Venezuela desde 1498 hasta 2008

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Eduardo Casanova
El Paraíso Burlado
(Venezuela desde 1498 hasta 2008)
I
El Paraíso Partido
(Venezuela antes de la Independencia)
Final de fiesta
El 19 de abril de 1810 se produjo el primer golpe de estado exitoso de la historia de
Venezuela, pero no fue un golpe a favor de la Independencia, sino en defensa de los
derechos del rey de España. Hablar, por lo tanto, de patriotismo venezolano en
relación a esa fecha, no refleja del todo la realidad. Fue más bien un enfrentamiento
entre los adversarios de la revolución francesa y sus partidarios, en el que Francisco
Salias, que fue el protagonista criollo del hecho, se oponía a la Revolución, y Vicente
Emparan, el protagonista español, la defendía.
Francisco Salias (1785-1834), tal como sus hermanos, Vicente (1776-1814), Pedro
(muerto en 1814) y Juan (muerto en 1816), parece un personaje de drama o de ópera
o de novela, creado por un poeta o por un narrador únicamente para su fugaz
aparición el Jueves Santo 19 de abril de 1810, cuando en gesto que la posteridad ha
fijado como eminentemente teatral (o novelesco), detuvo al gobernador y capitán
general Vicente Emparan frente a la puerta de la Catedral, a pocos pasos de la torre, le
señaló la antigua Cárcel Real, sede del Ayuntamiento y prácticamente lo obligó a
regresar al sitio en donde debía seguir reunido el Cabildo, a no ser porque pocos
minutos antes Emparan había suspendido una reunión convocada por los patriotas con
el objeto de tomar una decisión ante las graves noticias que acababan de llegar a la
ciudad, pues el 17 de abril se supo de manera oficial que los franceses habían tomado
Sevilla, se había disuelto la Junta Suprema de España y se había formado el Consejo
de Regencia. Ese mismo día, o el siguiente, llegaron a Caracas los quiteños Antonio de
Villavicencio y Carlos Montúfar y el español José Cos de Iriberriz, con noticias
concretas acerca de la situación, que venían a dar la razón a quienes afirmaban que la
invasión francesa de España disolvía el vínculo de la América española con la
metrópoli, pues éste era con el rey en persona, y no con un usurpador, lo cual, desde
luego, era en muchos casos una forma ajustada a derecho de independizarse, de hacer
que se materializaran en Caracas y en Venezuela las prédicas que desde el extranjero
habían regado Francisco de Miranda y otros visionarios. Emparan, que era amigo
personal de casi todos los que así pensaban y había sido liberal y hasta francófilo, y
que pocos días antes había confinado en sus haciendas, entre otros a Simón y Juan
Vicente Bolívar al serle delatada la "conspiración de la Casa de Misericordia" (2 de abril
de 1810), entendió perfectamente hacia dónde se dirigían los acontecimientos y hasta
supo, por una delación o una indiscreción, que durante el 18 y hasta la madrugada del
19 se habían realizado varias reuniones en las que los conjurados decidieron utilizar el
hecho de que el gobernador y capitán general tendría que ir al Cabildo Municipal y a la
Catedral durante las ceremonias religiosas del Jueves Santo, para plantear en términos
conflictivos la situación. Situación que, por otra parte, no tenía nada de novedad,
puesto que en la Metrópoli venía debatiéndose el asunto desde hacía no menos de tres
años, por lo que era poco menos que imposible, a pesar de las barreras culturales que
los gobernantes pretendieron imponer, que en la América española se ignorara de
manera total la realidad de la Península y del continente europeo. Emparan lo sabía, y
no se hacía ilusiones. Por debilidad, o porque su información no era completa, cuando
la realidad le estalló en la cara permitió que se iniciara la reunión del Cabildo y que se
discutiera la situación en términos muy precisos, pero a las nueve de la mañana,
consciente de que todo tomaba un giro muy peligroso para su autoridad, cortó de raíz
el debate con el alegato de que debía asistir a los oficios divinos en la Catedral.
