notar la incidencia de las donaciones reales en la configuración de estas extensiones: esto sucedía con las de los monasterios de Jerónimos, el Hospital de las Huelgas, el convento de San Clemente o de San Pedro Mártir en Toledo (25). Con extensiones que sumaban entre 1.000 y 4.999 fanegas formadas a base de estas grandes parcelas figuran 27 propietarios, de los que-15 eran conventos y monasterios: éstos últimos reunían 62.765 fanegas en l12 parcelas con concentraciones de propiedad parecidas a las anteriores. La Orden de los Jerónimos añadía 5.466 fanegas procedentes de los monasterios de San Blas de Villaviciosa, de Guisando y de Sta. María de la Sisla de Toledo. Los hospitales de la Misericordia de Toledo y Talavera, de Sta. Catalina de Puente del Arzobispo y de San Pedro,de Toledo sumaban 8.168 fanegas; las Ordenes militares de Santiago y San Juan por sus conventos de Uclés y Sta. María del Monte en Valdezarza 10.880 fanegas; la Colegiata de Sta. María la Mayor de Talavera, fundación de la Dignidad Arzobispal, llegaba a las 9.150 fanegas entre la Fábrica, la Iglesia y el Cabildo. Dichas concentraciones, como se comprenderá, no pasan de ser indicativas porque cada institución administrataba individualmente su propia economía. PROPIEDAD LIBRE - PROPIEDAD VINCULADA Y AMORTIZADA La única aspiración de la minoría de rentistas, escribe Artola, a lo largo del Antiguo Régimen consistió en la perpetuación del sistema social vigente mediante el control continuado sobre los factores de producción. De ello se derivaron dos preocupaciones básicas: asegurar el derecho a la propiedad de la tierra en una época en que los títulos de la misma no disfrutaban de suficientes garantías jurídicas, y protegerse contra cualquier defecto de gestión que pudiera (25) Fernando III trajo a los dominicos en 1230, comprando a la Catedral un terreno en la huerta de San Pablo. A partir de 1407 se instalaron los frailes en la superficie actual. Propiamente, San Pedro MSrtir es fundación nobiliaria porque el convento fue reedificado en el XVI por doña Guiomar de Meneses, mujer de Alonso Tenorio de Silva, Adelantado de Cazorla. (ver PARRO, Sixto Ramón: TnleAo en !m m^no. Toledo, 1857, 2 vols. En vol ll, p. 57 y ss.) 292 amenazar a la propiedad, lo que se conseguía a través del sistema de vinculación y del que la amortización no era sino la versión eclesiástica del mismo proceso (26). Y aunque la vinculación, en su estricto sentido, ha sido relacionada con la nobleza por influencia de la mentalidad liberal, no puede omitirse el hecho de que de tal pretensión participaron en la medida de sus posibilidades todas las clases sociales. Y si es cierto que la institución del mayorazgo, su forma más representativa, salvó patrimonios nobiliarios mal administrados a la vez que sostenía el rango social del propio estamento, también el análisis de otros modos de vinculación -patronatos laicos, legados píos, capellanías laicas o memorias de misas- ha de ayudar a entender que la perpetuación de bienes tenía un objeto social y económico más _ amplio; porque si las capellanías laicas habían aparecido, según Caxa de Leruela, como una manera encubierta de defraudar a la jurisdicción civil poniendo los bienes bajo la inmunidad eclesiástica (27), los mayorazgos cortos servían también a los intentos de equiparación con la hidalguía. Navarrete en su ataque a los bienes vinculados había escrito: «Ha dado también motivo a la holgazanería la introducción de mayorazgos cortos, y lo mismo debe decirse de los Patronatos laicales y otras vinculaciones de corta entidad, porque no sirven más que de «acaballerar» la gente plebeya, vulgar y mecánica; porque apenas llega un mercader, un oficial o labrador y otros semejantes a tener con qué fundar un vínculo de quinientos ducados de renta en juros, cuando los vincula en el hijo mayor...» (28). Capellanías y patronatos laicos -instituciones no suficientemente estudiadas- fueron poderosos sustitutos del mayorazgo: aseguraron bienes a hidalgos no primogénitos y a hijos de