NI PATRIOTAS NI REALISTAS EL BAJO PUEBLO DURANTE LA

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NI PATRIOTAS NI REALISTAS
EL BAJO PUEBLO DURANTE LA INDEPENDENCIA DE CHILE,
1810-1820.
Leonardo León
Universidad de Chile
SANTIAGO, 2010
/=/ÊÊ 2-.
La Independencia en Chile fue una guerra civil feroz y sangrienta que llevaron a cabo
dos fracciones del patriciado ±republicanos y monarquistas- con el objeto de establecer o
reforzar un sistema político que les permitiera doblegar la cerviz de la plebe. Un conflicto de
origen doméstico que arrastró al resto de las clases sociales y de las regiones a los campos de
Marte, destruyendo las bases del pacto social que permitió la gobernabilidad por más de tres
siglos. Esta es la hipótesis central del libro que presentamos y cuyo trazado surge tanto de la
revisión de la documentación y fuentes de la época, como del análisis de la obra de numerosos
historiadores y ensayistas cuyas reflexiones han enriquecido nuestra visión de aquel proceso.
En ese sentido, este libro se yergue sobre esa amplia montaña del saber histórico que permite
otear una vez más el horizonte, en busca de esos caminos olvidados que nos llevarán al
descubrimiento de mundos lejanos que permanecen todavía en la penumbra de la memoria. Por
este motivo, no puedo dejar de agradecer las enseñanzas que recibí de Néstor Meza Villalobos,
Eugenio Pereira Salas, Sergio Villalobos, John Lynch y de Gabriel Salazar. Con cada uno de
ellos mantuve una estrecha colaboración académica, ya sea como Ayudante de Cátedra, como
Ayudante de Investigación o bien como simple colaborador y amigo. Es difícil reconocer en
detalle cada uno de sus aportes pues fueron diversos y numerosos, pero vale decir que sus
sugerencias y críticas estuvieron presentes al redactar estas líneas. Espero que el rigor con que
asumí esta tarea y la pasión con que se formulan las interpretaciones, demuestren el valor de sus
enseñanzas, pues fueron ellos los que me formaron en esta disciplina que hoy puedo definir
como uno de los grandes ejes que dio sentido a mi vida. Esta obra representa una nueva visión
del proceso político que tuvo lugar entre 1810 y 1820. En ese sentido, rompe viejos esquemas,
derriba algunos mitos y apunta críticamente hacia el relato que elaboró la historia oficial para
explicar un acontecimiento clave en la historia de Chile. No creo que las hipótesis aquí
expuestas tengan una aceptación universal, pues el peso de la noche historiográfica es
demasiado denso para borrar de una plumada lo que el Estado nos inculcó por siglos a través del
sistema educacional chileno. ³El olvido, e incluso diría que el error histórico, son un factor
esencial en la creación de una nación´, señaló el pensador francés Ernest Renán, ³de aquí que el
progreso de los estudios históricos sea frecuentemente un peligro para la nacionalidad. La
investigación histórica, en efecto, ilumina los hechos de violencia ocurrido en el origen de todas
las formaciones políticas´1. Chile, como se verá en las próximas páginas, no fue una excepción.
Tampoco fue excepcional que la historia de la Independencia se transformara en un dogma casi
sagrado y que el relato del proceso fuese objeto de la µmanipulación ideológica´, como lo señaló
tan acertadamente Heraclio Bonilla2. De allí que no ha sido fácil asumir el desafío, pero ya es
hora de que se formule una interpretación de los sucesos que se desprenda de la camisa de
fuerza impuso la historia oficial y que refleje, en la medida que lo permiten las fuentes, la visión
de las clases populares. Como bien afirmó John Tutino, ³las comunidades han irrumpido en la
historia para reivindicar patriotismos locales o desafiar historias nacionales´3. Borrar las letras
de bronce es una tarea difícil pero que no nos debe acobardar. Es una deuda que tenemos
contraída con todos aquellos que quedaron olvidados en el camino.
Siempre es un placer presentar un libro, pues ello significa que ha terminado ese largo
recorrido que por varios años capturó el pensamiento hasta transformarse en una actividad casi
febril. Años de búsqueda y reflexión crítica, en que se mezclaron la investigación con las
tribulaciones que despiertan el reconocimiento de un hecho histórico crucial, concluyen
1
Ernest Renán, ³¿Qué es una Nación?´, en Álvaro Fernández Bravo, (Compilador), La invención de la Nación.
Lecturas de la identidad de Herder a Homi Bhabha (Editorial Manantial, Buenos Aires, 2000): 56.
2
Heraclio Bonilla, ³Clases populares y Estado en el contexto de la crisis colonial´, en Heraclio Boniilla
et al, La Independencia del Perú (Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1991): 13.
3
John Tutino, Presentación de la obra de Florencia Mallon, La construcción de México y Perú poscoloniales
(Editorial Historias Ciesas, México, 2003): 33.
súbitamente cuando desde las páginas que tenemos al frente se comienzan a materializar los
nuevos conceptos e interpretaciones que permiten hacer otra lectura del pasado. Nunca se sabe
si se ha conseguido plenamente el objetivo propuesto en las hipótesis preliminares. Solamente
el lector puede emitir ese juicio. Por cierto, una obra histórica debe plantear más preguntas que
respuestas, pues debe ser un camino abierto y una invitación para que se inicie el largo tránsito
hacia el redescubrimiento de lo que aconteció y modificar la memoria colectiva, conformada
después de décadas de educación, adoctrinamiento y manipulación. Una memoria colectiva
que, muchas veces de modo intuitivo, las grandes mayorías no reconocen como suya. En este
caso, la invitación tiene una dimensión académica pero también moral, pues se trata de un
intento por reconstruir la historia de la plebe que, a pesar de los años que han transcurrido, brega
por darse a conocer.
Se vinculan con la producción de esta obra los centenares de estudiantes que atendieron
mis clases sobre el tema de la crisis colonial en Imperial College (University of London),
Universidad de Chile, Universidad de Valparaíso, Universidad ARCIS y Universidad Nacional
Andrés Bello. Ellos escucharon las primeras hipótesis que alentaron esta investigación y luego,
con mucha tolerancia, me ayudaron a reflexionar sobre el tema. Espero no haberles fallado en
lo más esencial que debe entregar un profesor a sus alumnos: enseñarles que el primer deber del
historiador es tener una conciencia crítica de la forma como se reconstruye el pasado en el
relato, en tanto que la memoria es siempre social y emerge determinada por el espíritu de los
tiempos. Razones más que suficientes para siempre comenzar de nuevo, porque nuestra
disciplina es una ciencia que nunca termina de descubrir los matices, variaciones y tonalidades
del pasado con el propósito de responder a las preguntas e interrogantes que surgen del presente.
Se podría decir que cada generación de historiadores desarrolla un nuevo relato, pero ello
significaría relativizar de un modo radical el sentido de nuestra disciplina; más bien estimo que
se trata de un enriquecimiento continuo, apoyado en el descubrimiento de nuevos registros y la
elaboración de nuevas metodologías, a lo que se suma la transformación de la sensibilidad
humana bajo la influencia de aquellas circunstancias que le rodean y determinan. Los
historiadores del siglo XIX no conocieron las Guerras Mundiales, las masacres obreras, el
Holocausto europeo, las bombas nucleares, la globalización de la miseria; tampoco tuvieron a su
alcance las tecnologías y herramientas, el bienestar material y las asombrosas conquistas que ha
realizado la humanidad durante la centuria. Sus libros reflejan el mundo de servilismo,
prepotencia y exclusión que les tocó vivir. Reiterar sus palabras a comienzos del siglo XXI
sería no tan solo un sinsentido sino también una negación de la verdad tal cual hoy la
percibimos. En el futuro, otros historiadores criticarán, modificaran y superarán los conceptos
expuestos en esta obra. Esa es, en última instancia, la esencia misma de nuestra disciplina.
