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EL ESPÍRITU SANTO Y NOSOTROS
Junio 2006
Javier Ignacio Barros
1. No hay vida cristiana auténtica sin la acción del Espíritu Santo. Nunca la ha habido ni la
habrá.
2. Así ocurrió en la vida de Jesús. Él fue concebido por el Espíritu Santo en el seno de María.
El Espíritu llena a María de la gracia de Dios. Y “hace fecunda su virginidad”, como enseña
bellamente el Catecismo (Compendio, 142). También el Espíritu Santo iluminó a Isabel y a
Simeón a descubrir a Jesús como Mesías. El Espíritu llevó a Jesús al desierto. Lo recibió en
su Bautismo para llevar a cabo su misión. Se ve claro que el Espíritu Santo es parte
esencial de la vida de Jesús. También de su ministerio: “El Espíritu del Señor me envió a
evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la liberación y a los ciegos la recuperación
de la vista, a dar la libertad a los oprimidos...” (Cfr. Lc 4, 18).
3. Si miramos la edad apostólica, todos conocemos de sobra cómo los primeros discípulos
pasaron del temor a la valentía; de la ignorancia a la sabiduría… y se dispusieron a
conquistar el mundo no con las armas del poder sino del Evangelio y enriquecieron al
mundo no con oro ni plata sino con los tesoros inestimables de Cristo. Todo eso fue fruto
del Espíritu. Él los animó. La verdad es que es impresionante lo que ha hecho el Espíritu en
la Iglesia. Apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable
del Espíritu.
4. Pero no sólo en la Iglesia apostólica. Los santos que adornan toda la historia de la Iglesia
son en verdad, como decía Juan XXIII, la “obra maestra de la gracia del Espíritu Santo”.
5. El Espíritu Santo también está hoy presente en la vida de la Iglesia. Los movimientos, que
son primavera de la Iglesia. La acción del Espíritu en el Papa. La presencia del Espíritu
entre nosotros nos salva. Porque alguien ha dicho con mucha razón: “Sin el Espíritu Santo,
Dios quedaría lejos; Cristo pertenecería al pasado, el Evangelio sería letra muerta; la Iglesia,
una organización más; la autoridad, un dominio; la misión, una propaganda; el culto, una
evocación; el obrar cristiano, una ley moral”.
6. Gracias al Espíritu, la Iglesia se salva de ser una mera organización. Comprendo por
ejemplo que algunos vean a la Iglesia simplemente como una organización. Una ONG
internacional. Lo ven con los criterios de la sociología. Es que no tienen el Espíritu, de
acuerdo. Pero gracias al Espíritu que la Iglesia puede existir sin necesidad de tantos
estatutos, reglamentos, organigramas, planificaciones. Los frutos más grandes de la Iglesia
no han sido planificados. El Espíritu los ha hecho posibles. Y la Iglesia deja de ser la
organización para llegar a ser una familia, la familia de Dios.
7. Gracias al Espíritu, la misma autoridad de la Iglesia no es una jefatura. Ante la cual puedo
discrepar, e incluso rebelarme, porque se entendería como un simple dominio, un poderoso
más que nos oprime.
8. Gracias al Espíritu la misión no es un mero proselitismo, una acción de propaganda. Sin Él,
no nos atreveríamos a nombrar siquiera a Jesús. Porque no es hoy lo políticamente
correcto. Y nos contentaríamos simplemente en llevar adelante una misión insípida en la
que a Dios no se le nombraría, estaría lejano. Haríamos canchas o mesas de pimpón en las
parroquias.
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9. Gracias al Espíritu toda la vida cristiana no se siente como un insoportable deber impuesto.
Un deber que obviamente se hace pesado y por lo tanto se trata de modificar.
10. Gracias al Espíritu Cristo no se nos ha convertido en lo que debería haber sido si fuera solo
un hombre: un mero objeto de estudio arqueológico, histórico, enciclopédico. El Evangelio
sería sólo documentación, fuente escrita que se lleva al quirófano para diseccionarlo,
compararlo. Meros dato, idea para discutir o razones para esgrimir. No hay ningún escrito
de la Antigüedad que se lea como se lee el Evangelio.
11. Gracias al Espíritu la liturgia no será un acto social, cultural, que se pueda comparar a
cualquier ceremonia civil, a cualquier evento evocador; Gracias al Espíritu el calendario
litúrgico no es una simple efeméride. Nosotros no recordamos sino que celebramos la
presencia real actual de Dios. La Eucaristía se hace realidad por la epíclesis.
