Nada nos separará

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Nada nos separará
Por qué este título
Cuando un corredor de velocidad
comienza su carrera sabe que la
distancia que tiene que recorrer son
100 metros exactos. Los tiene a la
vista. Es fácil llegar en más o menos
tiempo. Pero un corredor de fondo
actúa de forma diferente. No ve, no
sabe, sólo puede guiarse por unos
letreros que hacen cálculos sobre la
distancia. Y llegar se hace costoso.
No siempre se llega a la meta.
En Pascua celebramos que esta
distancia, la que nos separaba de
Dios y de nuestros hermanos, de la
humanidad
entera,
ha
sido
suprimida y salvada.
La distancia se hace más próxima
porque ha sido Dios quien la ha
eliminado con la Resurrección del
Hijo.
De qué…
¿De qué te sientes separado? ¿Te
has parado a pensar la distancia
que hay entre las personas, incluso
dentro de la misma persona? ¿La
distancia que hay entre lo que
siente y lo que piensa, y entre lo
que piensa y lo que vive?
¿Alguna vez has pensado que el
mundo sería más bello y mejor si no
hubiera tantas separaciones y
clases de personas, tantas fronteras
que condenan a unos a estar a un
lado y a otros en el contrario?
¿Vives el peso de una fe que se ve
alejada de la realidad, donde las
palabras tienen una importancia y
las acciones otra?
¿Separados de Dios, que se ha
hecho lejano y cruel? ¿Separados
de Él porque no le queremos tener
cerca o porque no podemos
acercarnos tanto?
De mí mismo
Separados de nosotros mismos,
como si nos faltase la herramienta
acertada
para
mirar
nuestro
corazón y reconocer con humildad
lo mejor que llevamos dentro.
Separados a pesar de la cercanía
que tenemos y mantenemos, de la
que nunca nos desposeemos
porque nos olvidamos de quién
somos en muchos momentos y de
cómo nos afectan las cosas que
vivimos. Separados porque hemos
sido incapaces de hablar de
nosotros con pocas palabras,
siempre dándole vueltas cuando
nos preguntan quiénes somos y
para qué estamos aquí. Es un
misterio, una brecha que nos ha
causado dolor durante mucho
tiempo y que hemos deseado ver
curada como herida.
De los demás
Porque si no sabemos ni quiénes
somos ni cómo hemos de querernos
bien, ¿cómo mirar al que tenemos
en frente en clase, en el metro o en
el trabajo? ¡Cuánto más si es un
mero viandante que queda parado
a nuestro paso o una persona que
sufre más allá de la televisión!
En nuestra aventura por conocer a
los demás nos hemos quedado a
las puertas de la amistad, de las
relaciones entre conocidos, de los
lazos que puedan generar el
trabajo o la pareja con la que
compartimos. Partimos de nuestra
familia, muchas veces también
herida por la división, y nos hemos
ido aproximando a otros con temor
y temblor cuando no reinaba la
desconfianza. Pero tampoco hemos
ido mucho más allá. Hemos
experimentado la distancia que no
conmueve, la lejanía que no
reconoce a nadie y desdibuja todo.
De nuestro futuro
Igualmente, como en otros casos, el
tiempo se experimenta como
insalvable. ¿Qué ocurrirá? ¿Qué
será de nosotros? A merced de
cuanto pueda pasar, y por si acaso,
nos hemos aferrado a nuestro
presente y a las cosas que nos
rodeaban para ir tejiendo una
historia sin futuro, sin un más que se
pueda prometer y que pueda
invitar a la radicalidad y la
aventura. Demasiado sería poder
decir que se va tirando, que algo se
hará y que se vale para algo en
esta vida. Demasiado sería si se
pueden hacer planes seguros a
corto plazo. Pero aún así, tampoco
conviene desatarse en exceso por
lo que pueda pasar. Del futuro no
somos dueños y nadie garantiza
nada. Ni siquiera aquellos con los
que hoy parece que todo va bien.
De Dios
Alejados de Dios. ¡Por supuesto!
Porque Dios vive tan lejos y está
entretenido en sus cosas. Dios se
alejó. No fueron los hombres
quienes lo hicieron. Él fue quien
decidió irse allá al cielo.
Un Dios creado en nuestra cabeza
como una imagen tan insondable y
misteriosa
que
se
hace
incomprensible en sus acciones y
reacciones. Un Dios televisivo que, si
ayuda a alguien, pues tiene suerte.
