LA METAFISICA Y SUS MATICES EN LA ECONOMIA Lic. Héctor José Lázzari 1 – Lic. Esteban Gabriel Arias 2 - Lic. José Luis Sorú 3 Facultad de Ingeniería y Ciencias Económico-Sociales. Villa Mercedes. U.N.S.L. La filosofía responde con una metafísica Deseamos comenzar esta ponencia con una exclamación del libro de los Proverbios y que Juan Pablo II cita en su carta encíclica Fides Et Ratio: "Es gloria de Dios mantener oculta una cosa; y gloria de los reyes investigarla" (Proverbios 25,2). Dios Misterio de los misterios y el hombre se esfuerza por alcanzar un saber último y universal con interrogantes que afectan profundamente a la vida humana. El ser del hombre muestra constantemente también nuevos misterios y así la humanidad jamás queda reducida al silencio. Esta importante y extraña posibilidad humana es la experiencia del asombro y decir que el mismo marca el comienzo de la filosofía es comenzar ya a hablar de ella. Dice Aristóteles en su Metafísica que "Los hombres comenzaron a filosofar en un principio y filosofan ahora a causa de la admiración. Los hombres comienzan admirándose de que las cosas sean como son". Esta actitud del espíritu es una aspiración hacia la búsqueda, es un impulso a investigar con la razón y en esto consiste la grandeza del hombre. El despertar del hombre, querer conocer la verdad que se oculta detrás de las apariencias, eso es filosofar. En los albores de la cultura occidental, la filosofía y el saber eran la misma cosa, luego por motivos de especialización, cada rama de la filosofía fue cobrando fisonomía propia y configurándose en disciplina independiente. Sin embargo, no puede haber ninguna doctrina científica que no proceda de una determinada orientación filosófica o que no se relacione con ella, debido a que todo principio o postulado científico presupone dar una solución a dos máximos problemas metafísicos: el ser y el del conocimiento. A la pregunta ¿Hay algo que, a pesar de los cambios y de la diversidad, permanece invariable y se comporta como si fuera el fundamento último de toda realidad? La filosofía responde con una metafísica. Esta se considera filosofía primera, ciencia que trata de las razones y los principios, inexplicable a la captación sensible, del mundo manifiesto o naturaleza. En general, a esta ciencia, se la considera muy difícil, casi inútil y etérea, propia de hombres huraños y ajenos a la realidad de la vida. Pero en realidad es la Metafísica la que rige a todos los seres, desde su más profunda realidad y es la que debería regir el pensamiento y la vida humana en todas sus etapas y en todos sus órdenes. Sigamos rápidamente el camino del pensar metafísico que sufre quebraduras, rechazos, críticas al tratarse, por ejemplo, su contraposición con la fe o el tema de la demarcación entre ciencia y metafísica a partir del siglo XVIII. La marcha de la razón hacia Dios es una metafísica que se constituye primeramente como un intento de resolver el misterio del nudo de lo finito y lo infinito. Así nace la metafísica substancialista realista de los griegos. Este esfuerzo de conocer y alcanzar la verdad comienza con ellos, quienes se enfrentan con el mundo y sus misterios en un trasfondo mítico-religioso. El proceso de la búsqueda inicial del principio comienza con el problema del cambio, es el asombro ante el paso del ser al no ser. A este período de la filosofía se lo llama cosmológico, los filósofos buscan la materia o realidad única que explique la diversidad del cambio. 1 Investigador de PROICO Nº 22/I526 “Teorías éticas contemporáneas: la Etica discursiva ante los desafíos sociales y políticos actuales” UNSL-FICES 2 Investigador de PROICO Nº52005 “Estrategias de reproducción familiar en familias en situación de pobreza” UNSLFICES 3 Investigador de PROICO Nº 52005 “Estrategias de reproducción familiar en familias en situación de pobreza” UNSLFICES Un nuevo período denominado humanístico le sigue al anterior, en el que la preocupación fundamental es el hombre. Ya los filósofos no se preguntan por la realidad última del universo sino que la búsqueda es, en uno mismo. Sócrates y los sofistas son sus representantes. Más tarde Platón y Aristóteles se ocupan y sistematizan tanto el problema cosmológico como el humanístico. Todo el lento laboreo de la filosofía de aquí en más, tiene como efecto producir una desmitologización del pensamiento antiguo y sobre el terreno ya limpio de mitos comienza a afianzarse un nuevo mensaje: "Las cosas viejas pasaron y he aquí que todos son hechos nuevos.". (San Pablo). A la metafísica cristiana corresponde ahora su aparición. Comienza siendo una metafísica de la finitud del conocimiento humano que al mismo tiempo que intenta explorar el ser en toda su infinitud, advierte que nunca podrá hacerlo acabadamente. Su tarea es