Diario de la cañada Cinco días de cañada para llegar a Las Bardenas: Campas de Ollate, Barranco de Castillonuevo, Fuentes Negras, Portillo de Leire, Sangüesa, Rio Aragón, Sierra de Peña .... El Paso. Hoy es 14 de septiembre. Esperamos la salida del sol junto a Florencio Pérez, de Uztárroz, cerca del Puerto de Lazar. está radiante y muy contento. Ha estrenado txapela para el viaje. Durante siete días tendrá que conducir un rebaño de 1.400 ovejas a lo largo de más de 100 kilómetros. No ve ningún problema: se basta con la ayuda de su perro y su vara de avellano. Sobre las nieblas que ocultan el fondo de los valles destaca el Orhi, el primer "dosmil" del Pirineo si llegamos desde el Cantábrico. A su derecha, Florencio nos indica el trazado del viejo camino de la lana que ascendía hasta el Puerto de Larrau, por donde antiguamente cruzaban hacia Francia las caravanas de mulas cargadas con la lana del Roncal. Con la vara de avellano el pastor nos va señalando el trazado de la cañada que, desde los puertos de Uztárroz, bajaba por la línea de cumbres que hace muga entre el Salazar y el Roncal. Hoy, debido a la disminución de la trashumancia y a aquella desdichada proscripción del ganado cabrío, la maleza ha invadido ese tramo de cañada haciéndolo intransitable. Por ello el rebaño de Florencio se ve obligado a descender hasta Vidángoz por una pista de tierra donde el ganado apenas come y ni siquiera existen espacios para que las ovejas puedan esparcirse. Menos mal que encontramos una pequeña pradera que se ha formado con el rompimiento de una antigua esclusa que utilizaban los almadieros para regular el cauce del río. Aquí aparecen juntas las dos actividades que durante siglos han protagonizado la vida de las gentes del valle: la trashumancia y las almadías; la ganadería y la explotación forestal. Casi al atardecer el rebaño atraviesa el pueblo de Vidángoz bajo la Ermita de San Miguel, santo preferido de los pueblos pastores, para continuar su descenso hacia Burgui. Sin saber por qué, nuestros ojos se fijan en una pequeña cueva que hay junto a la carretera. más tarde supimos que era la llamada "Cueva de las Brujas", que ha dado el mote de "brujos" a los vecinos de Vidángoz, apodo que llevan con orgullo. No como los de Uztárroz, a quienes llaman en el valle "los modorros", aludiendo a la enfermedad que ataca a las ovejas "haciéndoles los sesos agua". Poco antes de llegar a Burgui pasamos la primera noche bajo una terrible tormenta. Al día siguiente el camino es duro hasta subir al Alto de Melluga, pero a partir de ahí resulta un placer atravesar las praderas de Legároz y Ollate, un típico paisaje pastoril lleno de vestigios arqueológicos. Hasta 15 dólmenes se encuentran por los alrededores, sepulturas de la Edad de Bronce fechadas entre el 2000 y el 900 antes de Cristo. Fotografiando a las ovejas junto a los dólmenes de Legároz o del Portillo de Ollate aparece más sugestiva la hipótesis de ese arqueólogo alavés, José Ignacio Vegas, empeñado en relacionar la cultura dolménica con los caminos de los primitivos pastores trashumantes. Probablemente no exista en toda la cañada roncalesa un lugar más emotivo para pernoctar que las Campas de Ollate: bajo las estrellas, alrededor de la hoguera, entre un dolmen, un cromlech y las ruinas de una borda, donde, por cierto, murieron varios maquis al enfrentarse con la Guardia Civil en la posguerra. Al tercer día dejamos que nuestro rebaño se adelante y esperamos al siguiente, conducido por Julio Garde. Con él descendemos hasta los rastrojos de Castillonuevo. El encuentro con un pastor de la zona acabar con las típicas despedidas: "hasta la primavera", "a pasar buen invierno" y "que tengas buena cañada". Mientras, los perros de ambos pastores siguen engarzados en su particular pelea. VERSIÓN MÍTICA DE LA TRASHUMANCIA NAVARRA Desde siempre se ha buscado la clave histórica que explique por qué curiosa -o misteriosa razón, los valles pirenaicos navarros gozan del privilegio de aprovechamiento de los pastos de las Bardenas Reales, junto con el resto de pueblos congozantes situados alrededor del territorio bardenero. Algunos historiadores sitúan el origen de los privilegios roncaleses en dos batallas: la de Olast y la de Ocharren. Cuentan que, en el año 785, el califa cordobés Abderramán, de regreso de una incursión militar por la Galia, asolaba los pueblos del Valle de Roncal. Sus habitantes, ayudados por el rey Fortún García, decidieron plantarle cara en las cercanías del portillo de Ollarte (lugar por donde, precisamente, discurre la cañada). Los musulmanes fueron derrotados y Abderramán hecho prisionero cerca del puente de Yesa, sobre el río Aragón. Según la