Revista Philosophica Vol. 32 [Semestre II / 2007] Valparaíso (189- 199) 189 SOBRE EL SENTIDO TEOLÓGICO DEL MOVIMIENTO DEL ALMA* (Plotino, VI 9, 8) On the theological sense of the movement of the Soul (Plotino, VI9, 8) MARTÍN ZUBIRIA Universidad Nacional de CONICET [email protected] Cuyo Resumen En el octavo capítulo de su escrito "Sobre el Bien o el Uno", Plotino trata acerca del movimiento del alma. ¿Es éste un escrito sobre física o una investigación psicológica? No en absoluto. Allí no se habla ni de la relación del alma con el cuerpo, ni tampoco de su relación con el m u n d o . A d e m á s , los dos modelos posibles de la estructura del alma, - l a tripartición platónica y la división aristotélica en facultades- se vuelve allí inútil. El movimiento previsto del alma pertenece (corresponde) sólo a su destino como "sujeto" del Uno. La forma de pensar de Plotino en esta materia permite reconocer una filosofía cuyo horizonte ya no es la tradición "griega", sino la revelación de la sapientia chrisíiana. Palabras clave: Alma, Plotino, reposo, curiosidad, abnegación, unión mística. Abstract In the eighth chapter of his treatise " O n the Good or the One", Plotinus considers the movement of the soul. A p i e c e of Physics? A psychological research? Not at all. There it is neither spoken about the soul in relation with the body, nor with the world. Furthermore both possible models of the soul structure -Platonic tripartition and Aristotelian division into faculties- remain there useless. The envisaged movement of the soul belongs only to her destiny as "subject" of the One. Plotinus way of thinking on this matter allow us to recognise a Philosophy whose real horizon is no more the " G r e e k " tradition, but the revelation of the sapientia chrisíiana. Keywords: Soul, Plotino, rest, curiosity, abnegation, mystical unión. o * Recibido 1 de diciembre 2007. 190 MARTÍN ZUBIRIA / SOBRE EL SENTIDO T E O L Ó G I C O DEL M O V I M I E N T O DEL A L M A "Sobre el Bien o el Uno", así reza el título del tratado con que Porfirio quiso poner una suerte de broche de oro a su edición de la obra de Plotino, pues lo reservó para el último lugar, el noveno, dentro de la última de las Enéadas, la sexta . Según el orden cronológico, ese mismo escrito figura entre los primeros del filósofo. Pero como éste tomó la pluma, según el testimonio del propio Porfirio, cuando frisaba los cincuenta años, bien se comprende que ninguno de sus tratados posee aquellos flacos, de forma o de fondo, que suelen mostrar las obras primerizas. Si se tiene en cuenta, por otra parte, que el asunto mismo del tratado, "el Bien o el Uno", es objeto de una reflexión siempre renovada a lo largo de todos y cada uno de los escritos que integran las Enéadas, ya el sólo hecho de que Porfirio reservase para nuestro texto precisamente este título de "Sobre el Bien o el Uno", y que considerase el texto mismo como coronamiento y remate del movimiento anagógico que preside la disposición eneádica del corpus plotiniano, el hecho, para decirlo en otros términos, de que lo juzgara prelationis honore máxime dignus, nos dice por sí solo que, a pesar de su brevedad, no se verá defraudado quien busque comprender a la luz de este opusculum aureum una de las posiciones fundamentales de la Historia de la "Filosofía Primera". 