Acompañado por el Cabildo en pleno, y en medio de un ambiente de agitación e
inquietud, atravesó la Plaza Mayor, de Oeste a Este entre gentes que gritaban "¡A
Cabildo, a Cabildo!", y fue entonces, al llegar a pocos pasos de la puerta de la Catedral
(y de la esquina de La Torre), cuando Francisco Salias, con gesto decidido, lo hizo
regresar a las casas consistoriales. Hubo un momento especialmente tenso, cuando los
granaderos, formados ante el templo, se prepararon para cargar en defensa de
Emparan, primera autoridad civil y militar de la Capitanía General, pero su jefe, el
capitán Luis de Ponte, pariente de los Bolívar y los Tovar, les ordenó quedarse en
posición de firmes, con lo cual Emparan se enteró, ya sin duda alguna, de que se
acababa de consumar un golpe de estado y no le quedaba otro camino que ceder,
regresar al Ayuntamiento, ubicado en donde hoy vemos la Casa Amarilla, y tratar de
ganar un tiempo que ya lo había condenado a la derrota. De manera que la acción
principal del primer verdadero golpe militar de Venezuela tuvo lugar en la esquina de
La Torre, a pocos pasos de la puerta principal de la Catedral de Caracas. Las otras
acciones, en especial las deliberaciones y debates que se produjeron luego de que
Emparan, el Intendente Vicente Basadre y los otros españoles peninsulares fueron
sacados del lugar, y que condujeron a un nuevo gobierno y, por ende, al nacimiento de
una y varias naciones americanas libres.
Emparan era consciente de que su situación no tenía salida cuando entró de nuevo al
debate del Cabildo. Afuera, en la Plaza, los Salias, Francisco Javier Yanes, Juan
Germán Roscio, José Félix Ribas, Tomás y Mariano Montilla, José Félix Blanco, J.J.
Mujica (llamado "El Pueblo"), Juan Trimiño y muchos más, hablaban con la multitud y
sembraban sus ideas. Agitaban las masas. No estaban Simón Bolívar, su hermano Juan
Vicente y otros que desde tiempo atrás venían preparando el terreno para ese día,
porque el gobernador Emparan los había detenido y confinado a distintas haciendas y
lugares de reclusión a raíz de la llamada Conspiración de la Casa de Misericordia, que
había sido un claro anuncio de la Revolución del Jueves Santo. Con las noticias
llegadas de España empezaba, definitivamente, una nueva etapa para la América
española. Emparan representaba un gobierno inexistente y los venezolanos ya no eran
súbditos de rey alguno, decía la mayoría de los cabildantes, que en previsión de
reluctancia por parte de las autoridades ahora defenestradas, hicieron comparecer a
ellos a los altos jefes españoles. Muchos de ellos trataron de ofrecer resistencia, pero
fue inútil. Todo aquello estaba decidido antes de empezar. Hicieron presentarse
también a las cabezas de los tres conventos de hombres (franciscanos, mercedarios y
agustinos) y al rector del Seminario Arquidiocesano. Dos sedicentes "diputados del
clero", José Cortés de Madariaga (que ese día entró en la historia como contraparte de
Emparan, es decir, como vencedor; y que poco después saldría a Bogotá en misión
diplomática del nuevo gobierno y en el camino sería excomulgado; a la caída de la
Primera República, fue enviado a España como uno de los "ocho monstruos", que
después vivirían grandes aventuras como la de escapar y ser recapturados; murió en
Río Hacha, Colombia, en 1826, poco después de pasar por Santa Marta en donde casi
cinco años después moriría Bolívar, quien, por cierto, consideraba a Madariaga loco) y
Francisco José Ribas, se unirían allí a Juan Germán Roscio y José Félix Sosa, que se
decían diputados del pueblo, y a los terratenientes mantuanos Francisco Javier de
Ustáriz y José Félix Ribas, quien, vaya uno a saber por qué, se declaró diputado de los
pardos (oficio que llegó a tomarse en serio, como muy en serio se tomó su condición
de revolucionario, que quién sabe a dónde lo hubiera llevado si no es capturado y
asesinado por los realistas en Tucupido el 31 de enero de 1815, después de haber
triunfado en la batalla de La Victoria y habérsele alzado a su sobrino político Simón
Bolívar junto con Piar y Bermúdez). Estaban también en la sala varios jefes militares
conjurados, como Lino de Clemente. Nicolás de Castro y Juan Pablo Ayala, todos
blancos criollos. En un momento dado pareció que los hechos se les iban de la mano a
los revolucionarios, cuando se habló de una Junta presidida por Emparan, pero el cura
Cortés de Madariaga se enfrentó hasta con violencia al capitán general, y es entonces
cuando parece haber habido una voluntad teatral en los protagonistas de aquello:
Emparan se asoma al balcón en busca de apoyo popular, que está a punto de dársele,
a no ser porque Madariaga, enérgicamente, hace señas con la mano para que el
pueblo diga no. Y el pueblo se deja llevar por el gesto del exaltado cura y los
movimientos de otros conjurados que se habían regado hábilmente entre la masa, tal
como lo harían muchos revolucionarios en Rusia, más de un siglo después. Emparan
exclamará su famosa frase: "yo tampoco quiero mando", y en ese balcón de la Casa
Amarilla habrá nacido Venezuela.
