el invitado - Todosleemos

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EL INVITADO
CONDE FOSCO
“¿Sigues oyendo voces, Noelia?”
El invitado sigue ahí, imperturbable en su actitud, insistiendo con afectada
parsimonia desde el otro lado de la mesa, con su odiosa calma y sus aires de
superioridad, aguardando inútilmente a que yo responda a su pregunta. Yo por mi parte la
he oído sin entender, más atenta al timbre metálico de su voz que al sentido último de sus
palabras; algo así como un tenue restallido metálico al final de cada vocablo, lo mismo
que cuando se hace vibrar con reiteración la dentada hoja de una sierra de carpintero. Por
el momento no sé bien si es uno de ellos pero sospecho que no es trigo limpio, así que
por si acaso me he prevalido de la máscara milenaria. De hecho me bastará con seguir
evitando su mirada y fijar la vista en un punto concreto por encima de su cabeza, en este
caso el ventanal que se halla a sus espaldas, un amplio ventanal abierto al cielo azul por
el que intentaré evadir mis pensamientos. Esto no obstante, no puedo dejar de pensar en
su grotesca e imponente figura, una presencia repugnante al par que atrayente dotada de
una pose inquisitiva y omnisciente. Y sé bien que debería evitarlo, pero imagino de
continuo los gordezuelos dedos de su mano derecha mesando las puntas rojizas de su
barba de chivo, así como también sus ojillos saltones y repulsivos que me observan de
hito en hito con mirada escrutadora: una mirada que a juzgar por los refulgentes destellos
intuidos de soslayo se me antoja anaranjada y penetrante, acaso poseedora de malignas
destrezas telepáticas. Intento no pensar más en ello y, ya sin más, abarco de una amplia
ojeada todo el ancho ventanal: las nubes, no hace mucho refulgentes de blancura, se han
trocado ya en haces fosforescentes de tintes anaranjados, y el cielo eléctrico del mediodía
se ha tornasolado de repente, incendiado de rojos y añiles con augurios de brillos
cegadores. Sé muy bien por experiencia que tales cambios anuncian la cercana presencia
del enemigo, de manera que al menos preventivamente he de mantenerme firme en el
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pulso que sostengo con el repugnante gordo de la chaqueta naranja (A este respecto me
pregunto si su chaqueta ha tenido siempre esa misma tonalidad o si se ha trocado de
improviso en virtud de las irisaciones anaranjadas que inundan el comedor…).
Ahora, la cegadora intensidad de los tonos rojizos ha impregnado de repente el
habitáculo, colándose irremisiblemente a través del ventanal. Eso demuestra que ellos
están ahí afuera, intentando dirigir las actitudes de ese gordo repulsivo, ordenándole sin
duda que me lea el pensamiento. No puedo afirmar en puridad si el tipo ha sido abducido
recientemente, pero el aura rojiza que rodea su calva cabeza me induce a pensar que ya
los alienígenas le deben de estar transfiriendo todo el poder de sus habilidades
telepáticas… Miro un instante en derredor y observo que todos los circunstantes hemos
adoptado la misma coloración que nos rodea, una coloración encarnada, pútrida y
pestilente, como en una suerte de transmutación camaleónica. Incluso mi suegra y mi
marido, cuya silenciosa presencia en la mesa he olvidado hace un momento, han ido
adquiriendo ese tinte pavoroso y repelente que despide la proximidad de los alienígenas.
Esta circunstancia, ya de suyo espeluznante, me conduce a una suposición terrorífica y
cuando menos impensable, a saber: que las personas en quienes más confío no estén
enteramente al margen de la implacable influencia del enemigo. Y es el hecho que la
visión de sus rostros –ahora fláccidos y abotagados- me llena de inquietud, pues han
adoptado la misma expresión pastosa y desdibujada del tipo de la chaqueta naranja. A
más abundamiento que ahora se dirigen a él furtiva y silenciosamente, como de propósito
para no ser oídos, lo mismo que si obrasen instigados por la pujante influencia de los
alienígenas. (A este respecto se me antoja inverosímil que mis propios familiares hayan
sido abducidos para la causa enemiga; mas de ser así, ¿cómo explicar ese imposible
diálogo carente de palabras que ambos mantienen con el tipejo de la chaqueta
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naranja?)…
Ahora, los circunstantes han interrumpido su conciliábulo y me interpelan en
silencio con sus bocas torcidas y babeantes, el gesto grotesco y las mandíbulas
desencajadas, sus rostros absurdos y desfigurados en una espantosa mueca de
mamarracho. No he podido más y me he levantado de la mesa a pretexto de ir a por café.
