596 RESEÑAS Borges erudito y Borges satírico de la erudición, Borges adversario en la lectura de “La intrusa” y Borges aliado en el debate con Harold Bloom: tantos Borges, en fin, como destrezas de lectura propone Daniel Balderston. MARTÍN KOHAN NINA GERASSI-NAVARRO. Pirate Novels. Fictions of Nation Building in Spanish America. Durham y Londres: Duke University Press, 1999. En años recientes, el siglo XIX ha sido objeto de una vigorosa revaloración y reajuste crítico. Influidos por el auge en torno al nacionalismo europeo, estudios innovadores reposan una nueva mirada sobre la formación de los estados autónomos emergentes en la encrucijada de la Independencia. Afloran, asimismo, estudios que complican la transición y vivencia de los criollos decimonónicos frente a la urgencia de sedimentar la nación durante la época post-independentista. Pirate Novels, de Nina Gerassi-Navarro, encuentra un lugar predominante entre los estudios interdisciplinarios dedicados a elucidar los discursos nacionales en su rica gama ficticia. Pirate Novels revela un archivo olvidado de novelas centradas en la figura del pirata, cuyo propósito fundamental es mostrar las aventuras del protagonista como eje en torno al cual gira la trama, tanto pasional como política, que influye y a veces determina los destinos de la nación. En la introducción, la autora destaca el papel del pirata en cuatro novelas históricas producidas entre 1843 y 1886 en Argentina, Colombia, y México (5). Leídas en conjunto, La novia del hereje (1854) de Vicente Fidel López, Los piratas de Cartagena (1886) de Soledad Acosta de Samper, y dos novelas tituladas El filibustero de los yucatecos Eligio Ancona (1864) y Justo Sierra O’Reilly (1841-1842), muestran cómo el pirata se convierte en blanco o punto de convergencia de diversos, y a veces conflictivos, proyectos nacionales. Precisamente por su misma marginalidad y ostracismo, la figura del pirata proyecta el debate acerca de la identidad, cuestionando los fundamentos de la nacionalidad a la vez que las fronteras del territorio (5-6, 78-79). El primer capítulo del libro nos lleva por una fascinante travesía por “los mares del Sur” (mapa, 14) para mostrarnos la variedad de funciones que cumplía el pirata desde el siglo XVII, variedad que se refleja en la clasificación lingüística con que se describen los asaltos piratescos y el tráfico ilegal que constituía su principal ocupación (15). La fundamental diferencia que destaca la autora es que, para Inglaterra, el pirata fungía como ejecutor de una política expansionista, mientras que, para España, se le consideraba enemigo acérrimo del territorio de ultramar (15, 17). El auge de la piratería culmina en el Caribe y se prolonga hasta el siglo XVIII, cuando el pirata arrebata a otros imperios el dominio de las islas y se complica en la trata negrera (34-38). Este interesantísimo recuento histórico prepara el segundo capítulo, dedicado a la representación literaria del pirata en la poesía épica del período colonial y en relatos “híbridos” del siglo XVIII (55). En ambos géneros, la figura de Francis Drake es el blanco RESEÑAS 597 del ataque pro-hispánico en el cual el famoso corsario es símbolo de herejía religiosa (46, 53-4). Mediante una lúcida lectura de estos textos, la autora desglosa la construcción de lo inglés y lo británico como “otro” desde la perspectiva del colonizador (52), categorización que se fundamenta en la discrepancia religiosa entre los dos imperios (46-47). En el segundo capítulo, la autora inteligentemente demuestra la reversibilidad de la figura del pirata: por un lado, funciona como punto de ataque en defensa de la colonia, y, por otro, como denuncia y desafío a la herencia hispánica. Esta reversibilidad culmina en las novelas históricas, cuyo análisis forma el punto medular del estudio. En el tercer capítulo, la autora compara dos perspectivas diametralmente opuestas que giran, no obstante, en torno a un mismo sujeto: el legendario Sir Francis Drake. Si bien en La novia del hereje de Vicente López se alaban las hazañas del pirata en Lima porque sostienen un proyecto alternativo de nación (79), en Los piratas de Cartagena de Soledad Acosta de Samper se condena el asalto del famoso corsario en una defensa a ultranza del legado hispánico (93). Héroe o villano, en ambos casos la representación del pirata marca los límites del proyecto de nación (79), mostrando así la evolución de las ideologías nacionalistas en Hispanoamérica al igual que sus deficiencias (el aferrarse a una visión dicotómica y altamente moralista de las nuevas naciones). El cuarto capítulo discute el conjunto de novelas históricas, justamente para ilustrar la forma en que la narrativa decimonónica se apropia del pasado en miras de elucidar el presente (119). Con el ánimo de mostrar el enfoque