Mis agradecimientos a los licenciados Hugo Contreras, Rodrigo Araya, Claudio Palma,
Loreto Orellana, Víctor Quilaqueo, Ivette Quezada, César Gamboa y Alexis Calderón que me
ayudaron a reunir parte de la documentación aquí utilizada y por sus comentarios críticos a los
primeros borradores. Algunos de ellos han sido mis colaboradores y amigos por muchos años.
También quedo endeudado con el personal del Archivo Nacional, del Museo Histórico de
Mendoza y de la Biblioteca del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de
Chile, por hacer más grato mi trabajo y facilitar la recopilación de datos bibliográficos. En
particular debo agradecer a Alejandra, encargada de la rica biblioteca de don Eugenio Pereira
Salas. Mis agradecimientos a Fondecyt que proveyó la ayuda financiera, a través del Proyecto
1090144: ³Las montoneras populares y la rebelión del peonaje, 1810-1832´, para realizar la
investigación; a Katherine Pulgar, Encargada de Proyectos de Fondecyt, quien ha mostrado
paciencia y comprensión al momento de recibir solicitudes de postergación de fechas para la
presentación de los Informes; agradezco las autoridades de la Facultad de Filosofía y
Humanidades de la Universidad de Chile, por haberme proporcionado el ambiente académico
adecuado para concluir esta tarea. Finalmente, mis agradecimientos a mis hijos Álvaro,
Sebastián, Rodrigo, Felipe, Catalina, Elena y Nicolás, por el interés que han demostrado por mi
trabajo.
Santiago, noviembre 2009.
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Ogni viltà convien che qui sia morta*
El 18 de septiembre de 1810, los patricios santiaguinos despertaron como vasallos del
rey de España pero al caer la tarde ya comenzaban a ser ciudadanos independientes. Chile
iniciaba su camino hacia el concierto de repúblicas sin disparar un tiro y sin haber derramado
una sola gota de sangre. ³Nunca ha tenido igual regocijo en sus cansados años´, escribió el
Presidente de la Junta de Gobierno a los cabildos de las demás ciudades del reino, ³que cuando
observó las aclamaciones de un pueblo el más honrado del universo, sin haber intervenido el
más pequeño desorden, ni la más corta desgracia. En cinco horas quedó todo acordado.....´4.
Mateo de Toro y Zambrano, el Conde de la Conquista que asumió como presidente, prometió,
temprano aquel día, ³el gobierno más feliz, la paz inalterable y la seguridad permanente del
reino´5 . Es difícil pensar en una descripción más apropiada de los objetivos que deben tenerse
en cuenta para calmar las angustias que proliferaban en el pecho del patriciado durante aquellos
días de turbulencia y ansiedad.
La elite aristocrática recibió con los brazos abiertos la nueva era que se iniciaba con la
instalación de la Primera Junta Nacional de Gobierno. ³Llegó el día 18, día feliz en que renació
la paz y tranquilidad de esta capital´, escribió Agustín de Eyzaguirre, connotado comerciante
santiaguino, al dar cuenta a su agente en Buenos Aires de los acontecimientos acaecidos en
Chile6. En otra comunicación, el mismo Eyzaguirre, quien fue descrito como ³el primer agente
de la revolución¶, manifestaba que ³se acabaron todas las inquietudes«..´7. Para comerciantes,
terratenientes, financistas y beneméritos del reino, la instalación de la Junta integrada por
miembros de su clase, les proporcionó la paz espiritual que no conocían ya por varios meses.
³Estamos gozando una paz inalterable´, escribió en una tercera comunicación el mismo
Eyzaguirre, exultando entusiasmo 8. El regocijo del patriciado local, que había conspirado
contra el gobierno constitucional para establecer la independencia de España, fue genuino. ³La
salida repentina del sol´, barruntó Manuel de Salas, ³no habría disipado las tinieblas con más
prontitud´9. Casi una década más tarde, el autor de El Amigo de la Ilustración declaró con
similar entusiasmo: ³Vio Chile la aurora de una tan bella revolución: rompiéronse [sic] a su luz
las cadenas y los grillos; y púsose [sic] en nuestras manos el inestimable tesoro de la
Libertad´10. Iguales palabras utilizó Mariano Egaña, prominente ilustrado de la época, con
motivo de la inauguración del Instituto nacional: ³El 18 de septiembre de 1810 reconocisteis
que erais hombres y que teníais derechos´11. Dos años más tarde, con la publicación de la
* ³Conviene que toda vileza muera aquí´. Inscripción a la entrada del Infierno de Dante, Divina Comedia.
4
La Junta Nacional del Gobierno a los cabildos provinciales, Santiago, 19 de septiembre de 1810, AJMC Tomo I:
234.
5
Acta de Instalación de la Primera Junta de Gobierno de Chile, Anales: 20.
6
Agustín de Eyzaguirre a Manuel Romero, Santiago, 30 de septiembre de 1810, AEE: 208.
7
Agustín de Eyzaguirre a Miguel de Eyzaguirre, Santiago, 26 de noviembre de 1810, AEE: 238.
8
Agustín de Eyzaguirre a Antonio Manuel Peña, 27 de noviembre de 1810, AEE: 239.
9
Manuel de Salas, Motivos que ocasionaron la instalación de la Junta de Gobierno de Chile, 1810, CHDICh XVIII:
168.
10
11
El Amigo de la ilustración 1, sin fecha, BNCAPCh 1817: 347.
Mariano Egaña con motivo de la Apertura del Instituto Nacional, 10 de agosto de 1813, El Monitor Araucano, 12
de agosto de 1813: 24.
Aurora de Chile, el primer periódico nacional, se hizo memoria del momento glorioso que tuvo
lugar esa tarde de septiembre en que se puso fin al régimen monárquico:
³Desapareció en fin este triste periodo; pero aun sentimos sus funestas influencias. La
ignorancia entraba en el plan de la opresión. La educación fue abandonada: la
estupidez, la insensibilidad ocuparon en los ánimos el lugar que se debía al sentimiento
de su dignidad, al conocimiento de sus derechos: se corrompieron las costumbres, se
adquirieron los vicios, y las inclinaciones de los esclavos; y acostumbrados los Pueblos
â obedecer maquinalmente, creyeron que les era natural su suerte infeliz.´12.
Lo más significativo de la instalación de la Junta fue que la elite actuó como un solo
cuerpo, dejando sentado un legado de unidad que los estadistas y gobernantes posteriores no
podrían ignorar fácilmente. ³Compatriotas. Se acerca el 18 de septiembre´, escribieron cuatro
años más tarde Bernardo O¶Higgins y José Miguel Carrera, luego de haber superado las
divisiones internas que dejaban al país expuesto a la reconquista monárquica, ³el aniversario de
nuestra regeneración repite aquellos dulces días de uniformidad que sepultaron la noche del
despotismo´13. Bastante razón tuvo el historiador José Toribio Medina cuando escribió: ³No
poco paño que cortar tendría quien quisiese tratar del memorable cabildo abierto del 18 de
septiembre de 1810´14. La tradición municipal, el concepto de representatividad, el legalismo
indiano y las ansias de poder de la elite se fundieron en un acto fundacional que no tendría
parangón en el proceso político que le siguió15.