individuos del estado llano. Sin ahondar en planteamientos jurídico-institucionales sobre estos (26) ARTOLA, M.: o.c., pp. 98-99. (27) Parece referirse a las capellanías laicas más que a las colativas cuyos bienes eran eclesiásticos; en las laicas eran temporales (laicos) con la carga del pago de unas misas anuales. Si el fundador no disponía otra cosa, las podían detentar los laicos sin determinación alguna de edad y sexo. Si los poseedores eran clérigos, se juzgaba que tales bienes eran patrimoniales de los capellanes (ver PITILLAS Y RUFSGA: o.c., pp. I I S y ss.). (28) FLOREZ ESTRADA, A.: o.c., vol. 1, nota a p. 252. 293 vínculos, puestos suficientemente de relieve por otros historiadores, el resultado económico del fenómeno fue la separación del mercado de la propiedad de una considerable cantidad de bienes y derechos (29), lo cual no implicó en el caso de la tierra, su fracción más importante, la limitación del mercado de explotación. Mayorazgos y demás formas de vinculación fueron llevados igual que las tierras libres, esto es, directa o indirectamente del mismo modo que sus posibilidades productivas no eran mejores ni peores que éstas. La necesidad de acabar con la propiedad vinculada fue una exigencia que impuso la revolución liberal. Tomás y Valiente afirmaba que al convertirse estos bienes en «absolutamente libres» por ley de 11 de octubre de 1820, lo que se efectuó fue la transacción histórica entre la nobleza y la burguesía. El hecho de que su propiedad fuera considerada «libre» en nada iba a perjudicar a la nobleza estamental, que conservaba íntegramente sus bienes, y, en cambio, iba a beneticiar a la burguesía que veía más factible la compra si disponía del capital apropiado (30). Pero, si se examina bien, tal cúmulo de bienes seglares no formaban sino una parte de todos los que, en realidad, estaban fuera del mercado y habían provocado en el XVIII la tradicional queja de «falta de tierra». Las extensiones ocupadas por los pueblos, la Iglesia, la nobleza y los no-nobles componían un bloque considerable al que era preciso acceder. La dicotomía propiedad libre-propiedad vinculada, que para los reformistas ilustrados se traducía en una situación social más que económica, para los hombres liberales alcanzó unas proporciones mucho más amplias que se tradujeron inmediatamente en la fórmula «propiedad alienable-inalienable» o «adquirible-no adquirible». Se trataba de poder acceder a todas las (29) Carramolino Ilama «amortizados» a todos los bienes separados del mercado libre: «Aquellos bienes y derechos que debiendo por su origen y naturaleza ser objeto Iibre de las transmisiones y transacciones entre los hombres pasando de mano en mano por medio de contratos, sucesiones u otros negocios civiles, una sanción especial, un privilegio particular, una «ley de amortización» los ha hecho inalienables e intransferibles para que constituyan perpetuamente las rentas de un mayorazgo, de un hospicio u otra institución civil, de una iglesia, de un monasterio u otra institución eclesiástica» (CARRAMOLINO, J.M.: Ln /g[e.rici e.rpnñolu económicumerue coi^siderudu. Madrid, 1852, 2 vols. En vol. 1, p. 82). (30) TOMAS Y VALIENTE, Francisco: «La obra legislativa y el desmantelamiento del Antiguo Régimen», en Hi.rtorin de Espaiui de R. Mdez. Pidal. Madrid, 1981, vol. XXXIV, p. 160. 294 el binomio tierra libre-vinculada se suele dejar de lado, en pro del rigor científico, buena parte del sentir liberal. La marcha hacia la propiedad particular estaba ya iniciada en tiempo del Catastro; quienes movían los hilos de la promesa concentrada en memoriales eran los grandes arrendatarios, los que tenían capacidad de compra, aunque en dicha protesta participaran, como lo harían en el XIX, el labrador débil y el jornalero. Por ello, el blanco de las críticas en ambos siglos no fueron tanto los bienes vinculados de seglares cuanto los amortizados eclesiásticos: en definitiva, los bienes de la nobleza debían ser respetados en cuanto propiedad privada, si bien su forma debía ser