1 A lo largo de los once capítulos de su tratado, Plotino ilumina de manera progresiva la naturaleza del Bien o del Uno, situado más allá de toda intelección; el método del que se vale para ello es, inicialmente al menos, el inductivo o "ascendente" (epagogé), no sólo porque su argumentación parte de ciertos ejemplos concretos, sino porque éstos, a su vez, se suceden entre sí como los peldaños de una escala por la que la inteligencia se adentra en la determinación conceptual de lo inconcebible. Plotino muestra, en el capítulo primero, que el Uno es la razón de ser de todas las cosas, y que el alma no se identifica con él; en el capítulo segundo, que tampoco el espíritu (noûs) es el Uno; en el tercero, que éste, no siendo finito, carece de forma y, en el cuarto, que sólo es comprensible "por una presencia superior a la ciencia"; en el quinto, que es necio atribuir a la fortuna y al azar gobierno alguno de las cosas del mundo; en el sexto, que, en razón de su autosuficiencia, en el Uno no hay voluntad ni intelecto; en el séptimo, que el único camino para hallarlo es la interioridad. Es entonces cuando, en el capítulo siguiente, el octavo, Plotino se vuelve hacia el movimiento del alma, considerado aquí en su sentido teológico, puesto que lo hace en su sola relación con el Uno. Este capítulo octavo es el preludio de un gran finale que expone, en la unidad de una reflexión desplegada en tres pasos, en qué consiste, primero, la beatitud del alma que contempla al Uno; luego, la visio unitiva y, por fin, la fruitio Dei. 1 P L O T I N O , Ennéades, VI, París: Sociête d'édition "Les belles lettres", 1963, pp. 182 ss. REVISTA P H I L O S O P H I C A V O L . 32 [ S E M E S T R E II / 2 0 0 7 ] 191 En esta ocasión nos hemos propuesto comprender de qué modo piensa Plotino la actividad del alma, no como forma o principio de un cuerpo orgánico, sino como una naturaleza ante la cual bien podemos presumir, con San Agustín, "que nada de lo creado está más cerca de Dios" . 2 Ello explica que el alma humana no sea enteramente ajena a la experiencia de un presente donde el tiempo parece detenerse. Y por eso, al hacer suya, en ocasiones, la quietud de un "ahora" silencioso y estadizo donde le es dado columbrar el significado de la eternidad - que no es mero transcurrir inacabable, sino, como lo supo Boecio: "la posesión íntegra, y perfecta a la vez, de la vida sin término ni tasa" -, el alma logra intuir un presente no desgarrado por la sucesión de los instantes, un presente indiviso, propio de aquellas realidades inteligibles que reciben, en cuanto causas de las del mundo sensible, el nombre de "arquetipos". Es así que, si el verdadero objeto de la poesía no es ni el sol ni las montañas, ni el paso de las estaciones, ni la figura humana y sus mudanzas, sino "el reino infinito del espíritu", fácil es comprender que esa intuición del tiempo detenido como un horizonte donde se toma perceptible con una rara intensidad la esencia de las cosas, se haya manifestado en todas las literaturas, con variado acierto, como palabra lírica. Por lo que toca a la breve historia de las letras argentinas, ha sido Borges quien supo trasladarla al lenguaje, con deleitosa armonía y serenidad, en un soneto de su último libro de poemas, Los conjurados , publicado en 1985. Los versos, escritos cuando su autor era ya un hombre octogenario, se titulan "La tarde", y dicen así: 3 4 5 Las tardes que serán y las que han sido son una sola, inconcebiblemente. Son un claro cristal, solo y doliente, inaccesible al tiempo y a su olvido. Son los espejos de esa tarde eterna que en un cielo secreto se atesora. En aquel cielo están el pez, la aurora, la balanza, la espada y la cisterna. Uno y cada arquetipo. Así Plotino lo enseña en sus libros, que son nueve; bien puede ser que nuestra vida breve sea un reflejo fugaz de lo divino. La tarde elemental ronda la casa. La de ayer, la de hoy, la que no pasa. 2 3 4 5 SAN AGUSTÍN, De quanitate animae, cap. XXXIV, en Oeuvres de Saint Augustin, Vol. V, Paris: Desclée, de Brouwer et Cie., 1948, p. 387. "Aeternitas igitur est interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio". ( B O E CIO, Philosophiae Consolationis, V, prosa 6, 10). HEGEL, Ästhetik, Berlin und Weimar: Ed. Fr. Bassenge, 1976, vol. II, p. 339. BORGES, J. L., Los conjurados, Buenos Aires: E M E C E , 2005. 