llevar al hombre a la comprensión de la verdad revelada por Cristo, de manera que pueda verdaderamente realizar el significado auténtico de la misma. La oposición más profunda entre las concepciones griegas y cristianas relativas al hombre se da en que el hombre para los griegos se sabe bajo un destino absoluto, ciego e impersonal y no frente a un Dios vivo y personal, como el de la metafísica cristiana que se revela en la historia del amor y salvación. Con fe y amor el hombre responde a la revelación de la verdad. El Principio o fundamento es una entidad existencial, un existente, una persona. Se pasa entonces de la esencia a la existencia, existencia a la cual damos el nombre de Dios y en el orden de la revelación el conocimiento de la existencia de Dios se conoce por medio de Cristo. "A Dios nadie le ha visto jamás: el hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado". (San Juan 1,18). El trato con Dios no es una idea racional sino que es un trato personal. San Agustín dialoga con Dios, deja hablar su corazón y le dice: "Señor, nuestro Dios, nosotros creemos en ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo...Señor, Dios mío, mi única esperanza, escúchame, para que no me rinda al cansancio y no renuncie a tu búsqueda, sino por el contrario, busque siempre con ardor tu rostro..." La fe para la metafísica cristiana es la condición y el presupuesto del conocimiento filosófico quien a su vez debe completar la fe para que el contenido de ésta sea mejor comprendido. "Entiendo para creer y creo para entender" (San Agustín). El marco general del pensamiento cristiano está representado por San Agustín y Santo Tomás. El pensamiento de Agustín está influenciado por Platón y el neoplatonismo, Tomás adopta la doctrina aristotélica. Ambos abordan el tema del conflicto de fe y razón de manera que, Agustín propone la fe como supuesto de la razón y Tomás propone distinguir y armonizar fe y razón. Haciendo su aparición la metafísica moderna el problema entre fe y razón se agrava, se rompe el equilibrio armónico, separándose definitivamente con Guillermo de Ockham. Una actitud subversiva La actitud del moderno es subversiva a la edad antigua y medieval, pone el acento no ya en la cosa sino en el sujeto y no en cualquier sujeto sino en el sujeto humano principio de actos conscientes. La metafísica moderna además de imponer un abandono del ser y la múltiple evidencia objetiva que comporta un cambio radical en la imagen del hombre, produce un alejamiento de la revelación. La verdad de Dios pasa a depender de un sentimiento individual y no de Dios tal como El es. Las verdades teológicas quedan fuera de la especulación filosófica. Entonces, el conjunto de verdades que se refieren a Dios y al mundo suprasensible hay que aceptarlos sólo por fe. No más una razón que demuestre la fe ni una fe que alimente a la razón. La concepción metafísica y teológica es reemplazada por una vocación de dominio de la razón humana, perdiéndose así tales referencias. El hombre moderno busca una nueva medida de valor y entonces el edificio moral comienza a construirse sobre un mínimo de ética. El fundamento buscado es ahora la racionalidad científica tecnológica y el progreso parece justificarlo, pero el hombre queda a solas con su razón y el fervor de las ilusiones gestadas, la fe en el progreso y la ciencia lo convierten en el depredador más sofisticado, el único capaz de destruir su propia casa. Lo que el pensamiento patrístico y medieval ha concebido y realizado como unidad profunda generadora de un conocimiento capaz de llegar a las formas más altas de la especulación, es destruido de hecho por los sistemas que asumen la posición de un conocimiento racional, separado de la fe o alternativo a ella. Las cosas no se presentan mejor en esta postmodernidad que nos toca vivir. Una concepción totalmente inmanente del ser humano parece ser el signo más característico de estos tiempos. El hombre vive pero no es, éste es el hombre de Nietzsche: "En verdad amigos míos, yo camino entre los hombres como entre fragmentos y miembros de hombres". Nietszche cree que Dios es solo producto de una objetivación que el hombre ha hecho de sus propios poderes, por apocamiento y miedo. Muerto el mito, el hombre se anima a sentirse libre e ilimitado hasta la omnipotencia. El optimismo de Nietzsche rebalsa en el superhombre. Rechaza la fe en Dios y a favor del hombre y su libertad, proclama la muerte de Dios. El hombre al perder el sentido de lo divino, se siente desamparado, angustiado y portador de una enorme carga de pesimismo. Ante el sentimiento de finitud y el sentirse arrojado al mundo, solo, sin el apoyo de nadie, ni siquiera de Dios, porque para Nietzsche Dios ha muerto, se despeja de la fe cristiana. “No sólo el mundo el mundo