PROPERTY-OWNING DEMOCRACY AND SELF-RESPECT RAWLS AND THE LIMITS OF THE WELFARE STATE Dr. Pablo Aguayo Westwood Profesor asistente de Filosofía Moral Facultad de Derecho, Universidad de Chile [email protected] Resumen En primer lugar presentaré una aproximación general a la concepción de la justicia como equidad y a la noción de democracia de propietarios (property-owning democracy) para luego mostrar cómo esta última noción permite una mejor comprensión el proyecto de Rawls. En primer lugar, defenderé que la noción de democracia de propietarios permite un mejor entendimiento de las bases morales de su teoría de la justicia, es decir, de la justificación moral de justice as fairness. En esta línea de argumentación, será fundamental evidenciar la relación entre la noción de democracia de propietarios y la idea de autorrespeto como “el bien primario más importante”. En segundo lugar, la noción de democracia de propietarios permitirá posicionar a Rawls como un autor no solo crítico del estado de bienestar capitalista y de las formas tradicionales del liberalismo, sino como un pensador suficientemente de izquierda. En A Theory of Justice (1971) Rawls se propuso desarrollar una concepción de la justicia que denominó “justicia como equidad” (justice as fairness). Bajo esta noción, él se propuso poner en comunión los ideales de libertad e igualdad propios de las sociedades democráticas contemporáneas. Es por ello que su propuesta puede entenderse como un liberalismo igualitarista, o como él mismo la ha denominado, como una concepción de la justicia caracterizada por una interpretación democrática de la libertad y la igualdad (1971 65). La propuesta de Rawls se especifica bajo dos principios de justicia. El primero de ellos requiere que nuestras instituciones aseguren iguales libertades básicas; el segundo, que dichas instituciones provean una genuina igualdad de oportunidades y que limiten las desigualdades socioeconómicas al punto que estás maximicen los beneficios de los peor situados. Rawls criticó al estado de bienestar porque este tiene como idea regulativa la eficiencia del reparto más que la equidad de mismo. Más profundamente su crítica descansa en que ve en el estado de bienestar la materialización de ideales utilitaristas/bienestaristas centrados en la valoración de la suma de utilidad social (total o media dependiendo de la forma de utilitarismo que tengamos a la vista) y no en los derechos que estas personas tienen y que son estipulados por los dos principios de la justicia y su interpretación democrática. A su vez Rawls considera que bajo el esquema del Estado de Bienestar no existen límites para el enriquecimiento y la concentración del poder económico y político, algo que como veremos más adelante atenta contra las libertades básicas y la equitativa igualdad de oportunidades. Para Rawls, el Estado de Bienestar no está regulado por el principio de reciprocidad y tampoco bajo él se concibe a la sociedad como un esquema de mutua cooperación, ambas cuestiones centrales en la teoría rawlsiana. En lo que respecta a la meritocracia, Rawls afirma que no es moralmente aceptable que los principios de la justicia que organizan las prácticas sociales reproduzcan las desigualdades derivadas tanto del origen social, como de los dotes naturales y de la buena o mala suerte en la vida. La razón es que “nadie merece una mayor capacidad natural ni tampoco un lugar inicial más favorable en la sociedad” (1971: 104). Rawls cree además que la manera en cómo se desarrollen y florezcan las capacidades naturales de las personas se ve afectada por todo tipo de condiciones sociales que están tienen. Rawls incluso llegó a afirmar que “la voluntad para hacer un esfuerzo, para intentarlo, y por tanto ser merecedor del éxito en el sentido ordinario, depende de la felicidad en la familia y de las circunstancias sociales” (1971 74). En este sentido, respecto de estas circunstancias nadie puede atribuirse mérito alguno. Es por estas razones que a Rawls le parece insuficiente el modelo liberal en la medida en no contiene limitaciones al hecho de que por la propia suerte moral algunos puedan obtener beneficios personales que no vayan en ayuda de aquellos que no han podido acceder a dichos bienes sociales. Bajo el esquema liberal meritocrático no existen tampoco constricciones morales a que resultados obtenidos por los más capaces redunden en la acumulación de riqueza y poder y, con ello, aumenten la brecha social que impide a los menos talentosos alcanzar un estándar de vida digna. Así como en la novela de ficción Michael Young The Rise of Meritocracy, escrita en 1958, el resultado de una sociedad meritocrática no es una mayor justicia social, sino una sociedad con enormes desigualdades en la que única justificación proviene de la necesidad de generar incentivos y garantizar la eficiencia en la productividad laboral, una sociedad en la que no se eliminan los privilegios heredados, puesto que los más talentosos, una vez en el poder, se aseguran de que sus descendientes continúan perteneciendo a las elites sociales a través de sistemas de herencia pecuniaria y/o genética (Sigo aquí a Puyol 2006). Si entendemos a la sociedad como un sistema de mutua cooperación solo en la cual es posible que nuestros dotes, talentos y capacidades adquieran valor, entonces no habría razones para usufructuar de mis propias capacidades naturales y sociales sin que estas vayan en beneficio de los demás. Esta constricción moral de los principios de la igualdad de oportunidades Rawls la denomina “el principio de la diferencia”. La tesis básica del principio de la diferencia sostiene que solo estarán permitidas aquellas desigualdades sociales, por ejemplo que alguien gane más salario o que pueda acceder a un cargo de poder, en la medida en que dichas diferencias vayan en beneficio de los peor situados. Todo este esquema Rawls lo denomina “Igualdad democrática” (1971 65). De este modo, en el ideal de la igualdad democrática se combinan las exigencias de una equitativa igualdad de oportunidades con una limitación moral que impide aquellas prácticas o instituciones cuyos frutos sociales producto del trabajo común no vayan en beneficio de los peor situados. Para Rawls, la igualdad de oportunidades a secas significaba una igual oportunidad de dejar atrás a los menos afortunados en la búsqueda personal de posiciones y bienes sociales, situación que no sería posible bajo el ideal de la igualdad democrática. Pero, ¿cómo se materializa todo esto? En este trabajo trataré de dilucidar una respuesta por medio de la noción de democracia de propietarios y el rol que el autorrespeto juega en una teoría de la justicia como equidad. 2