192 M A R T Í N Z U B I R I A / S O B R E E L S E N T I D O T E O L Ó G I C O D E L M O V I M I E N T O D E L ALMA Ello es que, si para la conciencia poética que se expresa tan sobriamente en estos términos, la realidad eterna de lo divino posee la condición de lo meramente probable - 'bien puede ser que nuestra vida breve / sea un reflejo fugaz" de aquélla-, el pensamiento plotiniano reconoce en el Uno el objeto "real" de una contemplación sublime al devenir y cuya condición caediza obedece menos a la debilidad del alma que a su propia finitud. Una vez que ella vuelve sobre sí, cuando cesa esa suprema contemplación, sabe ya de dónde es que procede (hopóthen) y cuál es la índole de su movimiento natural, conviene a saber, el circular (en kúkloi, ) en torno a un centro. Siéndole connatural este género de movimiento, cuya perfección se impone por sí misma a la reflexión - así lo vio ya Platón en el Timeo y Aristóteles en su Física-, es claro que el rectilíneo ha de serle forzosamente "antinatural" (parà phúsin), porque no es posible entregarse a él sin hacer violencia al primero, desfigurándolo o interrumpiéndolo. El movimiento rectilíneo no es otro que el del alma entregada al comercio inmediato con la realidad sensible, atraída por la pluralidad y la diversidad de lo material, y no por el modo propio de su visión. El movimiento rectilíneo se corresponde con la forma del "conocimiento empírico", con lo que tiene de indeterminado (ápeiron), de inacabable o imperfecto, puesto que carece por sí mismo de un último fin. No menos rectilíneo, no menos contrario al movimiento natural del alma, es también el de la curiositas, el de la avidez insaciable de lo nuevo en cuanto nuevo, bajo la cual suele encubrirse una forma radical de apatía o de impotencia: la del alma incapaz de reconocer jamás un verdadero novum, perdida en el mar sin orillas de lo "interesante". 6 7 Bien sabemos que esta palabra, "interesante", es el marbete que suele aplicar el hombre a innumerables asuntos en los que nunca pone seria y definitivamente su interés; basta con que califique alguna cosa de "interesante", en efecto, para ver cómo se desentiende de ella un momento después, atraído por algo que entonces se le antoja no menos interesante que aquélla. En ese sucederse de lo interesante, no hay lugar para acontecimiento alguno capaz de transformar nuestra vida; todo se ve barrido inexorablemente por "lo nuevo". No es otra la razón por la cual la filosofía ve en la curiositas, en el conocimiento de las cosas exteriores cultivado como un fin en sí mismo, un modo de alienación. El permanecer constantemente vuelto hacia ese género de realidades no es sino un síntoma de debilidad interior (imbecillitas), que descuida la relación profunda y sostenida con lo que mora 8 6 7 8 P L O T I N O , Ennéades, VI, 9, 8, 3. Cf. H E I D E G G E R , M. Was heisst Denken?, Tübingen: M a x Niemeyer, 1971, p. 2. "Das Ereigniss wird durch das Neue gleich fortgespülf', N I E T Z S C H E , F. Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe, Berlin/New York: Deutscher Taschenbuch Verlag de Gruyter, vol. 10, 1999, p. 3 1 3 . REVISTA P H I L O S O P H I C A V O L . 32 [ S E M E S T R E II / 2 0 0 7 ] 193 -y no simplemente con lo que hay- en nosotros, sin dejar de estar por ello por sobre nosotros. 