Desde el punto de vista del patriciado, lo que sucedió el primer 18 de septiembre fue un
evento memorable. La elite se había hecho de todo el poder político del reino. Años más tarde,
conmemorando en Talca el Cabildo Abierto de 1810, el fraile Andrés Canabela, recordaba
³aquel día feliz de quien hoy se hace memoria aniversaria; esto es , aquel día feliz en que los
habitantes de este precioso suelo de Chile, saliendo de las sombras del engaño y del profundo
sueño en que yacían en tan larga serie de años, dieron el gran paso con que la Patria se apresura
a su libertad; e instalando su nuevo gobierno republicano para sacudir el indigno yugo y dura
servidumbre que como por costumbre sufrían´16 . Las palabras del fraile fueron bellas,
apasionadas y conmovedoras, pero dirigidas al pequeño mundo de la elite. Igualmente lo fueron
las celebraciones posteriores. ³La esplendidez con que la Municipalidad de Santiago dispuso
las fiestas cívicas en celebración del glorioso 18 de septiembre en que Chile instaló su gobierno
patrio´, señaló la Gazeta Ministerial en 1819, ³y el entusiasmo que desplegó en ellas el ilustre
vecindario de esta capital...´, permitían ahorrar palabras en la hoja impresa17. Reconociendo el
rol protagónico que jugó la elite en esos eventos, José Antonio Irisarri, el autor del Semanario
Republicano, escribió en 1813 comentando la instalación de la Junta: ³A pesar de tanto
obstáculo que presentaba la escasez de ideas de nuestros pueblos, no faltaron algunos espíritus
ilustrados, que emprendiesen la grande obra de sacudir un yugo sentado sobre los corazones
más bien que sobre las cervices´18 .
12
Aurora de Chile, periódico ministerial y político. Prospecto, febrero 1812: 2.
13
Manifiesto de los generales del Ejército a sus conciudadanos y compañeros de armas, Santiago, 4 de septiembre de
1814, ABO II: 345.
14
José Toribio Medina, ³Los que firmaron el Acta del cabildo abierto del 18 de septiembre de 1810´, en Tres
Estudios Históricos (Santiago, 1952): 27.
15
Sobre la fuerza de estos conceptos, ver Mónica Quijada, ³Las dos tradiciones. Soberanía popular e
imaginarios compartidos en el mundo hispánico en la época de las grandes revoluciones atlánticas´, en
Jaime Rodríguez, Revolución, Independencia y las nuevas naciones de América,: 61-86.
16
Francisco de Barros, Descripción de las fiestas septembrales [sic] celebradas en Talca el año de 1817, ABO X:
209.
17
Gazeta Ministerial de Chile, 9 de octubre de 1819: 145.
18
El Semanario Republicano, 7 de agosto de 1813, en CHDICh 27: 6.
Los panegiristas de la Revolución no tuvieron el valor para señalar que el 18 de
septiembre de 1810 marcó el inicio de una guerra civil que sembró con destrucción, fuego y
sangre, los campos de Chile. Solamente en los escritos de sus enemigos se logra apreciar la
magnitud de la tragedia que los juntistas arrojaron sobre el país. ´19. La naturaleza elitista y
excluyente de la nueva Patria quedó en evidencia para todos aquellos que no suscribieron la
propaganda republicana. ³Teniendo presente que el origen de la Revolución y su continuación´,
escribió Fernando VII en una Proclama remitida a los chilenos en febrero de 1816 procurando la
reconciliación, ³había sido obra de un corto número de hombres ambiciosos y corrompidos que
presentando a la metrópoli en un estado de anarquía y próxima a su ruina, lograron seducir a la
multitud para tiranizarla con el colorido de una imaginaria independencia«´20. Se puede
pensar que el rey tenía razón para criticar abiertamente a quienes rehusaron su vasallaje. Perder
un imperio no es un legado que adorne la vida de un monarca ni de aquellos que le apoyaron
decididamente. Pero sí tenía razón al describir la tragedia que sacudió a Hispanoamérica. ³No
son países ajenos los que devastan, es la misma Patria la que se despedaza´, señaló uno de los
comisionados enviados por el virrey Pezuela para negociar una tregua con San Martín en Perú a
fines de 1820, ³no son enemigos los que se combaten, son unos propios hermanos que
descienden al sepulcro clavándose el puñal en el corazón, llenos de saña´. Cuando se
pronunciaron estas palabras ya era tarde para lamentaciones, pues ninguna negociación
diplomática lograría borrar de la memoria colectiva los horrores que convirtieron en fieros
enemigos a los sujetos de la elite que, en 1810, se congratularon calurosamente por el paso que
dieron en defensa de la eufemística µsoberanía popular¶. Ignacio de la Carrera, uno de los
vocales que firmó el Acta, Agustín Eyzaguirre, Manuel Antonio Talavera, Francisco Javier de la
Reina, Melchor Martínez y Tomás de Figueroa, terminaron años más tarde en el cadalso,
recogiendo los cadáveres de sus hijos o marchando con amargura hacia el exilio, sin imaginar
que las decisiones que adoptaron esa mañana de Septiembre quebrarían familias, destruirían la
unidad de la aristocracia y demolería el sistema monárquico que permitió una convivencia
pacífica entre los diferentes segmentos sociales que constituían la columna vertebral de Chile.
Sin poder adivinar lo que contenía para ellos el futuro, los patricios tenían razón para felicitarse.
Como concluyó muy acertadamente el historiador inglés Simon Collier, la revolución fue la
culminación del ³deseo de los criollos de ser amos en su propia casa en un momento de
emergencia´.21 La aristocracia de este país mestizo, escribió John Lynch, ³necesitaba el poder
para proteger sus intereses económicos´22.
¿Y qué pasó con los pobres, con aquellos cientos de miles de hombres y mujeres que
componían la gran mayoría de la población del país? Para ellos la noticia no fue tan feliz, pues
los vientos de cambios que soplaban en las bóvedas de la elite no borraron de sus mentes los
abusos y atropellos cometidos tantas veces en su contra por los aristócratas; tampoco el son de
las melodías que escapaban de los balcones solariegos les permitía ignorar la inmensa tragedia
que se cernía sobre sus cabezas. Esa tarde, los plebeyos no consiguieron extinguir la sensación
de náusea que se genera cuando la pobreza, la opresión y la desesperanza se combinan para
oscurecer el horizonte de la vida. Para ellos el día no había sido glorioso ni épico. Al referirse a
los preparativos que se hicieron para convocar y celebrar el Cabildo Abierto de septiembre de
1810, el historiador francés Claudio Gay escribió:
³Por orden del Presidente, las tropas habían ocupado muy de mañana sus respectivos
puestos. El regimiento de la Princesa, bajo las órdenes de don pedro Prado, ocupó toda
la extensión de la cañada, comprendida entre San Diego y San Lázaro; el del Príncipe,
mandado por el Marqués de Montepío, fue dividido por compañías, tres de las cuales
ocuparon las cuatro avenidas del Consulado, mientras las demás se encargaban
19
Viva la Patria. Gazeta Ministerial Extraordinaria de Chile, 16 de noviembre de 1820, XIV: 184.
