De la Emergencia Económica a la Emergencia Ocupacional. El Plan Jefes y Jefas de hogar en el marco de la crisis del modelo neoliberal. Carla Zibecchi Gabriel Calvi Indice Introducción __________________________________________________________________ 2 De la Emergencia Económica a la Emergencia Ocupacional ___________________________ 2 Emergencia Económica, reformas estructurales y retirada del Estado____________________________ 2 Impacto de las reformas en el perfil de la economía __________________________________________ 4 Mercado de trabajo urbano y distribución del ingreso ________________________________________ 7 Crisis, devaluación y Emergencia Ocupacional _____________________________________________ 9 De los planes de empleo transitorio al Plan Jefes y Jefas _____________________________ 12 La política social durante los noventa ____________________________________________________ 12 El Plan Jefes y Jefas: principales características ___________________________________________ 17 Plan Jefes y Jefas: ¿continuidad o cambio? _______________________________________________ 19 Plan Jefes y Jefas: impacto en la distribución del ingreso ____________________________________ 22 Conclusiones _________________________________________________________________ 27 Anexo estadístico______________________________________________________________ 29 Bibliografía citada ____________________________________________________________ 33 1 Introducción Durante buena parte de la década del ’90, la Argentina ha sido escenario de un proceso de reforma estructural y consecuente acentuamiento de la regresividad distributiva, signado por el progresivo deterioro de las capacidades del Estado en materia económica. Convertibilidad, desregulación, privatizaciones y apertura significaron el fin del rol asignador de recursos que las instituciones estatales conservaron –con mayor o menor eficacia– durante más de sesenta años. Mientras que el gobierno de la Alianza no constituyó una excepción a esta regla, las opciones de política implementadas por el gobierno de la transición son presentadas como punto de inflexión y oportunidad para recomponer la capacidad regulatoria del Estado en materia económica. Sin embargo, los efectos “redistributivos” de las políticas implementadas durante la transición son, por el momento, limitados y se encuentran “atados” a la eventual continuidad y eventual ampliación de programas específicos, tal es el caso del Plan Jefes y Jefas de Hogar. Es por ello que los cambios −o insinuaciones de cambios− que es posible observar a partir del desplome del gobierno de la Alianza deben ser evaluados también a la luz de las orientaciones en materia de políticas sociales. Es en este punto que se impone el debate en torno a las características del controversial programa. En este sentido, resulta interesante evaluar sus características, alcance e impacto en comparación con los diseños que dominaron durante el apogeo neoliberal. En este trabajo intentaremos contribuir al análisis de las transformaciones de los últimos años abordándolas desde una doble perspectiva. En primer lugar, nos concentraremos tanto en la pesada herencia del modelo neoliberal de los noventa como en las opciones de política económica que han intentado impulsar las últimas administraciones. En segundo término, buscaremos abocarnos, en el marco del punto anterior, a la dilucidación del debate en torno a las orientaciones de la política social, sus cambios y continuidades y su eficacia en materia distributiva. De la Emergencia Económica a la Emergencia Ocupacional Emergencia Económica, reformas estructurales y retirada del Estado El incremento en las situaciones de vulnerabilidad que caracteriza hoy a la sociedad Argentina es el resultado de un largo recorrido consolidado durante la última década, pero que encuentra sus orígenes en las transformaciones operadas por las opciones de política económica implementadas durante la última dictadura militar. Lejos estamos hoy de aquella 2 remota época vinculada al modelo de desarrollo conocido como industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), en el que la estructura social argentina se diferenciaba del resto de las configuraciones latinoamericanas por su relativa homogeneidad, sus patrones de distribución del ingreso más igualitarios y su capacidad de integrar a la mayor parte de la población en el mundo del trabajo (O´Donnell, 1978; Villarreal, 1985). El régimen burocrático-autoritario de 1976 ha sido considerado el impulsor de un proyecto básicamente impopular, excluyente y regresivo cuyo resultado fue, entre otros, una profunda reestructuración productiva que socavó las bases materiales de la ISI (Kaufman, 1994; Villarreal, 1985). Las opciones de política implementadas entonces –apertura de la economía y reforma financiera, principalmente– tuvieron como resultado un proceso de fragmentación social irreversible. Conocido bajo el –poco feliz, por cierto– concepto de latinoamericanización de la estructura social, ese proceso de fragmentación se hizo evidente en la aceleración de las tendencias hacia la terciarización de la economía, la desindustrialización, la estratificación salarial y el incremento de la informalidad y el cuentapropismo (Villarreal, 1985; Giosa Zuazua, 1999), tendencias que sólo podían ser impulsadas, en ese entonces, con mecanismos de violencia institucional, por un régimen político que hiciera reposar su legitimidad en fracciones de clase minoritarias, es decir, por un régimen político de legitimidad restringida. La consolidación de este nuevo modelo de sociedad más desigual y fragmentado vino, sin embargo, de la mano de un gobierno democrático que se vio ante la necesidad de concentrar poder de decisión en el Ejecutivo nacional. Ya en los inicios de la administración Menem (1989-1999) la sanción de la Ley de Emergencia Económica y la ampliación de los miembros de la Corte Suprema contribuyeron a dar al Ejecutivo tanto atribuciones legislativas –decretos de necesidad y urgencia– como una fuerte incidencia en las decisiones de la Primera Magistratura. Sólo en el marco de esta impronta delegativa (O´Donnell, 1993; Torre, 1998) es posible interpretar la celeridad en la implementación de la opción neoliberal. De este modo, reforma del Estado –privatizaciones, control del gasto, descentralización de funciones–, desregulación de la economía y apertura al comercio y a la inversión extranjera conformarían no sólo los lineamientos básicos de la opción neoliberal menemista, en clara sintonía con el decálogo de medidas impulsado desde el Norte –Consenso de Washington–, sino también una coordinada y virulenta ofensiva en favor de los intereses de las fracciones del establishment que se disputaban la hegemonía desde fines de los setenta (Azpiazu, 2000). Pero la estabilización macroeconómica, prioridad de la agenda de una administración que lidiaba con las turbulencias emanadas de una crisis hiperinflacionaria sin precedentes, 3 sólo se logrará hacia 1991, año de sanción y promulgación de la Ley de Convertibilidad. Ante las dificultades de los planes de estabilización de los ´80, la Ley de Convertibilidad (23.928) ponía en vigencia un régimen de paridad a un tipo de cambio ligeramente superior al que existía en ese momento. La ley establecía, entre otros puntos, las distintas operaciones que deberá efectuar el BCRA para mantener dicha paridad y derogaba todas las disposiciones legales o reglamentarias que autorizaran la indexación por precios o cualquier tipo de actualización monetaria a partir del 10 de abril de 1991, relegando la emisión al resultado de la balanza de pagos y comprometiendo a las entidades financieras con un alto nivel de encajes. En este sentido, la convertibilidad significaba la instauración de un conjunto de reglas de juego claras en las que la reestructuración deberá moverse (Meller, 1993). Todas estas medidas incluidas en la opción neoliberal menemista contribuyeron a dar al mercado un rol decisivo en la asignación de recursos. Como consecuencia de las privatizaciones, la desregulación, la apertura y la fijación del tipo de cambio, el Estado perdió su capacidad de intervenir en la economía: el control de las tarifas de los servicios públicos, la aplicación de políticas arancelarias o paraarancelarias, el manejo del tipo de cambio y la emisión monetaria, así como la reorientación de recursos a actividades estratégicas mediante subvenciones, dejarían de ser durante toda la década alternativas posibles en lo que a la acción estatal se refiere. Tal encorsetamiento tendría como corolario una virtual descomposición de capacidades estatales (Sidicaro, 2001) que, como veremos, sería fuente de dificultades en el futuro. Impacto de las reformas en el perfil de la economía En el corto plazo, la estabilización lograda gracias a la implementación del tipo de cambio nominal fijo y las distintas reformas estructurales tuvo un efecto positivo en lo relativo a la credibilidad, por parte de la comunidad internacional, respecto del cambio en las reglas de juego locales. Esta mayor credibilidad, que permitió el acceso a mecanismos de refinanciación de la deuda –firma del plan Brady–, se vio acompañada por un cambio en la coyuntura internacional signado por la baja en las tasas de interés y una alta liquidez. El resultado de estas tendencias fue la significativa reversión de los flujos de capital que hasta 1991 significaron para la economía argentina una transferencia neta de recursos hacia el exterior. También en el corto plazo, la aplicación de la opción neoliberal tuvo un efecto positivo en el PBI y en los niveles de empleo. La estabilización de los precios que siguió a los procesos hiperinflacionarios de 1989 y 1990 estimuló la demanda y tuvo como efecto paralelo la reducción del índice de desocupación (Schvartzer, 1996). 