9 En su última obra y magna obra titulada Las leyes, Platón se pregunta acerca de la naturaleza del movimiento de la inteligencia. Y añade a modo de cautela: "No vayamos a contestar esto mirándolo de frente: sería como si nos volviéramos de cara al sol y nos produjéramos la noche en pleno mediodía con la falsa idea de que con ojos mortales podemos ver alguna vez la inteligencia y conocerla adecuadamente. Es más seguro dirigir la vista a una imagen de lo preguntado" . Tras algunas consideraciones introductorias, la respuesta platónica es inequívoca: "Al decir que la inteligencia y el movimiento que se da en un solo lugar se producen de modo y manera regular y en el mismo puesto y en derredor del mismo punto y en la misma dirección y conforme a una proporción y un orden único, comparable todo a la rotación de una esfera hecha a torno, no pareceríamos ciertamente malos fabricantes de hermosas imágenes en nuestro discurso". 10 11 También Plotino caracteriza, por su parte, el movimiento de la inteligencia hipostática en términos semejantes , pero si en el presente capítulo se vale de la imagen de la rotación circular, sólo se propone ilustrar la índole del movimiento natural del alma. Para comprender lo cual conviene alejar la representación de un cuerpo que gira en torno a un centro inmóvil situado "fuera" del mismo, tal como ocurre con las circunvoluciones planetarias. El movimiento circular del alma, si nos mantenemos en el ámbito de la comparación con los cuerpos celestes, sólo cabe ser representado como el de la rotación sobre el propio eje. Pero como el alma no es un cuerpo, su movimiento se produce en torno no a un "eje", sino a un centro; ese centro de donde ella misma procede; el que, siendo principio del alma, es además, por su condición de "centro absoluto", la razón de ser de todo círculo y de todo movimiento circular. 12 Tan pronto como el alma comprende que sólo el olvido, que sólo esa "enfermedad mayúscula, la ignorancia" acerca de su propia naturaleza la mantiene sujeta al movimiento rectilíneo y a la postre fatal de la curiositas, cuando comprende por fin aquello que más tarde expresará San Juan de la Cruz al decir: "niega tus deseos y hallarás lo que desea tu corazón", en13 14 9 10 11 12 13 14 Cfr. A G U S T Í N DE H I P O N A , De írinilate, XI, 3, en Oeuvres de Saint Augustin, Vol. V, Paris: Desclée, de Brouwer, 1955, p. 175 s. PLATÓN, Las leyes, 897 d. Ibid., 898 a. En relación con el conocimiento del alma y su movimiento propio, véase también PLATÓN, Timeo 37 a-b. cfr. P L O T I N O , Ennéades, III, 8, 8, 36s. PLATÓN, Timeo, 88 b. JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y amor, N° 15, Burgos: La Olmeda, D.L. 1990. 194 M A R T Í N Z U B I R I A / S O B R E E L S E N T I D O T E O L Ó G I C O D E L M O V I M I E N T O DEL ALMA tonces se vuelve hacia ese centro de donde procede y se mantiene pendiente de él gracias a un movimiento circular comparable sólo aquel que, siendo además inmutable y sempiterno, es propio de las almas de los dioses. ¿Cuáles dioses? En consonancia con una creencia muy extendida en la Antigüedad, Plotino apela a la expresión "seres divinos", o bien a la palabra "dioses" (theoí eisi ), para designar los cuerpos celestes. Así se los consideraba, en efecto, porque su movimiento era un indicio inequívoco de que estaban animados; y puesto que ese movimiento era perfecto, por su condición circular, y además inmutable y eterno, también aquella vida debía de serlo, por donde sólo podía convenir a seres de naturaleza divina. 