El ruralismo quiere desafiar al mundo político

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Domingo 26 de julio de 2009
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Libros
“El ruralismo quiere desafiar al mundo
político”
En “Los estancieros contra el Estado”, Roy Hora estudia el origen del ruralismo político en
Argentina. Parecidos y diferencias con el proceso que se abrió en 2008.
Rogelio Demarchi
Especial
Desde la presidencia de Carlos Pellegrini (1892) a la de Hipólito Yrigoyen (1916), un importante
grupo de estancieros de Buenos Aires enfrentó a la dirigencia política y buscó en reiteradas
oportunidades crear su propia herramienta electoral.
Esa experiencia implicó la puesta en circulación de un ideario antipolítico que sigue vigente en la
actualidad, casi un siglo después, cuando, con similitudes y diferencias, nuevamente asistimos a
un conflicto de intereses entre la dirigencia política y "el campo".
En ese contexto, resulta sumamente interesante la lectura de Los estancieros contra el Estado
(Siglo XXI), del historiador Roy Hora, donde analiza la constitución de la Liga Agraria, en 1892,
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en Buenos Aires, a partir de un grupo de estancieros que se propone actuar "en la escena política",
ya que la Sociedad Rural se negaba a ocupar ese lugar.
De lo económico a lo político
En aquel invierno, una sequía histórica, la caída de precios de las materias primas y una profunda
crisis económica se conjugaron para poner fin a "la alianza no escrita entre terratenientes y elite
política", escribe Hora.
Todos esos elementos se pueden encontrar en el presente. De allí que resulta inevitable la
tentación de compararlo con el pasado. Hora acepta el desafío, pero primero advierte que no se
debe perder de vista que en aquellos años el vocablo "terrateniente" no tenía el sentido
denigratorio que adoptó luego.
"En el último cuarto del siglo 19 –explica–, cuando la ganadería pampeana ingresó en un
acelerado proceso de cambio tecnológico que la convirtió en una de las más dinámicas del mundo,
los grandes terratenientes modernizadores fueron los actores centrales de esta renovación
productiva, a la que poco a poco se sumaron estancieros más conservadores o menos dispuestos a
arriesgar. La fuerza de este proceso de cambio y el prestigio alcanzado por sus promotores
contribuyeron a rehacer la imagen pública de los mayores estancieros. Para la década de 1890, los
terratenientes modernizadores gozaban de un prestigio social muy considerable, que en alguna
medida comprendía a toda la elite rural. Eran, al fin y al cabo, el segmento más moderno y
poderoso del empresariado de una de las economías agroexportadoras más exitosas del planeta".
Fue entonces cuando nació el proyecto político del ruralismo, con el propósito de capitalizar
políticamente ese prestigio social.
–¿Parecidos con lo que vivimos en la actualidad?
–La Liga Agraria partía de la premisa de que los intereses de los terratenientes y los de la sociedad
en su conjunto eran coincidentes. Desde su punto de vista, los mayores estancieros debían liderar
el combate contra una clase gobernante ilegítima e irresponsable, sólo preocupada por el disfrute
del poder. Salta a la vista aquí una similitud, que siempre constituyó un núcleo duro de la
ideología ruralista: la crítica a una clase política vista como un peso muerto sobre las espaldas de
los productores.
–¿Diferencias?
–Ahora, la dirigencia ruralista se recluta entre sectores menos encumbrados. Ello refleja la
ampliación de la base social del reclamo del campo, que es producto de la pérdida de peso de la
elite rural tradicional y de la conformación de una sociedad rural más igualitaria, donde los
medianos empresarios pesan mucho. Al mismo tiempo, el escenario político en el que se mueve
este ruralismo de bases más amplias es bastante más complejo.
Una apuesta estratégica
–¿Por qué la década de 1880, que organiza definitivamente el Estado nacional, representa el
fin del "sueño dorado" de los terratenientes?
–Los proyectos políticos suelen recurrir a mitos movilizadores. La Liga Agraria se proponía
retornar a un pasado en el que los grandes hacendados habían gobernado la República. No eran
unos nostálgicos incurables, pues ellos sabían bien que ese tiempo dorado nunca existió. La idea
de que el roquismo había destruido la república terrateniente les servía como un arma de
propaganda, y confirma que, para ellos, el principal problema del país no estaba en la sociedad
sino en el Estado.
–¿Es por eso que usted los considera respecto de Sáenz Peña unos "adelantados" porque no
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le temían a los proyectos de ampliación del sufragio?
–En efecto, no le tenían miedo a la participación popular en la vida política pues pensaban que un
sistema de sufragio amplio y honesto iba a favorecer a los grupos social y económicamente
predominantes, y a castigar a los políticos profesionales. En la república oligárquica las elecciones
se ganaban movilizando pequeñas clientelas, y ello beneficiaba en primer lugar a los propios
actores del juego político. Los ruralistas creían que el voto secreto y obligatorio mataría a estas
máquinas electorales. Y es por ello que ya en 1899 propusieron una reforma que en lo esencial
anticipa la que Sáenz Peña impuso en 1912. Su apuesta por la democracia era estratégica.