4 En el mediano plazo los resultados fueron otros. La crisis mexicana de principios de 1995 primero y la crisis brasileña de 1998 después hicieron manifiesta la vulnerabilidad externa del modelo de desarrollo emergente. La caída del producto (ver Cuadro 1 en el anexo estadístico) y del empleo como resultado de la reversión de los flujos de capitales –debido a la mayor inestabilidad de la región–, el deterioro de las cuentas fiscales –que habían dado signos de recuperación los años anteriores gracias a los ingresos por privatizaciones– y el incremento de la deuda externa pública y privada señalaban que los cambios operados por la opción neoliberal en la estructura productiva doméstica no eran tan promisorios como se suponía. En primer lugar, debemos destacar que la apertura de la economía a la competencia internacional, sumada a la fijación del tipo de cambio a un nivel rezagado, tuvo como resultado una modificación en la estructura de precios relativos que favoreció a los no transables y perjudicó a los transables. La pérdida de la participación del sector productor de bienes en el PBI global es un síntoma de esa situación (ver Cuadro 2 en el anexo estadístico). La apreciación del tipo de cambio real, derivada de la conjunción de las dos políticas mencionadas en un contexto de alta liquidez en el mercado financiero mundial –globalizado– , tuvo como resultado una pérdida en la competitividad de la producción doméstica en el mercado internacional. El desplazamiento de la actividad industrial local, principalmente de las pequeñas y medianas empresas, es consecuencia directa de lo anterior (Kosacoff, 1996, 192). Ahora bien, en lo que a la producción de bienes se refiere (Cuadro 2 del anexo estadístico), los rubros que incrementaron su representación en el PBI durante el período considerado son principalmente tres: dos de ellos, agricultura-ganadería y explotación de minas y canteras, vinculados a la explotación de recursos naturales; el otro, suministro de electricidad, gas y agua, vinculado al proceso de privatizaciones. Pero más destacado es el crecimiento de sectores vinculados a la provisión de servicios: la intermediación financiera se incrementa a razón de un 16,8% anual promedio, y transporte y comunicaciones – vinculados también a privatizaciones– un 9% anual promedio. De estos datos se desprenden dos de los procesos que, iniciados ya durante la última dictadura militar, se profundizan a raíz de la implementación de la opción neoliberal: de un lado, el disciplinamiento de la industria y la consecuente reprimarización del aparato productivo, entendida como incremento en la participación en el PBI de los sectores vinculados con la explotación de ventajas naturales; del otro, la terciarización de la economía, incremento en la participación de los servicios –destacándose un nuevo impulso 5 del eje de valorización financiera (ver Cuadro 2 del anexo estadístico)– y el comercio en el PBI agregado (Azpiazu, 2000). La caída del valor agregado industrial encuentra su explicación no sólo en la quiebra de pequeños y medianos fabricantes, sino también en un proceso de fuerte desintegración de la producción fabril. La apertura dispuesta por la administración justicialista tendió a incentivar la subcontratación de partes o procesos principalmente vía importaciones (Kosacoff, 1996, 208).1 Mientras que las importaciones totales aumentaron entre 1992 y 1999 un 70%, observamos (ver Cuadro 3 en el anexo estadístico) que los bienes intermedios lo hicieron un 6% más. El incremento de este tipo de importaciones, si bien no refiere en particular a bienes insumos de la producción industrial, puede dar cuenta de esta tendencia. Finalmente, la eliminación de los mecanismos de Promoción Industrial, por efecto de la Ley de Emergencia Económica, operaron en el tejido industrial en el mismo sentido. El gran desarrollo que se observa a lo largo de la década en la industria automotriz es, en parte, el resultado haber sido la excepción a esta regla. El mantenimiento de un régimen de incentivos de estas características –ventajas comparativas institucionales, en términos de Azpiazu y otros (Azpiazu, 2000)– ha hecho de la automotriz una de las ramas líderes de la industria en los ´90. En esta estrategia de “crecimiento invertido” (Pucciarelli, 1999), la acentuada distorsión de los precios relativos que generó el conjunto de políticas implementadas desde principios de los noventa potenció el carácter desequilibrado que la estructura productiva doméstica arrastra desde la segunda posguerra. La regresión que caracteriza a la evolución industrial en los noventa ha corroído su inserción internacional, resultando de ello una reprimarización del patrón de especialización internacional de la economía argentina (Sirlin, 1996). Dadas estas características no resulta extraño que el ciclo económico de los noventa reproduzca algunas de las patologías que caracterizaron al patrón de desarrollo ISI y profundice otras: tasa de crecimiento de la economía limitada por el ingreso de divisas (ver Gráficos 1 y 2 en el anexo estadístico); demanda de importaciones de elasticidad elevada con relación al nivel de actividad de la economía (ver Gráfico 4 del anexo); exportaciones de bajo valor agregado (Cf. Bekerman y Sirlin 1996). De este modo, las fases expansivas se caracterizan por un deterioro de la balanza comercial que sólo puede ser contrarrestado por un ingreso de divisas por otros medios –o bien un mayor endeudamiento externo (ver Gráfico 6 del anexo), o bien 1 Así también en Azpiazu (2000, 11): “en buena parte de las empresas industriales líderes el componente de producción propia de las ventas perdió peso relativo frente a la comercialización de bienes importados complementarios de los que producen o, incluso, sustitutivos de algunas líneas de producción discontinuadas.” 6 mayor afluencia de capitales a la región–. Pero cuando el endeudamiento externo y la afluencia de capitales encuentran su límite –por un eventual cambio en la coyuntura internacional– el ciclo alcanza su punto de inflexión a partir del cual se pasa a una fase recesiva (ver Gráficos 1 y 2 en el anexo estadístico). Si en esta coyuntura el valor agregado de los exportables –productos con ventaja comparativas naturales o institucionales– no se incrementa y la productividad industrial no logra alcanzar los estándares internacionales,2 el nuevo steady-state se alcanzará a un nivel menor de actividad. La desocupación (ver Gráfico 3 en el anexo) aparece entonces como variable de ajuste,3 dadas las restricciones –“encorsetamiento”– que el conjunto de opciones de política económica impone a la intervención contracíclica del Estado. Mercado de trabajo urbano y distribución del ingreso La caída del empleo que se producía en ciertos sectores como resultado de las políticas de reforma –despidos por privatizaciones y por cierre de empresas que se reacomodaban frente a la competencia abierta de las importaciones–, y que había sido opacada por el incremento de la demanda en los primeros años de la década, se hará manifiesta hacia 1995 (Schvartzer, 1996). La reversión de los flujos financieros desencadenada por la crisis mexicana dará comienzo a una fase recesiva del ciclo y el desempleo alcanzará el 18,6%. La apertura de la economía y el tipo de cambio apreciado llevaron –a lo largo de la década– al cierre de pequeñas y medianas firmas que no lograron sobrevivir a la competencia internacional, incrementando los niveles de desempleo. Apertura y tipo de cambio fijo, contribuyeron, también –como vimos– a redefinir las estrategias de valorización de las empresas de mayores dimensiones. Mediante la especialización productiva y la desverticalización de sus estructuras –flexibilización externa–, las grandes empresas buscaron reducir costos e incrementar su productividad ante la competencia internacional: “los empresarios optaron por una reestructuración basada en una fuerte sustitución de insumos de producción nacional por importados, en el cierre de líneas de producción e incorporación de bienes importados dentro del perfil de ventas, en la terciarización de servicios y en técnicas de racionalización de mano de obra”(Giosa Zuazua, 1999, 196). Tal estrategia empresarial dio lugar a la transformación de empleo formal, o bien en desempleo, o bien en empleo informal. El primer caso es el relativo al impacto del 2 Si bien la productividad industrial encontró un fuerte crecimiento en los noventa, de la mano de una menor demanda de trabajo por parte del sector y una intensificación de la jornada y los procesos productivos (ver Aspiazu, 2000), la inserción del sector en el mercado internacional continuó siendo deficiente debido al escaso valor agregado de la producción. 7 incremento de insumos importados en el mix de producción. El segundo es el referido a la contratación externa de servicios que antes eran provistos al interior de la firma: la aparición de un sector informal urbano productivo (SIUP), es decir, que forma parte de la lógica de acumulación de las empresas, se suma hoy a la vigencia y crecimiento del sector informal tradicional (SIUT) desarrollado hacia fines de los setenta (Giosa Zuazua, 1999). Por su parte, la desregulación del mercado de trabajo, cristalizada en la Ley de Empleo de 1991 y en las reformas a la Ley de Contratato de Trabajo –hacia 1995–, generó las condiciones de posibilidad de nuevas modalidades de contratación flexibles –contratos por tiempo determinado–, que permitieron a las empresas ajustar su demanda de trabajo a los avatares de la evolución del nivel de actividad interna. El incremento exponencial de la desocupación hacia mediados de la década –momento en que se inicia la fase recesiva del ciclo– da cuenta del impacto negativo de tal precarización del empleo formal (Gráfico 3 del anexo estadístico). Resumiendo, las transformaciones en la esfera del trabajo comprenden no sólo el incremento del desempleo estructural –por efecto de la reducción de planteles por privatización, cierre de firmas pequeñas y medianas, o estrategias de valorización de las grandes empresas–, sino también la intensificación de la precarización del empleo en sus diversas manifestaciones: del empleo formal, debido a la re-regulación de las condiciones contractuales –contratos a prueba o por tiempo determinado–; del empleo informal – flexibilizado por definición– debido al incremento del SIUT y al desarrollo de un SIUP. Por último, con relación a la dinámica del mercado de trabajo urbano es evidente que las estrategias de valorización productiva de las empresas han tenido como resultado cierto distanciamiento entre crecimiento y nivel de empleo. La desverticalización de las principales firmas industriales durante los noventa, mediante estrategias de subcontratación externa –vía importaciones– de partes o procesos, hace que el incremento de la demanda no genere, necesariamente, un incremento en las necesidades de mano de obra (Azpiazu, 2000). Como resultado de esa ruptura en la cadena productiva, hemos asistido al fin de un sector industrial que, en la etapa anterior –ISI–, funcionaba como verdadero promotor del empleo. Pero la regresividad de este modelo también se hace evidente al evaluar la distribución del ingreso. Mientras que en 1994 los cinco deciles de hogares de menores ingresos per cápita se apropiaban del 25,6% del ingreso total y el 10% más rico superaba ese porcentaje en un 2% (ver Cuadro 5 en el anexo), en 2000, los primeros –50% más pobre de la 3 Cf. el análisis modelístico que realizan Gerchunoff y otros (1996), o bien el análisis más teórico desarrollado en Pucciarelli (1999). 