Pinceladas de un catequista discípulo

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EL CATEQUISTA, LA CATEQUESIS Y EL KERIGMA.
A LA LUZ DE LA EVANGELII GAUDIUM
PINCELADAS DE UN CATEQUISTA DISCÍPULO
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El presente trabajo intenta introducir y presentar 5 características que creo necesarias e indispensables
para todo catequista discípulo, estas características son presentadas como pinceladas, queriendo
expresar que son lineamientos e introducciones, en nada pretenden agotar los temas que se desarrollan.
1) UN CATEQUISTA INICIADOR
Este tiempo eclesial que vivimos necesita nuevos catequistas, nos dice el DGC “cualquier actividad
pastoral que no cuente para su realización con personas verdaderamente formadas y preparadas, pone
en peligro su calidad…” (234)
La necesidad principal de este tiempo es formar catequistas iniciadores. La formación debe ayudar al
catequista a madurar como persona, como creyente y como apóstol (DGC 238). La fe anunciada humaniza
al anunciador y lo hace más creyente.
Un catequista iniciador es un creyente con cimientos en Aquel en quien cree, la inteligencia de su saber
sobre Dios va al unísono con su vida personal: vive lo que sabe y sabe lo que vive; predica lo que cree y
cree en lo que predica.
La formación del catequista iniciador lo introduce en el estilo de la vida de Jesús, en el estilo de una
comunidad de creyentes viva por la fuerza del Espíritu. La catequesis de iniciación envuelve a toda la
persona y por lo tanto a todo el catequista, manteniéndolo en un estado permanente de conversión y
kerygmatización.
Estar formado es estar capacitado para recorrer un camino de maduración personal. La primera
catequesis que realiza el catequista será él mismo como testimonio vivo de lo que predica.
El catequista deberá ser una persona del hoy, con los pies en la realidad, porque a la realidad del presente
es enviado por la Iglesia; será necesario conocer la realidad del momento en que vivimos y lo concreto de
las personas a las que acompañamos.
El catequista es ante todo un comunicador del Evangelio y por lo tanto un testigo del mismo. Según el
DGC el catequista debe ser un maestro, un educador y un testigo (237).
Es cierto que estamos transitando un proceso de cambio en la catequesis, estamos pasando de una
catequesis de la doctrina cristiana a una catequesis para la vida cristiana y de ésta a una catequesis de la
propuesta o del primer anuncio; según la manera en que definamos la naturaleza de la catequesis será
como entendamos la formación de los catequistas. La catequesis es una acción esencialmente eclesial
(DGC 78), cuyo fin es poner a la persona es contacto y en comunión de intimidad con Jesucristo (DGC 80).
Un cambio en la catequesis implicará un cambio en la comunidad, ya que la misma es la responsable
primera de la catequesis. Por lo tanto la formación de los catequistas será una formación en comunidad, y
el catequista será formado de la misma manera en la que se lo invita a formar a otros.
Estamos ante un desafío propositivo, se nos presenta un escenario en el cual servir y poner todo lo que
hemos recibido de Aquel que nos llamó y nos dio la vocación de catequistas testigos anunciadores de la
Palabra de Dios.
2) UN CATEQUISTA ANUNCIADOR DEL KERYGMA
Los Obispos en Aparecida expresaron: “…No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que de un nuevo horizonte a la vida y,
con ello, una orientación decisiva” (DA 12).
Anunciar el Kerygma o Primer Anuncio nos invita a un encuentro personal con Jesús, con una persona que
es Dios y quiere estar entre los hombres. La experiencia de recibir el Kerygma es fundante en la vida del
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hombre. Quien recibe el Kerygma y lo desarrolla se transforma en un discípulo del Señor. Podemos llegar
a afirmar que es una responsabilidad, un derecho y un deber anunciar el Kerygma a todos los hombres.
Como catequistas estamos invitados a vivir Kerygmatizados, en un ardor permanente de amor por aquel
que nos llama a anunciarlo como discípulos a todos los hombres.
El kerygma es comunicación, comunicación de una Persona, comunicación de un acontecimiento de
salvación, es la proclamación, testimonial y gozosa, de la Pascua de Jesús y el anuncio del Reino de Dios.