actualizada, liberalizada, para acabar con aquello que era constitutivo de su estamento, el mayorazgo. Los de la Iglesia, por el hecho de serlo, estaban amortizados y fuera de la participación en las cargas generales por privilegios y exenciones; eran bienes que, según Campomanes, provocaban el incremento de la pobreza de los campesinos al concentrarse en éstos la cargas de las que aquéllos estaban eximidos (véase el Tratado de regalía de amortización). Los de los pueblos, finalmente, tenían en su contra, al ser de todos y de nadie, una bajísima productividad con la consiguiente pérdida para el Estado. Es explicable, por tanto, desde el contexto ideológico reformista y liberal, reforzado siempre por los deseos de los particulares, que estos dos últimos bloques de bienes fueran los perjudicados de la puesta en marcha de las ideas de Locke y Smith: había que defender la propiedad y la acumulación de la misma, los bienes eclesiásticos no eran de concretos individuos como tampoco lo eran los de los pueblos, y al mismo tiempo promover el interés particular, que pasaba por la propiedad privada, como medio de fomentar la riqueza de la nación. Por eso, en el caso de la relación nobleza-burguesía hay que reconocer, por un lado, el éxito de la primera que no dejó arrebatarse sus bienes sustentándose en los mismos planteamientos liberales y, por otro, que la segunda, en el fondo, tampoco se los quiso firmemente arrebatar. El resultado de la componenda entre ambas fue volverse hacia los bienes de propiedad no-individual. Resulta difícil concretar la cuantía de la extensión que en el XVIII provocaba esa protesta de «falta de tierra». Las Respuestas reflejan la propiedad amortizada eclesiástica -todos los bienes eclesiásticos beneficiales- y la de los pueblos, pero no muestran 295 continuidad en el señalamiento de las parcelas vinculadas de seglares: mayorazgos de nobles e hidalgos o de dones, labradores y clérigos. Con todo, hay que poner de relieve que el Catastro presta más atención a los vínculos de dones y labradores, quizás para hacer notar la aplicación del impuesto sobre unos bienes que en su mayoría pasaban por ser eclesiásticos. Llegar a precisar los grandes mayorazgos requeriría el examen de las escrituras de los mismos; la fuente se limita a recoger las propiedades indicando, por ejemplo, el titular nobiliario sin establecer la línea entre bienes vinculados y libres; así, sin que haya distinción entre unos y otros, de Gerindote se dice que su señor, el duque de Arcos, lo era como poseedor del mayorazgo de los Manueles (31). Oreja era de mayorazgo porque su señor, el conde de Fuensalida, lo había recibido a cambio de la cesión que había hecho a Felipe II de otros bienes de su mayorazgo (32). Y del despoblado La Alamedilla se sabe, como ya se ha visto, que era de mayorazgo por los documentos, no por las Respuestas (33). Por todo ello, hay que operar con un mínimo conjetural, el de la posible condición de bienes amayorazgados de las tierras propiedad de un noble sitas dentro del término del que él mismo era señor jurisdiccional, y un máximo, el de las tierras totales propiedad de la nobleza. La cantidad de tierras vinculadas de dones y labradores o clérigos no de mayorazgo, salvo en los casos de aislados hidalgos y que se han podido contabilizaz, se relaciona en el Catastro sólo en parte: en el partido de Toledo hay pueblos de alguna relevancia que parece que podían reunir este tipo de bienes, sin embargo no se encuentran referencias. Son, pues, las tierras de seglares, las explicítamente «vinculadas», las que ofrecen mayores dificultades. Para la nobleza se cuenta con las dos clases de datos mencionadas; si la extensión ocupada por la misma era de 333.669, hay que decir tan sólo genéricamente que una buena parte estaba vinculada. Pero si se toman las cifras procedentes de propiedades ubicadas en los términos en los que el titular era también señor jurisdiccional, el monto final es de 167.346 fanegas, con esta distribución: (31) (32) (33) 296 APT, libro 292. APT, libro 