TRIX - la cosa verda

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TRIX
JOAN R. TUSET
1-Algún punto de la línea ferroviaria francesa entre París y Calais.
15 de Julio. Cerca de las 11h. A.M.
Beatrice de Compagne está tan cerca de la ventana del tren que
su aliento llena de vaho el vidrio. El convoy surca a velocidad de
vértigo la campiña del norte del país de los galos. El tren de Gran
Velocidad (TGV) rompe el viento y los árboles parecen desfilar
ante sus ojos, erguidos a cuarenta y cinco grados. Michel duerme
a su lado. La cabeza de él recostada en el hombro de ella. Una
pareja de monjas de una extraña congregación charla
animadamente enfrente de ellos. La voz baja y entrecortada,
para no despertar al hombre.
Risas. Risitas. Sonrisitas. Complicidad.
Beatrice aparenta una total falta de interés pero su subconsciente
busca palabras en la conversación de las monjitas que le revelen
el contenido de esta. Necesita algo con lo que poder distraerse.
El hecho de mirar por la ventana coloca su oído derecho
perpendicular a la conversación de las religiosas.
Parece ser que es su primera salida del convento desde que
fueron ordenadas. Parecen más jóvenes que ella. Le recuerdan a
la monja de aquella película de Vittorio Gassman, en la que hacía
de ciego y la mujer le ayudaba a orinar en el servicio de un
ferrocarril. Beatrice sonríe para sí. Es su primera sonrisa desde que
la llamara el día anterior su madre.
- Papá ha muerto. –
- ¿Qué…? - Han matado a papá, cariño… Entre sollozos, Nathalie de Compagne comunicaba a media tarde
la trágica noticia a su hija pequeña; diez minutos después de
haber telefoneado a Isabelle, su primogénita.
2-Londres.
14 de Julio. Cinco de la tarde, hora británica.
Isabelle Robertson sale, acompañada de su esposo Julius y de sus
hijos William y Natalie, del estadio del Chelsea F.C., Stamford
Bridge, donde han presenciado la presentación del equipo ante
su afición. Los niños saltan emocionados alrededor de sus padres
cuando suena el móvil de Isabelle.
- Who’s that?
- Soy mamá, nena.
- Mama! Comment ça va?
- Cariño… Papá…
La madre de Isabelle no puede reprimirse. No puede continuar
hablando. Arranca a llorar.
- Mamá, ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está papá? Dime algo,
por favor. ¿Qué ha ocurrido?
- Lo han matado, cariño; lo han matado.
- ¡Mamá, por Dios! ¿Qué dices? ¡No puede ser! Papa!
Julius Robertson, alertado por las voces de su esposa, ha decidido
adelantarse con los niños para que estos no oigan la conversación
de su madre con la abuela.
Acostumbrado a discusiones apasionadas con los directivos de su
empresa de construcción, Julius, en cambio, no puede ver a su
mujer acalorada, al borde del ataque de nervios; e Isabelle es muy
propensa a los ataques de nervios. Todo la desborda. ‘Es una
fachada imponente construida con material defectuoso’ (suele
pensar a menudo). La casa se le cae encima. El colegio de los
niños se le cae encima. El jardín se le cae encima. El club social se
le cae encima. Las reuniones de su marido se le caen encima. No
puede con nada… a pesar de que dispone de servicio de
limpieza, de cocina, de jardinería y de ¡compañía!; Julius, además,
tiene contratado a un personaje, al que llama secretario, que se
dedica a asistir a las reuniones con los profesores de los pequeños
y a acudir con periodicidad al club al que pertenece la pareja por
si hiciera falta alguna cosa.
Julius teme por la frágil personalidad de su esposa e intenta
protegerla lo máximo posible. En ocasiones, ese afán de
protección se convierte en sobreprotección, lo cual no es bueno
para ella.
Un ruido seco. El móvil de Isabelle se estrella contra el asfalto. Julius
se vuelve justo para ver como su mujer se echa las manos al rostro
y cae al suelo.
3-Cerca de Calais
15 de Julio
Trix de Compagne acaricia, ahora, el abundante cabello de
Michel que, poco a poco, empieza a abrir los ojos.
- Vamos a llegar enseguida, cariño.
- Hum… ¿Ya?
- Si. Faltan cinco minutos, más o menos.
- Vale, dame dos.
Michel vuelve a cerrar los ojos. Está despierto. Por su cabeza
empieza a desfilar su vida junto a la niña de sus ojos, Beatrice. Lo
daría todo por ella, pero no ha tenido suerte… hasta ahora; en el
peor momento. Justo cuando consigue el mayor éxito de su vida,
justo cuando ellos están mejor y más enamorados, justo cuando
van a ser padres…
- Ya se ve el mar.
- Vale. Estoy despierto.
- Lo sé. Ven. Abrázame.
Él se incorpora y la rodea con sus brazos intentando transmitirle
toda la ternura de la que es capaz.
- Estará Sarkozy.
- Tu Padre era muy querido y muy importante, cariño.
- … y Delanoë.
- En París se le valoraba mucho, ya lo sabes.
Bertrand Delanoë, alcalde de París, conocido más por haber
hecho pública su condición de homosexual, que por ser el alcalde
de la capital gala, había sido objeto de agresión en octubre de
2002. Pierre de Compagne trazó el perfil del posible agresor y esto
fue sumamente importante para la caza y captura de Azedine
Berkane que fue detenido y puesto bajo arresto en París.