tradición, una impetuosa y valiente mujer roncalesa cortó con su espada la cabeza del califa árabe. Desde entonces este suceso se ha perpetuado en el escudo del valle. Cuentan también que en el año 821, cuando los ejércitos, árabes ascendían desde su territorio, junto al río Ebro, hacia los Pirineos, cayeron en una emboscada cerca de Ochatren, pueblo ya desaparecido, situado en el interior de Las Bardenas. El rey navarro decidió agradecer la ayuda de muchos roncaleses en la preparación de la emboscada, concediéndoles el privilegio de disfrutar, con sus ganados, de los pastos bardeneros. Verdad o mentira, o un poco de todo, lo cierto es que el recuerdo de aquellas batallas de Olast y Ocharren han servido para fortalecer la conciencia colectiva del Valle de Roncal, para justificar sus privilegios desde la Alta Edad Media y para explicar, por encima de determinismos geográficos, la trashumancia pirenaica hasta Las Bardenas. Enseguida entramos en el Monte de Bigüezal, cruzando entre dos gigantescas piedras a manera de puerta. El pastor nos dice que es un "contadero", un lugar estrecho y de obligado paso que, como su nombre indica, se aprovechaba para contar, de dos en dos, el rebaño, y dónde el "cañadero", guarda encargado de cobrar un impuesto de paso a los rebaños, esperaba la llegada de los roncaleses. Para el mediodía estamos en Fuentes Negras, abrevaderos que la sequía de los últimos años mantiene casi secos. Aprovechamos la siesta del ganado para buscar, sin éxito, lo que la toponimia denomina "Cueva de la Cañada", que debe de estar próxima porque el pastor recuerda haberse refugiado en ella en una noche de tormenta. En cualquier caso, los pastores no duermen en cuevas: "eso es para señoritos". Ellos, llueva o nieve, pasan la noche junto al rebaño para evitar que se pierda y para espantar a los zorros, que "querrán llevarse algún corderico". Al atardecer llegamos al Portillo de Leyre, espectacular grieta en la sierra y paso obligado para descender al valle del Río Aragón. Desde arriba es grandiosa la vista sobre el Embalse de Yesa y el monasterio románico de Leyre. El pastor recuerda su primer viaje por la cañada cuando no existía embalse y el monasterio estaba en ruinas. Precisamente aquellas ruinas dieron origen a un repetido rito de iniciación, la acostumbrada broma al zagal primerizo: se le hacía cargar con una piedra que debía bajar hasta el monasterio para ayudar a su reconstrucción. Sin duda, unas cuantas piedras de esas formarán parte, hoy, de los cimientos de la lujosa hospedería benedictina. El descenso es rápido por la fuerte pendiente, en la que es difícil mantener el equilibrio sobre las húmedas piedras desgastadas por las incontables pezuñas que allí han pisado. Pensamos que mucho más dura ser la vuelta; según supimos, muchos años es necesario echar las ovejas al monte para que vayan ascendiendo poco a poco, aprovechando las cálidas noches de junio. Los pastores roncaleses no guardan buen recuerdo de los monjes de Leyre. Se quejan de que en alguna noche de tormenta no se les permitió refugiarse en el monasterio y que otras veces tampoco se les facilitó un poco de pan para la cena. Además han invadido parte de la cañada para construir su estacionamiento particular. Quizás por todo ello allí existe el único refugio de pastores de toda la cañada; fue levantado con dinero de la junta del Valle y hoy está en mal estado por el vandalismo de unos cuantos desaprensivos. A partir de aquí el paisaje cambia. Cereales, frutales y viñas sustituyen a pinos, encinas y boj. La cañada sigue por Yesa y atraviesa el puente sobre el Río Aragón. Gira bruscamente a la derecha y se acerca hasta la piscifactoría que cierra el paso a las ruinas del viejo Puente de los Roncaleses, donde la tradición sitúa aquella leyenda según la cual una valiente roncalesa cortó la cabeza del rey moro, y que ha servido, desde la Edad Media, para llenar las casas del Roncal de blasones con cabeza de moro sobre puente, y para reforzar la conciencia colectiva del valle. Pasa después el rebaño cerca de otro histórico lugar, el Castillo de Javier, para continuar hasta Sangüesa, pueblo que encontramos en fiestas y que cruzamos a las cinco de la tarde, junto a la plaza de toros, justo a la hora en que toreros y público en general se dirigen a la corrida. Entre la incomprensión de algunos conductores, que no entienden que a la salida de Sangüesa la carretera coincida con la cañada, continuamos hasta un arroyo que baja bastante crecido por la tormenta del día anterior. El pastor tiene que introducirse en el río para evitar que la corriente de agua arrastre a las ovejas más débiles. Superado este imprevisto, el rebaño