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CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LOS NIÑOS
PEPA HORNO
Es la responsable de la promoción y protección de los derechos de la infancia
en Save the Children. Esta sicóloga ha impartido sus talleres sobre educación
sin violencia en medio mundo. El afecto es la moneda corriente en su vida
personal y profesional.
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por: Gabriela Cañas, El País Semanal
¿Quién enseña a ser padre? ¿Cómo se educa a un hijo
sin darle jamás una bofetada? ¿Hay alguna manera de
salir del infierno de una mala convivencia y de la
sensación de fracaso con los propios hijos? ¿Se puede
evitar o al menos prevenir que nuestros niños sufran
abuso sexual? ¿Cómo ser dialogante sin perder la
autoridad?
Pepa Horno tiene muchas respuestas a estas preguntas que todos los padres se
hacen alguna vez. Su especialidad es la violencia contra los niños, pero en realidad las
claves de su lucha hacia las agresiones que sufren los menores, son una suerte de
verdad universal que puede ser de gran ayuda para educar correctamente en un
ambiente ya exento de agresividad. Todo está en el afecto, la coherencia y la
autoridad para que los pequeños crezcan confiados y seguros con reglas que les
marquen el camino.
Dicho así suena fácil. Pero Pepa Horno sabe que no lo es. No obstante, lanza un
mensaje optimista hacia el padre que se siente fracasado: que pida perdón a su hijo y
empiece de nuevo. Todo e lmundo tiene derecho a recomenzar, y muchas veces ni
siquiera hace falta la ayuda de un sicólogo para hacerlo. Horno trabaja desde hace 10
años para la que quizás sea la ONG más importante del mundo en la defensa de los
derechos del niño, Save the Children (Salva a los Niños), con oficinas en 27 países y
proyectos en 120. Muchos padres cuestionaban sus teorías por no tener hijos. Ahora
tiene uno y proclama con orgullo: “Al ser madre, no he tenido que desdecirme de nada.
Quizás es verdad, digo las cosas de otra manera”.
Coordinó la campaña nacional realizada bajo el lema “Educa, No Pegues” en un país
en el que entre el 50% y el 60% de los padres consideran que hay que golpear a los
niños de vez en cuando. La organización exportó el modelo de la campaña española a
varios países, de modo que Horno, después de recorrer varios pueblos de España,
impartió sus talleres en el sureste asiático y en Latinoamérica. Es autora de varios
libros, como Educando el Afecto y en definitiva, a sus 36 años, es una autoridad en la
materia.
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–Usted recorrió un montón de sitios con su campaña. ¿Detectó que realmente la
violencia contra los niños estaba tan extendida?
–Cuando empezamos en 1999, nadie hablaba del asunto y el Código Civil español
permitía la violencia en el seno familiar. Después de tres años de campaña, la gente
empezó al menos a discutir sobre ello. Recuerdo que un día me encontré en el metro
con gente que conversaba sobre esta cuestión. Estaban claramente en contra de lo
que nosotros defendíamos, pero al menos lo decían. Fue impresionante. Nos dimos
cuenta de hasta qué punto el maltrato físico a los niños estaba arraigado en nuestra
cultura. Ahora las cosas están cambiando. Las personas, mayoritariamente, dicen:
“Vale, tienes razón. No hay que pegar a los niños, pero entonces ¿qué hago?, ¿cómo
lo manejo?”. El cambio es real. Yo no aspiro a que nadie grite a sus hijos o no les
peguen jamás, sino a que pase de considerar que es su derecho como padre e,
incluso, su obligación educativa, a entender que es un error. Todos en un determinado
momento perdemos el control, los nervios, pero lo que no podemos hacer es
justificarlo como algo bueno, sino como una falta de herramientas en ese momento
para manejar la situación. A partir de esa conciencia, todos los programas funcionan.
Nosotros impartimos talleres de entre 12 y 15 horas de formación (día y medio) y
percibes el cambio en esas pocas horas. Los padres reaccionan enseguida
positivamente y las familias cambian de conducta.