–¿Y por qué estaban tan seguros de que nada les impediría obtener el control del Estado?
¿Convicción o ceguera?
–Un poco de las dos cosas. Creyeron que el respeto que solía tributarse a los económicamente
exitosos y a los socialmente poderosos era un capital político valioso. Pensaron que las clases
populares los iban a seguir porque se veían como lo mejor de la sociedad, todo lo opuesto a los
políticos profesionales. De hecho, subestimaban la legitimidad de la dirigencia política y la fuerza
de los lazos entre ésta y las clases medias y bajas. En un país con fuertes tendencias igualitaristas
como la Argentina, el liderazgo político siempre se construyó relativamente al margen, y a veces
incluso en contra, de los actores de mayor gravitación económica. En rigor, nunca entendieron del
todo cómo funciona la política argentina.
Dos sorpresas políticas
La particular mirada de Hora guía la atención del lector sobre dos cuestiones políticas de suma
importancia en el inicio del siglo 20. La primera es que la reforma política de 1912 fue vista como
el medio ideal para que el poder no cambiara de mano, o sea que gran parte de las fuerzas políticas
de entonces no entendieron lo que tantas veces nos han enseñado: que de esa manera se sentaban
las bases de la democracia moderna en nuestro país.
Amplía Hora: "La relación entre democracia política e imperio de los intereses populares no es
directa. Cuando Sáenz Peña lanzó su reforma electoral, no imaginaba que en el mediano plazo iba
producir un cambio considerable en la distribución social del poder. Pensaba, en todo caso, que
Argentina funcionaba con un orden político poco representativo, con poca participación electoral y
muchos resabios caudillísticos, y que esto era un problema para construir un Estado más moderno
y más legítimo. La prueba de que la reforma no fue producto de presiones desde abajo es que
muchos integrantes de las elites socioeconómicas, más que rechazarla, la acompañaron".
La segunda cuestión es que, a partir de esa reforma, en las elecciones de 1914, 1916 y 1918, los
liguistas se incorporaron a las filas radicales, ya que la UCR se presentó como el verdadero
representante de las clases propietarias y ricas. De hecho, Domingo Salaberry, vicepresidente de la
Sociedad Rural, fue el ministro de Hacienda de Yrigoyen durante todo su primer mandato; y José
Camilo Crotto, con cuyo apellido se llamó a los linyeras desde que les permitió viajar gratis en
tren, fue gobernador radical de Buenos Aires y era propietario de 50 mil hectáreas.
Sin embargo, esa alianza duró poco. Según Hora, "al cabo de algunos años, se puso en evidencia
que estos notables no iban a desplazar a los políticos de raza, sobre todo porque desde 1916 en
adelante la política argentina se fue tornando más plebeya y más hostil hacia la riqueza heredada.
A los hombres de clase alta les resultó cada vez más difícil hablarles a la cara a los hombres del
común. Los radicales y los conservadores terminaron advirtiendo que los candidatos de fortuna no
servían para ganar elecciones, y los fueron sacando de los primeros planos".
La Liga Agraria coronaba de ese modo una larga lista de fracasos que incluía la fundación del
Partido Demócrata y su participación en el Partido Conservador, entre otros decepcionantes
procesos. La conclusión fue que los notables ya no tenían posibilidad de dirigir el curso de la
política estatal porque los partidos se habían tornado autónomos de la elite.
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–¿Por qué, según usted, allí empieza la antipolítica que existe hasta nuestros días?
–La idea de que nuestros políticos no son servidores públicos preocupados por el bienestar de la
comunidad, sino actores mezquinos que sólo aspiran a mantenerse en el poder, ocupa un lugar
importante en nuestra cultura. El peso de estas creencias, que tienen inflexiones tanto populistas
como elitistas, ha variado mucho a lo largo del tiempo. Desde muy temprano, los ruralistas
tomaron elementos de este discurso. La discriminación de que ha sido objeto el sector más
competitivo de nuestra economía desde la década de 1940 acentuó el humor antipolítico de los
hombres de campo, pero en rigor este sentimiento tiene una larga historia previa. No todo es
repetición, sin embargo. Desde la década de 1930, faltos de confianza en sus propias fuerzas, los
terratenientes se vieron obligados a lamer sus heridas en silencio. El renacimiento contemporáneo
de la movilización ruralista nos indica que estamos asistiendo a un cambio de primer orden: como
a fines del siglo 19, el ruralismo hoy quiere desafiar al mundo político establecido. Resta por ver
si esta ofensiva tiene más eco que la que en su momento protagonizó la Liga Agraria.
El libro
“Los estancieros contra el Estado. La Liga Agraria y la formación del ruralismo político en la
Argentina”, por Roy Hora. Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2009, 216 páginas. Precio: $ 39.
El autor
Roy Hora es doctor en Historia Moderna por la Universidad de Oxford. Es docente en las
universidades de Quilmes y San Andrés, y es investigador independiente del Conicet. Ha escrito
Los terratenientes de la pampa argentina. Una historia social y política, 1860-1945, y numerosos
trabajos sobre las elites económicas y sociales.
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