contenido contenido 7 Formalización de las tierras comunales: una deuda que sigue en pie. 8 Propiedad de las tierras: los límites en el tapete. 10 Minam: los desafíos de un ministerio estratégico para el nuevo gobierno. 12 Mermas: alimentos que se pierden. Publicación del Centro Peruano de Estudios Sociales Av. Salaverry 818, Jesús María, Lima 11/ Perú Telf. (511) 4336610 / Fax (511) 4331744 Email: [email protected] Web: www.larevistaagraria.org Directora fundadora Bertha Consiglieri Director Fernando Eguren Comité editorial Laureano del Castillo, Javier Alvarado, Beatriz Salazar, Fanny Jiménez, David Gonzales, Jaime Escobedo, Renato Salazar Corrección/Diagramación Antonio Luya / José Rodríguez Distribución gratuita con La República LICENCIA CREATIVE COMMONS Algunos derechos reservados Usted es libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente esta obra bajo las condiciones siguientes: - Debe reconocer los créditos de la obra - Debe ser usada solo para propósitos no comerciales - No se puede alterar, transformar o generar una obra derivada a partir de esta obra SETIEMBRE de 2011 editorial Límites a la propiedad de la tierra: un debate necesario H ay signos de que el gobierno del presidente Ollanta Humala modificará la política sobre límites de propiedad de las tierras agrícolas. El ministro de Agricultura, Miguel Caillaux, ha declarado que podrían aplicarse impuestos a la propiedad de la tierra si esta excede en tamaño ciertos límites aún no precisados, y que la irrigación de Olmos también tendrá lotes que permitirán el desarrollo de una agricultura mediana. Como se sabe, ha habido un rápido crecimiento del número y extensión de latifundios a lo largo de la costa peruana, casi todos dedicados a la agroexportación y, algunos, a la producción de agrocombustibles. Si bien la apertura del mercado de tierras desde hace dos décadas ha contribuido a ello, también lo han hecho —y en gran medida— las grandes obras de irrigación, cuyas tierras han sido transferidas en grandes lotes y han multiplicado el número de latifundios. Durante el gobierno de Alan García hubo algunos proyectos de ley que fueron presentados en el Congreso para establecer límites a la propiedad; el más debatido fue el elaborado por la bancada aprista, que fijaba el límite en ¡40 mil hectáreas!, y que, si hubiese prosperado, hubiera en realidad consolidado el latifundio, lo opuesto a lo que supuestamente debía hacer. En efecto, ni siquiera la hacienda más grande en la costa, antes de la reforma agraria, alcanzaba esa área. La propuesta aprista no resultó sino el intento de esa bancada de apoyar al grupo Oviedo en su rivalidad con el grupo Gloria por el control de la agroindustria azucarera. Pero fue suficiente para que determinados sectores empresariales levantaran voces de alarma en el sentido de que poner límites a la propiedad ahuyentaría a las inversiones del agro. El argumento que más se ha utilizado en el Perú para justificar la necesidad de establecer los límites a la propiedad de la tierra es que, más allá de ciertas dimensiones —variable según el tamaño de los valles—, se corre el riesgo de que un latifundio pueda abusar de su posición de dominio y comportarse como un monopolio. Aunque este argumento es válido —a pesar de haber sido poco desarrollado—, es insuficiente, pues solo se refiere a la dimensión económica del problema: el latifundio también tiene efectos sociales y políticos no deseables, pues su influencia se extiende más allá de los linderos empresariales, para abarcar territorios más amplios. Compiten, con ventaja, con otros actores menores en el acceso a otros recursos naturales, como el agua; ejercen presiones sobre las instancias estatales descentralizadas al nivel de distritos, de provincias y aun de departamentos; tienen un gran peso sobre los mercados laborales locales, y aumentan las desigualdades socieconómicas rurales. El país ha tenido ya la experiencia: los hacendados, antes de la reforma agraria, no solo eran empresarios agrícolas, sino los señores del lugar, y ejercían amplia influencia sobre la sociedad y las instituciones políticas, judiciales y aun religiosas locales, en lo que se llamó el poder gamonal, que constituía una barrera a la democratización social y a la condición de ciudadanía plena de la población rural. El riesgo es que con la presencia creciente de nuevos latifundios se vaya construyendo un gamonalismo del siglo XXI. 3