Hace tiempo que escuchamos y vemos que en nuestra Iglesia hay una gran cantidad de bautizados que no
conocen a Jesús, ni nunca escucharon hablar del Evangelio y no se sienten parte de la Iglesia, incluso
muchas veces reniegan de la misma. Son las personas que no decidieron personalmente ser cristianas,
por lo que hay una gran cantidad de personas sacramentalizadas pero no convertidas, es decir, personas
que nunca escucharon hablar de Jesús y no se encontraron personalmente con El; nuestra misión como
catequistas es también hacia ellos, anunciando la Gracia del segundo primer anuncio (expresión de Enzo
Biemmi – Director del Equipo Europeo de Catequesis) La experiencia de vida cristiana, de iniciación
cristiana, comienza después de haber tenido un encuentro personal con Jesucristo. Como Iglesia
“debemos ofrecer a todos nuestros fieles un encuentro personal con Jesucristo” (DA 226 a), “se ha de
propiciar el encuentro con Jesucristo” (DA 278 a) a través del kerygma.
El objetivo del kerygma es suscitar, reavivar la fe y la conversión, lleva, a quienes lo reciben, a una
adhesión personal y explícita a Jesucristo, aceptándolo como único Salvador y Señor mediante la acción
del Espíritu Santo que genera una fascinación y un enamoramiento de Él.
La finalidad del kerygma no es conocer las verdades de la fe, los ritos y las costumbres de la Iglesia, sino
iniciar en la fe, dar acceso a ella; invitar a un cambio sustancial de la persona, colocando a Jesús vivo como
centro de la existencia.
La consecuencia del kerygma es la actualidad de la fuerza salvífica de Jesucristo en el creyente.
Sólo mediante el acto de proclamar puede hacerse realidad lo proclamado.
Pablo nos dice “Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación.” (1 Cor. 1.21).
En el kerygma no sólo importa lo que se dice, sino también cómo se dice. El kerygma deberá ser
proclamado como verdadera Buena Noticia de que el Padre-Dios y su enviado Jesucristo están al lado de
los hombres. Si queremos que el kerygma sea significativo debe tomar las situaciones humanas del
hombre y de la mujer de hoy, como parte de su contenido.
“Debe hacerse además con una actitud de amor y de estima hacia quien escucha, con un lenguaje
concreto y adaptado a las circunstancias.” (RM 44).
“No habrá jamás evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo… Él es quien hoy, igual que en los
comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja guiar y conducir por Él, y pone en sus
labios las palabras que por sí sólo no podría hallar” (EN 75).
El anunciador del kerygma habla por encargo, sabiendo, que la autoridad le viene de Aquel que lo envió;
debe tener la convicción de que es Dios mismo el que habla a través de sus palabras suscitando la fe y la
conversión en los que escuchan. Al que anuncia el kerygma no le queda otra cosa sino gloriarse de sus
propias debilidades. Al anunciador le compete predicar el Evangelio gratuitamente, como gratuitamente
lo ha recibido. Debe tomar en serio los problemas del hombre de hoy y anunciar el kerygma como la
respuesta verdaderamente clarificadora y liberadora a estos problemas y situaciones. El anunciador debe
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ser una persona de profunda oración, que implora con fe y perseverancia la acción de la Gracia en los
interlocutores. Su proclamación se debe hacer de una manera testimonial, de forma que la persona que lo
escucha descubra que aquel que le hace este anuncio es alguien que está experimentando lo que dice,
debe ser un testigo, no se puede anunciar lo que no se vive. Las vivencias que el anunciador da como
testimonio no son anécdotas de su vida, sino signos de la presencia del Resucitado, es transparentar al
Espíritu que actúa en él con poder.
3) UN CATEQUISTA FORJADOR DE COMUNIDADES FRATERNAS
La comunidad es el lugar donde Dios llama a los hombres a seguirlo como discípulos, dándole a algunos la
vocación específica de catequistas, anunciadores de la Palabra de Dios, aquellos que hacen “resonar” la
Palabra en la vida de todos los hombres.
La comunidad también es el lugar donde Dios invita a todos a caminar la fe a imagen de su ser comunidad
trinitaria.
