EN LA NUEVA GRANADA, ¿CÓMO PIROPEABAN LOS HOMBRES A LAS MUJERES PARA CONQUISTARLAS? GRUPO DE INVESTIGACIÓN Grado 10 JUDITH BOLAÑO SHERLEY DIAZGRANADOS LUISA FREITE DÍAZ LAURA POLO DANIELA RAMOS ÁNGELA RUEDA JULIANA TOBÓN JARAMILLO DAYANIS TORRES HELDA VELÁSQUEZ CABRERA DOCENTE ACOMPAÑANTE SANDRA BENDEK CEVERICHE IED ESCUELA NORMAL SUPERIOR MARIA AUXILIADORA SANTA MARTA D.T.C.H. 2010 Responde a la pregunta 171: “En la Nueva Granada, ¿cómo piropeaban los hombres a las mujeres para conquistarlas?” (Aníbal Badel Bocanegra Castro, Grado 6, El Copey, Cesar). 1 MÉTODOS DE CONQUISTA UTILIZADOS POR LOS HOMBRES PARA ENAMORAR A LAS MUJERES EN LA ÉPOCA DE LA COLONIA INTRODUCCIÓN El trabajo del investigador histórico se parece a la imagen del grano de trigo que necesita estar debajo de la tierra en silencio por mucho tiempo, antes de que sus brotes salgan a la luz. Hna. Grazia Loparco Inspiradas en la reflexión anterior, iniciamos el siguiente texto que hemos preparado para argumentar las respuestas a la pregunta que escogimos para participar: en la Nueva Granada, ¿cómo piropeaban los hombres a las mujeres para conquistarlas? Este trabajo es el resultado de la experiencia investigativa que vivimos, que nos permitió aprender que la reflexión y la paciencia son elementos necesarios para construir respuestas en la vida. Inicialmente, enumeramos los puntos que nos permitieron avanzar en el desarrollo de la investigación: en primer lugar, consideramos las características de la sociedad colonial, en especial el papel de la Iglesia y la Corona en el proceso de mestizaje; y analizamos las relaciones entre las distintas etnias. Ahora bien, habiendo planteado este escenario de estudio, hemos pensado en los piropos como uno de los elementos propios de las interacciones en la vida cotidiana de la Colonia. Y así, después, establecer cómo hacen su aparición los piropos tal y como los conocemos hoy día. Sabemos que “en el ámbito urbano colonial se desarrollan estilos de vida propios de cada grupo social” (Rodríguez, 2007, p. 235), lo que nos lleva a pensar en algunas características de situaciones cotidianas propias de cada uno de estos grupos, que hicieron posible que se crearan condiciones que, con el paso del tiempo, permitirían cambios en la manera de conformar las familias. Creemos que si partimos del análisis de situaciones cotidianas como las relaciones interétnicas, los amores y desamores —que eran la fase inicial de lo que podría o no consumarse en matrimonios, considerados éstos como una de las dos opciones de vida deseables para las mujeres en la sociedad colonial, la otra era el convento— es posible identificar a los piropos como método de conquista que emplearon los hombres para enamorar a las mujeres. 2 OBJETIVO Identificar los métodos de conquista que utilizaban los hombres para enamorar a las mujeres, durante la época de la Colonia. PREGUNTA PROBLEMA. EN LA NUEVA GRANADA, ¿CÓMO PIROPEABAN LOS HOMBRES A LAS MUJERES PARA CONQUISTARLAS? SUBPREGUNTAS ¿Cuáles eran las características de los piropos en la época de la Colonia? ¿Cómo han cambiado las formas de conquista hacia las mujeres? HIPÓTESIS Se trata de demostrar que en condiciones sociales restringidas, como las de la sociedad colonial, los seres humanos fortalecen su imaginación y creatividad para utilizar los piropos, aprovechando las pocas oportunidades que se les presentaban; y de qué manera este método de conquista fue adquiriendo una fuerza especial para reconfigurar los cambios en las relaciones de conquista entre los hombres y las mujeres hasta nuestros días. SIGUIENDO LAS HUELLAS DE LOS PIROPOS La Colonia es la época a la que hemos dedicado nuestro interés en esta investigación; comprendida entre 1550 y 1810, cuando se inicia el proceso de independencia. Llamaremos Sociedad colonial al conjunto de personas que habitaron las colonias. La población latinoamericana durante la época colonial fue inicialmente el resultado de la interacción de dos mundos: el indígena y el español. Posteriormente se integró a ella la comunidad negra traída para el trabajo en los ingenios azucareros, la explotación minera y los procesos artesanales. A los hijos de los españoles nacidos en América se les llamó criollos. De la mezcla de estos tres grandes grupos, surgieron otras denominaciones, como mestizos, hijos de españoles e indios; castizos, hijos de españoles y mestizos; mulatos, hijos de españoles y negros, y zambos, hijos de indios y negros. Es claro que la raza durante el período colonial, dio lugar a la existencia de las jerarquías sociales, es decir, el color de la piel influyó en la conformación de los grupos sociales. Así, se dio mayor importancia a quienes eran de raza blanca, menores privilegios a las personas indígenas y se esclavizó a la población negra (Bonett & Ladino, 2002, p. 129). 