8 población– sólo se apropiarían del 23,3% del ingreso total y los segundos –10% de mayores ingresos– concentrarían el 29,7%. El coeficiente de Gini, que resume la distribución decílica del ingreso en un índice estandarizado –cuyo valor mínimo, cero, representa la distribución de ingresos más equitativa, y cuyo valor máximo, uno, representa la mayor concentración del ingreso– se incrementó en más de un 10% en el período en cuestión, pasando de un guarismo de 0,39 a uno de 0,43. Crisis, devaluación y Emergencia Ocupacional La crisis terminal del modelo neoliberal, que ya había demostrado su alto nivel de vulnerabilidad externa desde mediados de la década del noventa, se hizo manifiesta en la errática orientación de las medidas instrumentadas por el gobierno de Fernando de la Rúa. Con el objetivo explícito de conservar los lineamientos básicos del modelo de los noventa – apertura, desregulación, convertibilidad, privatizaciones– en un contexto recesivo y de retirada de capitales de la región, las políticas fiscales contractivas y la insinuaciones de medidas paraarancelarias proteccionistas se alternaron durante los dos años del breve mandato de la Alianza. En los primeros cinco trimestres las opciones neoliberales predominaron. La prioridad puesta en la eliminación de la brecha fiscal llevó al gobierno a eliminar exenciones al IVA, reducir la base no imponible del impuesto a las ganancias y recortar haberes de empleados públicos y jubilaciones. Estas medidas, junto con la reforma laboral –cuya cuestionada sanción motivó el alejamiento del vicepresidente y el virtual quiebre de la alianza gobernante–, posibilitaron un mayor acceso al financiamiento internacional que incrementó sustancialmente la deuda externa pública. Pero ante la dificultad para superar la fase recesiva del ciclo que ya acumulaba más de dos años (ver Cuadro 1 del anexo) y en un intento por revertir el drenaje de divisas resultante del pago de intereses de deuda y la masiva huida de los capitales financieros (ver cuenta capitales de la balanza de pagos en el Gráfico 2 del anexo estadístico), el gobierno –de la mano de Cavallo en Economía– se embarcó hacia el segundo trimestre de 2001 en una serie de medidas que, en el marco de las restricciones impuestas por el modelo neoliberal, suponían un esbozo de proteccionismo. La instauración de un tipo de cambio diferencial para el comercio exterior –canasta de monedas (dólar y euro)–, la aplicación de un impuesto a las transacciones financieras y la reducción de las exigencias de encajes bancarios –con el objetivo de dar liquidez al mercado interno– constituyeron un sintomático giro del icono local del neoliberalismo de los noventa. El giro no alcanzó a revertir las expectativas de 9 corto plazo y el discurso de la urgencia económica volvió a justificar la implementación de políticas fiscales contractivas más duras –déficit cero–. El déficit cero –política fiscal que subordinaba las remuneraciones del sector público a los niveles de recaudación– tampoco pudo fortalecer la limitada confianza de los agentes económicos y el gobierno se vio obligado en el último trimestre de 2001, previa bancarización forzada de las transacciones económicas, a restringir el libre retiro de depósitos, en principio por noventa días, para evitar el colapso del sistema financiero4 y de la convertibilidad monetaria. La velocidad de los acontecimientos marcó los últimos días del gobierno de De la Rúa. Sus dos años de mandato y sus seis paquetes de medidas intensificaron no sólo la conflictividad social, sino, principalmente, la puja de intereses al interior del establishment. El final, largamente anunciado, no se hizo esperar y, tras un breve interludio –durante el cual uno de los gobiernos provisionales declaró el default argentino– llegó al poder un gobierno de transición que terminaría con el principal lastre del modelo neoliberal de los noventa: la convertibilidad. El gobierno de Duhalde impulsó una serie de políticas, centradas en la liberación – devaluación– del tipo de cambio y la pesificación –asimétrica– de deudas y depósitos bancarios, con el objetivo manifiesto de incrementar la competitividad de la producción local, solucionar la crisis del sistema financiero y restablecer el crecimiento económico. Sin embargo, dadas las características de la estructura productiva argentina, tales políticas no tuvieron, en el corto plazo, el efecto deseado. Muy por el contrario, como el carácter desequilibrado de la estructura productiva argentina se ha intensificado durante los noventa, la devaluación generó –como otrora– un incremento generalizado en los precios. La inflación cambiaria así desatada ha posibilitado sí –dado el congelamiento de los salarios estatales– una notoria mejoría en las cuentas públicas. Sin embargo, esta mejoría tiene como contraparte un profundo deterioro de la capacidad para afrontar los compromisos de deuda, en un contexto internacional desfavorable, y un incremento de la deuda pública por estatización de deuda privada, pues el Estado se hizo cargo de los costos de la pesificación asimétrica. Además, el incremento en los precios de los bienes salario ha significado un deterioro del ingreso de los asalariados y una transferencia que favoreció a los sectores productores de bienes transables que cuentan con ventajas comparativas naturales. Para limitar esta transferencia, el gobierno impuso retenciones a las exportaciones del orden del 20%, pero si 4 El bajo nivel de encajes impulsado por las primeras medidas implementadas por la gestión de Cavallo hacía imposible sostener el retiro masivo de depósitos. 10 consideramos que la liberación del tipo de cambio incrementó el valor de la divisa un 200% esta limitación resulta irrisoria. Finalmente, si bien la devaluación mejoró las cuentas externas, incrementando el superávit de la balanza comercial, tal mejoría no tiene sus fundamentos en algún incentivo a las exportaciones no tradicionales. Muy por el contrario el mayor superávit comercial encuentra su origen en una pronunciada reducción de las importaciones. El efecto-ingreso (ver Diamand, 1973) de la devaluación es el que sigue rigiendo. Aunque en el corto plazo la devaluación profundizó la recesión, en el mediano plazo el incentivo para la sustitución de importaciones daría nuevos impulsos a la producción industrial doméstica. Sin embargo, dada la aguda crisis del sistema financiero, el crédito restringido y a tasas prohibitivas limitó la reorientación de capitales a la producción de bienes y la recesión se prolongaría hasta el primer trimestre de 2003. Si bien la derogación de la Ley de Convertibilidad impulsada por el gobierno de transición en los inicios de 2002 ha generado las condiciones de posibilidad para una eventual recomposición de las capacidades estatales, el mecanismo devaluatorio ha probado sus efectos distributivos regresivos en el corto plazo. La vulnerabilidad de gran parte de la población se incrementó considerablemente y los niveles de pobreza y las tasas de desocupación llegaron a valores insospechados. Más asociada a las fluctuaciones del IPC, desatadas por la inflación cambiaria posterior a la devaluación, la pobreza de ingresos –según las mediciones del INDEC– se incrementó del 35,4 % al 49,7% entre octubre de 2001 y mayo de 2002, en el GBA. Los niveles de indigencia prácticamente se duplicaron en el mismo período –pasando de un 12,2% a un 22,7% para el aglomerado GBA–. El índice de desempleo tampoco registró mejoras en el período considerado: la desocupación –para el conjunto de los aglomerados urbanos relevados por la EPH– alcanzó en mayo de 2002 al 21,5% de la población activa, aumentando en un 3% con relación a los guarismos registrados en octubre de 2001. Como resultado, la devaluación ha generado un notable deterioro de la distribución del ingreso de los hogares. Si durante el 2000 –como vimos– los cinco deciles de hogares de menores ingresos per cápita se apropiaban del 23,3% del ingreso total y el 10% de hogares de mayores ingresos concentraba el 29,7%, en mayo de 2002 tal distribución será del 22,5% y del 31,7%, respectivamente. De resultas, si hacia 1994 el 10% de la población más rica se apropiaba de ingresos que superaban los correspondientes a los cinco deciles de menores ingresos, hacia 2002 el 10% de hogares mejor posicionados concentrará ingresos que superan los de los seis deciles de menores ingresos (ver Cuadro 5). La evolución del 11 coeficiente de Gini refleja esta tendencia: el valor que alcanzó hacia mayo de 2002 (0,45), representa un deterioro del 5,6% con relación al nivel de mayo de 2000 (0,43). Si bien las políticas implementadas por el gobierno de transición cuestionan, en alguna medida, la lógica política que caracterizaba al modelo económico de los noventa, la vulnerabilidad, la pobreza y el desempleo han alcanzado, por efecto de la inflación cambiaria desencadenada por el mecanismo devaluatorio y también por la recesión agravada, niveles sin precedentes en la historia de nuestro país. Sin embargo, atento a esta involución, y en el marco del estado de Emergencia Ocupacional decretado a principios de 2002,5 el gobierno de la transición puso en marcha el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, con el objetivo de “garantizar el derecho familiar de inclusión social”, mediante la asignación de un ingreso mínimo de 150 pesos. En el próximo apartado se considerarán las características y el impacto de este programa en comparación con los principales programas asistenciales de la década del noventa. Está en los objetivos de tal análisis la dilucidación de las continuidades y puntos de ruptura que representa el Plan Jefes y Jefas con relación a las políticas sociales que lo antecedieron. De los planes de empleo transitorio al Plan Jefes y Jefas La política social durante los noventa En el modelo neoliberal de los noventa las políticas sociales cumplieron un rol claramente asistencial y compensatorio. Es posible encontrar un cierto consenso acerca de dos principios fundamentales que rigieron la agenda de la política social durante la década: por un lado, una mayor privatización de sus componentes “corporativos”; por otro, el desmantelamiento de los componentes universalistas. En la práctica, esto significó desmantelar todos los elementos que definían la seguridad laboral, si bien manteniendo el criterio meritocrático basado en el “status” laboral;6 y atar aún más los beneficios del seguro social con las primas pagadas individualmente. Asimismo, significó también anular el componente “universalista”, reemplazandoló por políticas residuales, que no constituyen redes de seguridad, sino operaciones focalizadas (Lo Vuolo, 1995). De esta forma, durante los noventa y en concordancia con el nuevo modelo de acumulación, se produce un 5 Cf. art. 1º del Decreto 165/02 del MTE y SS hasta el 31 de diciembre de 2002. En la Argentina, históricamente, la expansión de los derechos sociales no estuvo ligada a la expansión de la ciudadanía sino a la constitución −y amplitud− de otra categoría: trabajador formal asalariado (cf. Grassi, Hintze et. al.,1994). El acuerdo distributivo tuvo como eje la “relación de trabajo” y los llamados derechos sociales −mediante los que se pretendía hacer efectivo la ciudadanía social− fueron un derivado de los derechos laborales e, incluso, ambos grupos de derechos se constituyeron conjuntamente como norma jurídica −donde el ejemplo más notable es el artículo 14 bis de nuestra Constitución Nacional− (Lo Vuolo, 1995). 