer intestinal. Congreso lanza nuevo disco [41] ESPECTACULOS 20 años de la oveja Dolly FOTO: AFP [42-43] TENDENCIAS Rodrigo González M. En el año 2005 el realizador Abbas Kiarostami contaba en una entrevista al diario británico The Guardian que su preferencia por las fábulas y las aldeas, por los niños, las conversaciones largas y los árboles, tenía que ver con su primer empleo en el Departamento para el Desarrollo de los Niños y Jóvenes del gobierno iraní: “Supuestamente teníamos que hacer películas que lidiaran con los problemas de la infancia. Al principio era sólo un trabajo, pero luego me di cuenta que ahí nací como artista”. Aquel empleo a primera vista burocrático vio nacer además al más visible e influyente de los cineastas iraníes, el hombre capaz de abrirle las puertas a una generación sobresaliente y quien, a diferencia de algunos de sus compatriotas, nunca quiso abandonar Irán. Irónicamente, Kiarostami murió ayer lejos de casa, en París, ciudad en la que estaba para tratarse el cáncer gastrointestinal que le habían detectado en marzo. Tras una serie de operaciones infructuosas en Teherán, Kiarostami y su familia habían viajado el pasado lunes a la capital francesa para continuar el tratamiento. La información sobre el deceso del director de 76 años fue confirmada por la Casa del Cine de Irán, organismo oficial del régimen. Como varios de sus contemporáneos connacionales, Abbas Kiarostami supo adaptarse sagazmente a las imposiciones y censura del gobierno iraní post revolucionario. Sus películas, casi siempre ejemplos de austeridad de medios y grandeza de espíritu, dejaban ver veladamente críticas a la intolerancia religiosa o política. Un ejemplo fue Ten (2002), donde una mujer lleva en auto a distintos pasajeros por todo Teherán: hay novias, prostitutas, esposas; todas maltratadas o heridas de alguna forma. La influencia de Abbas Kiarostami es inmensa dentro del cine mundial (ciertamente en el latinoamericano) y, por supuesto, en su propio país. Algunas de las primeras reacciones tras su muerte fueron de los directores Asghar Farhadi (La separación) y Mohsen Makhmalbaf (Kandahar). “No sólo era un cineasta; era un místico moderno en el cine y en su vida privada. Definitivamente pavimentó el camino para los otros e influyó a mucha gente. No es sólo el cine el que ha perdido a un gran hombre; es el mundo entero el que ya no tiene a alguien realmente superior”, afirmó Farhadi, que este año se llevó dos premios en Cannes por Le client. Makhmalbaf, en tanto, resaltó el rol pionero del director en la historia del cine de su país. “Kiarostami le dio al cine iraní la credibilidad internacional de la que goza hoy. Desgraciadamente su cine no se ve mucho en Irán. Cambió el mundo del cine, lo refrescó y lo humanizó en contraste con la cruda y tosca versión de Hollywood”, dijo el realizador al diario inglés The Guardian. Tras aquellos lentes oscuros que eran su inconfundible carta de presentación física, había un dedicado lector de poesía iraní y un admirador del cineasta japonés Yasujiro Ozu. Kiarostami gustaba de los planos extendidos del maestro nipón y consideraba que ahí residía la naturaleza de su autenticidad. En sus propias películas traspasó aquellas influencias y también incorporó su sello: predilección por las escenas en autos, pasajes donde sólo se ve uno de los personajes, gusto por los villorrios, fascinación por el cruce SIGUE EN PAG. 38 R