3 Por otra parte, la civilización que los españoles implantaron en el nuevo mundo tuvo un carácter acentuadamente urbano. […] La ciudad fue el lugar privilegiado donde los diferentes grupos raciales, ocupacionales y sociales se encontraron, influyeron unos sobre otros y se fundieron. Las procesiones públicas, en la que cada uno ocupaba su lugar y vestía el traje que le correspondía a su rol, eran un rasgo distintivo de la sociedad colonial. En la dinámica social urbana las élites locales de comerciantes, hacendados y mineros entraban en contacto con artesanos, mendigos y vagos. También los españoles se relacionaban y confrontaban con indígenas, negros y castas. En las ciudades ningún grupo podía pretender vivir aisladamente” (Rodríguez, 2007, pp. 234-235). Sin embargo […] la sociedad colonial consideraba a la mujer como un ser frágil, indefenso y falto de voluntad. Padres y hermanos velaban por su debilidad. Otro aspecto en el que se le consideraba inferior, era en el control de su sexualidad. […] La consideración de la mujer como un ser débil forjó un sentimiento de responsabilidad y obligación de los hombres para con sus hembras. De hecho la ley lo disponía así. Particularmente los padres de todas las condiciones reconocían que esa era una de sus funciones, así cuando entablaban una demanda contra los seductores de sus hijas, siempre se preocupaban por indicar que ésta vivía recogida, “sugeta”, es decir bajo su dominio (Rodríguez, 1991, p. 54). Pero además, “también se les consideraba malvadas e inclinadas al pecado desde nuestra madre Eva, y por eso también era necesario vigilarlas” (Segura, 1995, p. 57) Por tanto, era menester que la mujer asumiera una actitud de recogimiento en su casa: devota, hogareña, y aislada de toda actividad pública. Esto se cumplió parcialmente entre las clases altas porque en ausencia de sus maridos y en estado de viudez, las mujeres se ocupaban de la administración de haciendas y otros bienes, lo que les permitían interactuar en otros escenarios. En cambio, para las mujeres casadas, el temor de los matrimonios forzados debió acompañarlas por el resto de sus vidas, sin más remedio que soportar una unión sin amor. Las jóvenes doncellas respondían más al ideal señalado; recluidas en la casa, eran preparadas por las mujeres mayores para sus vidas de casadas, y en las escasas salidas eran acompañadas por la inevitable chaperona, mestiza o mulata. Las mujeres de las clases bajas seguirían con dificultad las recomendaciones relacionadas con el recogimiento, pues por circunstancias económicas, estaban obligadas a trabajar fuera del hogar. Tenían puestos en los mercados y vendían casi todo, desde alimentos hasta trajes usados. Trabajaban como criadas, nodrizas, costureras, […] ayudando de esta manera, al 4 sostenimiento de ellas mismas y de su familia y estos servicios las convertían en un elemento indispensable en la sociedad local. Estos oficios determinaban que su presencia en las calles y plazas fueran un hecho cotidiano. Hacían parte del paisaje urbano. En el campo recorrían los caminos en busca de leña o agua, libertad que no en pocas ocasiones alimentaba la duda sobre su reputación (Rodríguez, 2007, p. 241). En las clases bajas las jóvenes gozaban de otro “privilegio” y era la posibilidad de elegir su pareja porque no existían presiones de tipo económico, esto garantizaba además que estas uniones fueran mucho más libres, lo que podría incluir que se dieran por amor. De las circunstancias descritas anteriormente, se deduce que a pesar de las restricciones, la mujer de las clases sencillas estuvo expuesta, debido a situaciones relacionadas con los oficios que realizaba, a pasar momentos caminando, sola o en grupos, por las calles , por avenidas, por los caminos y atendiendo en puestos de mercado. Esto hizo más probable el hecho de ser objeto de piropos, coqueteos, miradas furtivas, comentarios referidos a la belleza femenina, además de estar expuestas a propuestas que podrían considerarse indecorosas, etc. También es preciso considerar que esta situación de las mujeres era reafirmada desde la educación que en esa época era manejada por la familia, atendiendo los preceptos de la Iglesia: La educación de las mujeres fue bastante rígida, pues incluso hasta el comer se les restringía. Se les enseñaba a mortificar los sentidos para combatir la sensualidad, a comportarse como sordas, ciegas o mudas frente a la música que no era eclesiástica, o frente a conversaciones no propias de su condición. El discurso que daban las madres a las hijas indicaba que sólo con la obediencia y el estricto seguimiento de los consejos podrían