Delanoë nunca pudo agradecer personalmente a Pierre de
Compagne su ayuda. Sus mutuas responsabilidades y los cargos
públicos de ambos no les permitieron coincidir en ningún
momento… hasta la fecha. Ahora, De Compagne está muerto y el
alcalde de París se siente en deuda con la familia por lo que ha
confirmado su asistencia al sepelio que tendrá lugar en Calais al
día siguiente.
- Es increíble, ¿no crees? Ayer al mediodía estuve hablando
con él por teléfono… dos horas antes de que muriera. Es así
de simple. Ocurre y ¡ya está!
- Cariño, tranquilízate, por favor…
- ¡Es mi padre! ¡Era mi padre!
Beatrice rompe a llorar. Michel la abraza todo lo fuerte que puede
sin hacerle daño.
- Lo sé, cariño, lo sé…
- No me dejes, por favor… No quiero hablar con nadie. No
dejes que me atosiguen, por favor.
- No te preocupes. Estaré en todo momento a tu lado, ¿vale?
- Vale… Dame un beso.
Se besan tiernamente.
El tren se detiene en Calais. Fin de trayecto.
Amelie Deschamps espera a la pareja en la estación. Un sencillo
traje-chaqueta de color azul turquesa oscuro, gafas también
oscuras y zapato de medio tacón negro. Ellas se conocen desde
hace diez años. Michel y Amelie se han visto en un par de
ocasiones en eventos de la familia De Compagne.
4-Lille.
15 de Julio. 12 del mediodía.
Rudy McMannaman lee el periódico tranquilamente, sentado en
una terraza cerca de la estación central de autobuses.
La mujer que tiene sentada a su derecha apura un ‘café au lait’
mientras estudia las caras de los transeúntes.
Están en mesas separadas.
No se conocen.
Ella saca un paquete de tabaco rubio americano de su bolso.
Busca. No encuentra ni encendedores ni cerillas. Mira a su
izquierda.
- ¿Tiene usted fuego?
McMannaman saca del bolsillo superior derecho de su camisa un
encendedor clipper negro y un paquete de cerillas. Deja el
encendedor sobre la mesa y extiende su mano con las cerillas en
la palma hacia su derecha sin, ni siquiera, mirar a la mujer.
- Gracias.
La mujer enciende un pitillo y devuelve las cerillas. Con un
ademán, McMannaman le indica que se las guarde (él ya tiene el
encendedor).
- Vaya, veo que es usted un hombre de pocas palabras.
- Si, disculpe. Estoy acabando de leer este artículo.
- ¡Ah! Lo siento. Perdone si le he importunado.
- No, no… en absoluto. Va sobre el tipo este que se cargaron
ayer en Dover. Ya sabe, al otro lado del canal.
La mujer que, distraídamente, ha estado jugando con la caja de
cerillas, advierte que son de una cervecería de Dover.
- ¿Es usted de allí?
McMannaman aparta, por primera vez, la vista del periódico y la
gira hacia su derecha.
- He trabajado allí, ¿y usted?
- Vacaciones. Estoy de vacaciones con unas amigas. Somos
americanas. De Florida. Tallahassee.
- ¡Ah! La capital.
- Exacto. ¿Tiene usted conocimientos de geografía? Todo el
mundo cree que la capital es Miami… u Orlando.
- Digamos que me gusta la geografía.
- Y… ¿de que trabaja? Si no es mucho preguntar.
- Es mucho preguntar, si… bueno… no. Digamos que me gusta
buscar cosas distintas, diferentes… Si veo alguna que me
atrae, intento conseguirla… y generalmente lo logro.
- Vaya. Me está usted digamos que… asustando.
- No pretendía hacerlo; disculpe. Si no le importa.
McMannaman se da la vuelta y vuelve a refugiarse en la lectura
del periódico.
La mujer no ceja en su empeño.
- Y, ¿vive usted aquí, en Lille? Con su esposa, quizás. ¿Está
casado?
Demasiado personal. Él empieza a pensar que la curiosidad de
ella puede traerle problemas. Decide zanjar el tema y largarse.
- Perdone. Me están esperando.
Se levanta y se va.
La mujer le observa mientras él se aleja sin volverse. Cuando está a
unos doscientos metros saca su teléfono móvil del bolso. Marca un
solo número y la tecla de llamada. Salta el contestador.
- Soy yo. He contactado con tu hombre. Estaba tranquilo pero
creo que le he puesto un poco las pilas. Se ha ido con el
rabo entre las piernas. Te llamo más tarde. – Ella saca de su
bolso un precioso Zippo cromado, enciende otro cigarrillo y
sonríe.
5-Calais.
15 de Julio. 12 y cuarto del mediodía.
Trix y Michel están sentados en el cómodo sofá del salón de los de
Compagne. En la pequeña y alargada mesa de centro de caoba
hay una bandejita con galletas de chocolate que mamá Nathalie
ha colocado allí para los amigos y familiares que vengan a dar el
pésame.
Nathalie no está triste. Obviamente no está alegre. No está nada.
Sólo se siente vacía. Está inmóvil, sentada al lado de su hija
pequeña. Beatrice le coge la mano.
- Mamá…
Amelie Deschamps se mantiene al margen, sentada en una silla,
con las manos en su regazo jugueteando con su teléfono móvil.