Podemos decir que la comunidad es lugar de punto de partida y de culminación de la vida del cristiano.
Es indispensable y necesaria la existencia y el crecimiento de las comunidades cristianas sin las cuales
todo el resto de la expresión y de la vida de la Iglesia se desmoronarían. La mirada y la atención deben
estar puestas en la construcción y el mantenimiento de la comunidad.
La persona que recibe un llamado a ser catequista y responde a esta vocación está invitada a configurarse
con Dios comunidad, hasta poder expresar que se es cristiano - comunidad o no se es cristiano.
Jean Vanier, fundador de la Comunidad del Arca, en una de sus obras expresa que la comunidad es el
lugar del perdón y de la fiesta, lugar de encuentro del límite y de la expresión de los dones y talentos de
cada uno, lugar donde el cuerpo místico de Jesús se expresa en todas sus posibilidades.
El catequista es un artífice de la comunidad, la construye con su propia vida, con su estar entre los
hombres, porque su ser es comunidad; le surge interiormente como una fuerza que lo impulsa a ser con
otros. El catequista trabaja para que la comunidad sea posible, es un facilitador, ya que es conciente que
sin la comunidad no es posible su ministerio de catequista, sin la comunidad no es posible la celebración
de los Sacramentos, sin la comunidad no es posible ser con otros, es decir ser Iglesia.
La comunidad surge por la Gracia de la fraternidad derramada en el corazón de cada creyente, es una
Gracia dada por el Espíritu Santo, que a imagen de la primera comunidad en el día de Pentecostés nos
impulsa a estar unidos y desde allí partir a anunciar la Buena Noticia de la Salvación.
En este tiempo toda la Iglesia expresa la necesidad de recuperar el espíritu del catecumenado antiguo,
aquel camino por el cual se iniciaba a una persona a la vida de la fe y de la Iglesia. Algunos autores definen
el catecumenado primitivo como un baño de inmersión en la vida comunitaria, dándole a esta la
importancia y el papel insustituible de iniciar a los nuevos cristianos.
Hoy nos podemos preguntar si esta comunidad cristiana iniciadora e insustituible existe en nuestras
parroquias o si son solo reuniones de personas en torno a un vínculo social.
Damos por supuesto que para que haya comunidad, para que se geste una comunidad, deben existir
ciertas características en especial referidas a la presencia y vida del Espíritu Santo entre sus miembros; sin
Espíritu Santo no hay comunidad.
Los límites que nos muestra el presente para la conformación de estas comunidades son grandes;
nuestras parroquias no conforman comunidades, y si lo hacen, son, muchas veces, comunidades con
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ausencia de entusiasmo, de alegría y de cercanía. Los límites no son solo internos sino también externos a
la propia comunidad, vienen como influjo de una sociedad moderna individualista, egocéntrica,
consumista y un sin fin de calificativos más que la definen pero que no la determinan, creemos en una
sociedad que es más que todos estos calificativos y que tiene en ponencia un anhelo hondo de ser
comunidad.
Los desafíos también son grandes, las comunidades cristianas de hoy deberán ser comunidades
iniciadoras inclusivas (siempre deberían serlo), abiertas a nuevas realidades sociales y vinculares, a
nuevos modelos de familia y nuevas necesidades tanto afectivas como económicas de los hombres.
Tenemos ante nosotros el gran desafío de priorizar el amor desde el discernimiento, el amor primero
recibe, abraza, sostiene, contiene para luego poder corregir, orientar, impulsar. El amor nos debe mover a
configurarnos con Jesús, que llamo a su lado a los que necesitaban de Él, a los enfermos y pobres, a los
socialmente vulnerables y no aceptados.
Desterremos de nuestro interior la búsqueda inconciente, muchas veces, de comunidades perfectas
integradas por personas iguales, abrámonos a la diversidad que nos plantea la vida, a nuevas
posibilidades de caminar juntos, de acompañarnos en el camino, de ser samaritanos entre nosotros; solo
así la Iglesia mostrará su verdadero rostro comunitario, será un crisol de hermanos que visto en su unidad
irradiará fe, esperanza y caridad.