20
Real Cédula, Madrid, 12 de febrero de 1816, Viva el rey, 6 de septiembre de 1816: 211.
21
Simon Collier, Ideas y política de la Independencia de Chile, 1808-1833 (Santiago, 1977): 66.
22
John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826, (Barcelona, 1980): .
simultáneamente de mantener la tranquilidad en la ciudad, y de la guardia del cuartel de
San Pablo. En la Plaza Mayor, había tomado posición el regimiento del Rey, en
comunicación, por medio de la compañía de línea de Dragones de la Reina, con al de
Dragones de la Frontera, establecida en la plazuela del Consulado, al mando de Juan
Miguel Benavente, plazuela donde se hallaba el comandante general de las armas don
Juan de Dios Vial Santelices y sus dos ayudantes, con orden de contener al populacho,
y, sobre todo, de vigilar los facciosos para impedirles de turbar el orden de aquella
solemne y augusta función´ (Subrayado nuestro) 23.
Sin duda, con excepción de las fiestas y celebraciones cívico religiosas, pocas veces
vieron los habitantes de Santiago el despliegue de un dispositivo militar de la magnitud que
observaron el 18 de septiembre. Sin todo era tan pacífico y enmarcado en los lineamientos
constitucionales de la época, ¿por qué se procedió a movilizar las fuerzas militares? El propio
Gay entrega una pista significativa: para ³contener al populacho´. ¿Qué se temía que hicieran
los plebeyos cuando la elite patricia se disponía a capturar el poder?; ¿Qué tipo de organización
tenía la plebe y cuales eran sus percepciones de la crisis política que afectaba al país? ¿Por qué
se entregaron papeletas a los potenciales votantes en el Cabildo Abierto y se mantuvo una
estricta guardia: ¿acaso se temía que la µcanalla¶ irrumpiera en la Sala del Consulado, donde
tuvo lugar la reunión? ³Se esparció mucho dinero a la plebe que, el día anterior (18 de
septiembre), ni pudo participar de nuestros goces´, escribió Bernardo de Vera y Pintado en su
Diario de los eventos, ³porque arrinconada y custodiada de la caballería en el cerro de Santa
Lucía, para que no perturbase la serenidad y orden inimitable de aquella función´24.
Para los plebeyos más agoreros y supersticiosos, el futuro controlado por los
comerciantes y terratenientes no les prometía nada bueno después de haber disputado con ellos
el derecho a ser tratados como hombres libres y soberanos; tampoco veían con buenos ojos a los
nuevos mandones los miles de sujetos populares que habían servido como trabajadores
forzados, a ración y sin sueldo, en la construcción de las inmensas obras públicas que adornaron
el reino desde mediados del siglo XVIII25. Para los lacayos y sirvientes, los reos de las cárceles,
los fugitivos de la justicia, los peones y gañanes, vagos y criminales que abundaban en el reino,
sumados a todos aquellos inquilinos que quebraron los lazos de sujeción feudal para asentarse
en las villas y ciudades, el ascenso de los patrones al poder presagiaba infaustos
acontecimientos. Así, en los arrabales y rancherías, en los patios interiores de los solares y en
las calles estrechas y oscuras de la ciudad, allí donde mapuches, mestizos, negros, zambos y
mulatos, entrecruzaban sus vidas y observaban desde lejos los avatares de la aristocracia, la
noche del 18 de septiembre de 1810 les sorprendió cavilosos y meditabundos. ³La ciudad
aunque llena de gentes parecía que respiraba la tristeza del Viernes Santo; tal fue su lugubrez
[sic] general«.´26. Alguna razón tuvieron los oidores de la Real Audiencia al escribir, en las
vísperas de estos acontecimientos, que ³son muchos los que gimen, lloran y se lamentan por los
males que amenazan a la Patria´27 . Un aire de inefable tragedia flotaba en el ambiente, la calma
23
Claudio Gay, Historia Física y Política de Chile: según documentos adquiridos en esta República durante doce
años de residencia en ella (París/ Museo de Historia Natural de Santiago, 30 Vols., 1840). Para este libro se ha
consultado la versión publicada por la Biblioteca Fundamentos de la construcción de Chile, Edit. Rafael Sagredo
(Centro de Investigaciones Barros Arana, Santiago, 2007): 81.
24
Diario de Bernardo Vera y Pintado, citado por Gay: 84.
25
Loreto Orellana, Trabajar a ración y sin sueldo: elite, bajo pueblo y trabajo forzado en Chile colonial, 17701810, Tesis para Optar al Grado de Licenciado en Historia, Departamento de Ciencias Históricas, Facultad de
Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile (Santiago, 2000).
26
Manuel Antonio Talavera, ³Revoluciones de Chile. Discurso histórico, diario imparcial de los sucesos
memorables acaecidos en Santiago de Chile. Primera Parte. Contiene desde el 25 de mayo de 1810 hasta el 15 de
octubre del mismo´, CHDICh Vol. 29 (Santiago, 1927): 101.
27
Oficio de la Real Audiencia al Gobierno sobre el movimiento de tropas, Santiago, 17 de septiembre de 1810,
citado en Melchor Martínez, Memoria Histórica sobre la Revolución de Chile desde el cautiverio de Fernando VII
hasta 1814, en CHDICh Tomo XLI, (Biblioteca Nacional, Santiago, 1964) 1: 108.
que siempre precede a la tormenta. ¿Preveían los plebeyos que, sin rey que les protegiera ni
leyes que velaran por sus derechos, de allí en adelante sería más peligroso ser pobre en Chile?
Se podría pensar que la reunión del Cabildo Abierto fue un acto legítimo, consagrado
tanto por la tradición, que establecía que frente a la monarquía acéfala la soberanía retornaba al
pueblo, como por el derecho castellano que, desde los tiempos de Isidoro de Sevilla y de las
Leyes de Las Partidas, consagraba el derecho de la comunidad a asumir el poder a través del
sistema municipal durante los tiempos de crisis. Lo que ha terminado en llamarse la tradición
pactista, vale decir, del pacto social forjado en los orígenes mismos de mundo hispánico. De
acuerdo con el acta de instalación de la Primera Junta Nacional de Gobierno, la asamblea que
tuvo lugar en el edificio del Consulado en la mañana del 18 de septiembre reunió al Presidente,
a los miembros del cabildo y de las corporaciones, a los jefes de las ordenes religiosas y a los
vecinos más connotados del vecindario µnoble¶ de la ciudad. En suma, se reunieron allí no más
de 500 personas, con excepción de los oidores de la Real Audiencia, quienes objetaron desde un
comienzo la realización del acto. Por supuesto, calculando la población de Santiago en más de
100.000 personas, el número no fue para nada representativo de los habitantes de la ciudad, lo
que restó legitimidad a la reunión para todos aquellos que no eran vecinos ni miembros del
Ayuntamiento. Argumentando en contra de quienes criticaron el escaso número de personas
que atendió a la reunión, Irisarri escribió algunos años después: ³En esta capital se congregaron
en el Consulado más de quinientas personas de la primera representación del país. ¿Cómo,
pues, el señor Flores Estrada se atreve a asegurar que nuestra revolución es obra de unos pocos
intrigantes?´ 28 . Olvidaba señalar Irisarri que a esos congresales no los eligió nadie y que no
representaban más que sus propios intereses. Este hecho fundamental no pasó desapercibido a
los sujetos más perspicaces de la época. Así por lo menos lo expresó un testigo: ³no habían
recibido el poder representativo ni de la ciudad y menos de todo el reino; y por consiguiente no
podían representar a todo el pueblo chileno. Es necesario confesar que la autoridad de la nueva
Junta«procede o emana de aquella pequeña reunión de facciosos, de electores que en ese día
abusaron del nombre del pueblo«´29. Las dudas y cuestionamientos perduraron en el tiempo.