Todos esperan a que llegue Isabelle. Nadie se atreve a romper el
silencio.
Durante el viaje desde París, Trix ha estado pensando en lo que
podría decir para consolar a su madre. Toda una vida juntos,
pensaba… ¿cómo se sentiría? ¿Cómo se sentiría ella si le faltara
Michel? Ni siquiera le ha contado a su madre que está
embarazada. Ni siquiera sabe como decírselo.
De repente, la alarma del teléfono de Amelie les saca a todos de
sus pensamientos.
- Disculpad.
Amelie levanta la tapa del aparato. “Tiene un mensaje nuevo.
Llame a su contestador”.
- Perdón. Es el contestador. He de hacer una llamada.
- Usa el despacho de…
Antes de pronunciar el nombre de su difunto esposo, Nathalie se
derrumba. Rompe a llorar.
Amelie Deschamps entra en el despacho de su jefe fallecido sólo
unas horas antes. Cierra la puerta tras ella. Respira hondo. Se
sienta a la mesa y acaricia con su mano derecha la tapa de la
agenda de piel de Pierre de Compagne. Busca en la “H”. Hotel
del Canal, Dover. Marca el número. Una voz femenina responde
con cautela al otro lado de la línea al ver el prefijo francés.
- ¿Dígame?
- Soy A.D. ¿Cómo va todo?
- Bien. Por aquí no ha venido ni ha llamado nadie hasta ahora.
¿Qué hago?
- Nada. Espera instrucciones, como yo, y no te pongas
nerviosa. Hemos de esperar que R. mueva ficha. Entonces
iremos a por él.
- ¿De Compagne?
- Déjalo así. Todo está bien. Sólo vigila que todo siga su curso
natural y que nadie fisgonee por ahí.
- ¿Cómo está la familia?
-
-
¿Cómo quieres que esté? Están destrozados. Bueno, todos,
de hecho, lo estamos por aquí. Calais entera lamenta la
pérdida del jefe. Pero tú a lo tuyo. Ni se te ocurra hacer nada
que no se te haya pedido y si te aburres lee el periódico; te
servirá para ponerte al día de las pesquisas de vuestra poli.
Creo que anda un poco perdida.
He visto a gente de la INTERPOL merodeando por las oficinas
de Scotland Yard.
¿Cómo sabes que eran de la INTERPOL?
Se huelen. Son como los federales yankees. ¡Siempre tan
discretos!
Bueno, lo dicho; tú a lo tuyo. Te llamo luego.
O.K.
6-Dover.
15 de Julio. 12:25 del mediodía.
En el depósito de cadáveres el cuerpo sin vida de “le noir” yace
en una de las cavidades de la sala de la “morgue” con un montón
de agujeros; tres en el pecho, uno a la altura del corazón, los otros
dos, perforando el pulmón derecho; uno en el estómago, otro en
el cuello y tres en las piernas.
Los dos hombres han salido de allí, han recorrido los escasos
trescientos metros que separan el depósito de las dependencias
policiales centrales de Dover y han entrado en el despacho que
Scotland Yard ha habilitado para la INTERPOL. Se sientan uno
frente al otro.
- Realmente un buen trabajo de sus hombres comisario
Crawford, escabechina en el cuerpo, pero el rostro
inmaculado. Así se le puede identificar sin ningún problema.
¿Por qué tantos disparos? ¿Acaso el muerto respondió al
fuego de sus hombres?
- El sospechoso iba armado y…
- Ya sé que iba armado, pero yo no le he preguntado eso.
¿Era necesario?
- Sinceramente, yo no estaba allí. Irvine y Douglas
supervisaban la operación y el fax de la INTERPOL estaba
más que claro: si va armado, tirar a matar.
- La INTERPOL no da órdenes, da consejos, amigo mío.
Nosotros no somos Dios.
- Pero en ocasiones… dan a entender lo contrario.
-
Excusas – Peter Jenkins, delegado de la INTERPOL en la zona
británica del canal, se está cargando por momentos. Nunca
ha soportado a Crawford. Su equipo le parece poco
profesional y en este momento cree que tanto
ensañamiento con Virennes no era necesario. – Me gustaría
hablar con sus hombres, Douglas e Irving…
- Irvine.
- ¡Como se llame! Y si ellos tampoco estaban allí, quiero hablar
con quien efectuó el primer y el último disparo. Y al salir
cierre la puerta.
Crawford se siente indignado. Sale del despacho de Jenkins y
cierra tras él la puerta. Pensando que nadie le ve, levanta el dedo
corazón de su mano derecha recogiendo los otros cuatro,
mirándose la palma en un gesto mundialmente reconocido.
- ¡Caramba, jefe, sales contento!
- Menudo hijo de puta… Ahora quiere hablar contigo y con
Douglas.
- No hay problemas, si quiere…
- ¿Estabais allí?
- ¿Cuándo?
- El tiroteo, ya sabes, en los muelles.
- ¿Con el francés? No hubo tiroteo. No le dimos tiempo ni a
apuntar. ¿Por qué?
- Igual va a haber problemas. ¿Quién disparó?
- Bueno… Éramos cuatro: Douglas, yo y sus dos chicos de los
muelles… Farran y Smithson, creo, el muchacho de Liverpool.
- ¿Quién empezó?