15 16 Como se sabe, durante el siglo III de nuestra era la Antigüedad asistió a un fenómeno histórico sin precedentes: una súbita e incontenible proliferación de creencias y de cultos religiosos se expandió por toda la cuenca del Mediterráneo. La difusión del mensaje de la Revelación Cristiana se vio acompañada en sus comienzos por la irrupción y una propagación sin barreras del sincretismo gnóstico y de toda forma de superstición. Idolatría, magia, astrología, revelaciones, oráculos y misterios signaban el curso de la vida, tanto en la corte como en las poblaciones más ignotas del Imperio, al margen de toda distinción entre libres y esclavos, entre doctos e ignaros. No es sino comprensible que esta extraña situación, en la que el hombre buscaba con una suerte de afán incontenible la vía que lo vincule con "el más allá", en medio de una anarquía religiosa sin precedentes por su magnitud e intensidad, haya movido a Plotino a evitar la palabra "dios" (theós) para designar al Uno. Más aún si se tiene en cuenta que para el paganismo antiguo, los dioses son siempre una realidad "plural", cuya expresión más característica es el "panteón". Y en cuanto a la determinación conceptual que la noción de "dios" cobra en la teología aristotélica , es claro que un pensamiento situado en el horizonte de una Época histórica diferente, no puede reconocerla ya como vinculante. 17 18 19 Pero entonces, ¿qué, o quién es "dios" para Plotino? El texto de este capítulo ofrece una respuesta tan sencilla como inesperada, testimonio 15 16 17 18 19 P L O T I N O , Ennéades, VI, 8, 7. Cf. A R I S T Ó T E L E S , De caelo, I, 260 a 18ss. Situación que ha sido prolijamente expuesta en B U R C K H A R D T , J. Del paganismo al cristianismo. La época de Constantino el Grande, México: F.C.E., 1945. (Véanse en particular las secciones quinta: "El paganismo y su mezcla de dioses" y sexta: "La inmortalidad y sus misterios. Los demonios invaden el paganismo"), encomiable versión española de E. Imaz. Cfr. A R I S T Ó T E L E S , Metafísica, XII, 6-10. Cf. "Weshalb 'Sein des Seienden'?", en: B O E D E R , H. Das Bauzeug der Geschichte. Aufsätze und Vorträge zur griechischen und mittealterlichen Philosophie, Würzburg: Ed. G. Meier, 1994, pp. 279-303. REVISTA PHILOSOPHICA VOL. 32 [SEMESTRE 11/2007] 195 inequívoco de que la esfera de la Primera Época de la Historia de la Metafísica ha quedado atrás. Por debajo del Uno/Bien se encuentran aquellos seres que los hombres llaman "dioses". Un "dios" no es simplemente un ente o una substancia determinada, sino (al igual que el "hombre vulgar" -ánthropos ho polús - y el mero "animal") un "alguien" diferenciado de los demás vivientes por la condición de su alma. Sólo que ésta, lejos de poseer una naturaleza fija y siempre idéntica a sí misma, puede hallarse situada en diferentes órdenes o grados de distancia con respecto al Uno. 20 El alma, según lo supo Heráclito, es una "proporción que se incrementa a sí misma" , de suerte que la magnitud relativa de ese "incremento" vuelve manifiesta, cuando ello ocurre, la diferenciación del alma respecto de sí misma. Este pensamiento reaparece ahora transformado en la intelección plotiniana, para la cual, la diferencia natural o fija entre "dios", "hombre" y "fiera" retrocede a un segundo plano ante la diferencia fundada en el "obrar"; aquella por la que un mismo ser puede mudar de condición, en la medida en que se aleje del Uno o se aproxime a Él. 21 Siendo la "distancia" el factor decisivo en orden a tal diferencia, nada impide que el hombre mismo -que su alma- pueda ser considerado "divino" e incluso designado con la palabra "dios"; así se desprende del hecho