³Como si este Cabildo o pueblo comprendiese todo Chile´, escribió años después Hipólito
Villegas, encargado de los asuntos de Hacienda y de plena confianza de O¶Higgins, delimitando
con precisión el verdadero alcance de la reunión30. Fue la historiografía posterior la que
desconoció este elemento esencial porque se trataba de encubrir el hecho de que la República
fue gestada por una minoría.
Poco importó a quienes organizaron el Cabildo Abierto de 1810 su representatividad.
El objetivo principal de la reunión consistía en analizar las tribulaciones por las cuales
atravesaba el reino para tomar las decisiones que enmendaran su rumbo. Sin embargo, en
medio de los discursos que proclamaron la situación de acefalía en que quedó la monarquía
después de la captura de Fernando VII, el derecho que tenían los chilenos para erigir una Junta
en nombre de la soberanía popular y la necesidad de hacerlo cuando el reino se hallaba
³amenazados de enemigos y de las intrigas´, los redactores del acta introdujeron un elemento
que después la historiografía ha preferido ignorar. Nos referimos a la grave situación interna
que vivía el país en esos momentos.
³Que siendo el principal objeto del gobierno y del cuerpo representante de la patria, el
orden, quietud y tranquilidad pública, perturbada notablemente & la
incertidumbre acerca de las noticias de la metrópoli, que producía una divergencia
peligrosa en las opiniones de los ciudadanos, se había adoptado el partido de
conciliarlas a un punto de unidad, convocándolos al majestuoso Congreso en que se
28
José Antonio Irisarri, ³Sobre la justicia de la Revolución en América´, El Semanario Republicano, 14 y 21 de
noviembre de 1813.
29
Martínez, 1: 112.
30
Hipólito Villegas a O¶Higgins, Santiago, 22 de septiembre de 1817, en ABO 8: 348.
hallaban reunidos para consultar la mejor defensa del reino y sosiego
común.......´31 .(Subrayado nuestro)
Expresamente, el acta reconocía que el país pasaba por un período de notorio desorden,
inquietud e intranquilidad pública, una situación de desasosiego que era conveniente remediar.
Juan Antonio Ovalle, en el proceso judicial seguido en su contra en mayo de 1810, declaró en
términos similares que ³todo proyecto y toda resolución para evitar la anarquía, que es lo peor,
se debe dirigir al doloroso caso de aquella pérdida´32. El Obispo electo de Santiago, José
Santiago Rodríguez Zorrilla, fue aún más explícito al dar cuenta de la carta pastoral que remitió
a los chilenos con motivo de los rumores que circulaban en la ciudad en los días previos al
Cabildo Abierto de 1810: ³Procuré hacer demostrable que de todos los males que pueden afligir
a la Humanidad ninguno era más terrible que el de una revolución«.y que el grande interés de
los pueblos era contrarrestar la plaga terrible de la anarquía y de las insurrecciones, conservar la
tranquilidad y la paz, hacer reinar el orden y las leyes, e impedir la usurpación´33. Coincidieron
estas palabras con las que pronunció el prelado Camilo Henríquez en su sermón de apertura del
Primer Congreso Nacional: ³Es, en efecto, un axioma del derecho público que la esperanza de
vivir tranquilos y dichosos, protegidos de la violencia en lo interior y de los insultos hostiles,
compelió a los hombres ya reunidos a depender de una voluntad poderosa que representase las
voluntades de todos [subrayado nuestro]´34. El mismo Henríquez, en un escrito posterior
reflexionó sobre los caminos que existían en la naturaleza para que los pueblos alcanzaran su
³aumento, perfección y felicidad´, para luego exclamar ³¡de cuántos modos y por cuantas
causas fortuitas se altera y perturba este orden de la naturaleza!´35. Finalmente, Irisarri se refirió
sin ambigüedades al trasfondo de la conspiración: ³La tranquilidad y el buen orden interior no
están menos interesados que la seguridad exterior en la declaración de la Independencia´36.
Si bien de modo oblicuo y sin darle la debida importancia, la historiografía se ha
referido al serio quiebre interno por el cual pasaba el país en esos días. Barros Arana, el
destacado historiador liberal que sentó el relato más sólido sobre estos acontecimientos,
manifestó que, ya en mayo de 1810, la Real Audiencia ³se hallaba alarmada por un denuncio de
revuelta´37. Melchor Martínez, por su parte, señaló que el clero había hecho ingentes esfuerzos,
en los días previos al Cabildo Abierto, procurando ³desengañar al pueblo y hacerle ver los
fatales resultados de anarquía y ruina que se habían de seguir´38. Luego agregaba: ³Con estos
procedimientos se aumentaba cada día más la agitación y conmoción de los ánimos«.´.
Manuel Antonio Talavera, en la serie de apuntes que hizo sobre la reunión del 18 de septiembre,
manifestó que si lo que se procuraba era restaurar la paz y tranquilidad en el reino, no era
necesario formar una Junta de Gobierno. La legislación vigente, señalaba en su escrito, tenía
para los casos de perturbación, la capacidad para nombrar un ³presidente y capitán general que
debe velar sobre la quietud y tranquilidad del pueblo, extrañando a sus perturbadores y
31
Acta de Instalación de la Primera Junta de Gobierno de Chile, p. 21.
32
Proceso seguido por el Gobierno de Chile en 25 de mayo de 1810, contra don Juan Antonio Ovalle, don José
Antonio de Rojas y el doctor don Bernardo de Vera y Pintado, por el delito de conspiración´, CHDICh XXX
(Santiago, 1938).
33
Carta que el Obispo electo D. José Santiago Rodríguez Zorrilla escribe al rey Fernando VII, para darle cuenta de
los sucesos que le impidieron hacerse cargo del gobierno de la diócesis de Santiago, a pesar de haber recibido las
Cédulas de su presentación y de ruego y encargo, Santiago, 29 de octubre de 1814´, CDHAAS 1: 746.
34
Camilo Henríquez, Sermón en la Instalación del Primer Congreso Nacional, 4 de julio de 1811, en Escritos
políticos de Camilo Henríquez, Introducción y recopilación de Raúl Silva Castro (Edic. Universidad de Chile,
Santiago, 1960): 54.
35
Henríquez, ³Observaciones sobre la población del reino de Chile´, La Aurora de Chile, 27 de febrero de 1812.
36
El Semanario Republicano, 7 de agosto de 1813: 9.
37
Diego Barros Arana, Historia Jeneral de Chile (16 Vols., 2da. edición, DIBAM, 2002), Vol. VIII: 88.