trascendente se muestra caduco, sino que también la conciencia del hombre ha sido invadida por la nada, que constituye su fin. Con la muerte de Dios se corre el velo que cubría la nada” (Lázzari, 2007: 20). Subyace en nuestro tiempo, la idea de la edad moderna: la fe en un progreso ilimitado de la humanidad que se funda en el desarrollo científico y técnico. En el ámbito de la investigación científica se impone una mentalidad positivista que, no sólo se ha alejado de cualquier referencia a la visión cristiana del mundo sino que, y principalmente, ha olvidado toda relación con la visión metafísica y moral. Como consecuencia de la crisis del racionalismo, cobra entidad el nihilismo. Como la filosofía de la nada, logra tener cierto atractivo entre nuestros contemporáneos. Sus seguidores teorizan sobre la investigación como fin en sí misma, sin esperanza ni posibilidad alguna de alcanzar la meta de la verdad.. En la interpretación nihilista la existencia es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene supremacía lo efímero. El nihilismo está en el origen de la difundida mentalidad según la cual no se debe asumir ningún compromiso definitivo ya que todo es fugaz y provisional. “En la cultura moderna ha cambiado el papel mismo de la filosofía. De sabiduría y saber universal, se ha ido reduciendo progresivamente a una de tantas parcelas del saber humano. Otras formas de racionalidad se han afirmando cada vez con mayor relieve, destacando el carácter marginal del saber filosófico. Estas formas de racionalidad, en vez de tender a la contemplación de la verdad y a la búsqueda del fin último y del sentido de la vida están orientadas- o al menos pueden orientarse- como razón instrumental al servicio de fines utilitaristas de placer o de poder” (Juan Pablo II, 1998: 66). Metafísica sí metafísica no Brevemente describimos un nuevo desafío para la metafísica y esta vez la discusión se centra entre ésta y la ciencia. A principios del siglo XX la demarcación entre ciencia y filosofía alcanza un carácter de prescripción para la filosofía del Círculo de Viena: la metafísica debe ser excluida del terreno de la ciencia porque no contiene enunciados vinculados a la experiencia (única principio válido de conocimiento para el positivismo lógico). Ayer expresa: “Lo máximo que puede hacer la filosofía es mostrar cuales son los criterios usados para determinar la verdad o falsedad de cualquier proposición determinada” . En la misma época Popper ve la necesidad de examinar la naturaleza del conocimiento científico. Frente al neopositivismo, establece como primer paso, una reforma contundente, tanto en la noción de ciencia como en el concepto de metafísica. La ciencia ya no es un conocimiento absoluto, liberado, de una vez y para siempre de todo cambio, sino un saber sujeto a constantes revisiones. Ni la observación ni la razón son dignas de confianza ni menos aún autoridades. No hay explicaciones últimas ni realidad última. Para llegar al conocimiento no partimos de cero pero una vez obtenido tal conocimiento, es necesario avanzar, modificar, reconocer errores, buscar lo oculto, sondear lo obscuro y lo confuso, única manera de salir de la obscuridad en que nos sumergen nuestros propios errores. La metafísica, por su parte, no sólo deja de ser un simple conjunto de enunciados sin sentido sino que además, se la reconoce como un elemento de suma importancia para el desarrollo de la ciencia. Un pensamiento típicamente popperiano expresa: "nadie posee la verdad definitiva pero todos la buscan y avanzan hacia ella, pero lo que mide el progreso del saber es la conciencia de nuestra ignorancia". La metafísica para Popper, a pesar de ser infalsable, puede ejercer una influencia no necesariamente negativa sino incluso positiva sobre la ciencia y coincidiendo con Bunge, la metafísica no puede ni debe ser eliminada. Todo lo contrario. El hecho de que la ciencia presuponga alguna metafísica puede servir de incentivo para la búsqueda de sistemas coherentes, claros que sirvan para el desarrollo de la ciencia. “No puede haber una demarcación exacta entre ciencia y metafísica, y la importancia de la demarcación, si la tiene, no debe sobrestimarse” ( Popper, 1985: 201). “No puede haber ninguna doctrina científica que no proceda de una determinada orientación filosófica o que no se relacione con ella, debido a todo principio o postulado científico presupone dar una solución a los dos máximos problemas metafísicos: el del ser y el del conocimiento” (Letizia, 1983: 5). Establecer una trabazón lógica entre los principios filosóficos, dice Letizia, y los de una determinada ciencia ofrece una doble ventaja: permite una compresión clara de la causa de la aparición de una doctrina o sistema y, además, muestra una perfecta coherencia