A partir de ese momento, los hechos se les fueron de las manos a los que sólo
aspiraban a que se mantuvieran en la América española los derechos del rey Fernando
VII. Los jóvenes mantuanos que paradójicamente buscaban una revolución política y
social a partir de evitar una revolución, terminaron por llevar el país a la
Independencia. Entre ellos estuvo Simón Bolívar, que fue el factor principal en el
regreso de Francisco de Miranda a Caracas y la imposición de las ideas
independentistas.
El pobre Emparan, cuya vida terminó en realidad ese día, una vez depuesto fue
encerrado en su casa, en las Esquina de las Madrices, probablemente consciente de
que los hechos acababan de convertirlo en el último gobernador y capitán general
impuesto por Madrid a Venezuela. Estaba indignado consigo mismo y con los regidores
y los curas y los agitadores que lo habían forzado a pasar definitivamente a la historia
como un derrotado. Derrotado por no haber sabido enfrentar la realidad.
Uno se imagina su furia, su desilusión por todo lo que le tocó vivir en Venezuela, su
rabia por no haber sabido conservar el mando, que entregó, según sus propias
palabras, a causa del grito de "un pillo". No debe haber sido la suya una voluntad muy
sólida cuando un solo hombre, un solo "pillo", lo hizo entregar el poder al Cabildo. De
él se cuenta que mientras fue gobernador de Cumaná (en dos períodos: 1796-1800 y
1800-1804) supo ganarse buena fama de liberal, y no tuvo temor de enfrentarse a
Caracas cuantas veces lo consideró necesario. Ocupaba el cargo (que en otro tiempo
ejerció don Carlos de Sucre y Pardo, bisabuelo del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio
José de Sucre, y por lo tanto abuelo de don Vicente Sucre, quien asumió el poder
ejecutivo de esa provincia al seguir el ejemplo de Caracas en 1810) cuando Alejandro
de Humboldt y Aimé Bonpland iniciaron su viaje al continente americano, al que
entraron por Cumaná en 1799, en tiempos en los que el gobernador Emparan no
ocultaba (aunque tampoco proclamaba) sus simpatías por la Francia revolucionaria. Al
terminar su gestión cumanesa regresó a España, la España de Carlos IV y Godoy,
obligados a combatir a esos franceses que hasta entonces habían despertado las
simpatías de los liberales como Emparan, por lo que con toda seguridad, internamente
se oponía al monarca y al favorito; la España que luego se alió con Napoleón y vio
ocupar su territorio por los franceses con la excusa de invadir a Portugal, por lo que se
produjo el Motín de Aranjuez; la España, en fin, de las grandes contradicciones que,
mal que bien, se reflejaban en la tranquila y hermosa ciudad de Caracas mientras
esperaba bajo la luz caleidoscópica de su montaña cinética. En enero de 1809 recibió
el nombramiento de capitán general de Venezuela y viajó de nuevo a la América
española a sustituir a don Manuel de Guevara Vasconcelos, que ejerció su cargo entre
1798 y 1807, y a quien Emparan, en más de una oportunidad, se enfrentó con energía
desde Cumaná. Fue Guevara y Vasconcelos el que hizo ejecutar a José María España el
8 de mayo de 1799, y el que hizo acuñar la primera moneda caraqueña, para evitar la
práctica de las fichas o señas de los pulperos, y el que gobernaba Caracas cuando por
vez primera un venezolano (Francisco de Ibarra, nacido en Guacara en 1726) fue
Arzobispo de Caracas. También le tocó enterrar al Arzobispo Ibarra, muerto en 1806.