6 12 importante cambio en materia de políticas sociales, esto es, una transformación de aquellas formas de intervención estatal más universalistas, hacia un nuevo rol, asitencial y focalizado, que asumirán estas políticas. Dos medidas centrales trajeron consecuencias directas sobre los derechos sociales de la población. En primer lugar, como vimos, los cambios profundos en la legislación laboral asumieron un rol central. Bajo el objetivo de disminuir los costos fijos de las empresas, las sucesivas reformas introducidas en la normativa de trabajo debilitaron la lógica protectora del derecho laboral. En segundo término, todas las políticas sociales se vieron afectadas por la transformación profunda de su forma de funcionamiento, degradación de sus fuentes de financiamiento –sesgo fiscalista de la opción neoliberal–, cambios en la administración, régimen de acceso y el tipo de beneficio que comenzaron a otorgar. En el campo de las políticas sociales las líneas de reformas se remitieron, principalmente, a tres grandes procesos: focalización, descentralización y privatización, lo cual produjo importantes transformaciones tanto en lo que se refiere su sentido (cf. Isuani, 1992),7 como en lo relativo a sus formas de gestión (cf. Chiara, 2000). Ahora bien, considerando la estrategia de “focalización”, dos aspectos centrales merecen destacarse. En términos teóricos, la estrategia de “focalización” aparece como el correlato de la individualización de la fuerza de trabajo y de la posibilidad estructural de la exclusión de una parte de ella del mercado de trabajo. La política social deviene compensatoria de las iniquidades desencadenadas por los efectos la implementación las políticas de ajuste macroeconómico y reforma estructural. Esta es la orientación hegemónica y constituye el fundamento del diseño de programas: “El modelo neoliberal construye su legitimidad sobre el develamiento y, a nivel de las políticas sociales, la estrategia de ‘focalización’ es la expresión genuina del reconocimiento de la potencial existencia de grupos excluidos. Estos se definen como aquellos grupos vulnerables y con escasa capacidad de presión para la defensa o consecución de intereses” (Grassi, Hintze, et.al.,1998:20). En este modelo, entonces, las políticas sociales “deben” concentrarse −focalizarse− sobre la pobreza y los 7 “La privatización ha sido presentada como una respuesta que alivia la crisis fiscal y evita irracionalidades en el uso de recursos a las que induce la gratuidad de ciertos servicios y aumenta la progresividad del gasto público al evitar que los sectores de mayor poder se apropien los beneficios no proporcionales (mayores) a la contribución que realizan para financiarlos” (Isuani, 1992:112). Mientras que la descentralización, también está concebida como una herramienta que permite aumentar la eficiencia y eficacia del gasto, en este caso al acercar problemas y gestión. 13 grupos socialmente vulnerables a modo de redes de contención, y no operan sobre la distribución del ingreso (Bustelo,1998).8 Al mismo tiempo, esta estrategia de “focalización” se traduce, en términos prácticos, en dirigir y racionalizar el gasto social a programas y a públicos específicos, selectivamente escogidos, por ser los segmentos de la población más necesitada −bajo el argumento de que, por lo general, estos segmentos no son los que benefician efectivamente con el gasto social−. Las intervenciones sociales del Estado −a través de la focalización− delimitaron las comúnmente denominadas “poblaciones objetivo” −grupos “excluidos” visualizados como “perdedores”−9 para las cuales estaban destinados los “programas de asistencia focalizados”. Estos programas han ido adquiriendo importancia creciente, muchos de ellos financiados por organismos internacionales −que han ocupado un lugar central durante los noventa, tanto en la interpretación y diagnóstico de las crisis como en las “soluciones” propuestas para su superación−.10 Las reformas llevadas a cabo en la Argentina no se orientaron, entonces, en el sentido de aumentar la cobertura de las redes de seguridad social, sino que trasladaron gran parte de la responsabilidad de la cobertura −frente a las contingencias sociales− a los propios ciudadanos/as –privatización–. De resultas, se diluye la responsabilidad social y la cobertura universal, prefiriendo una mayor selección y fragmentación de los programas que son diseñados en función a las especificidades de los “grupos vulnerables” o de “alto riesgo”, en donde no existe un “derecho a” sino un “programa para”. Y la consecuencia de ello es la implementación de políticas focalizadas para los llamados grupos vulnerables en desmendro del fortalecimiento de las instituciones de política social de corte universalista y de acceso incondicional para todos los ciudadanos/as (Pautassi, 2000). Y es bajo la capacidad de las políticas sociales de constituir “sujetos legítimos destinatarios”, que debe entenderse cómo −en el marco de las políticas de ajuste implementadas durante los noventa− los “pobres” devinieron en una nueva categoría 8 Autores como Bustelo (1998) destacan como toda política social puede ser pensada como el conjunto de instrumentos para operacionalizar e implementar distintos modelos de ciudadanía. Este tipo de política social, se basa en una ética de la compasión que fundamenta el subsidio, y en este modelo la ciudadanía social deviene esencialmente en una “ciudadanía subsidiada”. 9 Como destaca Raggio (2003), es interesante aquí considerar cómo se ha naturalizado la utilización del concepto “necesidades básicas” como instrumento para determinar estas "poblaciones objetivos" y herramienta para “compensar” los efectos del ajuste estructural: “... a quienes recientemente un economista del Banco Mundial definió como los perdedores, en ocasión de la presentación del Informe de Desarrollo Humano en el año 2000” (Raggio, 2003:206-207). 14 identificatoria y en sujetos legítimos −“beneficiarios/as”− de las políticas focalizadas de asistencia. En otros términos, se clasifica a la población, de tal manera, que “ser pobre”, se convierte en un “estatus”, en la posibilidad de acceder a un “bien” apreciado: un plan asistencial. Es en este contexto, y como solución al problema de la falta de trabajo, que durante los noventa se ponen en marcha una serie de programas asistenciales de empleo. Cabe recordar que, con respecto al problema del desempleo, no hubo en la Argentina –estrictamente hablando– una política orientada a alterar el mecanismo “autorregulatorio” del mercado de trabajo con el fin de aumentar el empleo y regular el uso de la fuerza de trabajo. Por el contrario, se implementaron políticas de asistencia que se dirigieron a sujetos desempleados/as, con objetivos compensatorios diversos pero ajenas al funcionamiento del mercado (Grassi, 2000:73). Enmarcados dentro de este conjunto de programas sociales focalizados se encuentran los “programas de empleo transitorio” o “programas de empleo de emergencia”. En 1991 la Ley Nacional de Empleo11 creaba los programas de empleo para los llamados “grupos especiales de trabajadores/as” que no tienen acceso a ningún tipo de prestación previsional ni al seguro de desempleo. De esta manera, a partir del año 1993 −y con mayor fuerza desde 1997 cuando se decreta el estado de Emergencia Laboral− se fueron desarrollando un importante número de programas, de dependencia nacional y/o provincial. Estos programas se estructuraron a partir de la contratación de desempleados/as para la realización de obras comunitarias y el Estado asumió el pago de una “ayuda económica no remunerativa”. Estos programas se fueron difundiendo en forma sistemática −la mayoría de ellos no logró una vigencia superior a los dos años−, y pasaron ocupar un lugar clave en la imagen con la que el gobierno pretendía legitimarse socialmente frente a los crecientes problemas del empleo.12 Algunos de ellos, los de mayor alcance –p. ej. “Barrios Bonaerenses” y “Trabajar”–, tuvieron como fin manifiesto la necesidad de mejorar la situación de 10 Acertadamente, algunos autores consideran que estos organismos de crédito se han convertido en “usinas político ideológicas” que inspiraron programas locales que se suponen compensatorios de los costos sociales del ajuste estructural (cf. Grassi, et.al.1994). 11 Ley Nacional 24.013. Esta ley establece la creación del Fondo Nacional de Empleo para financiar el primer “seguro de desempleo” que abarca una población beneficiaria que está constituida sólo por trabajadores/as desocupados/as provenientes del sector formal. 