La Palabra de Dios ha de llegar al mundo entero, sin limitación alguna. Y en este cometido todos estamos llamados a colaborar (Is 66,20). Dios nos educa y ayuda a través de cuanto sucede, como nos dice la carta a los Hebreos (Hb 12,7). Porque es voluntad del Padre que los hombres y mujeres se salven, pero en libertad y con esfuerzo, pasando por la puerta estrecha, que es el único camino que conduce a la vida (Lc 13,24). Señor, ya sé que no me preguntas si soy de África, de América, de Asia o de Europa. Sé que siempre me abres las puertas de tu casa, de tu corazón de Padre; pero estoy necesitado de fuerzas, de esperanza, de ilusiones para caminar sin cansarme hacia ese reino que hago posible con mis palabras, con mis gestos, con mis obras. Señor, en el camino por donde avanzo, quiero estar dispuesto a hacer el bien, aventurarme superando la dejadez que me acobarda, seguirte sin quedarme en mí mismo. Necesito, Señor, vivir en tu presencia para que la soledad no me atrape. Necesito de tu Palabra que estimula y anima, porque si no vivo contigo buscaré las puertas espaciosas que me han conducido a la infelicidad y al desencanto. Sé, Señor, que aún estoy a tiempo de elegir la puerta que conduce a tu casa, de abrir la puerta que lleva a la felicidad auténtica, de empujar la puerta que me abre a la eternidad, de contemplar, entreabriendo la puerta de mi vida, al Dios que me ama desde siempre y que desde siempre me está esperando. Señor, ayúdame a hacer posible tu Reino entre nosotros. Ese reino que construyo con mis palabras, con mis gestos, con mis obras. Y por favor, mi Dios, no me cierres las puertas de tu casa, las puertas de tu Reino.