Un Dios del que se puede prescindir
para vivir, y que para acercarse a Él
de verdad hace falta una fe de la
que no todos disponen. Un Dios que
se debe, en las imágenes más
comunes, conquistar a través de
sacrificios,
ofrendas
y
otras
entregas, para luego concluir que
no siempre está y que se hace
demasiado pesado vivir en su
compañía. Un Dios del que se dicen
unas cosas, y se viven otras.
Lo que separa
¿Qué era entonces lo que nos
separaba? A la luz de la Pascua
también se descubre aquello que
nos alejaba, que nos mantenía
distantes y cobardes, agarrados por
el miedo y encerrados en nosotros
mismos. La luz de la Pascua desvela
de una forma especial: como
victoria sobre todo mal.
Nos separaba, y ahora lo podemos
ver con claridad, aquello que nos
paraba, que nos detenía, que nos
humillaba
y
nos
oscurecía
interiormente.
Debilidad
Lejos de poder reconocernos
frágiles
y
pequeños,
nuestra
debilidad se convertía en una
humillación que debíamos ocultar a
los otros. Era nuestra culpa, nuestra
responsabilidad, nuestra carencia.
Como si estuviésemos sesgados o
hubiéramos sido creados a medias,
la libertad para elegir y decidir era
la herramienta más grande que
tenía en sus manos "la debilidad"
para después machacar nuestro
interior. Era una lucha sin cuartel
que
omitía
el
perdón,
desaconsejaba la piedad y la
misericordia. Es cierto que se iba
creando en nosotros la necesidad
de ser reconciliados y perdonados,
de encontrar un amor verdadero
en el que poder descansar.
¡Pero cuánto más los demás!
¡Siempre atentos a nuestros errores
para
criticar,
juzgar,
para
aprovecharse!
Miedo
Miedos hay muchos. La humanidad
demuestra que se puede vivir
perfectamente atados a ellos,
porque así es como mejor se está.
Dado que tienen que existir, ¿por
qué no reconocerlos como parte
integrante de nuestra vida?
Existe el miedo a la soledad y a
estar con otros, el miedo al futuro y
quien no puede mirar su pasado, el
miedo a la luz y a la oscuridad, al
trabajo y al descanso. Tantos como
colores.
Todos
ellos
han
limitado
la
humanidad porque les hacían creer
que iba a suceder algo en la vida
que iba a ser superior a sus fuerzas,
que no serían capaces de
controlar, que se les iría pronto de
las manos y no pararía hasta
destrozar su vida. ¡Esto es el miedo!
Miedo que de muchas maneras se
concreta en miedo a verse sin vida,
desposeído y robado de lo más
valioso.
Soledad
Una soledad que separa, porque se
acomoda y se justifica a sí misma.
La soledad del que no está
cómodo con los demás y también
la soledad de aquel que incomoda
y es separado, marginado y
expulsado. La humanidad ha visto
cómo durante mucho tiempo esta
soledad
era
implacable
con
quienes
consideraba
inferiores,
despreciables y válidos para ser
cambiados por un puñado de
monedas.
Soledad de la que no es fácil salir,
que
se
experimenta
en
la
adolescencia
como
falta
de
comprensión, de entusiasmo, de
cercanía por parte del mundo de
los adultos. Y que los adultos
también viven al darse cuenta de lo
frágil que han tejido sus relaciones.
Soledad al reconocer la propia
verdad, soledad que se esconde
de la luz para no ser vista. Soledad
que va cercenando poco a poco
toda aspiración de cambiar el
mundo.
Sin sentido
El sin sentido del mal, del
sufrimiento, de la pérdida, de la
muerte. El sin sentido de las
elecciones, cuando da
igual
cualquier cosa con tal de seguir
adelante. El sin sentido de quien no
sabe por qué camina, por qué
estudia, por qué se siente amado y
por qué quiere amar. El sin sentido
de quien no se conforma con lo
que tiene, que siempre desearía
otra cosa que después tendrá para
sentirse insatisfecho. El sin sentido,
también, de quien se pregunta
para qué está en este mundo y no
encuentra
ninguna
respuesta
sensata. El sin sentido de la
televisión, de las condenadas
noticias
pesimistas
y
desalentadoras.
