LARGO ME LO FIÁIS

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LARGO ME LO FIÁIS
Una de esas personas que formulan generalizaciones empíricas, evalúan, buscan explicaciones (los
mecanismos) y ofrecen remedios, es Robert Putnam, nacido en 1941, conocido mundialmente por
dos de sus libros, Para que la democracia funcione. Las tradiciones cívicas en la Italia moderna, que
publicó en 1993, y Solo en la bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, que
vio la luz en 2000.
¿Dio Putnam respuesta a todas las preguntas de la entrada anterior? Lo hizo, sí, en un artículo
titulado “E Pluribus Unum: Diversity and Community in the Twenty-first Century”, publicado en
Suecia en 2007.
¿Conduce la inmigración a la desconfianza generalizada? Su “factor A” en realidad es la diversidad
étnica y él habla desde los Estados Unidos, país que conoce de ella desde mucho antes que Europa;
aun así, hablamos en sustancia de lo mismo, tal y como él mismo deja establecido. ¿Existe pues esa
relación de causa a efecto? La respuesta es “sí”, aunque el impacto lo es, además de sobre la
confianza generalizada, sobre toda una serie de otras variables que, conjuntadas todas ellas, él
nombra como capital social, que no es una propiedad de las personas (como la riqueza o la belleza),
sino de los territorios (este condado o Estado tiene capital social o no lo tiene, más o menos): normas
de reciprocidad, contactos y tratos entre personas próximas, existencia de vida asociativa y cívica,
etc. El capital social, a su vez, facilita la cooperación y la coordinación de acciones conjuntas en
beneficio mutuo y hace posibles los acuerdos equilibrados, continuos y sostenidos en el tiempo. Al
tiempo es altamente beneficioso para el bienestar individual de las personas que residen en un
territorio cuando está bien “capitalizado”: su salud, se felicidad, su bienestar, su colocación, su
riqueza y su educación son mejores.
Preguntar a continuación si Putnam cree que esa pérdida es un mal es como preguntarle a uno por
qué juega a la lotería. La respuesta es evidente: es un mal. Luego él agranda el foco (ya lo hace
cuando pasa de la confianza al capital social) y habla de la erosión de la cohesión social o de la
solidaridad, palabras mayores.
¿Por qué se da ese resultado? ¿Cuál es el mecanismo o factor C? ¿Por qué la gente pasa a
desconfiar? Por efecto –esta es la respuesta– de su retirada del mundo. Tal y como le entendemos,
retraerse es para Putnam el mecanismo psíquico que pone en acción aquel que se siente
desbordado, fatigado o perplejo por lo vario y confuso, inseguro, enfadado por la pérdida de certezas
o desconcertado ante las nuevas conductas y rituales, que no sabe interpretar y con los que no desea
perder demasiado tiempo. Los nativos se ponen a la defensiva y se aletargan, hibernan, “sacan a la
tortuga que lleva cada uno en su interior”. De esta manera reducen la ansiedad y el sentimiento de
incertidumbre que genera en ellos el nuevo contexto.
Lo hacen los nativos en su relación con los nuevos llegados, pero, y ésta es la sorprendente
averiguación de Putnam, lo hacen también con respecto a los suyos propios. No es que no confíen en
los otros, es que pasan a no hacerlo en los propios. Todos hibernan; todos se atontan viendo la
televisión y se cierran al mundo externo, que les obliga a un esfuerzo que ya no están dispuestos a
realizar.
¿Qué hacer? Una respuesta espontánea es fomentar la cooperación y multiplicar las ocasiones para
el trato, de modo que el temor, desagrado e incomprensión que inspiran los otros, con la ayuda del
tiempo (y a veces hay que ser pacientes), vayan desapareciendo, en la medida en que se va creando
confianza. La confianza particularizada conducirá a la confianza generalizada, pues una vez has
jugado al fútbol con niñas con hiyab, estarás más abierto al islam en general, y cuando una mujer
judía ha hecho amistad con una mujer irlandesa y desamparada, es fácil que pierda los atávicos
prejuicios contra los cristianos.
Esta respuesta tiene su elaboración. Es la que dio Putnam, más o menos, aunque él insistía más (al
fin y al cabo es un norteamericano) en la participación en asociaciones de todo tipo, desde
deportivas a cívicas. ¿Por qué decimos que más o menos? Porque los autores no siempre son todo lo
claros que necesitamos que sean. Pediremos el socorro de un analista español (ver los toros desde la
barrera es más fácil, todo hay que decirlo).
En 2003 Herreros Vázquez adscribía a Putnam a esa corriente que piensa que la creación de capital
social es un subproducto de la realización de otras actividades, en particular de la participación en
asociaciones o –en expresión de Putnam– redes de compromiso cívico. ¿Por qué el miembro de una
peña de fútbol, por el hecho de pertenecer a esa asociación, va a tener una predisposición superior a
la media a confiar en desconocidos? Herreros Vázquez presenta cinco argumentos al respecto, de los
que destacamos los tres primeros (para saber más, acúdase a la fuente).
El primero se refiere a la percepción individual del “tipo” al que pertenece el resto de la población.
Una persona confía en desconocidos porque ha tenido buenas experiencias con sus compañeros de
asociación y considera que esos compañeros son una muestra representativa de la sociedad. El
segundo argumento considera que la participación en asociaciones es una forma de identificar
propiedades inherentes a personas dignas de confianza. El tercero considera los efectos de la
deliberación en el seno de las asociaciones sobre las creencias de los participantes acerca de
personas desconocidas.
“Naïve” será la respuesta de muchos; el pecado de soluciones como las de Putnam es –a decir de los
críticos– la ingenuidad (y, añadirán, la añoranza de un pasado que ya se fue). No niegan que ese es
el modo en que la gente llega a confiar en personas concretas (quizá con el importante suplemento,
hoy en día, de mecanismos internáuticos), pues es el modo de llegar a conocer bien al otro o la
manera en que un tercero te haga saber de su reputación. Lo que se pone en cuestión es que una
confianza lleve a la otra. Ya vimos, con la ayuda de Judíos sin dinero, que eso no sucede, al menos
que no lo hace necesariamente.
En fin, ahí tenemos a Putnam, gavillando evidencias y pruebas del deterioro del capital social,
insistiendo en que la inmigración y la diversidad étnica son agravantes, recibiendo mandobles (que
si naïve, que si nostálgico) y no viendo mejora a corto plazo, pues, aunque no lo hemos dicho, su
solución es necesariamente lenta.
Putnam ve bien la inmigración y la diversidad (a fin de cuentas, ya dijimos, es norteamericano), que
son para él fuentes de riqueza y creatividad y cree que a largo plazo la sociedad encontrará la
solución y que se recrearán nuevas formas de solidaridad, pero entiende que nos la jugamos en los
tiempos cortos. Nadie ha de venir a decirle que el tiempo lo cura todo, pues él lo sabe y lo dice.
“¡Qué largo me lo fiáis!”, parece sin embargo exclamar.
La frase evoca el verso más popular de El burlador de Sevilla, obra atribuida a Tirso de Molina
(1579-1648), que forja el mito literario de Don Juan. La expresión le sirve a éste para desconsiderar
las reiteradas amenazas sobre futuros castigos a su conducta. A ellas Don Juan contesta siempre con
esas palabras.
Rafael Aliena
Fuente: la imagen del encabezamiento lo es de la antología “El gran burlador. Música para el mito
de don Juan” (Lauda Música, 2007), selección y adaptación de Lola Josa y Mariano Lambea.
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