llegar a ser mujeres virtuosas, aptas para el matrimonio. La educación comprendía lo que era preparación para representar a la señora de su casa, esposa y madre, lo cual se denominaba <<regir la casa>> caro que se le establece en el modelo oficial desde el canon de la Iglesia y el Estado, el cual visualiza una mujer consciente del papel que le ha sido asignado (Bermúdez, 2009, p. 46). La Iglesia, por su parte, actuando de acuerdo a los fines políticos de la Corona, participaba en la vida civil de las colonias y su accionar se ve plasmado en la vida colonial, pues su influencia abarca desde el adoctrinamiento de los feligreses en el púlpito de las iglesias, hasta el papel de confesora de cabecera y consejera de las decisiones de la vida social y familiar de las personas. Intervenía en temas tan importantes como la escogencia de pretendientes, personas con quienes se podrían relacionar los hijos e hijas, las características de dichas relaciones, censura de la literatura y de las producciones a las que podrían tener acceso los jóvenes y otros aspectos de la vida cultural en la Colonia. En lo educativo, el dominio de la Iglesia podría considerarse absoluto: “[…] funda, rige y orienta 5 los establecimientos educativos, decide acerca del método y del plan de estudios…Todos los centros de enseñanza de la Nueva Granada, desde las escuelas de gramática hasta las universidades, estuvieron a cargo de eclesiásticos entre quienes correspondió el monopolio a dominicos y jesuitas” (Cristina, 1984, p. 511) Además, esto se complementó con unas acciones que acompañaban la idea segregacionista de la Corona, que defendió a toda costa las uniones entre blancos, viendo como una amenaza para sus intereses el proceso de mestizaje, que avanzaba por muchas razones, así se considerara como una ofensa al Estado y a la sociedad. El matrimonio se “arreglaba” entre los padres de los futuros esposos. La joven debía aceptar al futuro esposo que sus padres eligieran, de acuerdo a intereses económicos de su familia, pero el hombre sí tenía libertad de escogencia. Otro aspecto a considerar en el arreglo era la dote de la hija, representada en bienes materiales como dinero, casas, tierras, ganados o esclavos, que podía variar de una familia a otra. Los mismos miembros de las familias, adineradas sobre todo, asumían la vigilancia de las jóvenes a fin de no “adelantar coqueteos”. Para el propósito de este proyecto, resulta significativo el hecho de que en la literatura histórica consultada no aparezca la palabra ‘piropos’, no obstante, la expresión ‘adelantar coqueteos’ conlleva una connotación de conquista o seducción, aunque no se describe el suceso ampliamente. A pesar de estos arreglos, en las familias “el matrimonio colonial tenia solidez y, normalmente, sólo la muerte separaba a los esposos. Aunque no es fácil discernir el tipo de sentimientos que forjaban los matrimonios en el curso de los años, los testimonios existentes sugieren que existía gratitud, compañerismo, afecto y, aun cierto amor; no amor pasional o cortés, sí un amor filial” (Rodríguez, 2007, p. 240). Es necesario, además, considerar en estas uniones acordadas por la familia, cuál sería el grado de frustración entre las jóvenes que aspiraban a casarse, al no poderlo hacer con alguien de diferente clase y raza, sintiéndose atraídas por ellos. Las anteriores generalidades de la sociedad colonial podrían estar presentes en las distintas etnias, aunque predominan entre las de las clases altas. Es preciso entonces, realizar un breve análisis de cómo se vivieron las relaciones de sociabilización entre las otras clases sociales. Esto, con el fin de descubrir las circunstancias que pudieron promover situaciones con intenciones de conquista entre sus miembros, pues la idea de esta investigación es identificar los métodos de conquista durante la colonia referidos al piropo como elemento utilizado por el hombre para conquistar a las mujeres. Para esto es preciso hablar un poco de las características del piropo y su aparición en la historia de las conquistas de los hombres. La idea de conquistar a las mujeres es muy remota. Para nuestro caso, lo quisimos ilustrar con un ejemplo muy antiguo de la época prehispánica, encontrado en un escrito de Orlando Restrepo, que permite inferir la concepción del hombre sobre de la mujer y la relación con ella, en una escena de violencia hacia la mujer indígena donde “Michele de Cúneo, italiano 6 que viaja con Colón, narra la forma como los españoles se apoderan de mujeres indígenas en Guadalupe […] También hace una somera descripción de los sistemas de ‘Conquista’: Como yo estaba en el batel, apresé a una caníbal hermosísima y el Señor Almirante me la regaló. Yo la tenía en mi