–Muchos padres se jactan de haber recibido una educación mucho más dura y
de no haber salido tan mal parados.
–Es un cambio difícil. Hace 20 años también todo el mundo consideraba que era
normal que los profesores pegaran a los alumnos y hoy día a todo el mundo le parece
aberrante. La violencia ya sólo se justifica en casa. Los padres creen tener ese
derecho a golpear, cuando ellos deberían ser los últimos en hacerlo. Hay que
convencerlos de que es una cuestión de derechos humanos, de que yo no puedo
permitir con mi hijo cosas que nunca permitiría conmigo. Yo nunca dejaría que alguien
me pegara, me insultara o me gritara. ¿Por qué lo voy a hacer con mi hijo? Para
educarles no necesito golpearles, sino ponerles normas y límites (ése es su derecho
para crecer adecuadamente).
–¿Qué consecuencias tiene para los niños esa violencia?
–Hay muchas, pero me preocupa especialmente el vínculo que se establece entre el
amor y la violencia. Tenemos interiorizados mensajes como el de “lo hago por tu bien”
o “quien bien te quiere te hará llorar”. No nos damos cuenta de que inconscientemente
transmitimos ese mensaje. También que la violencia es un modo de resolver los
problemas. Golpeamos a un hijo, porque ha pegado a un compañero en el colegio. Así
enseñamos que la violencia es una estrategia.
–La violencia puede ser doblemente letal para las niñas, que de mayores
buscarán parejas que sean violentas con ellas.
–Se cree que las niñas aprenden el papel de víctima, y los niños, el de agresor. Eso no
es real. Tenemos chicas que cometen agresiones y niños que son víctimas. Las
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estadísticas de maltrato infantil demuestran que la agresividad más frecuente la
ejercen más mujeres que hombres. Sólo en la agresión sexual hay una mayoría de
agresores hombres. A las organizaciones femeninas les debo muchísimo como mujer
y como profesional, pero no sólo hay violencia de género, y la violencia contra los
niños es una cuestión del manejo del poder en las relaciones personales.
–Una estrategia muy extendida es la de amenazar al niño con un castigo físico
que muchas veces no se cumple. Pero son frases desagradables, como la del “o
vienes o te las doy”.
–Eso es castigo sicológico, como lo es amenazar a un niño con dejarle de querer, con
abandonarle o decirle “ojalá no hubieras nacido”. Son frases que la gente dice con una
enorme facilidad. No hay nada peor para un menor que su padre o su madre le diga
que le va a dejar de querer. El afecto es algo que jamás debería ser cuestionado. Se
pueden cuestionar las conductas, pero no el afecto y la relación con ellos. La violencia
sicológica utiliza el afecto. La manipulación es también violencia sicológica. Los niños
pueden recibir un castigo por lo que han hecho mal y aprender la consecuencia de sus
acciones. Hay una gran diferencia entre decir a alguien “eres” malo o “tal cosa la has
hecho mal”.
–Los tipos de amenaza que usted menciona son terribles.
–Cuando hicimos el estudio Amor, Poder y Violencia, identificamos 32 formas de
castigo físico y sicológico en todo el mundo, de las cuales 23 eran universales. O sea,
se castiga del mismo modo aquí, en Laos o en Argentina… La violencia contra los
niños es de dimensión universal. Tiene que ver con el manejo del poder.
–¿Por eso pegamos?
–Sí. El amor es una moneda de dos caras. Se puede utilizar el amor de alguien para
hacerle feliz o para hacerle daño. Y es el mismo amor. Si uno discute con su pareja y
le dice algo que sabe que le va a doler, algo que el otro le contó en un contexto de
intimidad y confianza, entonces está siendo violento, aunque no le ponga la mano
encima. El poder es la capacidad para influir, y se puede ejercer para bien o para mal.