479. APT, libro 697. P. Toledo Alcalá Ocaña Talavera San Juan 123.481 fan. 16.777 18.983 8.105 - Ambos datos podrían servir de referencia para un estudio de las tierras de mayorazgos. Los vínculos de dones, labradores y clérigos -bienes patrimoniales- estaban en función de las tierras que éstos poseían; tal afirmación, por demás lógica, configuraba el grado de presencia de este grupo. Estas son las extensiones, de menos a más, que se han podido contabilizar: P. Talavera Toledo Alcalá San Juan Ocaña 4.784 fan. 8.906 12.719 35.915 45.983 Sobre el total provincial dado por la suma de relaciones de particulares representaban tan sólo un 3,2 por ciento. Tal ordenación por partidos era coincidente con una situación de progresiva acumulación de la propiedad en manos de dones y labradores: desde el partido de Talavera, donde el grupo de dones ^l más interesado por la vinculación- era prácticamente inexistente y las tierras de inferior calidad, muy repartidas, originaban una propiedad pobre y dependiente de las manos nobles o eclesiásticas, hasta el partido de San Juan -formado por 14 pueblos frente a los 52 de Ocaña-, en el que dones y labradores juntaban extensiones importantes favorecidos por el vacío de tierras nobiliarias, había una gradación que es obvio citar: en el partido de Toledo las tierras vinculadas se concentraban en La Sagra y llanadas del sur del Tajo siendo sus Montes, por la pobreza de sus habitantes, lugares donde no se halla ni un solo caso de vinculación; en el partido de Alcalá, pese a tener una propiedad fuertemente repartida, hay tierras no-libres en cuarenta de sus 64 pueblos, muchas de ellas totalmente inviables; hay ejemplos ilustradores al respecto: Valdilecha tenía 1,10 fan. vinculadas, el despoblado de Vilches 5,9, Ambite 6,10, Cadahalso 6,9, Orusco 9,4, La Olmeda 11 fanegas. 297 En San Juan y Ocaña, con grupos de labradores fuertes, las cifras de los pueblos son significativas: Corral de Almaguer tenía 5.693 fan. vinculadas, Mota del Cuervo 7.382, Villaescusa de Haro 6.889, Consuegra 6.078, Argamasilla 5.794 y Alcázar de San Juan ]0.363 fanegas. En conjunto, se observa que dentro del total de parcelas de un propietario las vinculadas no pasaban de ser de mediana calidad: en explotaciones que juntaban regadío, secano, viña u olivar las tierras vinculadas solían ser de secano y solamente en el partido de San Juan formaban bloques aceptables de producción al componer quinterías completas. Pero no eran las tierras de estos grupos sociales los ejes de las principales críticas ni serían el objetivo a conseguir de los burgueses del XIX: los bienes de los pueblos y del estado eclesiástico hacían el 46,4 por ciento de la tierra provincial (757.947 y 721.575 fanegas, respectivamente). En el término genérico «tierras de los pueblos» se han incluído para el cálculo las de propios, comunes, y las del Real Fisco y Pósitos, si bien las cifras de estos dos conceptos son insignificantes (4.875,9 y 188,9 fanegas). En el de «tierras beneficiales» las de las diversas instituciones eclesiásticas, las de capellanías colativas y también las de Ordenes Militares. Cuidadosamente se han excluído las procedentes de patrimonios de curas, frailes y monjas, por lo que el resultado ha sido el acopio de bienes «no de propiedad individual». Aun a sabiendas de que las cifras del estado seglar son aproximadas, se ofrece el siguiente cuadro de tierras fuera de la circulación comercial; para su formación se han traído las cifras totales de la nobleza con la intención de paliar los escasos datos sobre sus mayorazgos y las posibles omisiones de los vínculos de no-nobles y alcanzar así unos porcentajes aceptables con respecto a la extensión total provincial. En fanegas, pueblos P. Toledo Alcalá Ocaña Talavera San Juan 298 309.190 82.716 191.773 96.524 - 77.624 eclo.beneficial nobleza no-nobleza 261.903 62.177 129.653 189.358 78.484 194.394 39.053 24.857 73.834 1.531 8.906 12.719 46.983 4.782 35.915 Y en total: P. Toledo Alcalá Ocaña Talavera San Juan extensión % total 