4) UN CATEQUISTA TESTIMONIAL
Ciertamente la Palabra de Dios debe ser anunciada y proclamada a los hombres para que atraviese e
impregne toda la vida.
La cultura es la manifestación del obrar del hombre; es maravillosa y compleja a la vez, es un producto
que expresa el proceso de exteriorización de todo el interior del hombre, por eso es preciso que el
Evangelio este enraizado en el corazón de cada persona para poder ser expresado culturalmente desde
los valores que él mismo proclama.
Este proceso de inculturación del Evangelio no es sencillo pero es una tarea irrenunciable para todo
catequista, es parte de nuestra vocación como catequistas acercar el Evangelio a todos los hombres,
desde su proclamación explícita y desde diversas maneras y formas para que llegue a todas las personas.
Como catequistas creemos que un mundo nuevo es posible, un mundo donde el Evangelio de Jesús
impregne todos los ambientes de los hombres, donde los valores del Evangelio sean vividos en una gran
comunidad fraterna mundial; y esto no es ser ilusos sino que es tener esperanza en Aquel que dio su Vida
por cada uno de nosotros.
La evangelización de la cultura se desarrollará cuando cada cristiano, catequista, sacerdote viva
auténticamente su fe, cuando sea coherente con lo que cree, ya que el hombre expresa en la cultura lo
que sale de su corazón, y si en el corazón está Dios, la cultura expresará a Dios en el amor, la belleza, la
paz, la felicidad, la fraternidad, etc.
Sin ser pesimista, es necesario expresar que las discordancias y contradicciones entre evangelio y cultura
son cada vez más grandes; los grandes actos masivos de solidaridad y de expresión de la fe del pueblo son
válidos pero aislados; la verdadera inculturación de los valores del evangelio se juega en las decisiones
cotidianas laborales, familiares, vinculares, etc., son esas decisiones que pocos ven pero que constituyen
el fermento en la masa, el fundamento de una nueva civilización.
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Para hablar de evangelización de la cultura debemos hablar primero de una sincera conversión al
evangelio y esta conversión es personal y comunitaria, cada uno deberá volver a optar por la vida del
evangelio con todo lo que ello implica.
5) UN CATEQUISTA CON ESPIRITUALIDAD
La espiritualidad es la vivencia de la vida de Jesús en los hombres; escuchamos muchas veces la expresión
“que linda espiritualidad” o “que persona tan espiritual”, estas expresiones quieren significar nuestra
admiración por la obra de Dios en el hombre y el trabajo de él mismo en su propia naturaleza, para hacer
de la vida Dios su propia vida.
Gestar una espiritualidad es poner en contacto y en intimidad con la persona de Jesucristo, de El
recibimos el Espíritu Santo dado por el Padre que nos capacita como seres espirituales, encarnados en
una naturaleza humana que está llamada a la comunión con nuestro Dios comunidad.
La espiritualidad surge por pasar mucho tiempo con aquel que nos llama a estar con Él.
Las experiencias de tantos hombres y mujeres Santos que nos precedieron nos muestran el camino de la
espiritualidad, que no es uno sino que es múltiple en sus formas y características.
Espiritualidades hay muchas, está la espiritualidad de las Carmelitas Descalzas con Santa Teresa de Ávila y
Teresita de Lesiux, la espiritualidad de San Francisco de Asís y de Santo Domingo de Guzmán con los
Padres Predicadores, la Espiritualidad de San Benito y su expresión “Ora et Labora”, la espiritualidad de la
Madre Teresa de Calcuta y su infatigable apostolado por los más pobres entre los pobres; y así la Iglesia
nos ofrece un sinfín de modos y características de seguir a Jesús y todas tienen en común el anhelo y la
búsqueda radical de la vida del evangelio.
Podríamos decir que la espiritualidad es un modo de seguimiento de Jesús, un modo de ser discípulo del
Señor.
Ser catequista es ser una persona espiritual es hacer íntimo a Jesús en el corazón del hombre, que se
refleje a todos que Jesús vive en cada uno, es buscar cada día, en cada decisión, en cada pensamiento y
anhelo vivir el Evangelio de la Verdad, “Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida”.