Yo puedo levantarme por la mañana y saludar a mi pareja con un beso o mirarle y
decirle: “¡Qué pinta llevas hoy!”. Puedo hacer que su día empiece bien o mal. Las
formas más sutiles de violencia forman parte de nuestra vida diaria. La manipulación,
el engaño, el abuso de la intimidad… Todos empleamos esas estrategias cuando
perdemos el control.
–El problema con los hijos es encontrar la alternativa.
Nadie nos enseña a ser padres.
–Me pregunto cómo es posible que nos den clases de
preparación para el parto y no nos enseñen a ser padres.
Cómo es posible que en las escuelas haya clases de
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educación sexual y, sin embargo, no se enseñe educación afectiva. Los niños pueden
convertirse en víctimas, pero también en agresores y tienen que ser capaces de
reconocer todo esto. Nosotros estamos proponiendo un acompañamiento durante los
dos primeros años del menor, similar al seguimiento sanitario, y estamos proponiendo
el permiso de paternidad para que el niño tenga la misma relación con su padre que
con su madre. Porque los niños tienen derecho a estar con sus padres tanto como lo
están con sus madres, y es importante que ellos puedan pasar tiempo con sus hijos.
Porque si llegan agotados a las 10 de la noche, será imposible educarlos. Incluso,
estarán ya acostados y el fin de semana el padre no querrá discutir con él o con ella y
le dará lo que quiera con tal de evitarlo.
–Usted dijo una vez una frase muy dura: “Si no tienes tiempo para los hijos, no
los tengas”.
El tiempo es imprescindible para educar a un niño. Si no puedo estar con mis hijos, los
educarán otras personas, no yo.
Autoridad no es violencia
–Frente a la violencia contra los niños hay también un modo de actuar, que es el
permitir que los hijos se conviertan en los tiranos de la casa, lo que suele
terminar en fracaso.
–Cuidado, porque equiparar la ausencia de violencia con ausencia de autoridad es un
error. Como antes decía, las normas y los límites son un derecho de los niños. No es
mi derecho. Es que él necesita normas para desarrollarse adecuadamente y si no se
las impongo, estoy siendo violenta con él del mismo modo que si se lo hago a la
fuerza. Violencia es todo lo que daña el desarrollo de una persona. Es negativo seguir
preparando la comida a un hijo de 30 años o plancharle las camisas, en vez de
enseñarle a planchar. La autoridad no es negociable. El afecto, la coherencia y la
autoridad son elementos esenciales para educar a una persona. Yo educo en lo que
hago, no en lo que digo.
–Suena fácil, pero no lo es, sobre todo cuando uno mismo es el protagonista.
Quizás verlo en los demás es más evidente.
–No, no es fácil. Uno de los cambios más interesantes que yo he vivido en estos 10
años, ha sido el de ser madre. Al empezar mi carrera, quedaba deslegitimada cuando
sabían que no era mamá, y me decían que cuando lo fuera lo entendería. Una de las
cosas más bonitas que me ha pasado es que, al ser madre, no he tenido que
desdecirme de nada. Ahora hay cosas que las digo diferentes. Pero también me
gustaría añadir que hay muchísima gente que educa a sus hijos sin ponerles jamás la
mano encima. Muchísima. Lo importante es saber que se pueden cometer errores,
perder el control. Yo lo he perdido con mi hijo. A continuación le he pedido perdón,
porque nada de lo que había hecho justificaba que yo le gritara. Justificaba el castigo y
la reprimenda, por supuesto, pero no el grito. Y menos, golpear. Nadie tiene derecho a
pegar a otra persona. Nadie.
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–Pero en casa, normalmente hay dos adultos y no siempre están ambos de
acuerdo en cómo educar al niño.
–Por supuesto. Y están también los abuelos, que hoy desarrollan una labor educativa
clarísima. Hay que consensuar con todos, pues de lo contrario los hijos aprenden a
quién pedir cada cosa para obtenerla.
–En algunas escuelas, los profesores se sienten acorralados. Los padres
cuestionan su autoridad.