lógica entre los principios científicos comunes a diversas ciencias especializadas. Así que si alguien pensara que la filosofía no tiene nada en común con la ciencia de la economía, por ejemplo, denotaría una deficiente preparación científica y escaso sentido crítico. Una ciencia autónoma con visos metafísicos La economía, por ejemplo siguiendo Letizia, está emparentada con la metafísica. El bien implica siempre una razón de conveniencia con la naturaleza de una cosa y el mal, denota o encierra una disconveniencia. Todo aquello que favorece la sociabilidad, como la honradez comercial, la fe en los contratos, las buenas costumbres, etc., es naturalmente bueno, y todo aquello que la perturbe o dificulte, como los robos, las malversaciones, los engaños, la mala fe, etc., es naturalmente malo. de ahí que en este sentido, hay una íntima relación con la metafísica porque los conceptos fundamentales del ser, del bien, del mal, de virtud, de ley, de deber, de derecho, así como sus principios, son de naturaleza metafísica. Sin metafísica es imposible definir lo que el hombre es ni cual es su fin y en que consiste lo útil, el mal y el bien. Este autor manifiesta que la filosofía, está íntimamente relacionada con todos los problemas humanos, y, por lo tanto, también con los problemas económicos. El obrar es un obrar realmente humano en cuanto no está determinado por un ciego impulso mecánico, sino que está guiado iluminado y sustentado por el pensamiento. La economía es una ciencia del espíritu, que se ocupa de un aspecto de la conducta humana. Cuando nos habla de las cosas, se refiere siempre a ellas en cuanto son bienes económicos, es decir, en cuanto el hombre las ve económicamente valiosas, de modo que siempre es una ciencia de la conducta humana. Recordemos que detrás de cada conducta hay un conglomerado de pautas en forma de ideas y/o creencias que presta a la acción cierta lógica, un pre-supuesto, un fundamento relativo a la sociedad, la cultura, el entorno, el tiempo histórico en que vive el individuo. Queremos concluir expresando que la filosofía es un orden intelectual y como tal un orden crítico de conocimiento, sería en realidad pedante que a una concepción de Filosofía se le arrogue el papel de definitiva, verdadera o absoluta, puesto que todo conocimiento es variable, contingente y dependiente de múltiples causas. La historia de la filosofía nos muestra la evolución que ha experimentado el pensamiento a lo largo de los siglos. Jaime Barylko nos dice que estamos rodeados de apariencias. Cuando uno se despierta, quiere conocer la verdad, lo que se oculta detrás de las apariencias. En griego se dice alethia, lo des-cubierto, es decir, la verdad. De eso se ocupa la filosofía. “Y por qué no somos todos filósofos? ... Porque no todos nos despertamos. Algunos, mejor dicho una amplia mayoría, pasan la vida entre las apariencias y con ellas se satisfacen: apariencia de dicha, apariencia de amor, apariencia de alegría. ...Pero si despiertas y tomas conciencia de la apariencia anhelarás el conocimiento de la verdad profunda...Cuando la apariencia entra en crisis, se produce la fractura. La realidad se desgarra como un velo, ahí te detienes y piensas” (Bariyko, 1997: 12). La crisis produce análisis, reflexión. Cuando el pensamiento es sistemático, cuando abarca los grandes temas de la vida y busca e indaga qué es la vida sin dejarse llevar por las preferencias individuales, se llama filosofía. Sentémonos en la sillita de pensar con la inocencia de un niño. Perder el amparo que ofrecen las apariencias es descorazonarse, pero percibir que uno sale de la oscuridad a la luz es un deleite. Gabriel Marcel, un filósofo existencialista, piensa que no se puede dar una definición de hombre, si no se tiene en cuenta su capacidad de desesperar, por lo que su filosofía es un llamado constante al recogimiento, procurando en nosotros una actitud espiritual que nos lleve a descubrir nuestro verdadero ser. Propone una metafísica de la esperanza: “En la esperanza nos abrimos al diálogo con los demás, en la desesperación nos encerramos en nosotros mismos y no hay posibilidad ni de reflexión ni de diálogo” (Marcel, 1954: 74). Bibliografía Barylko, J., (1997), La Filosofía. Una invitación a pensar, Buenos Aires: Planeta. Juan Pablo II, (1998), Fides et Radio, (Carta Encíclica), Buenos Aires: Paulinas. Lázzari, H. J., (2007), El problema de los valores en la filosofía de Gabriel Marcel, Río Cuarto: Icala. Letizia, F., (1983), Fundamentación Filosófica de las Doctrinas Económicas, Mendoza: Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Ciencias Económicas. Marcel, G., (1954), Prolegómenos para una metafísica de la esperanza, Buenos Aires: Nova. Popper, K., (1985), Realismo y el objetivo de la ciencia, Madrid: Tecnos.