Pascua03

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“CRISTO HA RESUCITADO. ALELUYA”
Ein Recht gesegnedtes Ostern wünscht Ihnen
Je vous prie d´ágréer mes meilleurs voeux de joyeuses Pâques
Witt my bets wishes for a truly blessed Easter
Bona Pasqua a tutti
Boa Pascua a todos
Anoche, en la Vigilia Pascual, se anunciaba gozosamente la
Resurrección del Señor. Todavía desconcertados por el triunfo de
la vida sobre la muerte, de la verdad sobre la mentira, y del amor
sobre el odio, contemplamos hoy serenamente al Resucitado,
invitados a caminar con El, por El y en El con renovado impulso.
Este misterio y mensaje acredita la vida del discípulo de Cristo.
La resurrección, respuesta a una vida en obediencia
La resurrección es la respuesta del Padre a la obediencia
incondicional del Hijo. “A este Jesús Dios lo resucitó, de lo cual
todos nosotros somos testigos. Sepa con certeza toda la casa de
Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien
vosotros crucificasteis” (Hech 2,32.36). Este primer día de la
semana es un día lleno de luz, de vida, de alegría que ilumina
nuestras sombras y fortalece nuestra esperanza. Cristo viene al
encuentro en la Galilea en que vamos tejiendo nuestra existencia.
“Si hemos muerto con El, resucitaremos con El”. En El “lucharon
vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta”. “No está aquí. Ha resucitado”.
Testimonio de la resurrección
Que Cristo haya muerto, todos están convencidos. Que haya
resucitado, sólo lo creen los cristianos y no se puede ser cristiano
sin esta fe. Dios Padre confirmó con la resurrección el estilo de
vida y el mensaje de su enviado Jesucristo. “Era el hombre de
Dios, el ungido por el Espíritu y pasó haciendo el bien y curando
a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él” (Hech
10,38). La resurrección es el sello de la autenticidad divina de
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Cristo y de la verdad de su causa. “Lo ha resucitado de entre los
muertos, dándonos a todos una garantía sobre El y su misión”
(Hech 17,31). Le habían preguntado: “¿Qué señal nos das?” y
había contestado: “Destruid este templo y yo en tres días lo
levantaré” (Jn 2,18-19). Nuestra fe y trabajo apostólico se
sustentan en la resurrección de Cristo, constituido por Dios juez y
salvador. “Si Cristo no resucitó, nuestra predicación es vana y
también es vana vuestra fe. Si Cristo no ha resucitado somos los
más desdichados de todos los hombres” (1Cor 15,14-15.19).
Los bienes de allá arriba
Cristo resucitó como primicia de los creyentes: Todo tiene
en él consistencia, todo vive y se mueve con él. Nuestra vida con
sus alegrías y sus sufrimientos, con sus esperanzas y sus temores
está con Cristo escondida en Dios, pero se manifestará juntamente
con él en gloria y plenitud. Fue el primero en ser liberado
radicalmente de toda forma de servidumbre a la muerte. Es el
hombre nuevo. Su resurrección, patrimonio de todos los que
creen, debe impregnar nuestro estilo de vida, buscando los bienes
de allá arriba donde está el Señor Jesús (cf. 1Cor 5,6b-8), los
verdaderos bienes y valores por los que vivió y murió. “Los frutos
pascuales del Espíritu son caridad, gozo espiritual, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia,
continencia y castidad”. Tenemos que despegarnos de lo terreno y
caduco, revestirnos de las actitudes de la fe y de la gracia, dejar la
levadura de la corrupción y acoger la levadura del amor y de la
verdad, aspirando a los bienes superiores y eternos. “No creer en
la resurrección es padecer la claustrofobia de este mundo” y dar
plena definitividad al programa materialista: “Hoy comamos y
vivamos, que mañana moriremos”.
Proclamar nuestra fe en la Resurrección de Cristo es confiar
que hoy y aquí, Cristo Resucitado sigue vivo impulsando la
historia hacia la plenitud. “La fe de los cristianos, escribe san
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Agustín, es la resurrección de Cristo”. No es una página del
pasado sino el punto focal hacia el que camina la historia. La
resurrección sólo puede aceptarse desde la fe que se libra del falso
intento de buscar a Dios en lo oscuro, en lo oculto, en el castigo,
en el sepulcro y en la muerte; que se pone en marcha y echa a
correr en búsqueda personal y comunitaria; que se transmite y
celebra con los hermanos; que se vive y actualiza en cada
celebración de la Eucaristía. Al Señor hemos de buscarlo en los
dominios de la vida: ninguna lápida puede sellar sus infinitas
exigencias de vida. “Constituido Señor por la resurrección, Cristo
obra ya por virtud de su Espíritu en el corazón del hombre,
purificando y robusteciendo también aquellos generosos
propósitos con los que la familia humana intenta hacer más
llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin” (GS 38).
Esta fe anima nuestra entrega servicial a los demás y aviva
nuestra esperanza en la lucha contra la cultura de la muerte, el
odio y la violencia, el vacío y la desesperanza, la soledad y la
tristeza, la miseria y la violencia.
En la Eucaristía proclamamos que Cristo ha muerto y
resucitado. En ella se nos anticipa la gloria celestial, esperando la
vuelta gloriosa del Señor Jesús de cuyo Espíritu vivimos (cf. Jn
14,19). ¡Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado.
Aleluya! Se abre el camino hacia ese gran día, el octavo día,
cuando la peregrinación del hombre llegue a su fin y Dios será
todo en todo (cf. 1Cor 18,28). “La vida sólo puede ser
comprendida mirando para atrás: más sólo puede ser vivida
mirando para adelante”. En esta bendita espera os deseo unas
felices Pascuas de Resurrección del Señor.
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