Egoísmo
El egoísmo que separa de los
demás y de sí mismo. No es querer
lo mejor para uno mismo, es querer
todo para uno mismo, ser el centro.
Y por lo tanto la incapacidad de
dar
vida
a
dimensiones
fundamentales de la persona como
son
mirar
alrededor,
saberse
acompañado
y
amado
sin
condiciones, convivir con otras
personas en igualdad y con
libertad, atisbar con la mirada una
realidad que circunda y que se une
a la propia historia señalando de
qué mundo somos y por qué
vivimos. El egoísmo que no perdona
al otro en sus errores porque
tampoco ha sido sincero consigo
mismo, ni existe el perdón real y
consecuente consigo mismo.
Ídolos
Ídolos que prometen ser verdaderos
lazos de unión, de reconciliación y
de amor. Ídolos que reciben cuanto
les entregamos a cambio de
necesitar dar aún más para recibir
algo grande en algún momento,
cuando hayamos sumado, dicen,
muchas experiencias. Pero que se
muestran, con el tiempo, duros
capataces que esclavizan en sus
galeras a cuantos caen en sus
redes. Ídolos que da la sensación
de que llenan. Ídolos como el
consumo, como la apariencia,
como el "disfruta aquí y ahora".
Ídolos como el dinero, como la
salud intocable e incansable, como
el descanso. Ídolos de hoy como el
estar conectado a todo momento
con otras personas, como la falta
de reflexión para no darle vueltas a
las cosas, como la superficialidad
que deja "en paz".
Esclavitud
Pero no se lo digas a nadie, porque
estaban cómodos sin saberlo. No le
digas a nadie que es esclavo de
algo, en lugar de todo-libre, porque
se ofenderá. No le digas a nadie
que cada esclavitud le separa de sí
mismo, de los otros, de su vocación
y de Dios. No le digas a nadie que
toda atadura, todo aquello que no
podemos dejar de hacer porque si
no..., que toda esclavitud separa,
hiere y quiebra. No se lo digas a
nadie porque te dirán que no es
cierto, que hay que saber elegir en
la vida y atarse a lo que realmente
vale, a esto de aquí y ahora, a lo
que se tiene y no a lo que puede
ser diferente. No le digas a nadie
que esto separa porque te dirán
que no es verdad, que es mentira.
No le digas a nadie que una de las
mayores
esclavitudes
es
la
ignorancia
de
Dios,
porque
difícilmente te creerán. Aunque
puedes hacer la prueba de intentar
liberarles, diciéndoles que sí es
posible vivir de otra manera.
Lo que une
Es el misterio de la Pascua, que Dios
ha pasado haciendo suyos a los
que estaban dispuestos. Y volverá a
pasar, haciendo de nuevo Pascua.
Éste es su modo de entregarse a la
humanidad,
de
hacerse
nuevamente (en el sentido de "una
vez más" y de "totalmente distinto")
presente en la humanidad.
Une porque reconcilia, porque
perdona
y
también
porque
descubre. Une todo aquello que se
agradece, que se entrega de
forma incondicional. Une cuanto es
sincero y no vacía.
Amor
Une el amor que "hace tomar parte
consigo". Jesús, cuando iba a ser
entregado, "los amó hasta el
extremo". El Padre había puesto
todo en sus manos, y con todo,
decidió libremente amar donde
otros
muchos
se
hubieran
conformado con hacer su propia
voluntad, con disfrutar de lo suyo sin
mirar al otro. Es el amor de quien es
rico en amor, no de quien mendiga
amorcillos. Es el amor de quien,
teniéndolo todo a su disposición,
Fidelidad
decide interesarse por el otro. Es el
Amor del Señor hacia los demás
haciéndose esclavo, abajándose
para enriquecer, para ofrecer
dignidad en lugar de robarla. Es el
Amor que revela que la vida de las
personas
es
un
tesoro
de
incalculable grandeza que no se
puede tratar de cualquier modo. Es
el Amor que hemos conocido en la
Pascua y con el que Dios nos ha
liberado. Con este amor, ¡nada nos
separará de Dios!