12. Y también en nuestra propia vida es posible advertir la presencia del Espíritu y su eficacia.
San Pablo decía con claridad que no seríamos capaces de proclamar la divinidad de Jesús si
no fuera por Él: “Nadie puede decir: «Jesús es Señor» si no está movido por el Espíritu Santo
(1 Cor 12, 3). ¡Qué importante! Quizá ignoremos por ejemplo que en nuestra propia vida
cristiana diaria también es el Espíritu el que logra, cosas que nos parecen tan sencillas pero
que no lo son en absoluto. Por ejemplo, el que podamos rezar el Padre nuestro.
Efectivamente, Él nos empuja para que a Dios le digamos Padre. Otra vez citamos a San
Pablo: “Por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba,
Padre” (Gal 4, 6). El Espíritu Santo es el gran “motor” que dinamiza la vida cristiana.
AÚN DESCONOCIDO
13. Con todo, el Espíritu Santo sigue siendo hoy el “gran desconocido” de los cristianos. Aún
cuando el Espíritu Santo sea muy conocido en algunos movimientos, entre los espirituales
que siempre habrá, creo que continúa siendo el gran desconocido.
14. No nos vamos a detener a analizar las causas que podrían explicar este fenómeno, que
ciertamente es extraño. Quizá sea por esa sublime humildad del maestro interior. Es “dulce
huésped de alma”, y quizá no quiera ser muy advertido.
15. Pero me temo más bien que sea más bien por falta de perspicacia nuestra. O peor aún,
porque vivimos en un mundo materialista, que no tiene nada que ver con el Espíritu, que
lucha contra Él y que valora únicamente la materia. Esa es la verdadera razón. El
materialismo es enemigo del espíritu.
16. La ausencia del Espíritu en el hombre trae consigo la euforia de la carne, de los criterios
mundanos, de la supremacía del éxito, del valor material de las cosas en desmedro de todo
aquello que no tiene precio porque no se transa en el mercado.
17. Y la ausencia del Espíritu en el cristiano lo transforma en un cadáver viviente.
LLAMAR AL ESPÍRITU
18. ¿Qué debemos hacer para que no nos arrastre la mentalidad anti espiritual? Jesús dijo:
“Recibiereis un poder de lo alto”; “aguarden la promesa de lo alto” (Hech. 1,4). Se refería al
Espíritu. Nosotros no podemos producir el Espíritu Santo, lo que debemos hacer es pedirlo,
invocarlo y aguardar a que venga. Hay oraciones preciosas: “Ven Espíritu Santo, llena los
corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y
todas las cosas serán creadas y renovarás la faz de la tierra”.
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19. ¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? No se puede pedir la presencia del Espíritu por
rutina. “Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado” (San Buenaventura).
Cuando pedimos el Espíritu debemos estar preparados para que algo cambie en nosotros.
Decían los Padres que “Lo que el Espíritu toca, el Espíritu lo cambia”. Pero si estamos tan
seguros de nosotros mismos, no cambiará nada.
20. Recibimos de Dios tanto cuanto esperamos de Él. Si esperamos poco, recibiremos poco. Si
esperamos mucho, recibiremos mucho. Aguarda, espera, pide, clama, urge al cielo... y
recibirás de acuerdo a lo que esperas. Dios nunca te fallará cuando es mucho lo que
esperas de El. A veces preferimos trabajar por Dios, hacer cosas por El, antes de orar y
pedir con insistencia el don del Espíritu. Quien no se detiene y lo pide, quien no lo aguarda
y lo espera, no lo recibe. Y quien se lanza a dar testimonio en su nombre sin haberlo
recibido, es un falso testigo, o en el mejor de los casos un hombre emprendedor, pero no un
apóstol.
21. El Espíritu santo, según la imagen del Génesis, no estaba al principio de la creación sino al
final. Revoloteaba sobre el abismo. Él venía a terminar la obra del Padre (creación). Y
también vendría a terminar la obra del Hijo (la redención). Y lo hace en nosotros, la Iglesia,
como santificador. El Espíritu hace pasar del caos inicial a la creación final, la nueva
creación. El hombre también lleva un caos en su interior. Es el caos de la oscuridad, de los
instintos, de los deseos que luchan entre sí, muchos de ellos en nuestro propio
inconsciente, donde se agitan fuerzas oscuras, angustias… Es necesario invocar al Espíritu
Santo creador para que ordene, sane y perfeccione nuestro microcosmos interior, así como
lo hizo con nuestra creación al inicio.