camarote y, como según su costumbre estaba desnuda, me vinieron deseo de solazarme con ella. Cuando quise poner en ejecución mi deseo con ella se opuso y me atacó de tal forma con las uñas que no hubiera querido haber empezado. Pero así las cosas, para contaros todo de una vez, tomé una soga y la azoté de tal manera que lanzó gritos inauditos como no podríais creerlo. Finalmente nos pusimos de tal forma de acuerdo que baste con deciros que realmente parecía entrenada en una escuela de rameras (citado en Restrepo, 1995, p. 26) Considerando lo que sucede en la escena descrita en el párrafo anterior, se deduce que “para el hombre, la mujer primero fue una presa que se cazaba como un botín” de guerra, “después la presa se torna premio y a partir de ese momento comienzan los juegos cortesanos” (“Los piropos españoles, 2006). Aunque esta escena carece de piropos, tal y como los conocemos hoy, si se ponen en consideración las apreciaciones de Joaquín Latorre, citado por Natálie Venclovská, en su trabajo “Los piropos españoles”: “[…] con el piropo desnudamos muchas veces una tensión interna muy fuerte o una represión inconsciente, con lo cual quedamos un poco reflejados. En este sentido, el piropo es la válvula de escape de la sexualidad reprimida en muchos de nosotros” (2006). Recordemos que cuando los conquistadores llegaron a estas tierras permanecieron mucho tiempo sin sus mujeres y que para ellos, la figura femenina debía encarnar la debilidad y la sumisión a la que estaban acostumbrados en su lugar de origen. Por tanto, en su encuentro con las indígenas, procedieron con el desenfreno descrito. Para Natálie Venclovská […] el piropo es la parte inicial de la noviería […] puede ser algo más que una frase ingeniosa. A menudo también es un gesto […]. Alabando rasgos o los atributos de la mujer, el varón intenta traspasar las fronteras de la privacidad de la mujer que pasa por la calle y en él está implícito el deseo de poseerla en ese mismo instante. Aunque al final quede todo el esfuerzo en vano. […] Es expresión de algo bello, de un sentimiento. A veces también puede ser humorístico. El piropo es normalmente improvisado, ocasional, una costumbre oral y popular. Es el primer paso que hace un hombre o una mujer para demostrar que nos gusta. […] Pero para que el piropo sea considerado como tal tiene que cumplir las siguientes características: tiene que ser público, bonito en el fondo y en la forma, ingenioso, fragmentario y oportuno (2006). En esta aclaración del significado del piropo, y tomando en consideración las condiciones para que los jóvenes estuvieran en contacto para socializar, los hombres que se motivaban a 7 conquistar a las mujeres necesitaban cierta dosis de creatividad, perseverancia e ingenio para poder burlar la estricta vigilancia de la cual eran objeto las mujeres de la época. Quizá esto debió hacerlo más interesante y altamente estimulante, sobretodo, porque era necesario aprovechar eficientemente el poco tiempo del que podrían disponer para ver a la persona deseada. Lo que equivale a decir que no siempre el piropo debió contar con la condición de ser público, como lo sugiere la autora que tenemos citamos anteriormente, porque tal vez la chaperona podría escucharlo o intuirlo en los gestos y coqueteos entre los pretendientes. Ante la imposibilidad de verse con frecuencia, los pretendientes también tenían por costumbre enviarle a las mujeres pequeños presentes con sus sirvientes con el fin de hacerles saber de sus sentimientos. También mandaban recados asociados al presente enviado para vencer la desconfianza de la pretendida. Esto sugiere, como lo expresa Pablo Rodríguez “que a fines del siglo XVIII creció la independencia de los hijos y nació un tipo de amor romántico” (Rodríguez, 1991, p. 24), debido a que los padres pudieron haber perdido poder para la escogencia de parejas de sus hijos. Así que lo que comenzó a pasar fue que los jóvenes que se comprometían en matrimonio lo hacían en secreto, y después, cuando hubieran tomado la decisión de casarse se lo comunicaban a sus familias. Es probable que hayamos oído hablar de esta costumbre a muchos de nuestros padres a quienes les tocó tener ‘amores prohibidos’. En las clases sociales más bajas podrían presentarse casos de mayor permisividad para encontrar el lugar apropiado para intercambiar afectos y caricias, debido a los oficios desempeñados por las mujeres. Pero a pesar de estas posibilidades, sucedía que aunque los pretendientes soñaran con consolidar su amor a través del matrimonio, tarde o temprano, debían enfrentar los cuestionamientos que conllevan las diferencias de clases o etnias, corriendo el riesgo de perder sus dotes o que se les impidiera el matrimonio. Si