- Vamos, jefe, ¿quién va a preguntar una cosa así? ¿El tarado
de ahí dentro? ¡Que le den por…
- El tarado de ahí dentro puede traerte muchos problemas si
no le llevas las zapatillas y el periódico, ¡imbécil! En veinte
minutos quiero un informe completo de Douglas, tuyo y de
los otros dos.
- No sé donde encontrarles…
- Más vale que lo hagas, y ¡pronto!
7-L’Hospitalet de Llobregat (Afueras de Barcelona), España
14 de Julio. Cinco y media de la tarde.
Un grupo de niñas y niños, de entre doce y trece años, juega a
patear un balón a la salida de la escuela de verano, en el parque
en el que se reúnen, como cada tarde.
El quiosco que regenta Fran Vega está medio vacío de género.
Fran espera el camión que tenía que haber llegado por la
mañana. De repente, llega el balón de los chicos, que golpea
violentamente la pared lateral del chiringuito. El vaso repleto de
cerveza sin alcohol que Fran sostiene se tambalea y cae al suelo.
- ¡Malditos…
- Fran, que son unos críos.
- Si, joder, pero mira el suelo, Lolo, ¡mírame los pantalones! –
Lolo es un cliente habitual del quiosco. Desde que Fran no
puede vender alcohol, la clientela ha bajado, pero Lolo es
un incondicional.- Voy a apestar a cerveza toda la tarde.
- Va, tío, ¿Qué te pasa? ¿No te dan caña?
- No te pases. – Mientras habla Lolo, Fran recoge el balón y lo
patea con todas sus fuerzas hacia el otro lado del parque
ante la mirada atónita de las dos niñas que se aproximan
cautelosas al quiosco para pedir disculpas y recuperar el
esférico.
- ¿Has visto? Has mandado la pelota a paseo y harás que las
niñas vuelvan con las manos vacías. Deberías de pedirles
perdón, Fran. No sé que te pasa hoy. Tú no eres así.
Es cierto. Fran no es así, pero el retraso del genero lo ha vuelto,
hoy, un tanto irascible.
- ¡Niñas¡ Ya voy yo.
Las niñas, desconcertadas, miran en dirección al quiosquero que
se encamina hacia ellas. La rubita, Patri, retiene el brazo de la
morena, Cris.
- Espera. – Dice.
- ¿Qué quiere?
- Dice que va él a buscar la pelota.
- Pues que vaya. – Cristina y Patricia (Cris y Patri para los
amigos) esperan a que Fran, un hombretón de casi dos
metros llegue hasta ellas. Allí, a su lado, la diferencia de
estatura, impone mucho respeto.
- Ya vamos nosotras, Fran, no importa… Ah! Y perdona por el
balonazo, ha sido sin querer. – Patri se queda mirando al
hombre que, con una gran sonrisa, ahora extiende una
mano repleta de golosinas.
- Perdonadme vosotras. Se me ha ido la cabeza. Si no la
encontráis, avisadme.
- Vale y ¡Gracias¡
Las niñas, después de recoger los dulces y guardárselos en el
bolsillo corren en dirección a los matorrales donde ha caído la
pelota.
Eric y Diego, dos de los niños que han estado jugando con ellas,
han contemplado la escena desde la zona de juego y aunque no
han llegado a entender ni una palabra, han visto donde ha ido a
parar el balón.
Los cuatro se encuentran en los confines del parque. La zona de
malas hierbas y matorrales se eleva en ocasiones a más de tres
metros. Diego ve la pelota.
- ¡Ahí¡ ¿La veis? – Señala el color amarillo que claramente se
destaca sobre el verde y marrón de los hierbajos.
- Si. Ya voy yo. – Eric, dispuesto a impresionar a la que cree su
fan número uno, Cris, pretende internarse en la selva
particular local.
El parque Alhambra o de la Alhambra, según quién lo nombre es
un pequeño, casi minúsculo, pulmoncito en el barrio de Santa
Eulalia en l’Hospitalet de Llobregat; bordeado por tres calles y un
complejo que consta de residencia para la tercera edad e
instituto de enseñanza superior. Tiene una pequeña glorieta que a
menudo sirve como improvisado escenario para alguno de los
colegios de la zona o para los espectáculos y conciertos que se
celebran en el barrio. Justo delante de la glorieta, la superficie
plana y de consistencia dura de la explanada sirve a los niños
como campo de juegos.
Diego contempla la escena, ajeno a los escarceos de la parejita y
piensa que él no está para tonterías. Quiere jugar. Sus padres le
llamarán en breve y tendrá que irse.
- Apartaros.
- No, deja que vaya Eric.- Patri teme por la salud de Diego,
siempre tan frágil.- Ya se ha metido.
- Eso, que mueva su culo.
- Hala, tía, como te pasas.
- Si quiere impresionarme, que lo haga bien.
Cristina la borde, como la llaman algunos de sus compañeros,
tiene un carácter un tanto agrio, a veces. Quien la conoce bien
sabe que es un encanto, pero a menudo, sus respuestas un poco
ácidas, fruto de su grandísima timidez, pueden dar a entender otra
cosa. Sólo Patri ha oído el último comentario de Cris. La mira de
reojo. A ella también le gusta Eric, pero nadie lo sabe. La odia.
Patricia, en cambio, siempre tiene una sonrisa en la boca. Siempre
se preocupa por todo el mundo. Siempre ayuda a los demás.
Siempre tiene un gesto amable para todos. Para todos, pero hoy,
menos para Cris, su mejor amiga…
8-Lille.
