Muere Abbas Kiarostami, el padre del nuevo cine iraní

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Sociedad
Muere Abbas
Kiarostami, el
padre del nuevo
cine iraní
El realizador de El sabor de la cereza y ganador d la
Palma de Oro en Cannes murió ayer en París a los 76
años debido a un cáncer intestinal.
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FOTO: AFP
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Rodrigo González M.
En el año 2005 el realizador Abbas
Kiarostami contaba en una entrevista al diario británico The Guardian que su preferencia por las fábulas y las aldeas, por los niños, las
conversaciones largas y los árboles, tenía que ver con su primer
empleo en el Departamento para
el Desarrollo de los Niños y Jóvenes del gobierno iraní: “Supuestamente teníamos que hacer películas que lidiaran con los problemas
de la infancia. Al principio era sólo
un trabajo, pero luego me di cuenta que ahí nací como artista”.
Aquel empleo a primera vista burocrático vio nacer además al más
visible e influyente de los cineastas iraníes, el hombre capaz de
abrirle las puertas a una generación sobresaliente y quien, a diferencia de algunos de sus compatriotas, nunca quiso abandonar
Irán. Irónicamente, Kiarostami
murió ayer lejos de casa, en París,
ciudad en la que estaba para tratarse el cáncer gastrointestinal que
le habían detectado en marzo. Tras
una serie de operaciones infructuosas en Teherán, Kiarostami y su
familia habían viajado el pasado
lunes a la capital francesa para
continuar el tratamiento. La información sobre el deceso del director de 76 años fue confirmada por
la Casa del Cine de Irán, organismo oficial del régimen.
Como varios de sus contemporáneos connacionales, Abbas Kiarostami supo adaptarse sagazmente a
las imposiciones y censura del gobierno iraní post revolucionario.
Sus películas, casi siempre ejemplos de austeridad de medios y
grandeza de espíritu, dejaban ver
veladamente críticas a la intolerancia religiosa o política. Un ejemplo fue Ten (2002), donde una mujer lleva en auto a distintos pasajeros por todo Teherán: hay novias,
prostitutas, esposas; todas maltratadas o heridas de alguna forma.
La influencia de Abbas Kiarostami es inmensa dentro del cine
mundial (ciertamente en el latinoamericano) y, por supuesto, en su
propio país. Algunas de las primeras reacciones tras su muerte
fueron de los directores Asghar
Farhadi (La separación) y Mohsen
Makhmalbaf (Kandahar). “No sólo
era un cineasta; era un místico
moderno en el cine y en su vida
privada. Definitivamente pavimentó el camino para los otros e
influyó a mucha gente. No es sólo
el cine el que ha perdido a un gran
hombre; es el mundo entero el que
ya no tiene a alguien realmente
superior”, afirmó Farhadi, que este
año se llevó dos premios en Cannes
por Le client.
Makhmalbaf, en tanto, resaltó el
rol pionero del director en la historia del cine de su país. “Kiarostami le dio al cine iraní la credibilidad internacional de la que goza
hoy. Desgraciadamente su cine no
se ve mucho en Irán. Cambió el
mundo del cine, lo refrescó y lo humanizó en contraste con la cruda
y tosca versión de Hollywood”,
dijo el realizador al diario inglés
The Guardian.
Tras aquellos lentes oscuros que
eran su inconfundible carta de presentación física, había un dedicado lector de poesía iraní y un admirador del cineasta japonés Yasujiro Ozu. Kiarostami gustaba de
los planos extendidos del maestro
nipón y consideraba que ahí residía la naturaleza de su autenticidad. En sus propias películas traspasó aquellas influencias y también incorporó su sello:
predilección por las escenas en autos, pasajes donde sólo se ve uno
de los personajes, gusto por los villorrios, fascinación por el cruce
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