Fidelidad de quien se ha mantenido
en el proyecto de felicidad para el
hombre cuando éste se había
perdido entre sus propios planes y
proyectos. Fidelidad de quien
conoce el corazón y ha escrito sus
entrañas. Fidelidad de Dios hacia la
vocación de toda persona a la
santidad,
a
realizar
sueños
imposibles para sus ataduras y que
ahora se desvela real, concreta y
firme. Fidelidad de Dios a la Vida
preciosa de cada cual, fidelidad a
la justicia de quien ha entregado su
vida por amor y no quiso mentir, ni
engañar, ni prefirió la adulación a la
verdad. Fidelidad que aguarda
siempre, espera siempre y está
eternamente ligada por amor a la
humanidad. Fidelidad de Dios hacia
cada uno, en su propia historia.
Fidelidad que se reconoce ahora,
en Pascua, ante un Dios que
conoce cuanto hay en mí, en el
otro y, especialmente, en quien
sufre y se encuentra doliente.
Recuerdo
El recuerdo une porque no olvida
en las circunstancias difíciles. Y
porque no engaña la propia historia
negando que fue mentira. El
recuerdo de los discípulos en los
primeros momentos de la muerte
del Maestro, el recuerdo de María
que
había
guardado
cuidadosamente
todo
en
el
corazón. El recuerdo de quien hoy
escucha con sinceridad y no deja
pasar la Palabra que da sentido a
su vida. El recuerdo, del que pocas
veces se habla, une al hermano
que está cerca y nos ayuda a estar
pendientes, atentos y cautelosos.
Pero también, nos pide que todo lo
que hemos sido capaces de hacer
confiando en Dios, creyendo en él,
no lo dejemos de lado, de balde o
vacío de sentido. El recuerdo que
nos une a la realidad, que no
abandona al reino de las ideas
perdidas
cuanto
sucedió,
aconteció, y nos salva de la
negación de un Amor tan grande y
tan comprometedor.
Perdón
El perdón que une, por fin, nuestra
vida y supera nuestra debilidad. El
perdón que nos ama tal y como
somos, que nos permite amar tal y
como son los demás, con sus
debilidades igualmente. El perdón
que se recibe sediento y herido,
que sacia y cura. Un perdón, el de
Dios, que es desmedido, del que
parecía que estábamos alejados
con engaños y que parecía que
era ocultado como fuente valiosa
en medio del desierto o plano para
Verdad
quien estaba perdido. Un perdón
que se llama misericordia, porque
se
adentra
en
el
corazón
iluminando
sin
humillar
y
pacificando todas las voces que se
mantenían
en
lo
oscuro
condenando. Un perdón que
infunde respeto, que dignifica, que
hace justos a quienes eran
sometidos por una debilidad de la
que se creían culpables sin
posibilidad de ser perdonados, ni
acogidos.
La verdad que puede ser dicha y
gritada y seguida. La verdad que
libera de las opiniones de todos, de
la confusión entre lo que a unos les
parece y a los otros les conviene. La
verdad que muestra los intereses de
cada corazón y las torceduras de la
realidad que se han hecho. La
verdad sobre quién soy, la verdad
sobre quién es el otro, la verdad
sobre por qué estoy aquí, la verdad
sobre Dios. Una verdad que no se
puede
dominar
ni
contar
fácilmente, pero que es real y une a
la realidad mostrando su lado más
bello y más empeorado. La verdad
que, como espada de doble filo,
entra sin poder ser contestada. Una
verdad que no proviene de las
cabezas pensantes, de la razón de
lo útil, sino más bien del corazón y
para el corazón, sin ser un
sentimiento. La verdad que es clara
y contundente, que se hace vida y
allana el camino.
Entrega
Sí, la entrega. La entrega al otro
que se ha hecho posible gracias al
Amor de Dios recibido. La entrega
ya no es sólo para dioses de
leyenda,
para
legendarios
caballeros andantes, para humildes
campesinos que son demasiado
buenos. La entrega que se abre
como camino para todos, para
toda felicidad, para toda libertad,
para toda vida. Entrega que nace
de la Cruz y de la Resurrección.
Entrega que es fructífera, que une
al Misterio de la Pascua. Entrega
generosa, sin límites, sin medida, y
confiada. Entrega racional y de
corazón al mismo tiempo. Entrega
por el otro, por amor, por el
irremediable deseo de entregar
gratis aquello que ha sido recibido
sin esperar nada a cambio. Entrega
misteriosa, como aquel que da sin
que sepa una mano lo que hace la
otra. Entrega que permite amar y
servir en todo, por medio de todo.
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