localista de este género, la autora concluye que “[w]riters in Spanish America did not see the aesthetic function of the historical novel” (119). Este somero juicio parece contradecir el breve repaso de los sentidos debates que suscitó la novela histórica en Hispanoamérica, específicamente el jugoso intercambio entre Domingo del Monte y José María Heredia acerca de la influencia de Sir Walter Scott (comentado en 111-12). Justamente, estos debates comprueban la creatividad e ingenio de los escritores decimonónicos al adaptar la novela histórica, junto a otros géneros literarios europeos, a las exigencias específicas de sus respectivas regiones. Al respecto, es interesante, el ensayo de Antonio Benítez Rojo “Nacionalismo y nacionalización en la novela hispanoamericana del siglo XIX”. A mi juicio, esta perspectiva hubiera enriquecido y ampliado la discusión de la novela histórica emprendida aquí y en la conclusión. Más que marcar la distancia con el tipo de ficción histórica propuesta por Scott, y por tanto la falta de un concepto universal de la historia (185-86), el manejo de la ficción historiográfica se rescata dado el imperativo de fundar nuevas naciones. En este contexto, la autora desconoce que la autoría de la primera novela histórica en América, Jicotencátl, se atribuye al filósofo cubano, el Padre Félix Varela (118). En ese sentido, es importante la edición crítica de Jicoténcal, realizada por Luis Leal y Roberto J. Cortina, y publicada por Arte Público Press (1995), donde se confirma la autoría de Varela (xv-xvi). Al final del capítulo cuatro, Gerassi-Navarro critica la novela histórica decimonónica por representar, casi unilateralmente, el punto de vista de la élite criolla y, por tanto, apoyar un proyecto nacionalista fragmentado (146-47). Para evaluar este criterio, habría que situarse dentro del marco histórico de la época, y analizar las causas que condujeron a la Independencia, que fueron no solamente la tensión entre peninsulares y criollos, sino también los brotes de rebelión que irrumpen tanto en el continente como en el Caribe por las poblaciones marginadas de indígenas y africanos (185). Dentro de este marco, la novela 598 RESEÑAS romántica-realista hispanoamericana tuvo el ímpetu de compaginar la heterogeneidad del continente, como ha demostrado Antonio Benítez Rojo en su ensayo sobre el género (18889). Pirate Novels culmina con una lectura original del género novelesco entendido como melodrama. Aquí la autora se detiene a analizar la metáfora familia/nación elaborada por la novela del pirata, dialogando así con el “romance familiar” propuesto por Doris Sommer pero ampliando asimismo el paradigma del género al ilustrar el papel de la mujer en representar los destinos nacionales en Foundational Fictions: The National Romances of Latin America. La tésis propuesta en esta parte del estudio —que “the home becomes the center stage for the political conflicts taking place within the country” (154) y no un mero refugio o escape de estos conflictos— constituye un aporte importante al siglo XIX hispanoamericano al igual que al pensamiento feminista, dado que demuestra la continuidad, en vez del contraste, entre el espacio público y el privado. El papel otorgado a la mujer en el siglo XIX —la elección matrimonial y el deber de engendrar y educar a los futuros ciudadanos (168)— si bien sustenta la jerarquía de papeles sexuales imperante (168), también delimita un temprano e importante ejercicio de la ciudadanía (173) que prepara el ingreso de la mujer a la esfera política (176). Tanto en el caso de la política del género sexual como del literario, Pirate Novels ensancha significativamente los postulados un tanto dicotómicos de los estudios postcoloniales. Frente a la tajante división entre el “Ser” europeo y el “Otro” americano, la novela del pirata presenta al inglés, y, por extensión, al protestante y europeo del norte, como “otro” (52-53, 67, 79-81), complicando este nítido esquema. Aunque en otra dimensión, este sujeto es comparable al “Otro interior” americano representado por las poblaciones indígenas o no-europeas, como el gaucho en el relato de Sarmiento. Al respecto es interesante el texto de Roberto González Echevarría, Myth and Archive-A Theory of Latin American Narrative. El libro de Gerassi-Navarro rebasa, asimismo, la postura crítica que denuncia la Otredad simbólica otorgada a la mujer (168), al vislumbrar el enérgico papel de la ciudadana y partícipe en el dominio público (186-87). En resumen, al mostrar cómo la figura del pirata emblematiza las fisuras y contradicciones del nacionalismo hispanoamericano (187), este fascinante estudio logra no sólo revalorar un aspecto olvidado del siglo XIX, sino también una práctica ejemplar de los estudios culturales. The University of Iowa ADRIANA MÉNDEZ RODENAS