12 Se calcula que durante el período 1991-2000 se han implementado −de manera sucesiva− más de veinte programas de empleo transitorio. Para nombrar sólo algunos: “Programa Intensivo de Trabajo” −PIT−, “Emprender”, “Trabajar” −en sus versiones I, II, y III−, “Forestar”, “Servicios Comunitarios”, “Barrios 15 “empleabilidad” de las personas definida en tanto conjunto de “...condiciones personales en relación a las demandas del mercado laboral que aumentan o disminuyen las posibilidades de inserción de los sujetos en el mundo de trabajo” (PNUD,1999:98).13 En lo que refiere a los efectos de estos programas de empleo transitorio sobre diversos grupos poblacionales se observan algunos puntos comunes del diagnóstico de los autores que debaten en torno a los mismos. Por ejemplo, las problemáticas derivadas en torno a la sustitución de trabajadores al interior del programa, entendiendo por tal, el simple “trueque” de algunos trabajadores/as por otros/as (Lo Vuolo, 1995). Otra problemática destacada es la estigmatización generan sobre sus beneficiarios/as. El efecto perverso del estigma residiría en que los trabajos generados por estos programas, se destacan por individualizar las características personales de los afectados, que supuestamente explicarían sus dificultades para insertarse en el mercado de trabajo. Situación que se acrecienta por el hecho de tener que demostrar las condiciones de ser la “población objetivo” −pasar la selección de “test de recursos”− y la vergüenza implícita de tener un beneficio atado a un “carnet” de pobre; lo que puede derivar en la falta de reclamo del beneficio (Pautassi, 2000,1995). Asimismo, a partir de la incorporación de las percepciones de los beneficiarios/as en la evaluación de estos programas focalizados se ha puesto de manifiesto cómo la concepción neoliberal −que inspiran a estos programas−, a la hora de definir sus respectivas prioridades, Bonaerenses”, “Programa de Asistencia Solidaria”, “Asistir”, “Programa de Emergencia Laboral”−PEL−, etc. (cf. Pautassi, 2000:134; PNUD, 1999). 13 Estos programas tienen una serie de elementos en común: a) su estructura organizativa, b) su forma de implementación y gestión, c) las tipologías y actividades de proyectos que estipulan −que pueden enmarcarse en tres líneas o componentes de acción: las referidas a actividades de producción y/o servicios, las dirigidas a la capacitación y/o formación profesional de los/as beneficiarios/as, y, por último, las que enmarcan tareas comunitarias−. Las prestaciones que reciben los beneficiarios/as del Trabajar consisten en ayuda económica no remunerativa mensual de 160, 180 o 200 pesos, cobertura de accidentes de trabajo y cobertura de salud durante el plazo de ejecución de proyectos. El programa financia el empleo para los proyectos con fondos provenientes del Banco Mundial y del Fondo Nacional del Empleo -a través del Ministerio Trabajo y Seguridad Social de la Nación-, mientras que los organismos ejecutores -organismos públicos y ONG's- aportan la contrapartida de materiales y recursos técnicos necesarios para su implementación. Los beneficiarios deben ser desocupados/as, mayores de 16 que no perciban prestaciones por desempleo, haber jubilatorio o pensión, que registren baja calificación laboral, y no formen parte de otros programas. Barrios Bonaerenses se encuentra financiado por fondos del gobierno de la provincia de Buenos Aires. El objetivo general es contribuir al ingreso de jefes/as de hogar desocupados/as y aumentar la “empleabilidad” mediante la capacitación laboral en la ejecución de proyectos de mejoramientos de los barrios. El criterio para definir la población destinataria: jefes/as desocupados/as sin ingresos o con ingresos mínimos, mayores de 16 años, que no estuvieran recibiendo ningún tipo de prestación. Se agregaron otras condiciones que delimitaron los hogares de mayor vulnerabilidad: el nivel de escolaridad del jefe y dos o más o más personas a cargo −menores de 16 años, embarazadas, mayores de 65 años o discapacitados− Ayuda económica entre $200 a $ 400, con carácter de subsidio no remunerativo y de pago periódico. El monto depende de la función que cumpla el beneficiario (Raggio, 2003; PNUD, 1999). 16 no incorpora como “básicas” aquellas expectativas que, sin embargo, sí son reconocidas como legítimas para otros sectores sociales (Raggio, 2003:215). En lo que refiere a la gestión de estos programas, se ha señalado la diversidad de prácticas involucradas a la hora de seleccionar los/as beneficiarios/as que no responden necesariamente a los criterios de “focalización” (Goren, 2001). En este sentido, la transitoriedad, la precariedad y una fuerte dependencia de la discresionalidad del poder político –que interviene en la selección de beneficiarios– los vuelve una salida meramente circunstancial y clientelística que crea “una falsa imagen” sobre la posibilidad de encontrar una salida laboral al problema de la pobreza (Lo Vuolo, Barbeito, et.al. 1999:184). El Plan Jefes y Jefas: principales características A partir de la crisis terminal del modelo neoliberal de los noventa y en el marco de la declaración de un estado de Emergencia Ocupacional, se creó el denominado “Derecho Familiar de Inclusión Social: Programa de Jefes y Jefas de Hogar Desocupados”, comúnmente llamado Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados (en adelante PJJH). Este plan ha sido creado en abril del 2002,14 para ser aplicado en todo el territorio nacional, hasta el 31 de diciembre 2002, y fue extendido con posterioridad hasta el 31 de diciembre de 2003.15 Básicamente, el programa consiste en el pago de una ayuda económica −150 pesos por titular compatible con otras transferencias−16 con el fin de “garantizar el derecho familiar de inclusión social” a partir de una serie de propósitos: a) asegurar la concurrencia escolar de los hijos/as y el control de salud; b) incorporar a los beneficiarios/as a la educación formal y/o actividades de capacitación laboral que coadyuven a su futura reinserción laboral; c) incorporar a los beneficiarios/as a proyectos productivos o servicios comunitarios, bajo la modalidad de “contraprestación”.17 De acuerdo a la normativa, el PJJH está destinado a “jefes o jefas de hogar, con hijos de hasta dieciocho años de edad o discapacitados de cualquier edad, o a hogares donde la jefa de hogar o la cónyuge, concubina o cohabitante del jefe de hogar, se hallare en estado de 14 Mediante decreto 565/02. Publicado el 4 de abril de 2002 en el Boletín Oficial y reglamentado por la resolución 312/02 del Ministerio de Trabajo. 15 Art 1º del decreto 39/03 prorrogó hasta el 31 de diciembre de 2003 la Emergencia Ocupacional Nacional y la vigencia del PJJDH. 16 Es compatible con ayudas alimentarias, becas estudiantiles y/o programas sociales de montos menores. 17 El Decreto 165/02 reconoce el derecho familiar a la inclusión social a partir del rango constitucional que posee en nuestro país el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Asimismo agrega: “...es importante promover una transferencia de recursos entre quienes disponen de mejores ingresos a sectores sociales que menos tienen [...] surge la necesidad de universalizar urgentemente el Plan de Jefes y Jefas de Hogar con la finalidad de asegurar un mínimo ingreso mensual a todas las familias” (cf. decreto 565/02 MTE y SS). 17 gravidez, todos ellos desocupados y que residan en forma permanente en el país”.18 Para poder acceder al beneficio, los postulantes deben reunir una serie de requisitos: a) acreditar la condición de jefe o jefa de hogar desocupado −mediante simple declaración jurada−; b) acreditación de hijos a cargo mediante la presentación de la correspondiente documentación; c) acreditación de escolaridad en condición de alumno regular del o los hijos a cargo; d) acreditación de control sanitario y cumplimiento de los planes nacionales de vacunación del o de los hijos a cargo, y, e) acreditación de la condición de discapacitado del o de los hijos a cargo, mediante certificación expedida por un centro de salud municipal, provincial o nacional.19 No pueden ser beneficiarios aquellos desocupados que se encuentren al mismo tiempo en algún otro programa de empleo −nacional, provincial o municipal− ni quienes perciban prestaciones previsionales y pensiones no contributivas.20 Asimismo, los potenciales beneficiarios debieron inscribirse con anterioridad al 17 de mayo de 2002, fecha límite para acceder al beneficio. La vigencia de esta última restricción imposibilita, formalmente, la incorporación de nuevos beneficiarios (cf. CELS, 2003). El Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación (MTEySS) es el órgano de aplicación del plan, no obstante lo cual es posible observar en la normativa una fuerte intención de descentralización, de devolución de poder a otros niveles y de articulación entre los mismos: los encargados de monitorear el PJJH son los Consejos Consultivos, que suponen tres instancias –Municipal, Provincial y Nacional–, y están integrados por representantes de trabajadores, empresarios, organizaciones sociales y confesionales y los niveles de gobierno correspondientes.21 Los Consejos Consultivos Municipales (CCM), establecen los criterios de elegibilidad para la presentación de proyectos productivos de inserción para los beneficiarios, y la asignación de proyectos de acuerdo al perfil que presentan. El gobierno municipal o comunal coordina los CCM garantizando su operatividad, así como el cumplimiento de los objetivos impuestos. Por su parte los Consejos Consultivos Provinciales (CCP) son los encargados de monitorear el desarrollo y ejecución del Programa y garantizar el criterio de accesibilidad de los 18 Cf. Art 2º Decreto 165/02 MTE y SS. En los casos de ciudadanos extranjeros residentes en forma permanente en el país, dicha residencia deberá ser acreditada mediante Documento Nacional de Identidad argentino. 20 Según el informe del CELS, no es clara la información acerca de cuáles programas de empleo se encuentran vigentes y cuál es su cobertura −esta información no es pública−: “A pesar de la explícita intención de canalizar los diversos programas sociales en un solo plan, en forma paralela a la creación y puesta en funcionamiento del Programa de Jefes y Jefas, el Ministerio de Trabajo, con el declarado objeto de ‘atender a aquellos grupos de trabajadores desocupados que no reúnen las condiciones para acceder a dicho Programa’, reflotó el Programa de Emergencia Laboral (PEL)" (CELS, 2003:6) Los PEL fueron creados en 1999 bajo la misma lógica que los programas de empleo transitorio. 