alguien de las clases de un nivel inferior se atrevía a fijar los ojos en una joven de la élite blanca, sería severamente castigado. El hecho de tener este espacio de libertad o permisividad les permitía a estas jóvenes estar transitando caminos debido a la lejanía de las viviendas campesinas, aunque también podría ser utilizado con inteligencia y astucia por algunos hombres para conquistarlas. Desafortunadamente, en muchos casos, mediante métodos violentos y arbitrarios, que han continuado ocurriendo a lo largo de la historia y que sobreviven muchísimos años después de la Colonia como se narra a continuación por Pablo Rodríguez: …Gertrudis Jaramillo de 16 años contaba la forma como había ocurrido su estupro: “que por tiempo de dos meses la estuvo solicitando aguardando a que saliese de su casa pa hablarle y que un dia que yba de la casa de su padre pa la roza le salió al camino Sebastián Urbano de Espinosa y le dijo que si no concedía con su gusto le abria de dar puñaladas y que si consedía se casaria y que aterrorisada y asegurada de la palabra que le dio de casamiento se entregó al dicho Sebastián Urbano quien le quitó la virginidad en el dicho camino, debaxo de un árbol de cañafistol, y que después continuó al verse con la 8 susodicha gosándola a su boluntad de que a resultado el estar preñada […] que con un mulato llamado Simón le enviaba recados llamandola para que saliese a los montes a berse con el” (p. 69). Otras conquistas se daban al interior de las mismas viviendas de las familias. A fuerza de visitas, dichos caballeros, por razones del cargo que desempeñaban, iban tomando confianza, se convertían en personas cercanas, con las que las jóvenes llegaban a ilusionarse causando desagrado a sus padres cuando no compartían esas uniones y sentían defraudada su confianza: El joven Vallejo, oriundo de Quito, llegó a la villa de la Candelaria de Medellín seis meses antes, donde obtuvo el cargo de receptor de Alcabalas. Desde que llegó fue apreciado por la sociedad local y los Abad del Valle. Estos, en particular, lo acogieron en su casa y lo trataron con intimidad. Sin embargo, poco tiempo después, cuando don Antonio Abad advirtió que la amistad de Joaquín por su hija María Josefa se tornaba en coqueteo, y que ésta le atendía sus galanterías, la reprendió agriamente y le prohibió los encuentros. (Rodríguez, 1990). En el curso del proceso a que dio lugar la oposición del padre, Vallejo recordó su intimidad con los Abad del Valle: Visitaba esta casa diaria y nocturnamente viviendo en esta satisfacción, y más cuando experimentaba que el mismo cariño se me dispensaba por la señora su esposa, con quien por vía de una honesta diversión empleábamos la tertulia en bailes del que llaman minué y el cantar canciones que también llaman boleros, y a la señorita su hija según hago reminiscencia llegué a cortarle el pelo como dicen al bolero y a apañarla para que pudiese asistir con la decencia correspondiente a cierta fiesta pública que se presentaba en este lugar, como tiempo de fiestas, no teniendo embarazo para hacer tal cual regalo así a una como a otra señora con el objeto de contraer matrimonio con la niña (Rodríguez, 1990). En otros casos, por razones de proximidad debido a relaciones de trabajo también se ganaba la confianza de las personas a su alrededor, y se daban las condiciones propicias para la conquista amorosa: “Es más, por asuntos de trabajo, en algunas ocasiones los Piedrahita les daban posada. Fue en ese ambiente en el que Lorenzo reparó en Isabel. Le mostró afición, la festexo y enamoró y la dicha le correspondió” (Rodríguez, 1991, p. 44). El proceso de mestizaje entre negros, indígenas y blancos fue intenso, a pesar de la estratificación de los grupos sociales y de la legislación de la Corona para evitar la convivencia de los negros con los indios y españoles. Había leyes que lo prohibían y por eso, para su cumplimiento, se hacían divisiones de los grupos raciales cuando convivían en un mismo contexto. Sin embargo, aun existiendo las diferencias, los seres humanos no 9 logran escapar de ciertas “necesidades de orden natural” (Gallego, 2002, p. 10) Algo similar ocurrió en el caso de las relaciones entre negros e indígenas porque “se cree que fue la poca cantidad de mujeres negras en las zonas rurales, lo que llevaría a negros e indios a participar de un intenso proceso de mestizaje cuya consecuencia inmediata fue el número nada despreciable de zambos que poblaban esta provincia desde comienzos del siglo XVII” (Solano citado en Gallego, p. 10). De todas formas, este proceso ocurre dadas unas condiciones en las que se imponía la voluntad del amo porque las esclavas que trabajaban en las casas eran forzadas sexualmente por ellos