38
Martínez, 1: 85.
corrigiendo las sediciones y movimientos populares por el nivel inalterable que proscriben
nuestras leyes. ¿A qué, pues, tomar otro medio desconocido y dejar el primero autorizado a la
Nación?´39. El mismo Talavera, en la Tercera parte de su obra, reiteró sus sospechas frente a lo
acontecido en 1810:
³El desorden, convulsiones populares y los movimientos debidos a la intriga y
seducción que se describen en los muchos días que mediaron desde la abdicación del
mando superior hasta la instalación de la Junta, me persuadieron siempre que su acta,
fuera de una secreta hipocresía, contenía una afectada simulación sobre el
obedecimiento y deferencial sumisión al Supremo Gobierno nacional«.este fue el
motivo que me impulsó a no soltar de las manos el Diario de todas estas revoluciones,
sin estampar la acta en el día 18 de septiembre, y al pie de ella el esmalte de 13
reflexiones breves y sucintas, que me parecieron bastantes para despertar y engañar a
cualquiera, poniéndole a cubierto de toda sorpresa y engaño´40.
Irisarri, inspirado por su liberalismo, tuvo la valentía de denunciar la serie de ambigüedades que
desde 1810 plagaron el discurso político de los complotadores contra el sistema monárquico:
³Presentemos, vuelvo a repetir, nuestras ideas sin ninguno de aquellos disfraces que al mismo
tiempo que dan ventajas a nuestros enemigos, no nos sirven a nosotros, sino para retardar
nuestros progresos, y caminar a cada paso por medio de mil contradicciones, que desacreditan
nuestro sistema. Ya hemos visto que nada adelantamos con una política hipócrita....´41. De
poco sirvieron estas advertencias cuando se tiene presente que las acciones llevadas a cabo por
el patriciado durante 1810 fueron inspiradas por el profundo temor que sentían frente a un
posible levantamiento de la plebe. De otra parte, se ha exagerado el papel político que jugó la
entidad municipal, otorgando un sobredimensionado discurso a quienes, en realidad, solamente
velaron por la seguridad de sus propiedades y personas. Pretender encontrar en el Cabildo una
matriz democrática o popular es sin duda una exageración. Más bien los que se atrincheraron
allí fueron los mentecatos de siempre que, ante cualquier rumor, acuden a los cuarteles
denunciando el desorden popular. En 1813, por citar un ejemplo, interesados en realizar lo más
rápido posible la matrícula de los habitantes de la ciudad, los ediles manifestaron que esa tarea
debía llevarse a cabo sin tardanza, ³para que tengan efecto las importantes miras de llenar los
objetos del buen orden, tranquilidad y pública seguridad...´42.
El protagonista central de la tragedia que se temía en los círculos aristocráticos fue la
plebe, la que procedería a la µmatanza¶ de la µnobleza¶ santiaguina, ese reducido segmento de la
elite que debido a su condición de propietaria de solares en la ciudad, de su alcurnia benemérita
y de su ya probado interés por asumir µlas riendas¶ del gobierno, se había atrincherado en el
Cabildo de la ciudad. Cada paso dado por el gobernador y las autoridades monárquicas se
vinculaba con ese dramático final. Con motivo de la prisión de José Antonio Ovalle, José
Antonio Rojas y Bernardo Vera y Pintado, el Cabildo estimó necesario fundar su argumento a
favor de su liberación señalando que estos patricios eran hombres inspirados por ³su religión, su
nobleza y el amor a su patria, tienen intereses y familias para velar sobre el buen orden y
tranquilidad pública´43 . En una palabra, en medio de una situación volátil, los concejales
estipulaban que ellos estaban en condiciones de salvar al reino. ³Entonces fue cuando su Ilustre
Ayuntamiento y vecindario´, se manifestó en el Acta de instalación del primer Congreso
Nacional, ³reanimados con la memoria de sus leales progenitores y noble presentimiento del
vasallaje más feliz, sensibilizó la tierna efusión de sus afectos...la diversidad estaba solo en los
39
Talavera, I: 90.
40
Talavera: 317.
41
El Semanario Republicano, 7 de agosto de 1813: 10.
42
Acta del Cabildo de Santiago de 22 de abril de 1813, ACS: 215.
43
Representación del Cabildo de Santiago al gobernador García Carrasco, 28 de mayo de 1810.
medios, conviniendo todos en su incomparable importancia«´44. Talavera lo expresó con un
tono más crítico: ³El vecindario de Chile atropellando todas estas leyes, se reasume en sí una
facultad que no le corresponde«´45. Esta tarea no la eludió la aristocracia que se representaba a
sí misma como la encargada de vigilar el orden y la estabilidad en su condición, auto asignada,
de ser los beneméritos del reino. ³La lealtad de los habitantes de Chile´, señaló el consejo
municipal en un acta de septiembre de 1808, ³en nada degenera de la de sus padres, que a costa
de su heroica sangre, sacaron este país del estado de barbarie en que se hallaba, y uniéndolo al
imperio español lo civilizaron, poblaron e hicieron religioso«.´46 . En agosto de 1810, con
motivo del reconocimiento del Consejo de Regencia, el procurador del cabildo declaró
públicamente ³que cada uno de los regidores se veía constituido padre de la patria y que
reunidos todos tenían la potestad misma del pueblo´47. En esas circunstancias, ¿quién se
atrevería a disputarle a la µnobleza¶ el derecho que se asignaba para gobernar el reino,
excluyendo a las demás clases sociales?
Hubo voces disonantes, pero provenían del mismo círculo de beneméritos. El Cabildo
de Rancagua, a mediados de agosto de 1810, hizo sentir su voz de fidelidad al monarca,
mientras reclamaba contra la falta de representatividad ³de una corta parte del pueblo, que suele
tomar el nombre de vecindario por sus miras y fines particulares, muy distantes de la felicidad
pública«.´48 . De poco servían estas críticas, cuando desde diversos lugares del reino llegaban
comunicaciones de los cabildos locales reconociendo la legitimidad del acto realizado por los
ediles capitalinos49. En esos días, las minorías se sumaban a la audacia política del reducido
grupo de nobles que había logrado establecerse como el representante de la soberanía nacional.
Así, con motivo de la predica contra revolucionaria que llevó a cabo el fraile José María Romo,
los concejales le acusaron de haber tratado ³a este pueblo de tumultuoso e infiel. Allí atribuyó
especial y señaladamente esta grave nota a los patricios chilenos´50. Identificar los intereses de
la comunidad ±el pueblo- con los propios, y confundir a los lectores menos despabilados con el
uso indistinto de los vocablos fue, probablemente, uno de los mayores logros de su estrategia
política. Así lo demostraría la posterior evolución de los hechos. La tarea que asumió la
aristocracia benemérita fue una bestia bicéfala. Despojar del poder a los agentes del monarca y,
al mismo tiempo, aplacar cualquier conato revolucionario de la plebe. Como bien lo expresar
Irisarri, el movimiento se basaba en ³la necesidad que hay de refrenar por una parte la licencia
dañosa de los pueblos, y por otra quitar a los Gobiernos la facilidad de ejercer el despotismo´51.
Sin alejarnos demasiado de los eventos que tuvieron lugar en el edificio del Consulado
la mañana del 18 de septiembre de 1810, debemos enfrentar la pregunta más elemental: ¿cuáles
fueron los factores que provocaron la reflexión de los asambleístas sobre la potencialidad de una
crisis interna que podía sumir al país en la anarquía y la violencia? ¿Por qué, casi dos décadas
más tarde, el Procurador del Cabildo manifestó que la adhesión expresada al monarca fue
44
Acta de Instalación del Congreso nacional de Chile, 4 de julio de 1811, en Martínez, 1: 258.