19 18 beneficiarios. Finalmente, el Consejo Nacional de Administración Ejecución y Control (CONAYC)22 tiene por función la supervisión del desarrollo del plan −ejecución, transparencia− y la conformación de los CCP y CCM.23 Por último, cabe mencionar el amplio alcance que ha logrado el PJJH en su implementación. Según datos del MTEySS en enero de 2003, se contabilizaron 1.904.688 beneficiarios en el programa, mientras que en febrero la nómina incluía 1.899.608 beneficiarios.24 Plan Jefes y Jefas: ¿continuidad o cambio? A partir de la puesta en marcha del PJJH se ha desarrollado un rico debate en torno la naturaleza del mismo, y es posible vislumbrar diversas posturas a la hora de realizar su abordaje. A los fines de ordenar la exposición de los diversos argumentos en torno a este plan, se propone una clasificación de las investigaciones −desarrolladas hasta el momento− teniendo como eje la comparación −que establecen los autores− entre PJJH y las políticas de empleo transitorio implementadas en los noventa. Algunos analistas sostienen que el plan se encuentra en abierta continuidad con las políticas asistenciales de los noventa. En este enfoque el argumento central reside en la detección de cierta contradicción entre la definición oficial del programa −su fundamentación en tando derecho universal− y el marco regulatorio vigente. Para otros autores, el PJJH implicó una reorientación de la tendencia de las políticas de los noventa. Este enfoque se basa, principalmente, en que el PJJH ha logrado alcanzar un alto nivel de cobertura, un impacto positivo en términos de empleo y un cambio sustancial en la naturaleza de su financiación. Ahora bien, veamos estos enfoques con un mayor detenimiento. Considerando la primera línea de interpretación, una de las cuestiones que se destaca consiste en que, no obstante el esfuerzo presupuestario implicado y la amplitud de su alcance, el PJJH se encuentra muy lejos de constituir un derecho social tal como pretende el discurso oficial (CELS, 2003). Algunas de las principales características de este programa que permitirían sostener que, en la práctica, este plan no constituye un derecho social se detallan, en términos esquemáticos, a continuación. 21 Cf. Art. 4º Decreto 165/02 MTE y SS. Cf. Art. 12º Decreto 565/02 MTE y SS. 23 Durante el año 2002 se han conformado 22 Consejos Consultivos Provinciales, sobre un total de 24 provincias, y 1.883 Consejos Consultivos Municipales sobre un total de 2.108 municipios que ejecutan el programa (cf. Roca et.al, 2003). 24 “Informe oficial del Ministerio de Trabajo sobre altas y bajas del Plan Jefes de Hogar Desocupados” (2003), Dirección de Prensa y Comunicaciones, MTE y SS. 22 19 En primer lugar, se considera que el plan no es universal, lo cual provoca desigualdades arbitrarias entre personas que se encuentran en igual situación de extrema marginación social. Al ser un programa destinado a un sector delimitado de la población −jefes y jefas con hijos que pudieron anotarse hasta una fecha limite− el resto de la población en igual situación ha quedado excluida.25 En segundo lugar, el monto de asignación que tiene este programa resulta evidentemente insuficiente para satisfacer las necesidades básicas de una familia y el acceso a un nivel mínimo de existencia; al mismo tiempo, al no realizar distinción alguna según la composición de cada grupo familiar, genera un trato desigual entre los mismos.26 En tercer lugar, la contraprestación exigida no actúa como mecanismo integrador porque no provee de redes productivas, es decir, se pierde la idea de contraprestación en tanto no hay formas estables para absorber a la fuerza de trabajo desocupado. Finalmente, se considera que el PJJH, no promueve ninguna redistribución del ingreso,27 y los niveles de pobreza e indigencia se han mantenido en constante aumento, a pesar de la implementación del plan. Por ende, y considerando las marcadas diferencias conceptuales entre las instituciones de política social −que buscan proteger a los individuos de los riesgos e inseguridades típicas (enfermedades, vida pasiva, desempleo, etc.), a través de una acción estatal basada en la ley formal y garantizada mediante derechos sociales−28 y los programas asistenciales −aquellos que operan, o bien intermediando en la situación de empleo de las personas y cuya estrategia es exigir como contraprestación el desempeño de una actividad, o bien asistiendo a las familias y a las personas de acuerdo a algunas características individuales−,29 se puede concluir que el PJJH constituye un programa asistencial. Es decir, por medio del plan se 25 Sólo recientemente se ha reconocido para los mayores de 70 años − “Plan Mayores” bajo la resolución 155/03−. 26 Artículo 75, inciso 22 de la Constitución Nacional. 27 “... no promueve ninguna redistribución del ingreso, sino que es una política asistencial focalizada de transferencia directa de ingresos. Si bien durante el año 2002 su principal fuente de financiamiento provino de las retenciones a las exportaciones, ello se dio en el marco de las ganancias extraordinarias que tuvo el sector exportador luego de la salida de la convertibilidad [...] el programa se financia en una porción importante a partir de créditos de organismos internacionales, por lo que no se ha producido con ello ninguna política redistributiva del ingreso, en el sentido de una revisión del sistema tributario y las cargas asimétricas que posee: supresiones de las exenciones del impuesto a las ganancias a las personas físicas, la implementación de mecanismos contributivos equitativos, entre otros” (CELS, 2003:11). 28 Recordamos que las políticas sociales pueden ser de dos tipos: a) instituciones y programas cuyos beneficios son transferencias monetarias − “Políticas Directas de Sostenimiento del Ingreso”− las cuales operan bajo la mecánica del seguro social y se financian basándose en el impuesto al salario −p.e. previsión social y asignaciones familiares−; b) instituciones y programas que no pagan beneficios en dinero − “Políticas de Sostenimiento Directo de las capacidades”− y apuntan a crear y sostener capacidades que se incorporan como activos de las personas y que, potencialmente, modificarían sus aptitudes y posibilidades para generar ingresos propios −p.e.educación y salud− (Cf. CELS,2003). 29 Por ejemplo, “mujeres embarazadas”, “mayores de 70 años”, etc. 20 crean las responsabilidades individuales pero no se entregan los recursos necesarios para afrontarlas, aumentándose así la dependencia de las personas y no promoviendo su autonomía: “Otra vez, las instituciones que otorgan derechos, se confunden con meros ‘programas’ que tienen ‘beneficiarios’. Los costos personales son muy difíciles de evaluar, en tanto no se tiene cómo ponderar el balance entre lo que entrega y lo que recibe una persona” (CELS,2003:10). Una segunda línea de trabajos es la que sostiene el PJJH constituye una interesante reorientación con respecto a las políticas asistenciales de los noventa (Roca, et. al., 2003; Cortes, et. al., 2003). Estos trabajos argumentan que estaríamos ante un nuevo tipo de política social, que marca una ruptura con la línea focalizada o de subsidio al empleo que venía siendo implementada en nuestro país. Para estos autores (Roca, et. al., 2003): el PJJH es depositario de una “tendencia” incremental hacia la universalidad −que en una primera parte debería “apuntar a los más necesitados”−; promueve el involucramiento de la sociedad civil en acciones de monitoreo y fortalecimiento de los mecanismos de implementación del ingreso mínimo; apunta a un importante complemento en educación y salud para el beneficiario y sus familias. Al mismo tiempo, esta nueva “orientación” de la política estaría acompañada por una mayor cantidad de fondos asignados al programa. Este último aspecto también lo diferencia de las políticas focalizadas de la década del noventa que se encuadraban en un contexto de ajuste estructural –sesgo fiscalista– que implicaba la reducción del déficit público en función de la prioridad de atención de los compromisos de la deuda externa, y esto resultaba en un direccionamiento de recursos “residuales” a los sectores más vulnerables (Roca, et.al.,2003). En esta misma línea, otras investigaciones (Cortes et.al., 2003) también señalan como un aspecto central la inclusión del PJJH en el presupuesto nacional y destacan la naturaleza de su financiamiento −proveniente de las retenciones a las exportaciones−. Desde este enfoque, una vez garantizada de la asignación de fondos –significativamente más altos que los concernientes al rubro de “gasto social focalizado” durante la década anterior– se crean las condiciones para generar un debate acerca de cuál debiera ser el diseño más apropiado de estos programas. Estos análisis estarían considerando que la crisis −por la cual atravesó nuestro país desde comienzos del 2002− contribuyó a que estas políticas pasaran de ser “residuales” a 21 formar parte explícita de la “política de estado”, reflejando un cambio en el papel asignado a la política asistencial como política estatal.30 Plan Jefes y Jefas: impacto en la distribución del ingreso Uno de los elementos que aportaría herramientas de análisis para este debate de interpretaciones en torno al PJJH consiste en evaluar el impacto socioeconómico del mismo. En este apartado hemos intentado contribuir a tal evaluación concentrándonos en tres grandes aspectos. En primer lugar, desarrollaremos las consideraciones relativas al alcance del plan, en comparación con otros programas que lo precedieron. En segundo lugar, analizaremos su impacto en términos de reducción de las tasas de desocupación, prestando especial atención en su efecto diferencial para distintos deciles de ingreso. Finalmente, consideraremos la evolución de la distribución del ingreso de los últimos años intentando detectar tendencias relativas a la incidencia del plan. Los datos a partir de los cuales evaluaremos estas dimensiones surgen –fundamentalmente– del procesamiento de la base usuaria de la EPH, para el aglomerado GBA, de modo que las consideraciones que serán desarrolladas no pueden extenderse al resto de los aglomerados urbanos. Ya hemos destacado la relevancia que muchos especialistas en políticas sociales han dado a la amplitud de la cobertura del PJJH. Sin embargo, la magnitud absoluta de del alcance del programa –cerca de dos millones de beneficiarios en todo el país– no dice mucho si no es comparada con la extensión –en términos de beneficiarios– que lograron otros planes de empleo. La Tabla I ha sido elaborada a los fines de comparar el alcance del plan con relación a los programas que lo precedieron. De ella se desprende que, en términos relativos, en octubre de 2002 el PJJH triplicaba la incidencia de las ocupaciones provistas por los planes de empleo anteriores en el conjunto de la población ocupada –en el GBA– en mayo del mismo año. Dado que la pregunta de la EPH relativa a los programas de empleo sólo discrimina al PJJH de otros planes, resulta imposible diferenciar la categoría “otro plan”. Sin embargo, la Tabla I señala el fuerte impacto del PJJH en el conjunto de la población ocupada: su alcance involucra aproximadamente a 7 de cada 100 personas ocupadas en el aglomerado GBA (Ciudad de Buenos Aires y Conurbano). 