TRATAR AL
ESPÍRITU
22. Una vez que llamamos al Espíritu, debemos saber tratarlo. ¿Cómo? Con la actitud de la fe y
de la adoración. Al Espíritu hay que tratarlo adorándolo. “Creer en el Espíritu Santo es
profesar la fe en la tercera Persona de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y del
Hijo y «que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria».
23. Por eso el trato propio con el Espíritu es en la oración. La adoración lleva a la conversación,
a la amistad. La vida cristiana requiere un diálogo constante con el Espíritu Santo. Las
cosas de Dios sólo las conoce el Espíritu de Dios. Si tenemos relación asidua con el Espíritu
Santo, nos haremos también nosotros mismos, seres espirituales, nos sentiremos hermanos
de Cristo e hijos de Dios, a quien no dudaremos en invocar como a Padre que es nuestro.
24. Hay que acostumbrarse a frecuentar al Espíritu Santo, que es quien nos ha de santificar: a
confiar en El, a pedir su ayuda, a sentirlo cerca de nosotros. Así se irá agrandando nuestro
corazón, tendremos más ansias de amar a Dios y, por El, a todas las criaturas. Y se
reproducirá en nuestras vidas esa visión final del Apocalipsis: el espíritu y la esposa, el
Espíritu Santo y la Iglesia –y cada cristiano- que se dirigen a Jesús, a Cristo, y le piden que
venga, que esté con nosotros para siempre.
25. Lo hace enseñándonos a rezar. Una vez tomada la decisión —fruto ya de la gracia— de
tratar al Espíritu Santo, Él mismo se ocupa de poner en nuestro corazón y en nuestros
labios las palabras adecuadas para que hagamos auténtica oración. Él viene en nuestra
ayuda, ya que debido a nuestra flaqueza, muchas veces tenemos una oración inconstante.
A veces no sabemos pedir lo que es verdaderamente importante. “El Espíritu viene en
nuestra ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el
mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8, 26-27). Él sondea el
alma. Es también el consolador. Nos santifica regalándonos el consuelo de Dios. Él nos
empuja para decir Abbá, Padre. Y así experimentamos la dulzura de su amor. Así el espíritu
pone en sintonía el alma con Dios. Es el afinador del instrumento. San Basilio dice que: “El
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Espíritu Santo es el que crea la intimidad con Dios”. “Por el Espíritu, Dios está en casa, nos
sentimos “en casa con Dios”. En esto consiste la intimidad con Dios: Dios en nosotros y
nosotros en Dios y todo gracias a la presencia del E.S.
26. Hacerlo con sencillez y con confianza, como nos enseña a hacerlo la Iglesia a través de la
liturgia.
SEGUIR AL ESPÍRITU
27. Al llamarlo, el Espíritu viene. Y actúa. Hay un autor espiritual del siglo IV que habla de lo
que produce el Espíritu en el alma. Dice que los que reciben el Espíritu a veces lloran y se
lamentan por el género humano. Otras veces el Espíritu los inflama con una alegría y un
amor tan grande que si pudieran abrazarían a todo el mundo. Otras veces produce un
sentimiento de gran humildad que los hace rebajarse por debajo de todos los hombres. A
veces les da un gozo inefable. Otras veces el alma descansa en una gran paz o les da una
inteligencia verdaderamente superior. Y otras veces, y esto es lo más notable: “otras veces,
no experimenta nada en especial”. Y señala: “así, el alma es conducida a través de diversos
estados de diversos modos… Pidamos también nosotros el don del Espíritu para que
también nosotros seamos gobernados y guiados por el Espíritu, según disponga en cada
momento la voluntad divina”.
28. Es decir, en cuanto aparece el Espíritu, lo que pide es que le seamos dóciles. La virtud que
se impone es la de la docilidad. Porque la docilidad conduce a hacer lo que nos pide. Y lo
que nos pide es el amor. ¿Estamos dispuestos a dejarle dirigir el rumbo de nuestra
existencia? Escrivá de Balaguer: “Ser sensibles a lo que el Espíritu divino promueve a
nuestro alrededor y en nosotros mismos: a los carismas que distribuye, a los movimientos e
instituciones que suscita, a los afectos y decisiones que hace nacer en nuestro corazón”.
