Un siglo alrededor de Jorge Semprún Benjamín Prado Si en nuestra literatura ha habido siempre un hueco, ése ha sido el de la memoria, lo cual tal vez explique muchas cosas acerca del país en general. Los autores del 98, por ejemplo, no escribieron autobiografías, y aparte de Pío Baroja en Juventud, egolatría y en los siete tomos de sus memorias, Desde la última vuelta del camino, y de su hermano Ricardo en Gente del 98, ni Unamuno, ni los Machado, ni Juan Ramón, ni Azorín, por ejemplo, sintieron el impulso de contar sus vidas, aunque escribiesen, naturalmente, algunas páginas sueltas de recuerdos. En la generación del 27 tampoco hay muchos casos, sólo los de Rafael Alberti, en los dos tomos originales de La arboleda perdida, Vicente Aleixandre en Los encuentros, José Moreno Villa en su Vida en claro o Francisco Ayala en sus Recuerdos y olvidos. Y lo mismo puede decirse de los autores de la postguerra, donde sólo se cuenta con unas memorias deslavazadas de Camilo José Cela y con los dos absorbentes tomos de las de Carlos Castilla del Pino, pero no las hay de Carmen Laforet, Miguel Delibes, Ana María Matute, Gabriel Celaya, Rafael Sánchez Ferlosio, Blas de Otero o, entre los componentes del grupo del los años 50, donde tenemos al menos la extraordinaria excepción de Carlos Barral, de Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Carmen Martín Gaite o José Ángel Valente. Demasiadas cosas sin contar. Por fortuna, en los últimos años se está llenando ese vacío con una serie de biografías, como la de Ramón García titulada Miguel Delibes de cerca, o las que han ido apareciendo en la magnífica colección Tiempo de Memoria, de la editorial Tusquets, sobre creadores como Luis Cernuda, Luis Martín Santos o, ahora, el volumen Lealtad y traición, escrito por Franzisca Augstein y dedicado a estudiar la figura y la obra de Jorge Semprún, un hombre complejo y múltiple, sin líneas rectas, en el que se juntan hazañas, 5 misterios, dramas, polémicas y, en resumen, la sucesión de episodios asombrosos que lleva a la espalda cualquier superviviente. El libro de Augstein es una buena noticia, porque se trata de una lectura apasionante, que sabe utilizar a su personaje central como eje de un círculo mucho mayor y, por lo tanto, según va reconstruyendo sus aventuras políticas y literarias le va poniendo alrededor lo sucesos terribles que componen el siglo XX. Sin duda Semprún resulta idóneo para esa tarea, porque su historia simboliza en algunos aspectos la de muchas personas de nuestro país y en otros es un buen indicio de los cambios ideológicos que nos han caracterizado: niño de la Guerra Civil española, exiliado en Francia, miembro de la Resistencia, cautivo del campo de concentración nazi de Buchenwald, militante del Partido Comunista y uno de sus líderes más señalados en la clandestinidad, disidente y más adelante, decantado hacia la izquierda más moderada del Partido Socialista Obrero Español, en uno de cuyos Gobiernos, como se sabe, llegó a ocupar el cargo de ministro de Cultura. Por supuesto que Semprún ya había dejado muchos detalles de sus sobresalientes experiencias, o de las de ciertas personas que lo rodeaban, en sus novelas: retazos de su infancia y juventud en Adiós, luz de veranos, crónicas de su paso por Buchenwald en El largo viaje, Aquel domingo o Viviré con su nombre, morirá con el mío, y reflexiones sobre la lucha antrifranquista en Autobiografía de Federico Sánchez, Federico Sánchez se despide de ustedes o Veinte años y un día; pero este trabajo de Franzisca Augstein da una visión panorámica del autor de Netchaiev ha vuelto y de su circunstancia, sabe enmarcarlo en su siglo, con lo cual hace del narrador madrileño protagonista y a la vez simple muestra, héroe e intérprete, modelo y eco, aparte de que tiene la virtud de saber estar cerca de él guardando las distancias, especialmente en la última parte del texto. Hay muchas razones, por lo tanto, para acercarse a esta biografía: te puede interesar Semprún, lo que hizo o lo que le hicieron, y cualquiera de esas tres razones es un buen motivo para no dejar pasar de largo Lealtad y traición G 6