30 En relación con el análisis de trayectorias y caracterización de los beneficiarios, este revela que existieron aspectos positivos: la transferencia de ingresos a los hogares aunque insuficiente en un momento de crisis, y la respuesta estatal asumida como responsabilidad pública. Los aspectos a corregir tienen que ver con la escasez de las transferencias y los beneficios frente a una situación altamente crítica, y con la distribución de los 22 Tabla I: Población ocupada según plan de empleo (GBA) Ocupados Año / onda Plan JyJ Sin Plan Otro Plan 99.1 0.9 2000 oct 98.9 1.1 2001 may 98.6 1.4 2001 oct 97.7 2.3 2002 may 6.9 92.8 0.3 2002 oct 7.4 92.6 0.0 2003 may Total 100 100 100 100 100 100 Fuente: Elaboración propia en base a EPH, INDEC. Con relación a la tasa de desocupación, la evaluación de la incidencia del PJJH resulta más sencilla. Las mismas autoridades del INDEC han señalado, en un comunicado de prensa de fines de 2002 (INDEC, 2002), que si se calculara la tasa de desocupación de la onda octubre de ese año “considerando como desocupados a los ocupados cuya ocupación principal proviene de un Plan Jefes/Jefas y que además buscan activamente empleo” las cifras ascenderían del 17,9% –tasa oficial de la onda octubre de 2002– de la población activa al 21,8%, para el total de aglomerados de la EPH. Más aún, si se considerara como desocupados “a los ocupados cuya ocupación principal proviene de un Plan Jefes/Jefas” (busquen o no activamente empleo) la desocupación para esa onda ascendería al 23,6% (INDEC, 2002). Si tenemos en cuenta la evolución del desempleo en los últimos años (Tabla II) podemos observar –en lo que al GBA se refiere– la agudización del fenómeno, por efecto −seguramente− de la intensificación de la recesión que, en el corto plazo, generó la devaluación. Sin embargo, mientras el incremento del nivel de desocupación entre octubre de 2001 y mayo de 2002 fue de algo más de tres puntos considerando al total de los activos, la población activa que corresponde a los cinco deciles de menores ingresos per cápita familiar se vió afectada con un aumento de la desocupación de más de cuatro puntos. Asimismo, si nos concentramos en la onda octubre de 2002, podemos darnos una idea de la incidencia del programa en un momento en el que la evolución de la economía seguía sin dar signos claros de recuperación: la reducción en más de 4 puntos de la desocupación para los cinco deciles de menores ingresos se encuentra fuertemente asociada al alcance del plan en la población de menores recursos. derechos de acceso al programa, ya que la historia ocupacional de los beneficiarios revela que los más vulnerables, el núcleo duro de la desocupación y el desaliento, no estuvieron representados. 23 Tabla II: Tasa de desocupación para distintos deciles de ingreso (p/c familiar) Decil IFPC 1a5 6 a 10 Total 1999 May 1999 Oct 2000 May 2000 Oct 2001 Mayo 2001 Oct 2002 May 2002 Oct 2003 May 27.24 24.09 26.68 25.60 27.35 31.10 35.28 29.91 25.60 8.49 9.12 10.60 8.98 10.55 11.66 14.16 11.89 10.92 16.01 14.88 16.85 15.18 17.21 19.48 22.56 19.36 17.09 Fuente: Elaboración propia en base a EPH, INDEC. Si efectuamos el ejercicio de considerar –como lo hace el INDEC en el comunicado de prensa antes mencionado– a los beneficiarios del PJJH como potenciales desocupados y comparamos las tasas de desocupación de octubre de 2002 según deciles de ingreso, la imagen se torna más ilustrativa.31 La Tabla III presenta tasas de desocupación para el GBA: la tasa A incluye a los beneficiarios del plan como ocupados; la tasa B los toma por desocupados; la última columna (A-B) representa la diferencia entre ambas tasas de desocupación. No obstante el problema que conllevaría suponer que de no contar con el plan los beneficiarios estarían –sin más– desocupados, el ejercicio nos sirve para observar la incidencia fuertemente diferencial del plan en los distintos grupos decílicos de ingresos: mientras que la diferencia entre las tasas A y B es de más de 12 puntos para los cinco deciles de menores ingresos, la misma sólo representa medio punto para los de mayores ingresos. De modo que es posible observar el claro sesgo del efecto del plan a favor de los sectores más vulnerables de la población. Tabla III: Tasas de desocupación según deciles de ingreso, considerando a los beneficiarios del PJJH como ocupados (Tasa A) o desocupados (Tasa B) Decil IPCF 1a5 6 a 10 Total Tasa de desocupación Ocupados Plan JyJ (% de benef.) Plan JyJ (i) Sin/Otro Plan (ii) Desocupados(iii) A [iii/(i+ii+iii)] B [(iii+i)/(i+ii+iii)] A-B 95% 259556 1157857 604726 29.9 42.7 12.8 5% 13592 2500154 339154 11.9 12.4 0.5 100% 273148 3647347 943880 19.4 25.0 5.6 Fuente: Elaboración propia en base a EPH, INDEC, octubre 2002, GBA. Con relación a la distribución del ingreso cabe realizar antes unas breves aclaraciones metodológicas. En primer lugar, dado que los distintos deciles de ingreso que presenta la base usuaria del INDEC sólo contemplan a la población con ingresos, y debido a que hemos considerado pertinente para el análisis la evaluación de distintas distribuciones, algunas de las cuales incluyen a las personas que no reciben ningún tipo de ingreso, nos hemos visto 31 Si bien es ilustrativo, el ejercicio no es del todo adecuado. De no acceder al PJJH, algunos de los beneficiarios –aquellos que tienen otra ocupación secundaria– podrían ser considerados subocupados, otros – que no buscan activamente trabajo– podrían ser incluidos entre los inactivos. 24 ante la necesidad de realizar nosotros mismos los cortes correspondientes entre deciles.32 En segundo lugar, la elaboración de las distribuciones aquí presentadas guarda una lógica particular que consiste en considerar cuatro grandes poblaciones que progresivamente ven restringido su tamaño: el conjunto de la población con y sin ingresos; el conjunto de los activos (ocupados y desocupados, con y sin ingresos) y de los inactivos (perceptores de ingresos); el total de los activos (ocupados y desocupados, con y sin ingresos); y el total de los ocupados. Mientras que para la elaboración de los cortes decílicos de las últimas tres poblaciones hemos utilizado la variable ingreso personal total, para la primera población – conjunto de la población con y sin ingresos– hemos tenido en cuenta el ingreso mensual per cápita del hogar. Por último, como medida resumen de la distribución decílica del ingreso hemos utilizado al coeficiente de Gini para cada una de las cuatro poblaciones consideradas, los resultados se presentan a continuación en el Gráfico I. Como podemos apreciar en el histograma del Gráfico I la evolución de la distribución del ingreso de todas las poblaciones consideradas ha experimentado, salvo contadas excepciones, un marcado deterioro entre 1999 y 2001. En especial, la intensificación de la regresividad distributiva con relación a los ingresos per cápita del hogar ha sido, durante el período considerado, la regla. Tal tendencia, se encuentra en abierta continuidad con la constante concentración del ingreso que es posible observar desde mediados de la década de los noventa (cf. Altimir y Beccaria, 2001), momento en el que se inicia la fase recesiva del ciclo económico. Pero en el gráfico también podemos observar que entre octubre de 2001 y mayo de 2002, período durante el cual se opera la modificación en la pauta cambiaria, este empeoramiento persistente en la distribución del ingreso per cápita se intensifica sensiblemente (incrementándose el coeficiente de Gini en un 5%). Si bien la distribución del ingreso de los ocupados se mantiene constante, el deterioro del reparto en las otras dos poblaciones parece haber contribuido a tal acentuación: el coeficiente para la distribución del ingreso de los activos se deteriora un 5%, mientras que el de los activos e inactivos perceptores lo hace en un 3,3%. Gráfico I: Distribución del ingreso de distintas poblaciones 32 Los grupos de deciles de ingreso per cápida del hogar presentados en las Tablas II y III son también parte de nuestra elaboración. Hemos incluido en los cálculos a todos los encuestados que declaran el monto total de sus ingresos –cuando tienen ingresos– y aquellos que declaran no tener ingresos. 25 0.65 Ingreso per cápita del hogar 0.63 0.61 0.59 Ingreso activos/inactivos perceptores 0.57 0.55 0.53 Ingreso de activos (ocup./desocup.) 0.51 0.49 0.47 Ingreso de ocupados ay M 20 03 O ct 20 02 ay M 20 02 O ct 20 01 ay M 20 01 O ct 20 00 ay M 20 00 O ct 19 99 19 99 M ay 0.45 Fuente: Elaboración propia en base a EPH, INDEC, GBA. En el período siguiente, esto es, entre la onda mayo y octubre de 2002, la tendencia parece revertirse en todas las distribuciones menos en una. Dada la persistencia de la recesión, podemos suponer que tales modificaciones constituyen el efecto de la implementación del PJJH. Si bien el gobierno de la transición había impulsado también durante esa etapa un aumento en los salarios del sector privado −de 100 pesos−, la insensibilidad del reparto del ingreso de los ocupados obedece al impacto de la magra asignación de los beneficiarios del plan −considerados ocupados en la EPH−, que se encuentra muy por debajo de la media de los ocupados (658 pesos). Por último, entre octubre de 2002 y mayo de 2003 es posible observar un estancamiento del mejoramiento distributivo con relación al ingreso per cápita familiar y cierta tendencia a la mejora en las restantes distribuciones. Por un lado, el incremento de los salarios del sector privado −50 pesos adicionales a los 100 pesos anteriores− y la restitución del 13% a los empleados estatales, que dispuso el gobierno a principios de 2003 han incidido favorablemente en el reparto del ingreso de los ocupados. Asimismo, la restitución del 13% a las jubilaciones puede haber operado una mejora en la distribución de la población de activos e inactivos. Finalmente, los indicios de reactivación y la consecuente reducción de la desocupación (que experimenta una caída del 19,3 al 17% en este período) han afectado positivamente a la distribución del ingreso de los activos. Sin embargo, si la distribución del ingreso familiar per cápita se ha estancado, tal situación podría considerarse un síntoma de la eficacia distributiva decreciente de un plan como el PJJH, cuyo asignación no se ha modificado y cuya cantidad de beneficiarios se encuentra limitada por restricciones formales. 