y si las relaciones eran entre esclavos, también dependía de que el amo lo permitiera. Esta actitud de imposición de los amos sobre la conformación de las parejas entre negros da cuenta de la poca importancia que se le dio a la libre expresión de sus sentimientos, sus gustos y por ende, formas de cortejo espontáneas, sencillas y propias de su cultura. Desconociendo códigos basados en una riqueza gestual, desprovista de las elegancias a las que se acostumbraban en la élite española. Aun cuando en el ambiente laboral las restricciones para sociabilizar estaban limitadas había ocasiones festivas donde se perdían estos límites como lo narra Yoer Castaño Pareja: En el juego y las actividades festivas que se llevaban a cabo en diferentes parajes del espacio neogranadino las castas se mezclaban, y la rígida jerarquización y diferenciación entre los miembros de esta sociedad, que se concebía en términos del organicismo, se diluía. Blancos y negros asistían por igual a las comedias que se celebraban en la plaza de la población, a las faenas taurinas, competían entre sí en las carreras de caballos los días de San Juan y de San Pedro, o se sentaban a la mesa como iguales para jugar naipes, cacho primero, cantarilla, boliche y maiznegro. (Castaño, 2005, p. 115) Pablo Rodríguez describe una situación similar, que permite apreciar otras posibilidades para la conquista, y hace su aparición una expresión que consideramos un piropo dadas sus características Bailes, fandangos, serenatas o la taberna eran los lugares propicios para el cortezo o la confesión de una pasión. En la taberna de Salvadora Cano, Jesusa Gonzales y Juan Ortiz estuvieron tomándose unos aguardientes, luego que Jesusa marchó a su casa, manifestó a los parroquianos “que quería a esa negra más que a su vida, que esa mujer lo tenía loco” (1991, p. 84). El ámbito social también es el espacio de las confidencias, casi de amistad entre la esclava y su ama, un espacio de situación vital para el enamoramiento porque se hizo necesario valerse de terceros para tener información del enamorado. En esto, la lealtad de las esclavas y esclavos les permitía hacer favores, a veces al extremo del sacrificio, como llevar recados y correspondencia para sus amas. 10 Así, en espacios como los anteriormente descritos, movidos por esa necesidad natural y espontánea del ser humano de comunicarse y comunicar sus sentimientos, emergen formas muy naturales de expresión. Muchos escritores por ejemplo, encuentran en la naturaleza una fuente de inspiración para la literatura por su sencillez; toman la vida y la vuelven lenguaje. Así mismo ocurre con los piropos: allí donde va encontrando su espacio no sólo físico, sino también literario, él hace su aparición. De tal forma que, producto de la lectura de algunos textos literarios como El Alférez Real y Leyendas históricas, hemos considerado ilustrar, a manera de modelo, algunos piropos tomados de algunas escenas descritas en ambos textos que corresponden a representaciones de la vida colonial y años posteriores a ella. Estos piropos habían sido conservadas desde las costumbres y la tradición oral, y los autores los inmortalizaron en sus páginas. El Alférez Real es una novela que se ocupa de narrar detalles de las situaciones de enamoramiento de dos jóvenes de clases sociales distintas. En ella se encuentran frases y expresiones que son utilizadas para declarar el amor o describen y exaltan las cualidades de la persona amada de manera respetuosa, poética y con cierto grado de estoicismo. Como por ejemplo en la declaración de Daniel a Inés […] me conformo con amarla en silencio, con seguirla con mis ojos, aunque jamás deba alcanzarla como la maravilla sigue al sol […] no se enfade porque yo la considere el norte de mis pensamientos, el encanto de mi vida, la luz de mi alma, ¡Oh, la amo tanto! ¿Quiere usted que viva? ¡Déjeme que la ame! ¿Quiere usted que no la ame? ¡Déjeme que muera! […] ¿es verdad que usted, la más hermosa de las mujeres se ha dignado volver sus ojos hacia mí? (Palacios, 1886, p. 93). Es de considerar que los piropos en esta novela no aparecen como una frase que se repita indiscriminadamente en distintas situaciones, sino que quien los emite, actúa dependiendo de su grado de educación y de manera original, oportuna y discreta. Como le ocurre a Daniel con Inés cuando va a elogiar sus palabras, aprovecha y se expresa de igual forma de su boca: “¡Bien haya la linda boca que tales cosas me dice!” (p. 105). O cuando el mismo Daniel, quien pretendía en silencio a la niña Inés, reconoce de ella: “Es lo que yo digo, una joven como esa está llamada a ser la felicidad del hidalgo español más noble y más encopetado” (p. 73). Las fiestas también fueron los espacios en los que se podían expresar elogios y piropos a las jóvenes hermosas, aun cuando no pertenecieran a la misma clase social: Estos jóvenes, sin embargo hicieron su deber a su modo, con el valor que les comunicaba el vino del refresco. Doña Inés escuchó pacientemente sus floreos de mal gusto, sus elogios hiperbólicos y sus comparaciones exageradas. Al tiempo que pasaba por allí Don Manuel conversando con Don José Micolta, decía uno a Doña Inés: ¡Qué linda está usted! ¡Tan parecida a mi Señora de las Mercedes! (p. 159). 