45
Talavera, I: 92.
46
Acta del Cabildo de Santiago, 19 de septiembre de 1808.
47
Acta del cabildo de Santiago, 14 de agosto de 1810.
48
Acuerdo del cabildo de Rancagua, agosto de 1810, citado por Talavera, 41.
49
Sobre este punto, el profesor Cristián Guerrero Lira ha realizado un exhaustivo catastro de la reacción de los
Cabildos locales. Ver Cristián Guerrero Lira, ³Legitimidad, Legalidad y Representatividad en la composición de los
Primeros Gobiernos Nacionales, Chile 1810-1814´, Ponencia presentada en Seminario Las revoluciones americanas
y la Formación de los estados Nacionales (Santiago, 2010). Sobre los aspectos jurídicos del proceso, Jaime
Rodríguez E,., Revolución, Independencia y las nuevas naciones de América (Fundación MAPFRE Tavera, Madrid,
2005): 15 y ss.
50
Presentación del Cabildo contra el fraile José María Romo, Santiago, 31 de agosto de 1810, citado en Martínez:
82.
51
El Semanario Republicano, 25 de septiembre de 1815: 69.
solamente un ardid? ³Sin esa calidad´, señaló José Manuel Infante, ³habría sido irresistible la
oposición de pueblos connaturalizados con la servidumbre´52 . Reflejando esa inquietud, se hizo
llegar a la capital a las principales fuerzas militares de la región. El 18 de septiembre de 1810
Santiago parecía una ciudad bajo estado de sitio. Cientos de soldados de línea y milicianos de
los diferentes regimientos vigilaban los principales puntos de acceso de la capital. ³Todas las
calles de dicho Tribunal [del Consulado] , la puerta exterior, e interior, estaban con centinelas
dobles y he aquí el prospecto formidable de fuerzas con que se atimidó [sic] al honrado y fiel
pueblo de Santiago de Chile, y la razón porque la fuerza le vino a dar la ley´53. ¿Por qué se
suponía que la inmensa mayoría de los chilenos y chilenas no estaría dispuesta a soportar la
secesión del imperio? Quizás fue la misma suposición que, en su raíz, deslegitimó la asamblea
de septiembre: la incapacidad de quienes pretendían llevar a cabo la revolución de convocar a
un cuerpo más representativo de la Patria, incorporando activamente a la plebe en el proceso.
³Del pueblo materialmente tomado no debe tratarse´, alegó la Real Audiencia al revisar los
oficios en que el Cabildo convocó al pueblo de Santiago para el día 18 de septiembre, ³porque
sería un proceder infinito con la muchedumbre de habitantes de tantas clases, y nunca puede ser
éste el pueblo a quien corresponda en ningún tiempo reasumir derechos gubernativos´. Ese
pueblo, seguía el oficio, si fuese consultado por sujetos de ³probada imparcialidad´, de los votos
de la muchedumbre, ³es muy notable el exceso de los que están por la más santa, fiel y sagrada
causa de que no se haga novedad en nuestro Gobierno conservándose en todo su esplendor y
respeto las autoridades constituidas´54.
El desprecio hacia la plebe llevó al µvecindario noble¶ de la ciudad a cometer un grave
error al excluir a los representantes del bajo pueblo en su congreso; no solo reaccionó de un
modo autoritario y excluyente, sino que al mismo tiempo desconoció una tradición política que
por más de dos siglos fue escenificada en los parlamentos fronterizos, consistente en la
elaboración de un dialogo político entre los principales grupos sociales para asegurar la
gobernabilidad. La paz social durante dos centurias había descansado sobre el consenso, un
hecho de inmensa trascendencia política que no se debía ignorar. Al final, como señaló más
tarde un connotado intelectual patriota, quedó más que claro que ³la voz del pueblo no es la voz
de cuatro tertulianos que proyectan divertir sus pasiones con una escena de revolución´55 .
Agustín de Eyzaguirre, uno de los connotados alcaldes del Cabildo santiaguino, escribió en un
tono similar durante aquellos críticos días: ³En La Paz hubieron [sic] muchos desastres,
muertes, robos y últimamente los insurgentes saquearon la ciudad y huyeron, pero gracias a
Dios que ya hemos librado a nuestro continente de revoluciones´56. El fraile José María Romo
también se refirió a la arrogancia con que el patriciado llevaba a cabo sus movimientos: ³Ese
espíritu revolucionario y altanero que reina en muchos de nuestros amados chilenos que se creen
verdaderos patriotas, cuando no hacen más que desnudar el cuello de la patria para el
degüello´57. Y más adelante agregó: ³No os admiréis de que declamemos en los púlpitos contra
una desobediencia tan escandalosa, contra una soberbia tan luciferina y contra una ambición tan
funesta que solo degrada a nuestro Reino«.´58. Otro observador de la época, escribiendo casi
un año más tarde, puntualizó: ³La Junta tomó su exordio destronando con intrigas, tumultos y
violencias las autoridades legítimas constituidas por Fernando Séptimo; la Junta se abrogó la
suprema autoridad, se apoderó del Erario Público, impuso a todo el reino contribuciones,
52
El Valdiviano Federal, 11 de octubre de 1831, citado por Collier, Ideas y política: 85.
53
Talavera, I: 83.
54
Oficio del Fiscal de la Real Audiencia, 14 de septiembre de 1810, en Martínez 1: 95.
55
José Antonio Irisarri, El Semanario Republicano, 19 de febrero de 1814.
56
Agustín de Eyzaguirre a Bernardo Solar, Santiago, 19 de enero de 1810, en AEE: 231.
57
Texto del sermón del R. P. Fray José María Romo, pronunciado en la Iglesia de la Merced, 29 de agosto de 1810,
citado en Martínez: 82.
58
Id., p. 83.
levantó nuevos cuerpos de tropas con la excusa de defensa; y todo esto lo dispone y ordena a
nombre de Fernando Séptimo y para conservarle estos dominios«me dirán que esta hipocresía
se dirige a sorprender la sencillez y fidelidad de los pueblos amantes todavía y acostumbrados a
respetar y obedecer las órdenes y mandatos de nuestros reyes. Respondo que los pueblos y la
plebe, por ignorantes que sean, advierten y saben que la Junta persigue, aborrece y tienen
declarada la guerra al Rey y a la Nación´59. La hipocresía y la necedad, concluía el autor, luego
de achacar esos dos epítetos a la Junta de Gobierno, ³son dos vicios menos advertidos pero
criminales, viles, infames que la deben hacer más abominable´.
Antes de proseguir, es necesario señalar que, en aquellos tiempos, el uso de vocablos
como pueblo, país y popular tenían un significado diferente al actual. ³La locución µpueblo¶
remitía a la µplebe¶?´ se preguntó recientemente la historiadora Alejandra Araya 60. Sin entrar en
un análisis filológico de los vocablos, por el momento, alertamos al lector sobre el verdadero
significado de esta y las demás categorías pues su uso indiscriminado por los contemporáneos
distorsiona la lectura de las fuentes. En esta obra, para referirnos al bajo pueblo, vale decir, para
reconstituir la historia de la inmensa mayoría de la población del reino, se utiliza
preferentemente el concepto de plebe. Barros Arana, por el contrario, utiliza el vocablo pueblo
para referirse a la elite, distinguiendo al pueblo de la plebe. Así, en más de algún punto de su
obra describe, por ejemplo, ³la injerencia que el elemento popular, representado por los
cabildos, pretendía tener en la dirección de la cosa pública´. En una palabra, términos como
³elemento popular´, son usados por Barros Arana como sinónimo de aristocracia, nobleza o
patriciado. ³El Cabildo de Santiago´, señala en otra parte al describir la actuación de la
institución durante los últimos meses del gobierno de García Carrasco, ³pasó entonces a ser el
representante fiel y caracterizado de la oposición popular«.´. El uso restringido del concepto
popular nos enfrenta al problema de fondo de la historiografía tradicional que no es otra cosa
que la omisión total de la plebe de sus páginas. El bajo pueblo no existió para los historiadores
republicanos del siglo XIX y, mucho menos, para sus herederos del siglo XX.