Igualmente fue Guevara y Vasconcelos el encargado de recibir las primeras vacunas
que se aplicaron en Caracas, y el que dispuso que se repeliera el intento de invasión
por Ocumare de don Francisco de Miranda, ese mismo año de 1806. Guevara y
Vasconcelos terminó de morir en octubre de 1807, y se encargó del gobierno el
Teniente de Rey Juan de Casas, que como segundo había prohibido la sola mención de
Miranda en Caracas y como gobernador encargado le encomendó a Andrés Bello que
tradujera del Times de Londres las graves noticias acerca de lo sucedido en Bayona, en
Francia, en donde Napoleón Bonaparte, muy a su estilo, convirtió una conferencia
entre él, Carlos IV, María Luisa y Fernando VII en un golpe de mano, mediante el cual
impuso a su hermano José, “Pepe Botella”, como rey de España. Esa fue la causa de
que los españoles empezaran a formar Juntas, con el apoyo de los ingleses, que
aprovechaban para enfrentarse a Napoleón. En Caracas ello generó la llamada
"Conspiración de los Mantuanos" (1808), cuando los mantuanos o blancos criollos
trataron de constituir una Junta de Gobierno que rigiera la Capitanía General de
Venezuela y desconociera la autoridad de la España invadida por Bonaparte. Eso
ocurrió al llegar a La Guaira un buque francés, el "Serpent", cuyo capitán pretendió
que Casas reconociera la autoridad francesa y el encargado, simplemente, no tomó
decisión alguna. Un militar español y José Félix Ribas se enfrentaron a un marino
francés y mucha gente salió a las calles a manifestar en favor de Fernando VII y contra
Napoleón, especialmente de la clase de los mantuanos o grandes cacaos. Casas, como
dice Luis Alberto Sucre, "creyó que por medio del engaño podría dominar la situación":
Por una parte se negó a cumplir las órdenes que traían los marinos franceses, pero por
la otra no quiso aceptar que se formara una Junta de Gobierno. El Cabildo Municipal de
Caracas apoyó a los mantuanos y Casas no pudo resistir y debió autorizar que se
proclamara el apoyo a Fernando VII. Súbitamente apareció en La Guaira un buque
inglés que apresó al de los franceses. Los mantuanos conspiraban en la Cuadra de los
Bolívar, y uno de ellos habló claramente de expulsar no ya a los franceses, sino a los
franceses y los españoles, lo cual fue utilizado por Casas para reprimir a los blancos
criollos, enviar algunos a las bóvedas de La Guaira e invitar a otros a que se fueran de
la ciudad y se quedaran en sus haciendas, a la vez que, con una nueva demostración
de dualidad, consultaba al Ayuntamiento sobre la posibilidad de crear una Junta igual a
la de Sevilla. El 27 de julio el Ayuntamiento aprobó la idea y el propio Casas se vio
postulado para presidirla, pero no se atrevió a seguir adelante con la iniciativa. Fue
entonces cuando se trajo una imprenta a Caracas para editar un periódico que
contrarrestara los rumores. Y fue en esos días cuando los mantuanos jóvenes se
deslindaron en materia de ideas de la generación anterior: los mayores creían en la
conveniencia de preservar, en efecto, los derechos de Fernando VII, que era una
forma, además, de combatir las tendencias revolucionarias francesas, pero los
mantuanos jóvenes ya empezaban a orientarse hacia una revolución que no podía ser
muy lejana a la francesa, querían la Independencia total, la creación de una auténtica
república en tierras americanas, y, lo que es más importante, la eliminación de los
privilegios de clase. Es la primera (y única) vez en la historia en que una clase se
suicida en aras del progreso social, lo cual es muy diferente a que sea eliminada por
las otras. La verdadera Conspiración de los Mantuanos hizo crisis en 1808, con la
actuación destacada de Antonio Fernández de León (que después sería el Marqués de
Casa León, cambiaría de bando y se convertiría en nuestra versión tropical de Judas) y
del marqués del Toro y José Félix Ribas. Apareció entonces un documento con
cuarenta y cinco firmas, entre ellas la del Conde de Tovar, en la que se pedía la
creación de una Junta Suprema de Caracas. La reacción no se hizo esperar: Fernández
de León fue enviado a España (de donde regresaría convertido en Marqués de Casa
León), el Marqués del Toro, José Tovar y Ponte, José Félix Ribas, Mariano Montilla,
Pedro Palacios Blanco, Juan Nepomuceno Ribas, Luis López Méndez y Nicolás Anzola
fueron juzgados y, finalmente, sobreseídos. Todo quedó en un sobresalto que, aunque
se hiciera en defensa de España, tiene que ser considerado uno de los hitos del sinuoso
camino que llevaría a la emancipación de Venezuela y de la América española. En
mayo de 1809, don Juan de Casas hizo entrega de la agónica autoridad española en
Caracas a Emparan, que llegó en esta segunda oportunidad a las costas venezolanas
acompañado por un pequeño séquito, en el que venían Fernando Rodríguez del Toro,
pariente de Simón Bolívar y de todos los grandes cacaos, y el intendente Vicente
Basadre, otro de los deuteragonistas del 19 de abril de 1810.