11 En Leyendas Históricas, el escritor samario Luis Capella, escribe leyendas cuyos protagonistas son personajes históricos y de esas leyendas hemos tomado unas expresiones que consideramos dentro de la línea de piropos de la época. Este autor, en la leyenda “El brujo”, narra la historia de un español, que para escaparse de la muerte a manos de los indios, como medida desesperada, le dice a una indígena del grupo esta expresión: “Sálveme usted, hermosa india” (1884, p. 76). Finalmente, consigue su propósito y se casa con la india. También descubrimos cómo una frase lisonjera expresada por un general, lo compromete en una declaración de amor involuntaria. En la “Serrana de Anco”, como se titula la leyenda que a continuación se menciona, al ser solicitado en voz alta por una joven serrana, él contesta: “Soy yo, hermosa joven” (p. 138). Luego, cuando la misma joven le entrega el regalo que le llevaba, vuelve a repetir en agradecimiento: “Gracias, hermosa joven”. (Capella, 1884,p. 138). Esto lo tomó la joven como una declaración de amor porque según las costumbres y creencias de su comunidad, a la repetición de una frase lisonjera se le consideraba declaración amorosa. En la leyenda “El Coronel Cuervo”, Luis Capella narra la historia que da cuenta de la efectividad de algunos métodos de conquista sobre otros: “¡No hay para qué decirlo: este artículo literario pudo más en la señorita a quien Cuervo galanteaba, que el Juan de Día con que la había obsequiado para su ramillete!” (p. 160). Los versos también se pueden convertir en declaraciones de amor, como explica Magdalena, la protagonista de esta leyenda, que vive un romance y lo cuenta a través de sus cartas. En una escena romántica que involucra las cartas que componen la leyenda “El Coronel Rondón”, Magdalena y este personaje se encuentran en el jardín y mientras ella se saca el anillo para mostrárselo, él le recita enamorado unos versos: “Sólo el anillo no quiero,/ Quiero el anillo y la mano” (p. 209). En la leyenda, “La Viuda del Teniente Tecla”, se representa una declaración amorosa a manera de un diálogo picante, que incluye una cancioncilla de negativa de la pretendida como respuesta a la declaración. El pretendiente insiste, y medio desesperado le dice: “Usted tiene que casarse con alguno, porque las bonitas no nacen para vestir santos, […]” (p. 279).“Señorita, voy a hacer un viaje muy largo. Ruegue usted por mí, que Dios oye a sus ángeles” (p. 95), fue la frase de despedida entre Fabina y Montegranario, un joven que parte al Perú en el ejército libertador, referida en la leyenda “El Peñón de Caro”. Estas expresiones tienen la intención de halagar a la persona y aunque poseen cierta dosis de picardía, también la espontaneidad, el respeto, la inocencia y la creatividad son elementos que los caracterizan. Quizá, las mismas restricciones en el comportamiento público y social, posibilitaron que el galanteo y la formación de amistades se hiciera bajo ciertas circunstancias en las que resultaba determinante la observación de valores como el 12 respeto y la obediencia. Las buenas costumbres, como dirían los abuelos, influyeron en estos actos. No obstante, con el pasar de los años, aparecieron nuevas formas de comportamiento social, promovidos por los cambios que se empezaron a dar a finales de la época de la Colonia . Por tanto, es bueno considerar que tuvo que existir una razón para que a pesar de las condiciones dadas en la sociedad colonial, brotaran, con mayor amplitud, las relaciones de conquista entre los jóvenes, como afirma Pablo Rodríguez Fue en el siglo XVIII cuando se volvieron costumbre las reuniones juveniles después de la misa dominical, en las fiestas de toros y mascaradas. Era en esas ocasiones cuando la picardía juvenil surgía en forma de piropos, y cuando los más lanzados hacían sus cortejos y declaraciones. Muchas promesas de matrimonio, con intercambio de sortijas o pañuelos incluido, ocurrían antes de informar a los padres. No obstante, fue a finales de ese siglo cuando empezaron a manifestarse los rasgos de una juventud moderna (Rodríguez, 2000). Esto es interesante, porque el piropo y las formas de conquista actuales, aunque conservan similitudes