marcha plácidamente por tierras de Gabarderal, un poblado de colonización, junto a la Ermita del Camino, hasta llegar a Torre Peña y la Sierra de Peña, donde habrá que pasar la noche. El rebaño está inquieto y casi sin amanecer se pone en movimiento. Es seguro que conoce la proximidad de Las Bardenas. En poco tiempo cruzamos la sierra y descendemos hacia las llanuras de Cáseda y Carcastillo, donde la Cañada de los Roncaleses se junta con la que traen los salacencos. Casi en ese cruce, en mitad de la cañada, encontramos una moneda acuñada en el año 1715 que, pensamos, algún pastor trashumante perdería. Estas son tierras de regadío, y algunos agricultores han usurpado parte de la cañada. Su desfachatez es tal que ni siquiera se han preocupado de mover el mojón de la cañada, que sigue mostrando la alevosa intrusión. Los pastores comentan que esas usurpaciones son bastante frecuentes y que su única protesta posible es seguir avanzando por toda la cañada. Es un viejo conflicto entre pastores y agricultores. Es la mítica lucha entre Caín y Abel, donde los enfrentamientos entre dos formas de vida, que bien podrían ser complementarias, han sido bastante frecuentes. Nos encontramos ya cerca de El Paso, o entrada a Las Bardenas. La marcha va más lenta; por delante de nosotros marchan los rebaños de Burgui y de Ochagavía, unos diez o doce, y hay que tener cuidado para que no se junten las ovejas. Julio mete las ovejas en un barbecho y al abrigo de un ribazo deja las mantas y las alforjas. Es el sitio elegido para pasar la noche. Al amanecer del día siguiente, 18 de septiembre, el primer rayo de sol que asome por Portillo Lobo ser el guiño que espera el cabo de guardas, Francisco Barrachina, para disparar su carabina, anunciando con el tiro el desvede de Las Bardenas hasta el día de San Pedro. La noche está despejada y las estrellas brillan como en las heladas de invierno. Mala noche para dormir al raso. Todas las mantas son pocas. ARQUEOLOGÍA DE UN DESIERTO El espectacular paisaje bardenero ha dado pie a multitud de leyendas e interpretaciones. Muchas veces hemos podido leer descripciones idílicas de una tierra a la que se ha imaginado cubierta de bosques. También relatos románticos contando las aventuras de bandidos de leyenda. Las escasas referencias a Las Bardenas en la documentación conservada en los archivos históricos ha agudizado el ingenio de los escritores. A finales del año 1994 se registró un acontecimiento científico excepcional: todos pudimos disfrutar de una exposición realizada en el Museo de Navarra. La muestra era el resultado de un eficaz trabajo arqueológico de siete años, callado y metódico, coordinado por María Luisa García y Jesús Sesma. Muchos mitos se derrumbaron, y hoy tenemos las pruebas de una intensa y secular actividad humana -al menos en los últimos cinco milenios- en una zona considerada habitualmente como inhóspito e inhabitable. Sabemos ya con absoluta certeza que la progresiva desertización de este territorio hizo desaparecer bosques de pinos y encinas, manchas arbóreas de tilos, alisos, avellanos y abedules y hasta pequeños corros de agua. Los arqueólogos han encontrado también las huellas de animales salvajes, ya desaparecidos en esta zona, como ciervos, linces y gatos monteses, y han podido atestiguar la presencia de una abundante cabaña bovina, lo que implica la existencia de una cubierta vegetal muy diferente de la actual. En la exposición se podían ver los útiles y herramientas de los habitantes de Las Bardenas Reales desde hace 4.500 años: hachas de sílex, molinos de mano, puntas de flecha, restos cerámicas, utillajes trabajados en hueso... Nada menos que 82 yacimientos del Neolítico y Encolítico (rnilenios IV y III a. de C.) se conocen ya. La mayoría están localizados en el rea central de Las Bardenas, próximos a las actuales cañadas. De la Edad de Bronce se conservan otros 91 yacimientos. En la Edad de Hierro, a lo largo del primer milenio a. de C., se observa ya una cierta desocupación de Las Bardenas Reales, pues sólo se conocen 21 enclaves. Por fin, de la Edad Media se han identificado 11 yacimientos. El grupo más numeroso lo constituyen los castillos de Peñaflor, Puy Águila, Mirapeix, La Estaca, Sanchicorrota, Cabezo de los Ladrones, Monte Aguilar y Sancho Abarca, construidos a comienzos del XIII, en el reinado de Sancho VII el Fuerte. Antes del amanecer nos despedimos del roncalés de Uztárroz y marchamos al encuentro de los pastores salacencos que pasaron la noche con sus rebaños en las faldas del cabezo de Chirimendía, cerca de la caseta de guardas en El Paso, para ser los primeros en entrar en Las Bardenas en esta fría mañana del mes de septiembre.