C&C TRIBUNA Early options y la falacia del Concorde La falacia del Concorde no es otra que la del “costo hundido” (sunk-cost fallacy), que nos ilustra sobre lo ruinoso e irrecuperable que es seguir invirtiendo en un proyecto fallido. Negar lo evidente y no plantearse sustituir el actual sistema concursal por otro radicalmente distinto, que ofrezca soluciones prácticas, nos está costando muy caro. Iñigo Bilbao Socio de Norgestión E l 25 de julio de 2000, los clientes de Peter Deilmann Cruises sentían la fuerza que les apretaba contra el respaldo de los diminutos asientos del charter que se deslizaba a unos 300 km/h por la pista 26R del aeropuerto parisino de Roissy. En la pista yacía una aleación de titanio de 43 x 3 cm, que se había desprendido apenas cinco minutos antes desde un DC-10 en vuelo regular con destino a Newark. El escombro hizo contacto con la rueda del charter, rasgó uno de sus neumáticos y, aunque el avión ya había levantado vuelo, la física, los materiales y el combustible hicieron el resto. El avión envuelto en llamas se estrellaba contra un hotel en Gonesse, muriendo los 100 pasajeros, los 9 tripulantes y 4 personas que se hallaban en tierra. Todos lo vimos ese día en TV. Esa fatalidad marcó también el principio del fin de un proyecto que concluiría tres años después y que, durante más de tres décadas, no había dejado indiferente prácticamente a nadie. Enseguida se hizo patente que el Concorde no sería un proyecto económicamente viable. La inversión y los costos operativos nunca serían compensados con los ingresos. Los gobiernos británico y francés bien lo sabían, pues era su proyecto. Sin embargo, en vez de cancelarlo, decidieron seguir financiándolo y, como el pequeño lepórido de Duracell, siguieron y siguieron. Richard Dawkins, en su célebre libro “The Selfish Gene” (1976), sostiene que es económi- camente falaz decir “he invertido tanto en el avión Concorde (por ejemplo) que no me puedo permitir achatarrarlo ahora”. Lo que debería de plantearse -escribe Dawkins- es el beneficio que se obtendrá en el futuro por haber abandonado el proyecto, aunque se estuviera fuertemente invertido en él. Mundo empresarial La falacia del Concorde no es otra que la del “costo hundido” (sunkcost fallacy), que nos ilustra sobre lo ruinoso e irrecuperable que es seguir invirtiendo en un proyecto fallido. Popularizada por el psicólogo Daniel Kahneman que, entre otros méritos, cuenta con el de haber sido galardonado con el premio Nobel de economía (2002) sin haber recibido una sola clase de economía, la falacia puede extrapolarse a otros ámbitos de la vida, como al trabajo, la pareja o a la propia legislación, como veremos más adelante. A nivel psicológico, nace de una combinación de distintos elementos, como el deseo de dejar las cosas tal y como están, la tendencia a dar más valor del que realmente tienen a las cosas que uno posee, la aversión a perder, el exceso de optimismo y la confianza en uno mismo. En el mundo empresarial, no obstante, además de la psicología, también entran en juego otros factores como el interés propio. Los proyectos acaban por identificarse con sus gestores y responsables y, reconocer un fracaso, puede suponer otro tipo de pérdida: la de un empleo, un bonus o la de la propia reputación. Por ello, seguir apostando interesadamente por un proyecto, con la falsa esperanza que finalmente prospere, se puede convertir en opción. De hecho, suele ser “la opción”. Profesionalmente llevo más de 20 años ininterrumpidos tratando asuntos relacionados con la reestructuración de compañías y puedo decir que los asuntos en los que los accionistas o gestores se han anticipado, reconociendo lo inevitable y tomando las medidas oportunas con amplia antelación, los puedo contar con los dedos de una mano. Bueno, siendo sincero, con los años, reconozco que tengo que usar los de la otra mano también y, para seguir siendo sincero, diré que tampoco he estudiado el contexto en el que Demóstenes proclamó que “cuando una batalla está perdida, solo los que han huido pueden combatir en otra”. Hay muy pocos las “Final Four”, con la que estábamos colaborando en un asunto de M&A preconcursal. La conversación se centró precisamente en el valor que puede preservar el accionista cuando anticipa la venta de su negocio abocado a la crisis por razones de apalancamiento, mercado, producto o lo que fuere, lo que en inglés se denomina “early options”. Compartimos nuestras respectivas experiencias en Gran Bretaña y España, comentamos el peso de los factores psicológicos y los intereses propios a los que me he referido anteriormente y, finalmente, vino su inevitable crítica al “Los más veteranos sabemos que la ley concursal se articuló sobre la base de unas prácticas forenses forjadas bajo la regulación atomizada y decimonónica de la suspensión de pagos y de la quiebra” casos en los que el costo hundido se convierte en virtud. En la década de 1880, la fábrica de lámparas de Thomas A. Edison daba pérdidas porque tenía su capacidad de producción infrautilizada. En contra del criterio de sus socios, Edison decidió ponerla a plena capacidad vendiendo cada lámpara adicional por debajo de su coste total. Había calculado que aumentando el costo de producción en un 2%, la producción aumentaría un 25%, puesto que gran parte del costo fijo de la producción estaba hundido y lo tendría en cualquier caso. Finalmente, se pudo vender el exceso de lámparas, básicamente en Europa, por un precio superior al del costo añadido, compensándose ampliamente con los nuevos ingresos. La historia de GE estaba servida. Críticas No hace mucho, el equipo del que formo parte cenamos con unos colegas británicos de una firma de auditoria, digamos que de una de sistema legislativo y judicial concursal español que hace muy difícil que prospere cualquier interés por un negocio en el que se vislumbren dificultades. En esto, les doy la razón. No nos engañemos, el propio sistema concursal español padece de la falacia del Concorde. Los más veteranos sabemos que la Ley Concursal se articuló sobre la base de unas prácticas forenses forjadas bajo la regulación atomizada y decimonónica de la suspensión de pagos y de la quiebra, y sabemos que no funcionaban ¿Por qué iban a empezar a funcionar una vez empaquetadas en una ley? Luego, se ha parcheado una y otra vez con reformas, del mismo modo que se ponían más y más recursos en el Concorde. Creo que negar lo evidente y no plantearse sustituir el actual sistema concursal por otro radicalmente distinto que ofrezca soluciones prácticas, nos está costando, y nos seguirá costando hasta que se haga, muy caro. | 47 |