en el acto de conquistar o elogiar, han variado en el contenido de respeto y en el aspecto poético, presente en los piropos a los que nos hemos referido en los libros analizados. El uso de piropos es muy común en nuestros días. . Quienes tienen un toque de gracia, los utilizan con frecuencia para hacer reír a las personas que los escuchan, otros, los expresan con sarcasmo y marcada grosería. Además, no son exclusivos de los hombres, pues pueden provenir también de las mujeres para elogiar a los hombres, puesto que la mujer ya no es un ser pasivo y sin derechos como en la Colonia. Ahora ella es protagonista en la historia: no se queda callada, no se conforma, toma también la iniciativa. El piropo ha ido transformándose y sus usos también. Los contextos ya no son los mismos de antes, ahora los encuentros de los jóvenes ya no son exclusivos de espacios físicos, sino virtuales y a través de redes sociales. Por tal motivo, puede suceder que piropear con elegancia o con mucho romanticismo no esté bien visto por los jóvenes actuales. Sin embargo, ha surgido el piropo moderno que, aunque conserva su creatividad, se ha vuelto más indiscreto y subido de tono. Ante lo cual, algunas mujeres se han pronunciado, pues no quieren ser tomadas como objeto sexual. Otras, en cambio, lo permiten y festejan, aprovechando la ocasión y respondiendo el piropo con la misma picardía. Como contribución a este trabajo, y continuando su recorrido histórico hasta el presente, en la ‘Semana de los piropos’, programada por el grupo de investigación, algunas jóvenes de la institución participaron y estos fueron sus aportes en relación con los piropos que se usan para conquistar en la actualidad. Otros, son producto de la indagación en libros y en Internet, así como de la colaboración de sus familiares: Quisiera ser florecita, para estar en tu jardín y verte todos los días cerquita de mí. 13 Qué haces aquí tan temprano, ¿no sabes que las estrellas siempre salen por la noche? El poema más sencillo, del poeta más sincero, sólo tiene dos palabras: te quiero. Si el agua del mar se juntara con la de los ríos, así quisiera yo, que tus labios se juntaran con los míos. Si amarte fuera un pecado, entonces que me lleve el diablo. Adiós linda flor en capullo, voltea y mira lo que puede ser tuyo. Adiós corazón de pepino, soy chiquito pero me empino. De lejos te quiero mucho, de cerca con más razón, y si un día no te veo se me parte el corazón. Adiós flor de alhelí, sabes que mi amor es para ti. Si el amor con llanto se comprara, yo lloraría para que tú me amaras. Adiós doncella, así de arregladita pareces una estrella. Adiós corazón de limón, me dijiste que no y se me rompió el corazón. Si yo fuera pajarito a tus hombros diera el vuelo y picaría tu boquita, lástima que no puedo. Qué bonita mata de rosas extendida por la playa, que bonitos ojos negros, lástima que yo me vaya. Por aquí abajito venga saltando de piedra en piedra, la boca de aquella niña me sabe a mazorca tierna. Cuando paso por tu casa saco pan y voy comiendo, para que no digan que de verte me mantengo, Un pintor pinto una rosa, un pintor pintó un clavel, pero artistas son tus padres que hicieron tan bella mujer. Cuando la noche tiende su manto y el firmamento viste de azul, no hay lucero que brille tanto, como esos ojos que tienes tú. Tú eres la flor yo soy el capullo y mi corazón algún día será tuyo. Si así como caminas cocinas, me como hasta el cucayo. ¡Ay, qué curvas y yo sin frenos! En el cielo hay huelga, todos los angelitos se vinieron. Quisiera ser baldosa para que me pise esa diosa. Si amarte es un pecado, nunca más tendré perdón. Adiós suegra, vaya con Dios, que yo voy con su hija. Si así estas de verde, ¿cómo serás de madura? ¡Y todavía dicen que no hay ángeles en la tierra! Mujer de cuello esbelto, con tu sonrisa y tu piel morena, ilumina mi camino como noble sirena. Adiós corazón de melón, nos vemos en el callejón. Tal vez el piropo como método de conquista siga evolucionando en nuestra sociedad, a medida que cambian las condiciones socioculturales, económicas, políticas e históricas en nuestros días. Corresponde a las nuevas generaciones el reto de mantener, con su imaginación y creatividad, la magia para establecer sus conquistas amorosas. 14 BIBLIOGRAFÍA Bermúdez, María Cristina. (2009) “Las representaciones de mujer: La imagen de María santa y doncella y la imagen de Eva pecadora y maliciosa”. En Colección Bicentenario (Tomo Castas, mujeres, sociedad y mujer en la Independencia, pp. 4547). Bogotá: Ministerio de Educación Nacional. Bonnett, Diana & Dora Ladino. (2002) Poblaciones 6º: Historia de Colombia: Época Indígena y Colonial. Bogotá: Norma. 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