15 de Julio. Seis de la tarde.
Ángela Brent sale de la ducha corriendo, poniéndose el albornoz
rojo de rizo americano que ha encontrado colgado tras la puerta
del baño. El teléfono móvil no para de sonar mientras ella acaba
de secarse las manos y el rostro para poder contestar.
- ¿Si?
- Buen trabajo.
- Gracias. Pero, ¿acaso dudabas del poder de una mujer
como yo?
- No, preciosa, yo no dudo del poder de ninguna mujer. Sois
todas poderosas… bueno, ya me entiendes. Tenéis el poder.
- Si, si; tu ríete. Si no fuera por mí, no tendrías a nadie poniendo
contra las cuerdas a ese tipo. Por cierto, parece interesante.
¿Qué es lo que quieres de él?
- Créeme, cielo, no te interesa.
- Eso he de juzgarlo yo, ¿no?
- No. Eso lo juzgo yo. No te interesa. Además, es por tu bien.
Haz tu trabajo y conseguirás lo pactado.
- De acuerdo. De momento me has convencido. Por cierto,
¿de quién es este apartamento? ¡Es una cucada!
- Un amigo me lo presta de vez en cuando.
- ¿Asuntos de faldas? – Ángela Brent empieza a poner
nervioso a su interlocutor telefónico. Pregunta demasiado. Él
no quiere que ella tenga más información de la necesaria.
Va a darle las respuestas que ella quiere, sin duda, oír.
- ¿Cómo lo has sabido? Yo que pensaba mantenerlo en
secreto durante mucho tiempo…
- A tu mujer, a lo mejor, no le gustaría saberlo.
- No estoy casado.
- ¿Y el anillo?
- ¿Qué anillo?
- El día que nos conocimos llevabas un bonito anillo de
casado. Forma parte de mi trabajo fijarme en esos pequeños
detalles. La observación u observancia, según se mire, de las
cosas, es fundamental.
Además, también llevas un
nomeolvides en tu muñeca derecha y en tu pitillera constan
cuatro iniciales grabadas junto con una fecha de hace ocho
años. ¿Suficiente?
- A lo mejor estoy divorciado…
- Da igual. No me importa nada de eso. Sólo es para que veas
que soy una profesional. Tranquilo. No voy a delatarte;
-
-
-
además ni se quien es tu mujer, ni me interesa saberlo, ni me
interesas tú como hombre. Sólo me interesa la parte de ti
que paga… y paga bien.
¡Hombre! Gracias. A eso se le llama ser una interesada, ¿no?
Aunque tienes razón; eso es lo único que ha de preocuparte
de todo este asunto.
Lo sé. Bien, dime; ¿siguiente paso?
Has de hacerte la encontradiza mañana. Te llamaré al móvil
a las diez para verificarte donde va a estar, pero es muy
posible que esté cerca de la estación de autobuses, como
hoy. Puedes esperar en la misma terraza.
¿No sospechará?
No creo. Eres una chica encantadora. No le pongas tan
nervioso como hoy. Casi le perdemos. Háblale de ti. No
preguntes. Te llamo. Si, por casualidad, cuando te llame, ya
habéis contactado, dime algo como…
¿Cómo tijeras?
¿Tijeras?
Si, una vez lo empleé como contraseña telefónica y
funciona. Dices alguna frase con esa palabra que tenga
sentido, y ya está.
Vale, me parece bien. Tijeras. Me acordaré.
¿Prefieres otra palabra?
No, no. Está bien. Te llamo.
Okay.
Hasta mañana.
9-L’Hospitalet de Llobregat
14 de Julio. Seis menos cuarto de la tarde.
Eric no consigue alcanzar el balón. Patri y Cris no le prestan
atención y Diego empieza a preguntarse cuanto tiempo de juego
le queda.
- Diego ven, ayúdame.
- ¿Qué pasa?
- No alcanzo. Hay unos troncos que no me dejan pasar. Tú
estás más flaco.
- Vale. Espera. – Diego, considerablemente más delgado que
Eric, se introduce de lado en el matorral y se sitúa
rápidamente a la altura de Eric. – Aparta un poco y déjame
pasar.
-
Si. – Eric se echa a un lado, deja pasar a su amigo y se
dispone a salir del matorral.
¡Espera! ¿Qué es esto?
¿El qué? – El grito de Diego ha sobresaltado a los otros tres y
Eric se ha detenido. Ahora intenta buscar lo que ha hecho
que su compañero gritara.
Mira; es como una seta y pone ‘jere’.
¿’Jere’? ¿así, con ‘jota’? ¿Como de Jeremías?
No, con ‘hache’.
Ah! Como ‘aquí’ en inglés.
No sé. – Diego no es tan inteligente como Eric. No sabe si
‘here’ es aquí en ingles o bellota en ruso.
¿Qué pasa? – Las chicas no se han enterado de los detalles
de la conversación de los chicos. Se meten en los matorrales
pero las zarzas empiezan a herir las piernas de Patri que entre
quejido y quejido se para. Cris, con vaqueros, sigue y llega a
su altura.
Una especie de llave, de color azul celeste, parecida a una seta,
emerge del suelo a dos metros de la pelota. En su parte superior
está escrita la palabra ‘here’.
-
Tira de ella. – Cris está decidida a desvelar el misterio.
No puedo. Está muy dura. – Diego tira con sus dos manos y
con todas sus fuerzas de la cabeza de la llave hacia arriba.