26 Conclusiones Bajo el apogeo de la administración menemista, la Argentina transcurrió a lo largo de más de una década en una progresiva secuencia de opciones de política de corte neoliberal, signada por la reversión de la ingerencia estatal en materia económica pero también en materia de políticas sociales. La impronta de la ortodoxia económica no dejo de marcar a fuego las orientaciones de las principales políticas sociales y el sesgo fiscalista predominó tanto en el diagnóstico de la cuestión social como así también en el diseño e implementación de planes de empleo. La mirada de las instancias gubernamentales se mantuvo, durante esos años, en una tan sobreactuada como extraviada atención en el control del gasto, la “autorregulación” del mercado y los intereses de las fracciones dominantes del establishment, demostrando un mínimo interés por los amplios sectores de la población que esperaban el “derrame” prometido por los cultores de la ortodixia. El sesgo fiscalista que caracterizó a las principales reformas en materia de políticas sociales hizo de la focalización del gasto en poblaciones objetivo y del asistencialismo compensatorio los principios centrales para la “contención” de los costos del ajuste crónico. La crisis del modelo neoliberal se intensificó hacia fines de la década y el gobierno de la Alianza, compromentido desde su asunción con el mantenimiento de las reglas de juego heredadas, intensificó el discurso de la urgencia económica, no obstante la errática orientación de sus seis paquetes económicos. La regresividad distributiva y las tendencias del desempleo y la pobreza continuaron el deterioro que las caracterizó desde el inicio de la fase recesiva de ciclo y la conflictividad social se sumó a una renovada puja al interior del establishment. El gobierno de transición, que sucedió al breve mandato de una Alianza fracturada, no dudó al abandonar el “elefante blanco” de la convertibilidad y la inflación desencadenada por la modificación en la pauta cambiaria prologó la recesión, acentuando el deterioro de los principales indicadores sociales. Atento a este deterioro y en el marco de un alto nivel de conflictividad social el gobierno lanzó un programa de alcance inusitado, con el objetivo de garantizar un ingreso mínimo a “todos” los jefes y jefas de hogar desocupados con hijos a cargo. Financiado gracias a la mejora en las cuentas fiscales que supuso la modificación de régimen cambiario y la instauración de un impuesto a las exportaciones −que pretendía limitar la transferencia de ingresos a los exportadores, limitando el incremento de los precios de los bienes salario−, el Plan Jefes y Jefas ha sido objeto de un debate que hemos intentado 27 desarrollar en estas páginas. En este intercambio de interpretaciones la mirada retrospectiva se impone y los especialistas han convenido en evaluarlo a la luz de las orientaciones de política social de la década neoliberal. Lejos de dar por cerrado este debate, nos propusimos brindar herramientas para su mejor comprensión y, como parece surgir del desarrollo de este trabajo, nos encontramos ante más preguntas que respuestas. Evidentemente, las características propias de la regulación del programa lo alejan considerablemente de las pretensiones retóricas que buscan consagrarlo como un “derecho” familiar a la inclusión social. No obstante su amplia cobertura, el PJJH reproduce la sintomatología de los principales programas de empleo transitorio de los noventa: asistencialismo y focalización. Asistencialismo, en tanto es diseñado para compensar un estado de Emergencia Ocupacional y, por lo tanto, su prolongación en el tiempo se encuentra limitada estrictamente a la duración de tal coyuntura, provocando incertidumbre en su población destinataria y reproduciendo el principio de transitoriedad que regía a los planes precedentes. Focalización, en la medida en que el acceso a los “beneficios” del programa está codicionado tanto por los límites temporales establecidos para la inscripción en el padrón de beneficiarios, como por determinados requisitos que deben satisfacer los destinatarios del programa para ser considerados “población objetivo”, quedando excluidos importantes sectores de la población en condiciones socioeconómicas similares −por ejemplo, jefes y jefas de hogar desocupados sin hijos o con hijos mayores−. No obstante las limitaciones arriba aludidas, el PJJH ha tenido un rol central en la política de activación de la demanda interna impulsada desde Economía. En este sentido, es necesario destacar la mejora en la distribución del ingreso que su implementación generó en el corto plazo. Tal mejora es también un punto central en la comparación con los planes precedentes, en la medida en que el efecto distributivo de estos últimos era, cuando no limitado, nulo. Sin embargo, las características del plan erosionan su eficacia distributiva en el mediano plazo: su cobertura cerrada y, principalmente, su magra asignación mensual de 150 pesos, combinada con la desigualdad impuesta al no considerar la diferencial composición de los hogares objetivo, hacen de su resultado distributivo un simple “efecto de stock”. El carácter estático que impone la propia regulación al alcance y a la asignación del plan no contribuyen necesariamente al mejoramiento de la distribución del ingreso en el mediano plazo, la cual queda estrictamente subordinada a la eventual reactivación del círculo virtuoso keynesiano. 28 Anexo estadístico Cuadro 1: Evolución de los principales indicadores macroeconómicos (1993 = 100) Año 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 PBI 100 106 103 109 117 122 118 117 112 Import. 6 -3 6 9 5 -4 -1 -5 100 121 109 128 163 177 157 156 135 21 -12 19 35 14 -20 0 -22 Oferta Global 100 107 7 103 -4 110 7 121 11 126 5 121 -5 120 -1 114 -7 Consumo 100 106 101 107 117 121 118 118 111 6 -5 6 10 4 -2 -1 -7 Gasto Estatal 100 100 0 101 1 103 2 107 3 110 4 113 3 114 1 112 -2 Inversión 100 114 99 108 127 135 118 110 92 14 -15 9 19 8 -17 -8 -17 Export. 100 115 141 152 171 189 186 191 197 15 26 11 19 18 -2 5 5 Demanda Global 100 107 7 103 -4 110 7 121 11 126 5 121 -5 120 -1 114 -7 Fuente: elaboración propia en base a datos del Ministerio de Economía Gráfico 1: Evolución del PBI, las exportaciones y las importaciones (1994-2001) (1993 = 100) 30,0 25,0 20,0 15,0 10,0 5,0 0,0 -5,0 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 -10,0 -15,0 -20,0 Evolución anual del PBI (%) Evolución anual de las Im portaciones (%) Evolución anual de las Exportaciones (%) Datos de origen: Cuadro 1 Gráfico 2: Evolución de las principales cuentas de la Balanza de Pagos (1992-2001) 25000 20000 15000 10000 5000 0 -5000 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 -10000 -15000 -20000 Cuenta capitales Cuenta corriente Balanza Com ercial Fuente: Ministerio de Economía 29 Gráfico 3: Evolución de la desocupación y la subocupación (1982-2001) 19 82 19 83 19 84 19 85 19 86 19 87 19 88 19 89 19 90 19 91 19 92 19 93 19 94 19 95 19 96 19 97 19 98 19 99 20 00 20 01 20,0 18,0 16,0 14,0 12,0 10,0 8,0 6,0 4,0 2,0 0,0 Desocupación Subocupación Fuente: EPH, INDEC Cuadro 2: Evolución anual del PBI según grandes rubros 1993-1999 (1993 = 100) PIB (sin impuestos) PRODUCTORES DE BIENES A - AGRICULTURA, GANADERIA B - PESCA C - EXPLOTACION DE MINAS Y CANTERAS D - INDUSTRIA MANUFACTURERA E - SUMINISTRO DE ELECTRICIDAD, GAS y AGUA F - CONSTRUCCION PRODUCTORES DE SERVICIOS G - COMERCIO MAYORISTA Y MINORISTA H - HOTELES Y RESTAURANTES I - TRANSPORTE Y COMUNICACIONES J. INTERMEDIACION FINANCIERA N - SERVICIOS SOCIALES Y DE SALUD 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 100 106 103 108 117 121 118 100 106 102 107 117 122 115 100 108 114 112 112 123 126 100 98 100 113 122 108 105 100 114 132 138 139 134 130 100 104 97 104 114 116 106 100 111 119 124 134 144 150 100 106 93 101 117 128 118 100 106 104 110 119 124 122 100 106 98 105 116 119 111 100 109 106 116 131 139 133 100 110 112 120 133 145 143 100 120 119 136 155 184 185 100 101 106 111 115 118 121 Fuente: elaboración propia en base a información de la Dirección Nacional de Cuentas Nacionales (excluye impuestos e ingresos brutos) Cuadro 3: Importaciones por tipo de bien 1992-1999 (1992=100) Importaciones CIF, por tipo de bien Bienes de Capital Bienes Intermedios Combustibles Piezas y Acc. p/Bienes de Capital Bienes de Consumo Vehículos Automotores de Pasajeros Resto Total 1992 100 100 100 100 100 100 100 100 1993 133 107 90 108 110 107 116 113 1994 194 132 132 131 122 176 109 145 1995 154 152 171 130 99 98 93 135 1996 181 177 181 158 112 151 65 159 1997 250 213 190 213 142 197 62 203 1998 275 211 167 213 152 205 56 210 1999 218 176 143 162 140 121 50 170 Fuente: elaboración propia en base a datos del INDEC 30 Gráfico 4: Relación entre PBI y bienes importados (1993=100) 200 195 190 185 180 175 Bienes importados (1993=100) 170 165 160 155 150 145 140 135 130 125 120 115 110 105 100 95 100 105 110 115 120 125 PBI (1993=100) Datos de origen: Cuadro 1 Cuadro 4: Puestos de trabajo declarados según sector de actividad Sector de actividad Total (%) Productores de Bienes Industrias Manufactureras Productores de Servicios Sin clasificar 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 100 100 100 100 100 100 100 100 36 37 37 36 35 32 30 29 24 23 22 20 19 18 17 18 61 61 61 63 64 65 64 70 3 2 2 2 2 3 7 1 Fuente: INDEC Cuadro 5: Distribución del ingreso de los hogares según decil de ingreso per cápita familiar (1994, 1997, 2000, 2002) Decil de ingreso 1 (menores ingresos) 2 3 4 5 6 7 8 9 10 (mayores ingresos) GINI 1994 2.9 4.0 5.0 6.2 7.6 8.5 10.1 12.6 15.4 27.9 0.39 Ingreso % 1997 2000 2.5 2.5 4.4 4.0 4.6 4.6 6.0 5.8 6.7 6.4 8.1 8.1 10.3 9.9 12.0 12.4 15.8 16.7 29.6 29.7 0.42 0.43 2002 1.7 3.6 5.0 5.5 6.8 8.1 9.0 12.2 16.5 31.7 0.45 Fuente: Elaboración propia en base al cuadro 29 de la EPH onda mayo, INDEC 31 Gráfico 5: Distribución del ingreso de los hogares según decil de ingreso per cápita familiar (1994, 1997, 2000). Curva de Lorenz. 100,0 90,0 Ingreso acum ulado (%) 80,0 70,0 60,0 50,0 40,0 30,0 20,0 1994 1997 10,0 2000 0,0 1 2 3 4 5 6 7 Decil de ingresos 8 9 10 Gráfico 6: Evolución de la deuda externa bruta por sector residente (1992-2001) 160000 140000 120000 100000 80000 60000 40000 20000 0 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 Deuda externa total Sector Público (no financiero) y BCRA Sector Privado (no financiero) Sector financiero (sin BCRA) Fuente: Dirección Nacional de Cuentas Internacionales, Ministerio de Economía 32 Bibliografía citada Altimir, Oscar y Beccaria, Luis (2001): “El persistente deterioro de la distribución del ingreso”, en Desarrollo Económico Vol. 40, Nro. 160. Azpiazu, Daniel, y otros (2000): La reestructuración y el redimensionamiento de la producción industrial argentina durante las últimas décadas, Instituto de estudios y formación de la CTA, Buenos Aires. Boletín Oficial de la República Argentina del 28/3/91. 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