774.393 196.665 393.266 364.498 193.554 72 57,4 51,5 72,3 38,8 Las elevadas proporciones de tierras no adquiribles por particulares de los partidos de Toledo y Talavera adquieren todavía mayor significación si se observa que ambos hacían el 52,5 por ciento de los habitantes seglares de la provincia. Ello suponía una masa de propietarios pobres que obligadamente tenían que ser, además, arrendatarios y jornaleros. Solamente con los datos mostrados puede deducirse dónde se encontraba una causa importante de la paralización general de la agricultura y de dónde, pensaban los liberales, podía surgir la revitalización. Domínguez Ortiz ha analizado las diversas presiones ejercidas por las oligarquías rurales desde su dominio de los concejos que frenaban las actividades de las comunidades, pero a aquéllas habría que añadir esta presión radical que todo lo mediatizaba (34). Hay casos de pueblos en los que la observación del porcentaje que ocupaban las tierras amortizadas-vinculadas es suficiente para explicar las relaciones de producción de sus habitantes. En Burujón (P. Toledo), de 4.644,5 fan. del término ocupaban el 88,4; en Caudilla, de 1.777,5 fan. el 89,6; en Layos, de 3.842 fan. el 92,3; en Guadamur, de 4.757,6 fan. el 84; en Calera (P. Talavera), en 17.895,6 fan. el 89,7; en Velada, de 8.968,2 fan. el 95,4; en Congosto (P. Ocaña), de 1.523,6 el 86,6 por ciento. Son estas muestras quizás las más significativas por la dependencia de sus vecinos a la tierra, pero incluso los términos de las ciudades no escapaban a la queja de «falta de tierra»: en el de Toledo (24.954,10 fan.) las tierras del Ayuntamiento, nobles y eclesiásticos llenaban el 90,7 por ciento y en el de Alcalá de Henares el 70,7, muy por encima de la media de su partido. (34) DOMINGIJEZ ORTIZ, A.: o.c., p. 40^ y ss. 299 La caída del porcentaje de estas tierras en el partido de San Juan debe ser indicada porque se debía a los rompimientos y privatizaciones de sus com ^nales en tiempos anteriores y a la ausencia, ya citada, de nobleza. El modelo de labrador rico castellano de la literatura del Siglo de Oro alcanzaba en estas tierras de La Mancha su máxima expresión: en Alcázar de San Juan, pese a reunir una cantidad considerable de fanegas no-adquiribles (27.653 fan.), debido a la extensión de su término solamente representaban el 31,3 por ciento. Los datos expuestos son elocuentes y la idea central de Jovellanos de privatizar para enriquecer a la nación o su puesta en práctica liberal no fueron más que progresiones de solución para una misma nacesidad. PROPIEDAD INDIVIDUAL PROPIEDAD COLECTIVA Se pretende en este apartado efectuar la distribución de la tierra desde el derecho de propiedad. Este, como es sabido, origina dos grandes partidas de bienes: la que pertenece a un individuo y la que pertenece a un colectivo de la característica que sea. La titularidad en el primer caso la tiene siempre el individuo por patrimonio y se identifica con ella para disponer libremente de la utilización de los bienes. En el segundo, puede identificarse con el colectivo o bien residir en un individuo por designación de dicho colectivo. Con arreglo a este esquema se organiza aquí el reparto de la tierra provincial, bien entendido que se trata de ordenar propiedades y no necesariamente los titulares de la propiedad. Según esto, en propiedad individual se incluyen las propiedades de los títulos, de los no-títulos y de los clérigos o religiosos por razón de su patrimonio y prescindiendo de si sus bienes estaban vinculados o no por cuanto éstos, aunque podrían ser considerados como «conjuntos» de bienes por la serie de derechos a que daban lugar, a efectos de la Unica Contribución resultaban tan de propiedad individual como los llamados bienes libres. Son de propiedad colectiva los procedentes de comunidades de pueblos y de instituciones, eclesiásticas o seglares, con titular individual o colectivo. Desde la fuente utilizada, el número de propietarios de dentro y fuera de la provincia con tierras en ella era de 55.959, 300