El gordo seboso, por su parte, ha roto por un momento su mutismo y ha farfullado algo a
mis espaldas en una lengua incomprensible. “Aumentaremos la dosis”, ha dicho a duras
penas. Y la frase ha sonado repugnante, pegajosa y escarlata: un entrecortado barboteo
de locuciones hueras e ininteligibles, de sílabas lentas, marcadas y plomizas,
entreveradas de resonancias metálicas.
………………………………………
Ahora el silencio se ha adueñado por completo del apartamento: un silencio que
hace dos días era de un rasposo y aterciopelado azabache y que ahora se ha trocado ya
en un gris plomizo, pastoso y mugriento: una angustiante y pegajosa sensación que
invade todos los rincones y que contamina hasta el exiguo son de mis cautelosas
pisadas… A más abundamiento que los alienígenas de los apartamentos colindantes
permanecen en sus cubículos tan callados como yo, sus cautelosos pasos tan silenciosos
como los míos, aparentando una improbable ausencia que les delata. Con todo y con eso,
a mí no pueden engañarme, camaradas, pues aunque no hablen en voz alta yo sé que
están ahí, del otro lado, bisbiseando entre ellos, apostados tras esos finos tabiques
delgados como papel de fumar. Algunos, incluso, han tenido la osadía de apostarse
cautelosamente tras la puerta de entrada resoplando con su inconfundible jadeo, cosa
que me ha permitido identificarles sin tener que levantar la mirilla. Es más: desde el día de
ayer han ido delatando su presencia de manera progresiva, lo cual me ha hecho entrar en
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sospecha de que se están envalentonando… Desde hace una hora, sin ir más lejos, han
ido multiplicando sin disimulo los bisbiseos tras los tabiques y sus inquietantes correteos
en los rellanos. Así que me temo lo peor. De hecho, no sería de extrañar que llamasen a
la puerta de un momento a otro. A partir de ahí entraré en serio peligro de ser abducida,
camaradas, pues a estas alturas ya habrán constatado que no soy más que una
indefensa mujer y no tardarán mucho en echar la puerta abajo… En definitiva, camaradas:
mi situación es en extremo delicada y necesitaría de vuestra pronta presencia aquí a fin
de llevar a término una inmediata huida del edificio, huida que no me siento capaz de
acometer sin vuestro apoyo, pues –como sabéis- los alienígenas sólo se atreven con las
personas que se desplazan en solitario. A pesar de todo, si aún después de haber oído
mis razones no acudís en mi rescate, lo comprenderé. Yo por mi parte, tan sólo puedo
deciros que pese a haber ejecutado vuestra orden con reservas, he intentado militar
siempre con la mayor coherencia en las filas de la Resistencia. No en vano, así que tuve
la certeza de que Octavio y la señora Aurelia habían sido completamente abducidos, me
atuve punto por punto a vuestro mandato.
……………………………………….
Ahora estoy en el comedor, a oscuras y con las persianas bajadas. Estoy sentada
a la mesa, aguardando la hora fatídica con la respiración contenida y el frasco de veneno
en la mano, inmóvil y resignada a mi suerte: tan inmóvil como los cuerpos inertes de
Octavio, la señora Aurelia y el invitado –ese gordo pestilente que está sentado a la mesa
frente a mí-. Y debo decir que al presente ya tengo claro que no acudiréis en mi rescate,
así que no bien irrumpa el enemigo en el salón ejecutaré sin dubitaciones vuestra última
consigna. Esto no obstante, camaradas, no puedo menos de sentir un inquietante terror
ante mi anunciado final: un final nada comparable a la compasiva muerte que tuvieron mi
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marido, mi suegra y el invitado hace tres días, cuando –tras aguardar el instante oportunomezclé la dosis justa de veneno en el café y me deshice de los tres sin que sufrieran.
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