La llave no cede.
- Déjame a mí. – Diego se aparta para que Eric, más fuerte, lo
intente. Eric echa el cuerpo hacia atrás pero no consigue
nada. – No. No se puede. Es como si estuviera fija.
Cris se agacha y empieza a cavar con las manos alrededor de la
llave, en el preciso instante en que pierde el equilibrio y clava su
rodilla derecha sobre el artefacto azul celeste para no caerse. La
seta se hunde. La tierra desaparece bajo sus rodillas y arrastra con
ella a Eric.
Ambos caen unos tres metros abajo en lo que parece un amplio
socavón.
- Si querías intimidad, tampoco hacía falta esto, ¿no?. – Cris se
incorpora echándole una mirada asesina a Eric. - Todo este
tinglado, ¿para qué?
- Mira guapa, si yo quisiera algo contigo, no me haría falta
nada de esto; con tan solo un chasqueo de mis dedos te
tendría a mis pies.
-
-
¿Estáis bien? – Desde arriba, Patri llama a los de abajo. - ¡Eh!
No os podemos ver. Decid algo.
Estamos, que ya es mucho. Al menos no parece que nos
hayamos roto nada. Aquí sólo estamos Cris y yo. – Eric tiende
una mano a Cristina para ayudarla a levantarse. - ¿Está
Diego contigo?
Si. Estoy arriba. ¿Podéis subir solos o necesitáis ayuda?
Hombre, si trajeras una cuerda o así, sería estupendo.
Vale. Voy a ver si Fran tiene una.
Vale.
10-Dover.
15 de Julio. Cinco de la tarde, hora británica.
Ruth Gascoigne cruza la calle que la separa de la farmacia a
grandes zancadas pero sin llamar la atención; eso ya lo hacen sus
ciento setenta y cinco centímetros, su melena rubia y sus
interminables curvas. Cuando traspasa la puerta de la botica, una
campanilla suena y advierte al farmacéutico de que alguien ha
entrado en su establecimiento.
- Buenos días.
- Buenos días. ¿En que puedo ayudarla?
- Quisiera un calmante fuerte, si puede ser inyectable, mejor.
- Hum… ¿Trae prescripción médica?
- No, pero se la puedo conseguir, para mañana mismo, de lo
que me dé. Aunque sea domingo.
- Vaya… ¿Es para usted?
- No, para mi padre.
- ¿Es alérgico a algo?
- Que yo sepa, no. ¿Es importante?
- Mujer, pues claro. Podría provocarle hasta un desajuste
cardiaco.
- Espere, llamaré a mi madre. – Ruth Gascoigne saca su
teléfono móvil y busca en el directorio de direcciones. El
primer nombre que aparece le vale, AD; pulsa la tecla
verde. Espera unos segundos, tras los cuales, una voz en
francés responde al otro lado del teléfono.
- Allò?
- Hola mamá. Necesito saber posibles alergias del Big Boss.
- Te he dicho que no llamaras. Que ya nos pondríamos en
contacto contigo…
-
-
-
Es que yo no me acuerdo. – Ruth empieza a hablar en
francés. – Se queja mucho. Tiene mucho dolor. He ido a
comprar calmantes y me preguntan si es alérgico a algún
medicamento.
Penicilina y diclofenaco.
Vale, no molestaré más.
Bien, bien, no pasa nada. ¿Está consciente?
No, pero no para de gemir. Cuando despierte te envío un
mensaje.
¡No! Ya iré llamando yo. Por aquí se preguntan a que viene
tanta llamada.
Vale, vale. Adiós.
Hasta luego.
Disculpe… - Mientras Ruth hablaba por su teléfono, el
boticario ha sacado tres cajitas de medicamentos que ha
alineado sobre el mostrador. – Es alérgico a la penicilina y al
diclofenaco.
Le doy dos días para que me traiga una prescripción, sino
tendré que denunciarla. Déme su nombre.
Roberta Flack, lo siento, no llevo identificación encima. –
Ruth coge una cajita en la que pone “morphine”. - ¿Esto irá
bien?
Realmente, ¿hay mucho dolor?
Se queja mucho.
Inyéctele ahora una dosis y dentro de seis horas, si persiste el
dolor, repita. Por hoy, será suficiente. Si continúa, tendrá que
aguantar, por lo menos, doce horas más.
Okay, Mañana le traigo la receta. Ah, y muchas gracias.
No se olvide.
No lo haré. ¿Cuánto vale?
Treinta y cinco libras.
My God! Es caro, ¿no?
Es lo que usted necesita y es lo que vale.
Si, si. De acuerdo. No problem. – Ruth paga la medicina y se
va.
11-L’Hospitalet de Llobregat
14 de Julio. Cerca de las seis de la tarde.
Diez minutos ha tardado Cris en comprender que está a solas con
Eric.
- ¿No va a venir nadie a sacarnos de aquí?
-
No sé. – A Eric le hace gracia la situación. Le cae muy bien
Cris, pero no sabría definir ese sentimiento más allá del típico
tópico “es maja”. – Tal vez Fran tenga gente y…
- ¿Tanto rato? ¡Venga hombre! – Se está poniendo nerviosa. –
Estos se habrán largado.
- No creo. – Eric improvisa una respuesta.- A Diego le gustas…
y apuesto a que no se atreve a dejarte a solas conmigo.
- ¿Por?