Los historiadores han señalado que el movimiento de 1810 obedeció a la invasión
napoleónica, factor principal en el desencadenamiento de los acontecimientos que llevaron a la
secesión. Miguel Luis Amunátegui, uno de los historiadores más versados en estos asuntos,
manifestó : ³Los vecinos más notables de esta ciudad, vistas las críticas circunstancias porque
atravesaba la monarquía, se reunieron para nombrar, siguiendo el ejemplo de las provincias de
España, una junta provisional que gobernase el reino, mientras recobraba su trono el legítimo y
amado soberano.....´ 61 . Barros Arana también argumentó, en un críptico párrafo de su obra,
sobre la naturaleza doméstica de los eventos que llevaron a la revolución. Comentando las
sospechas que alimentaba en su pecho el jefe de escuadra Joaquín Molina, enviado desde
España para hacerse cargo del gobierno de Quito, el historiador liberal comentó: ³El inexperto
observador no comprendía que la revolución que se iniciaba tenía su origen propio y
fundamental, que nada podría contener su estallido y su desenvolvimiento«..´62. La crisis
constitucional que se desató a través de España y su Imperio debido a la invasión de Napoleón y
a la prisión de Fernando VII fue un hecho de radical importancia en la forma como se
desenvolvieron los eventos, pero corresponde preguntarnos: ¿Es posible creer que hechos que
ocurrían a una distancia tan considerable, de los cuales se tenía pocas noticia y cuyo impacto en
la vida cotidiana del reino era insignificante, podían provocar la situación de desgobierno que
describieron los autores del primer documento oficial de la nueva patria? En realidad, a pesar
de su entusiasmo revolucionario, ni siquiera los redactores del acta de instalación del primer
gobierno nacional se atrevieron a ir tan lejos. Como se encargaron de destacar, la inquietud, el
59
Martínez, 1: 215.
60
Alejandra Araya, Imaginario político e impresos modernos: de la plebe al pueblo en proclamas, panfletos y
folletos. Chile 1812-1823 (Manuscrito, 2009) facilitado por la autora.
61
Miguel Luis Amunátegui, Los precursores de la Independencia de Chile (Santiago, 3 Vols., ), Vol. 3: 521.
62
Barros Arana, VIII: 75
desorden y la intranquilidad se producían en medio de las infaustas noticias que llegaban desde
Europa y no a causa de lo que ocurría en la península. En otras palabras, el diagnóstico
mostraba, de una parte, la anarquía doméstica y, de otra, la crisis constitucional imperial. Eran
hechos de naturaleza diferente que se manifestaban de modo contemporáneo. La ligazón entre
ambos no era más que de simultaneidad, no de causalidad, como lo han pretendido hacer ver los
historiadores tradicionales.
Sin embargo, si no fueron los factores externos los que perturbaron notablemente el
orden público en el reino de Chile, ¿cuáles fueron las causas de la crisis de gobernabilidad?
¿Qué proceso subterráneo se venía produciendo en el país que provocó tanta alarma en la elite,
al punto de llevarla a tomar el paso revolucionario de auto-convocarse al Cabildo Abierto y
tomar el camino del quiebre constitucional? Es un hecho universalmente aceptado que la
revolución que tuvo lugar en Chile en 1810 estuvo dirigida a instalar a la minoría aristocrática
en el poder. Parafraseando a Julio Alemparte, el Cabildo Abierto de 1810 representó la fusión
definitiva de la soberanía con el poder. ³En Castilla estaba el cetro ±escribió- la potestad
oficial, la ordenación jurídica; pero la auténtica soberanía que es la que surge del dominio
efectivo de las tierras y de la masa de habitantes, estaba en manos de los señores´63. Si bien los
terratenientes, empresarios mineros y comerciantes ya controlaban gran parte del poder
económico, aún restaba capturar la administración del país para eliminar la burocracia colonial
dirigida desde España y asumir, de ese modo, el control del país. ³Aquéllos decían que si la
España se perdía´, reportaba Agustín Eyzaguirre dando cuenta de los sucesos que sacudían a
Santiago en septiembre de 1810, ³caducaban ya todas las autoridades y entrábamos en anarquía;
de esto resultaba que el más atrevido o poderoso podía hacerse un déspota del reino y sacrificar
a los vecinos honrados a su ambición´64. En otras palabras, se trataba de tomar cuanto antes el
gobierno para impedir que otros se apoderaran del poder. Esta interpretación también fue
suscrita por Meza Villalobos, quien agregó que el movimiento juntista de septiembre fue
llevado a cabo por la nobleza, la cual ³temió la pérdida de su preponderancia política y de
cuanto ella significaba, especialmente en la situación en que entonces estaba la monarquía´ 65 .
Este paso, por cierto, era el último que debían dar los patricios para capturar el poder total,
después de varias décadas de progreso en esa dirección. ³Usando en las corporaciones el
derecho a elegir o solicitando el cumplimiento de leyes que la beneficiaban´, escribió Meza, ³la
nobleza dominaba en la administración municipal, en la iglesia y ocupaba cargos en la
administración real´66.
Se sabe que el poder no es nada si no se ejerce contra otro. ¿Contra quién lo ejercería el
patriciado chileno? La respuesta a esta pregunta es crucial y solamente podemos visualizar dos
alternativas: contra los enemigos externos ±representados principalmente por los franceses o los
seguidores de Carlota Joaquina- o bien contra el enemigo doméstico constituido por la plebe.
Contra los primeros debía enviarse una escuadra contundente o, por lo menos, unir fuerzas con
las demás provincias de América para ir en socorro de la Madre Patria o evitar la influencia
portuguesa en las antiguas dependencias coloniales de España. Contra la plebe, que tenía una
presencia mucho más tangible y directa en estos episodios, se debían armar nuevos regimientos,
reforzar las guarniciones y proceder a dar el paso crucial de declarar la guerra interna a través
del disciplinamiento social, el control de los cuerpos y la domesticación del espíritu insumiso
del bajo pueblo. Por supuesto, como se desprende de la evidencia, fue la segunda opción la que
se apoderó del escenario. Nunca más, desde septiembre de 1810, se pensó en hacer algo que
ayudase a libertar al µamado monarca¶, sino que se procedió a luchar con todos los medios
contra la plebe.
63
Julio Alemparte, El Cabildo en Chile Colonial (Santiago, 1940): 99.
64
Agustín de Eyzaguirre a Manuel Romero, Santiago, 30 de septiembre de 1810, AEE: 234.
65
Néstor Meza Villalobos, La consciencia política chilena durante la monarquía (Instituto de Investigaciones
Histórico Culturales, Santiago, 1957): 306.
66
Id., 250.
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