de que Plotino distinga no entre "dios" y "hombre", como cabría esperar, sino entre "dios" y "hombre vulgar", o, lo que es lo mismo, entre "dios" y hombre "natural", aquél que ignora la tarea sapiencial de la diferenciación respecto de sí mismo. Se trata de un hombre que puede perturbar de tal modo el movimiento ingénito y circular de su alma, que al alejarse de manera rectilínea más y más de sí mismo y del Uno, da en volverse "fiera", en tanto que "es dios quien está aunado con aquél" . Este carácter lábil, esta posibilidad de autodiferenciación propia del hombre, es lo que hará decir a Nietzsche por boca de Zaratustra, en un presente que ya no es el de la historia del "amor a la sabiduría", que el hombre es "el animal no consolidado todavía". 22 23 Puesto que el movimiento propio del alma es el circular, ¿cómo se determina el centro en torno al cual se realiza? Plotino ve en él, por de pronto, la 20 21 22 23 PLOTINO, Ennéades, VI, 9, 8, 9. HERÁCLITO, B, 115, Diels/Kranz, Fragmente der Vorsoktariker, Berlín: Rowohlt, 1963. PLOTINO, Ennéades, VI, 9, 8, 8. "Das noch nicht festgestellte Thier", N I E T Z S C H E , F. Jenseits von Gut und Böse, § 62, Kritische Studienausgabe, Berlin/New York: Deutscher Taschenbuch Verlag de Gruyter, vol 5, p 8 1 . Heidegger, por su parte, volverá sobre ese pensamiento, al reconocer la no imposibilidad de que el hombre abandone su condición de "animal calculante" en aras de su destinación primigenia: la de ser "vecino del Ser" (HEIDEGGER, M. Wegmarken, "Brief über den Humanismus", Francfort/Main: Vittorio Klostermann 1978, p. 339). 196 MARTÍN ZUBIRIA / SOBRE EL SENTIDO TEOLÓGICO DEL MOVIMIENTO DEL ALMA razón de ser de todo centro, de cuanto así se denomina por simple analogía con el de un círculo visible. Ni qué decir tiene que el alma no es un círculo en el sentido de una figura geométrica, del mismo modo en que tampoco el ente parmenídeo debe ser concebido como un cuerpo sólido por el hecho de que su perfección haya llevado a compararlo con una esfera. El alma es un círculo porque en ella y en torno a ella se encuentra la "naturaleza primigenia" (arkhaía phúsis ), de la que ha surgido y de la que, además, está enteramente separada, en el sentido de que el alma no es el Uno, así como tampoco el círculo se identifica con el centro del que nace. Pero entonces, ¿cómo es que Plotino afirma en otro de sus tratados que "no estamos separados de lo que es, sino que nos encontramos en él; y él, a su vez, no se halla separado de nosotros, porque todos los entes son uno"? 24 25 Lo que sucede es que la diferencia absoluta, el abismo que media entre el Uno y el inteligir, obliga a pensarlo en términos literalmente "paradojales", porque toda afirmación ha de negar por fuerza, en cuanto determinación, aquella diferencia. Por eso Plotino sostiene que el Uno no está separado de nada o, mejor, de "nadie", porque si lo estuviese, tal separación se le volvería un límite. Y si, por otra parte, el Uno no estuviese separado de todos los entes, si se identificase sin más con la totalidad de los mismos, la diferencia absoluta habría quedado cancelada, en cuyo caso sería imposible afirmar que el Uno se encuentra "más allá" de cuanto "es", "más allá del espíritu", "más allá del conocimiento" . 