- Vamos, guapa. No disimules. Yo te gusto y él lo sabe.
- ¿Qué dices? ¿Estás tonto? ¡Estás tonto! – La chica se ha
puesto roja como un tomate. Se gira y le da la espalda a
Eric. - ¡Déjame!
Él se acerca con sigilo por detrás y coloca sus brazos sobre los
hombros de Cristina. Ella se estremece. Se gira. Le mira
directamente a los ojos y le suelta un guantazo que le deja
marcados los cinco dedos en la cara.
- Sólo quiero que seamos amigos. – Eric se frota la cara y sonríe
divertido ante la reacción de Cris. – De momento sólo me
interesa el deporte.
- ¿Y? ¿Crees que me importa lo que te interesa? Pero, ¿quién
te crees que eres? ¿Piensas que todas pierden el culo
cuando te ven?
- No, no. Pero lo que es obvio, es obvio. Se te nota mucho.
- Ah, ¿y eso lo has descubierto tu solito con tu cerebro de
mosquito? ¿Te ha ayudado alguien? No, ya sé; ¡es lo que
sueñas!
- ¡Ja, ja! Vale, vale. Ya hablaremos cuando estemos más
calmados.
- ¡Yo ya estoy calmada!
- Si, si. Ya veo lo calmada que estás. – Eric mira hacia la
superficie. Él también está empezando a impacientarse. ¡Eh! ¿Hay alguien ahí arriba? ¡Diego! ¡Patri!
En el momento en que vuelve a bajar la mirada, Eric ve que en el
suelo de tierra brilla algo que le llama la atención. El movimiento
de los pies de los chicos sobre los escombros ha sacado a la luz el
extremo de algo; algo que no es natural.
- ¡Eh! ¿Qué es eso?
- Si. Ahora cambia de tema. Muy listo eres tú. – Cris parece
realmente molesta con la prepotencia de Eric.
- No, de verdad. Mira. –Eric se agacha y empieza a limpiar la
superficie del objeto que ha empezado a asomar en el
suelo. – Es una caja.
-
¿Qué caja? ¿Qué dices? – Cris se gira hacia él y ve que Eric
no está bromeando. Lleva en sus manos una pequeña caja
de metal. - ¿Dónde estaba eso?
- Aquí, bajo tierra. ¡Claro! El artilugio que tu pulsaste sin querer
era para llevarnos a… ¡esto!
- ¿A nosotros?
- No, tonta. No sabían que nosotros iríamos a parar aquí. Ha
sido casualidad; pero era para alguien, eso sí.
- ¡Ábrela!
- Si, claro. Ahora voy y tengo la llave.
- Vale, vale. No sabía que tuviera cerradura.
- No se iban a tomar tantas molestias para que luego llegaran
unos críos por casualidad y, ¡zas! Abrieran la caja de
Pandora; además, no hay cerradura, parece hermética.
- Crío serás tú, guapo.
- Si, si; lo que tu quieras. Ahora, con o sin ayuda, tenemos que
salir de aquí. Veamos; creo que hay menos de tres metros
hasta ahí arriba. Si te subes sobre mis hombros, puede que
alcances el borde o, al menos podrás gritar para que
alguien te oiga. Desde aquí abajo no nos van a oír.
- Vale, y ¿Cómo se supone que debo subir sobre tus hombros?
¿Saltando como las ranas?
- No, yo te ayudaré. – Eric entrelaza sus manos y las baja,
aparándolas, hasta la altura de sus rodillas. – Pones un pie
aquí, yo te doy un poco de impulso y escalas hasta mis
hombros. Una vez estés de rodillas ahí, yo te ayudaré a
ponerte de pie.
- No parece muy difícil…
- No lo es. Ya verás.
Cris coloca su pie derecho sobre las manos de Eric y este,
automáticamente la iza. Ella logra, con el impulso colocar su
rodilla izquierda sobre el hombro de Eric y él ayuda a su rodilla
derecha para que también logre su objetivo. Y ahí están ellos; la
cabeza de Eric aprisionada por las piernas de Cris.
- Deberías intentar ponerte de pie. Levanta una pierna, al
menos. Lo digo para no morir ahogado así…
- ¡Oye! Que la idea ha sido tuya, ¿eh? Además, no es tan fácil.
- Va, que has dicho que no parecía muy difícil.
- Eso, no lo parecía. – En este momento, Cris, apoyándose con
ambas manos en la cabeza de Eric, levanta su pierna
derecha.
- ¡Bien! Así, ¡Muy bien!
-
-
Jaléale a tu madre, imbécil. – Ella, no sin esfuerzo, logra
incorporar, también la pierna izquierda y queda,
tambaleándose, de pie, sobre los hombros de él, que la
agarra por las caderas para que no se caiga. – Cuidado con
las manos. ¡Ni te pases un pelo!
Tranquila, cielo, sólo es para que no te caigas… encima de
mí. Por cierto, ¿ves algo?
Si me pongo de puntillas, el borde lo tengo más o menos por
la frente, igual, si me subiera a tu cabeza…
Espera. Primero grita con todas tus fuerzas.
Diego está en su casa. Muy enfadado con su madre. Cuando iban
en busca de ayuda, Patri ha resbalado y se ha dado un golpe en
la cabeza con una roca. Ha perdido el conocimiento. Diego ha
ido corriendo al quiosco de Fran y entre Lolo y el gigantón han
llevado a la niña a su casa. Cuando Diego volvía al agujero
donde Cris y Eric habían caído, su madre lo ha llamado.