La espiritualidad de comunión es transversal a todo tipo de espiritualidad particular, todos estamos
llamados a ser discípulos de la comunión, a buscar la comunión, a trabajar por ella, a defenderla, a
cuidarla, a valorarla y a no perderla nunca.
La comunión es la “común unión” entre todos los creyentes dada por el Espíritu Santo, es una unión que
trasciende lo externo y particular como las características de cada persona, de cada pueblo, de cada
nación; es la unión intima entre los hombres generada por el Espíritu Santo derramado en cada uno; no
hay comunión si no hay Espíritu y no hay Espíritu si no hay comunión.
Toda la Iglesia trabaja por desarrollar y sostener una espiritualidad de la comunión entre los creyentes,
solo la unión mostrará el amor que nos tenemos los unos a los otros para que otros crean; por lo tanto,
trabajar por una espiritualidad de comunión es trabajar desde y para el amor, es priorizar el diálogo, la
escucha, la empatía, la misericordia, la Alianza.
Como catequistas estamos impulsados a “ser con otros”, sabiendo que es posible caminar solos pero
teniendo la certeza de que caminar con otros es mucho mejor.
La experiencia de vida comunitaria, de caminar la fe junto a otros, nos hace trabajar nuestra propia
naturaleza, es decir evangelizarnos en el trato con el otro, sabiendo que el otro es un sagrario humano de
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Jesús A veces el camino de fe comunitario se hace difícil, otras veces más llevadero, pero sabemos que es
un camino de santidad al que el Señor nos invita a transitar.
A través del tiempo el “ser comunidad” se va gestando interiormente pasando a ser un modo de ser
cristiano, ya no se puede “ser” sino no se “es con otros”; es decir que la modalidad exterior se convierte
en espiritualidad de comunión interior. Esta experiencia queda sellada en el creyente y se traslada a todos
los ámbitos de su vida, es un “ser de comunión”.
Desde comunidades cristianas de oración y servicio es desde donde los catequistas discípulos del Señor
salen a anunciar, sirviendo desde comunidades de catequistas de pertenencia. Es desde la comunidad
desde donde surge el servicio, en la comunidad se comparte el obrar de Dios, se reza juntos, se sostienen
unos a otros, se pide la asistencia del Espíritu Santo en las diversas situaciones de la vida, es la experiencia
de un Pentecostés constante.
En la Iglesia no puede haber catequistas sueltos, que respondan al llamado que Dios les hace solos, que
estén solos; el catequista por sobre todo es un “ser comunitario”, se sabe necesitado y sostenido por la
comunidad a la que pertenece y de la cual el Señor lo llamo a servir.
Es una necesidad imperiosa de toda la Iglesia trabajar por la conformación de las comunidades cristianas,
trabajar por la renovación en el Espíritu de las mismas aportando cada uno los dones y los talentos que el
Señor derramó y pidiendo constantemente la presencia viva y vivificante del Espíritu Santo que nos hace
una Iglesia alegre, entusiasta, cercana y misionera.
La espiritualidad de la comunión es un trabajo arduo, es necesario desterrar búsquedas de poder, de
satisfacción desordenad, de prejuicios, etc. es nuestro llamado más hondo a la santidad, desoír este
llamado es no escuchar al Señor que nos llama a ser uno en el amor.
Juan Manuel Romero
Bibliografía consultada, citada y reproducida:
• Pbro. Claudio Castricone.” El Kerygma”. Página web Junta Nacional de Catequesis.
http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:ch4WDLNcPtMJ:www.mscperu.org/text
os/sinopticos/Evangelios%2520kerygma-marco_teorico.docx+&cd=1&hl=es&ct=clnk&gl=ar
• Ana María Cincunegui. “Todo anuncio trasparenta el primer anuncio”. Observatorio ISCA.
http://isca.org.ar/obs043.php
• Ginel, Álvaro. “Ser Catequista, Hacer Catequesis”. Ed. Claretiana. 2008
• Ginel, Álvaro. “Repensar la Catequesis”. Ed. Claretiana. 2010
• Ginel, Álvaro. “Repensar la Formación de Catequistas”. Ed. Claretiana. 2010
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