29. Al Espíritu se le atribuye el regreso de las criaturas a Dios... Santo Tomas. Especialmente
expresiva es la oración de San Agustín: “Alienta en mí, Espíritu Santo, para pensar cosas
santas. Inspírame, Espíritu Santo, para hacer cosas santas. Atráeme, Espíritu Santo, para
amar las cosas santas. Fortaléceme, Espíritu Santo, para defender las cosas santas.
Protégeme, Espíritu Santo, para no verme nunca despojado de las cosas santas. Amén”.
30. “Los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios” (Rom 8,14). La docilidad
al espíritu nos va santificando. Pues el Espíritu con sus inspiraciones, va dando un sentido
sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras. El es quien nos empuja a
adherirnos a la doctrina de Cristo y a asimilarla con profundidad, quien nos da luz para
tomar conciencia de nuestra vocación personal y fuerza para realizar todo lo que Dios
espera. Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez
más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre. De ese modo
tendremos vitalidad espiritual.
31. El hombre de fe, el hombre justo, el hijo de Dios, está animado por el Espíritu Santo, que es
el espíritu de Jesucristo. Ya no es el hombre quien vive, es Cristo quien vive en él (cf. Gal
2,20 ). Es el mismo Cristo el que piensa, habla y obra en él. ¡Qué dignidad, qué mérito, qué
santidad la del hombre de fe! Separada del espíritu que la vivifica y la hace obrar
santamente, la fe es un cuerpo sin alma, una fe muerta, como repite con insistencia el
Apóstol Santiago (Iac 2,17.20.26).
32. Qué esfuerzo es remar o navegar contra el viento y que agradables es hacerlo a favor del
viento.... Así también en nuestra vida si nos dejamos llevar por la acción del E.S.
VIVIR EN EL ESPÍRITU
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33. El nombre propio del espíritu santo es el de “don”. Son innumerables los pasajes del Nuevo
Testamento en los que al Espíritu Santo es así presentado. “Sí conocieras el don de Dios...”
dice Jesús a la Samaritana (Jn 4, 10): “En esto conocemos que permanecemos en él, y él en
nosotros; en que él nos ha dado su Espíritu” (1 Jn 4, 13); “Arrepentíos... Entonces recibiréis el
don del Espíritu Santo” (Hechos) Al mismo Espíritu se le llama también “el don celestial”
(Heb 6, 4), o simplemente “el don” que Dios ha hecho a los Apóstoles en Pentecostés (Hech
11, 17). al darnos el Espíritu Santo, “Dios derrama su amor en nuestros corazones” (Rom
5,5).
34. La palabra “amor” indica tanto el amor de Dios por nosotros como nuestra nueva capacidad
de volver a amar a Dios y a los hermanos. Indica “el amor por el que nos hacemos amantes
de Dios”. El Espíritu Santo no infunde, por tanto, en nosotros sólo el amor, sino también la
capacidad de amar. Lo mismo cabe decir a propósito del don: al venir a nosotros, el
Espíritu no nos traer sólo el don de Dios, sino también el “donarse” de Dios. Por el Espíritu
Santo, el amor de Dios se derrama en nuestros corazones (Cf. Rom 5, 5). ¡Amemos al Amor!
35. ¿Cómo saber si he recibido verdaderamente el don de Dios? Sí, el Espíritu es el que derrama
y prolonga, por así decirlo, en la historia el acto de donarse que es propio de Dios, entonces
él es el único que puede ayudarnos a hacer de nuestra vida un don y una “ofrenda viva”.
Esto significa por lo tanto, que el Espíritu Santo no infunde en nosotros sólo el “don de
Dios”, sino también la capacidad y la necesidad de donarnos a los demás. Nos contagia, por
así decirlo, con su mismo ser. Él es “la donación”, y donde llega crea un dinamismo que nos
conduce a convertirnos, a nuestra vez, en don para nuestros hermanos. Si hay amor
donativo en la vida, está el espíritu.
36. María, en el cenáculo. Ella le devolvió la mano al Espíritu que la había convertido en Madre.
Ella reúne a los discípulos para que pudiera venir sobre ellos el Espíritu Santo. Todavía
Ella, y siempre lo hará, nos reunirá para que el Espíritu pueda renovadamente derramarse
sobre nosotros.
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