–Me preocupa la tendencia derrotista y negativa del mundo educativo que se ha
instalado en nuestra sociedad. Hay profesores que gozan del respeto de sus alumnos
y no tienen ningún problema para manejar el aula, y hay otros que han perdido el
control. Eso lo ha existido siempre. Los padres tienen hoy una relación muchísimo más
íntima y afectiva con los niños que antes y se implican más en la escuela. Hoy los
profesores se quejan de que los padres no participan, pero –cuidado– ¿cuántos lo
hacían hace 50 años? La educación de los niños ha ido mejorando. Es verdad que
hemos retrocedido en la pérdida de autoridad.
–¿Cómo llegó usted hasta aquí?
–Tenía muy claro, desde que terminé de estudiar sicología, que quería dedicarme a
los niños. Ya durante la carrera trabajé con niños maltratados y con menores
seropositivos. Me especialicé, por un cúmulo de casualidades, en el maltrato.
–¿No le resultaba deprimente?
–No, porque percibes que salvas vidas. Para mí no hay nada que pese más en el otro
lado de la balanza que coger a un niño que está solo, desesperado, que vive un
infierno que no podemos imaginar y proporcionarle una salida y una oportunidad.
–Pero me imagino que también habrá fracasos.
–Por supuesto. Tienes que aprender a vivir con la impotencia, pero cuando me voy a
la cama pienso que al menos he puesto todo mi empeño en lograr algo y te quedan las
caras en lamente y en el corazón, que son a las que te aferras cuando quieres tirar la
toalla.
Enseñándoles a protegerse
–¿Pueden los padres prevenir los abusos sexuales?
–Sí. Siempre habrá gente que quiera abusar sexualmente de los niños, y nosotros
podemos darles las herramientas para prevenirlo. Éste debería ser un asunto a tratar
en todas las carreras que tengan que ver con niños: médicos, abogados, sicólogos,
educadores, trabajadores sociales… En medicina, por ejemplo, los alumnos estudian
síndromes que afectan a uno por 1 millón, y en cambio este problema, que afecta a un
20% de la población, no lo estudian. Un pediatra va a ver, sí o sí, casos de maltrato. Si
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no le formo, ¿cómo lo va a ver? Debería ser parte de su educación, y a los niños hay
que hablarles de esto.
–¿No pasa nada cuando se le traspasa a los hijos los miedos propios?
–Es que no se trata de trasladar los miedos, sino de trasladar la realidad, y esta no es
una burbuja.
–Así que habría que advertir a los pequeños sobre los peligros que les acechan.
–Más que decirles que tengan cuidado, hay que explicarles que nadie tiene derecho a
que te toquen si tú no quieres. Nadie tiene derecho a tocarte en determinadas partes
ni a desnudarte. Se trata de contarles que estas cosas existen, que nos gustaría que
fuera de otra manera, pero en el mundo real habrá siempre gente que te quiera mucho
y otra que querrá hacerte daño. Y es importante que tu hijo sepa que si alguien intenta
hacerle daño, tú vas a estar ahí siempre, a su lado, y que puede contártelo a la mínima
sospecha porque puede confiar en ti. Ese mensaje debe ser claro.
–Supongo que generar esa relación de confianza es crucial.
–Sí. Es el primer mensaje de prevención del abuso. Porque, además, todos los niños
víctimas de abusos se sienten culpables, ya que el abusador o la abusadora se las
apañan para hacer que crean que lo son, que se lo han buscado.
–Así que también sería bueno advertirles de ello.
–Claro. Que sepan que nunca será responsabilidad suya y que, pase lo que pase, tú
siempre vas a estar ahí.
–Si yo fuera una madre desesperada, con unos hijos que son un desastre, con la
sensación de haberlo hecho todo mal…
–El primer paso es sentarse delante de sus hijos y ofrecerles disculpas. La gente
necesita poder empezar de nuevo, y para eso hay que perdonar y ser perdonado.
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