26 En la situación actual, una parte de nosotros, esto es, una parte del alma, que es el "mismo" (autós) del hombre -así como el "espíritu" es el "mismo" del alma, y el Uno el "misino" del espíritu- se halla sujeta al mundo sensible por el cuerpo. Es como si el alma "tuviese los pies en el agua", dice Plotino recordando un pasaje del mito escatológico del Fedón , "y el resto del cuerpo afuera". Y es por esa parte nuestra, no sumergida en el cuerpo, que podemos elevarnos por sobre él; por ella nuestro propio centro se vincula con el de todo cuanto es, así como el centro de los círculos que componen una esfera coincide con el de la esfera que los abarca. Y puesto que ese punto central es inmóvil, él constituye para nosotros el lugar del verdadero reposo (anapauómenoi ). Así como fuera de él, todo es movimiento, inquietud, "diversión", así también el reposo, el sosiego y la concentración aumentan progresivamente a medida que nos aproximamos al centro. 27 28 Si los círculos poseyesen una cierta magnitud geométrica, su vínculo 24 25 26 27 28 P L O T I N O , Ennéades, VI, 9, 8, 14 s. Ibid., VI, 5, 1, 16s. Ibid., V, 3, 1 2 , 4 7 s . PLATÓN, Fedón, 109 d-e P L O T I N O , Ennéades, VI, 9, 8, 22. R E V I S T A P H I L O S O P H I C A V O L . 32 [ S E M E S T R E II / 2 0 0 7 ] 197 con el centro tendría la forma de una relación espacial; en tal caso, al ocupar el centro un lugar determinado, se hallarían dispuestos de manera fija en torno a él. Pero como esto resulta inadmisible en el caso de la relación del alma con el Uno, se impone la siguiente cautela: siendo el alma un ente de naturaleza "espiritual" (autaí te hai psukhaì noetaí ), el vínculo que la religa con su centro no puede fundarse en ninguna facultad o potencia cognoscitiva, puesto que el Uno se halla más allá de la inteligencia y de su actividad propia. La presencia del alma, en cuanto ser pensante, cabe su "objeto" propio, sólo es posible en virtud de una relación de semejanza e incluso de identidad (homoióteti kaì tautóteti ). El ser pensante se une con lo pensado en la medida en que ambos posean una naturaleza común y no medie obstáculo alguno que estorbe esa unión. 29 30 Si los cuerpos, por su misma naturaleza corpórea, se ven impedidos de comunicarse entre sí, los seres incorpóreos y también aquellos que, como el hombre, poseen ambas naturalezas a la vez, no cabe atribuir la experiencia de ese impedimento a una realidad corpórea interpuesta entre ellos. Lo que los mantiene alejados a unos de otros no es el lugar, sino la diferencia y la alteridad (heteróteti de kaì diaphorâi ). De allí que al desaparecer esta última, en virtud de una simplicidad creciente, se instaure como de suyo una presencia "ilimitada". 31 32 Aquél, por su parte, que carece hasta de la sombra de la menor diferencia concebible, no puede sino hallarse siempre, eternamente, presente. Precisamente por esa presencia suya, "más fuerte que la ciencia" , podemos llegar a "comprenderlo". ¿Quiénes? No todos los hombres, sino sólo aquéllos que, a su vez, se toman presentes para el Uno, por haberse negado a sí mismos (ab-negado), mediante la renuncia a la diferencia que los aparta de lo absolutamente simple. Bien es verdad, por otra parte, que si tendemos hacia Él, a fin de abrazarlo, el principio de ese amor por Él no procede sino del Uno mismo . 33 34 35 Por otra parte, si el alma gira incesantemente en torno a su centro, el Uno, eso no significa que permanezca siempre como "tendida" hacia Él. Al igual que los coreutas de los festivales dionisíacos en la antigua Grecia, 29 30 31 32 33 34 35 Ibid., 25. Ibid., 27. Cfr. 4, 27. Tà asómata, PLOTINO, Ennéades, 1. 30; esta expresión no designa aquí, como entre los estoicos, lo que simplemente carece de "materia sensible" —los significados de los términos, por ejemplo—, sino sólo "las a l m a s " y también "el espíritu" en cuanto presente en ellas. Ibid., VI, 9, 8, 32. Cf. Ibid, VI, 9, 6, 42. Ibid., VI, 9, 4, 2. Ibid., VI, 7, 3 1 , 17s. Cf. 1 J O H . 