La noche sin sueño Virus Javier Gómez Fernández T odo empezó aquella tarde cuando llegué de trabajar. Encendí el ordenador para echar un vistazo a mi correo. Tardó más de lo normal en iluminarse la pantalla, pero no le presté atención; los procesadores no hay quien los entienda. Me fui a preparar un sándwich a la cocina y cuando volví la pantalla había tomado una tonalidad nada habitual. Un color naranja fuerte, que incluso hacía daño a la vista. Esto me dio mala espina y pensé que algo le ocurría. Apagué de un botonazo y lo volví a encender; esta vez todo fue bien. El proceso de inicio fue el habitual, hasta que apareció por primera vez aquella imagen. Me quedé petrificado delante de aquel rostro deforme, difuso y de una expresión indescriptible. Su mirada perforaba la mía y no podía apartarla de ella. Intenté reiniciar el ordenador un par de veces, pero el resultado fue el mismo, siempre aquel rostro que se iba descomponiendo y que de las grietas que se formaban en él salían verdosos gusanos que a su vez se introducían por su nariz y por su boca. Será un virus o un gusano que me ha infectado el ordenador... terminé pensando. Así que lo apagué y me senté en mi sillón a leer el libro que tenía entre manos hasta que el sueño me venciera. Ocurrió lo de siempre, me quedé dormido. Un extraño ( 346 ) La noche sin sueño ruido me hizo sobresaltar; era un siseo, como cuando las antiguas emisiones de televisión se cortaban y la pantalla se llenaba de interferencias. El sonido provenía de la salita, el ordenador se había encendido solo y el repugnante rostro me miraba desde el fondo de la pantalla. Esta vez tiré con rabia del enchufe de la pared y la pantalla se oscureció. Sin quererme agobiar por el problema, me metí en la cama y dormí profundamente. A la mañana siguiente lo primero que hice fue encender el ordenador y, ¡albricias!, funcionaba correctamente. Esto me hizo pensar que efectivamente había sido un virus o algo parecido. Cuando volví por la tarde, el rostro me esperaba con su espectral mirada desde el fondo de la salita. Así han ido pasando los días y yo no he hecho nada por solucionar el problema; muy en mi interior no quiero solucionarlo. El rostro ha creado una dependencia en mí que no logro vencer. Esto me está volviendo loco. Deseo volver a casa cada tarde o despertarme a media noche para comprobar que el deforme rostro sigue en la pantalla, esperándome. No he vuelto a apagarlo, me lo impide su presencia, me acompaña día y noche. No se si será real o es mi mente la que me engaña, pero últimamente su mirada me sigue por la habitación y, cuando salgo de ella, el rastro se inclina hasta que me pierde de vista. Esta noche, cuando me levanté de madrugada para sentarme delante de él, un hecho me alteró; encima de la mesita del ordenador he visto que algo se movía. He comprobado que son gusanos de color verde que se retuercen sobre la superficie lisa. Cuando estoy fuera de casa mi mente me hace verlo en los lugares más inverosímiles: en la cafetería, al final de la barra mirándome fijo, en las cortinas de la oficina, observándome, en el cine en la butaca de atrás… y escucho en el interior de mi cabeza una voz que me repite que vuelva a casa. ( 347 ) La noche sin sueño Hace más de un mes que no salgo de casa. No he vuelto a ir al trabajo y con los ahorros que tenía voy subsistiendo. La comida la pido por teléfono y mi estado es cada día peor. Me paso las horas delante de la pantalla del ordenador, mirándonos el uno al otro sin decirnos nada, solo mirándonos. Ya me sigue por toda la casa; lo veo en el espejo del cuarto de baño, reflejado en el vaso que tomo para beber o en el cristal de la mesilla de noche al acostarme. No se cuantos meses han pasado, ya no puedo moverme de la cama y no sé los días que hace que no pruebo bocado. Las fuerzas me han abandonado y no me puedo levantar. Mi cuerpo no aguantará mucho más. La almohada está teñida de sangre, los gusanos se mueven por ella y su cabeza se descompone al lado de la mía. No importa que llegue mi final, si él está a mi lado... mirándome. ( 348 )