Empezaba un período de verdadero cambio en tierra venezolana, un período de
agitación e inestabilidad que duraría casi un siglo. Emparan tuvo que enfrentar un
durísimo período de agitación política, de conspiraciones y hasta de alzamientos
militares (con lo cual se iniciaba una tradición desafortunada que, con sus altibajos, se
mantendrá hasta la década de 1990); período que, en su caso, culminará ese Jueves
Santo 19 de abril de 1810, cuando con el intendente Basadre y un puñado de sus
seguidores es sacado de la sala del Ayuntamiento, ya depuesto (o renunciado) y es
llevado en calidad de preso a su propia casa en la esquina de Las Madrices. Desde sus
ventanas, cuenta Basadre, se oían canciones patrióticas. Una de ellas, que era un
arrorró, hoy día nos resulta conocidísima. Lo más importante de esa canción es que
llama a los venezolanos a acabar con las cadenas (que en ese caso eran las impuestas
por la Revolución Francesa) y a que todos los pueblos sigan el ejemplo “que Caracas
dio”, que terminó siendo el de rechazo a la dependencia y a la tiranía, venga de donde
venga.
El 21 de abril, seis días antes de que la Junta de Caracas emitiera un manifiesto
dirigido a todos los Cabildos de la América española en el que los exhortaba a cumplir
lo que pedían esas palabras del que después se convirtió en el Himno Nacional de
Venezuela y mucho más todavía, don Vicente de Emparan y Orbe, que había
permanecido como prisionero, custodiado por tres guardias armados mientras varios
de sus compañeros de gobierno esperaban en las mazmorras de la Cárcel Real
(esquina de Principal) o de La Guaira, se encontró con ellos y salió, rumbo a Filadelfia,
a bordo del bergantín "Pilar". Desde Filadelfia haría lo imposible por evitar que los
mantuanos, ahora al frente de un gobierno autónomo, tuvieran éxito en su gestión.
Dio cuenta a la Regencia de la Rebelión de Caracas y le escribió directamente al
embajador español que actuaba entonces en Londres para exigirle que impidiera, a
toda costa, que los ingleses enviaran armas a los rebeldes mantuanos, que poco
tiempo antes eran sus amigos. En Filadelfia es posible que se haya encontrado con don
Eusebio Escudero, el último gobernador de Cumaná, expulsado también por los
mantuanos rebeldes encabezados por don Vicente de Sucre y Urbaneja, el padre del
futuro Mariscal de Ayacucho, cuando, el 27 de abril, el mismo día de la firma del
acuerdo de la Junta de Caracas en que se exhortaba a todos los americanos españoles
a iniciar el proceso irreversible de Independencia política, los cumaneses se
pronunciaron por seguir a Caracas (aun cuando declaraban que serían autónomos,
nunca subordinados). Deben haber escuchado Emparan y Escudero, con cierta rabia, la
campana de la Libertad.
Emparan murió en el Puerto de Santa María, en España, el 3 de octubre de 1820.
Había vivido setenta y tres años, que para su tiempo era mucho, y no alcanzó a
enterarse de que dos años y diez meses después, el 3 de agosto de 1823, el general
Francisco Tomás Morales (que vivió diez años menos que él, pues nació en1781 y
murió en 1844) firmaría la Capitulación del ejército español en la casa que había sido
residencia oficial de los antiguos gobernadores españoles de Maracaibo, conocida hoy
como Casa de Morales o de la Capitulación y ubicada justo al lado de la actual
Gobernación del Zulia. El 24 de julio las fuerzas patriotas habían triunfado en el Lago
de Maracaibo, y faltaba poco, muy poco, para que el cumanés Antonio José de Sucre
sellara la victoria de la Independencia americana en el Campo de Ayacucho.
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