4, 19: prius dilexit nos. MARTÍN ZUBIRIA / SOBRE EL SENTIDO TEOLÓGICO DEL MOVIMIENTO DEL ALMA 198 también el alma entregada a su danza incesante en torno al "corifeo" puede darle la espalda para mirar a los que están "afuera"; pero sólo cuando se vuelve hacia aquél es cuando canta como es debido y configura un círculo perfecto. De modo análogo a lo que ocurre con el coro, también para el alma el movimiento perfecto o "infinito" en torno a su centro constituye su única razón de ser. Por donde, si él cesase, su falta de determinación sería completa y nada le impediría confundirse con la nada (lúsis hemîn pantelés éstai kaì oukèti esómetha . 36 Pero ese movimiento no se detiene, no podría hacerlo, pues ello supondría una pobreza o una debilidad inadmisible en el principio sobreabundante que lo genera. Lo que sucede es que el alma, por su propia finitud, se vuelve hacia el exterior, en lugar de permanecer orientada siempre hacia su centro, que es el nuestro. Por eso, cuando lo contemplamos, más aún, cuando nos aproximamos a Él con la vista puesta en lo que la teología posterior conoce como unió mystica, entonces, y sólo entonces, alcanzamos nuestro "fin y reposo" . Lo cierto es que, aun cuando esto sea dicho con términos platónicos (télos kaì anápaula ), este pensamiento acerca del sosiego que busca el alma fatigada por la búsqueda del Uno tras haber comprendido qué dolorosa lejanía lo aparta de Él, no pertenece, en rigor, al ámbito de la llamada "filosofía griega"; San Agustín lo formulará un poco más tarde con la expresión celebérrima: "fecisti nos ad te, et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te" .. 37 38 39 En ese "fin y reposo", continúa Plotino al tiempo que concluye el presente capítulo, acaba toda disonancia y entonces nuestra danza -para retomar la imagen del coro- cobra el supremo esplendor de lo divino (khoreían éntheon ). 40 A lo largo de todos y cada uno de sus capítulos, el tratado nos hace comprender que el ápice de la actividad del alma no reside en la contemplación, en la theoría. Ésta es sólo un medio para lograr aquella semejanza e identidad, propia de lo simple, que le permite ir al encuentro del Uno ("Unum certe quaerimus, quo simplicius nihil así" ). La diferenciación respecto de sí mismo no acaba, para ninguna de las posiciones fundamentales de la Época Media, con la contemplación, sino con ese encuentro definitivo por obra del cual el alma cumple con su destino, encuentro que consiste en que ella alcance no sólo, ni únicamente, la posesión del saber, sino su 41 36 37 38 M 40 41 P L O T I N O , Ennéades, VI, 9, 8, 4 1 . Ibid, 43. PLATÓN, República, 532 e 3. SAN A G U S T Í N , Confesiones, I, 1 en Oeuvres de Saint Augustin, Vol. V, Paris: Desclée, de Brouwer, 1962, p. 272. P L O T I N O , Ennéades, VI, 9, 8, 4 5 . SAN A G U S T Í N , De vera religione, cap. XXXV. R E V I S T A P H I L O S O P H I C A V O L . 32 [ S E M E S T R E II / 2 0 0 7 ] 199 42 salvación. Por eso el mismo San Agustín, sabiéndose ya completamente ajeno a todo gnosticismo y sin temor alguno de que se lo vincule con él, podrá decir también en su hora: "Y para verse menos impedida de unirse a la verdad toda (toti inhaerere veritati), el alma deseará, como un supremo beneficio, la muerte que antes temía, es decir, la fuga y la evasión completa de este cuerpo." 43 42 43 Cf. BOEDER, Heribert. Die philo-sophischen Conceptionen der mittleren Epoche. In: D E R S . : Das Bauzeug der Geschichte. H r s g . v. M E I E R , G e r a l d . W ü r z b u r g : K ö n i g h a u s e n u n d N e u m a n n , 1994, 3 2 3 - 3 4 3 . S A N A G U S T Í N , De quanitate animae, Ed. cit., cap. XXXIII, in fine.