- Un momento mamá, ahora voy.
- ¡Ni un momento ni medio! ¡Para casa! ¡Ya!
- Pero, es que…
- ¡A casa!
Con la cabeza gacha y lamentando su mala suerte, Diego ha
seguido a su madre, maldiciéndola por su oportunismo.
12-Calais.
15 de Julio. 20:30 h.
Nathalie de Compagne se ha ido resignando, a medida que el día
iba pasando, a su suerte. Su querido Pierrot se ha ido para siempre.
Ha llorado lo indecible durante toda la tarde al recordar los
buenos ratos que han pasado juntos.
También los malos momentos la han hecho llorar.
Rodeada por sus hijas (una a cada lado en el sofá), que no la han
dejado en ningún momento, se ha sentido arropada. También
Julius y Michel han estado con ella (aunque fuera más por sus
parejas).
Amelie se ha encargado de todo. Ha ido recibiendo a las
personalidades que se han ido acercando hasta la casa de los de
Compagne. En ocasiones ha recibido ella misma el pésame, en
nombre de la familia, para que esta no fuera molestada. Ha
contestado al teléfono todas las veces que este ha sonado. Ha
ejercido de portavoz de la familia ante los medios de
comunicación. Se ha encargado de todos los preparativos para el
sepelio que, al final, tendrá lugar al día siguiente. Hasta ha previsto
una niñera para los niños de Isabelle.
Nathalie piensa que, al margen de que sea una persona
maravillosa que se preocupa por ella y por la familia, Amelie
ocupará el cargo de Pierre en el DICRE. Eso la ha convertido en
alguien capaz de tomar decisiones rápidas y en alguien capaz de
tomar el mando ante situaciones comprometidas.
Trix no ha encontrado el momento para decirle a su madre el
estado en el que se encuentra. Aún no le ha contado las buenas
nuevas. Nathalie no sabe nada, todavía, de la grabación del
compacto de Michel con Perlman. Beatrice cree que no se lo
puede soltar de sopetón, así por las buenas. Ella quiere que sirva
de distracción para su madre. Además, egoístamente, quiere
disfrutar del momento que, hasta ahora, siempre le ha robado su
hermana mayor.
Isabelle ha estado toda la tarde sollozando al lado de su madre.
Desde que han llegado ella y Julius de Londres no se ha
despegado de Nathalie cosa que ha Beatrice le saca de quicio.
Siempre le hace lo mismo. Siempre le roba cualquier clase de
protagonismo que ella pueda tener…
Cuando Trix acabó su carrera en la Sorbona con matrícula de
honor, Isabelle se le adelantó anunciando a bombo y platillo que
iba a ser mamá de su primer hijo; cuando iba a comunicarles a sus
padres que, oficialmente, ya tenía pareja, a Isabelle no se le
ocurrió otra cosa que volver a quedarse embarazada.
Ahora ni nada ni nadie van a robarle a Beatrice de Compagne el
placer de hacer feliz a su madre. Pero, claro está, va a tener que
esperar a encontrar el momento idóneo.
-
-
-
Me tendréis que disculpar, – Amelie se levanta de su silla con
el móvil en la mano. - Tengo que hacer una llamada a París.
Trix, ¿puedes acompañarme? Necesito una información de
allí.
Si es necesario… Tal vez Michel pueda ayudarte mejor.
Hum… No creo. – Amelie, viendo que nadie, excepto
Beatrice, la está mirando, abre los ojos como platos, como
para hacerle una señal a la pequeña de los De Compagne.Se trata más de cosas de mujeres.
Vale.- Trix se ha percatado del gesto.- Voy.
Las dos mujeres salen del salón de los De Compagne en dirección
al despacho de Pierre para estar más tranquilas. Dejan atrás a
Nathalie, Isabelle y Michel. Julius ha estado todo el día
enganchado al móvil y ahora está hablando en el jardín con su
secretario, en Londres.
Amelie, abre la puerta del despacho y cede el paso a Trix a quien
advierte los ojos llorosos. Cariñosamente la coge por el brazo y la
acompaña al interior.
- Estoy bien.
- Lo sé. Pasa.
Amelie cierra la puerta tras ellas. Trix se ha sentado en una de las
sillas que Pierre había dispuesto para las visitas. Amelie se lleva el
dedo índice a los labios.
- Necesito que lo que voy a contarte no salga de aquí. ¿Vale?
- ¿Qué pasa? ¿Han cogido al asesino de papá? – Trix sigue
creyendo en la inocencia de Virennes.
- ¿Vale?
- Si, si. ¿Qué ocurre?
- Además, tienes que prometerme que lo que voy a contarte
no alterará tu estado de ánimo delante de los demás… ni
siquiera delante de Michel.
- De acuerdo, pero suéltalo ya. – Beatrice de Compagne
empieza a impacientarse.
- ¡Promételo!
- Lo prometo. – Levanta estúpidamente la palma de su mano
derecha como haciendo un juramento, mientras que con la
izquierda coge uno de los vasos de whisky que hay sobre
una de las esquinas de la mesa de su padre y empieza a
jugar con él distraídamente.
Amelie se acerca a ella despacio y le susurra al oído:
- Tu padre está vivo.
Por fortuna, la mullida alfombra del despacho evita que el vaso de
whisky se rompa en mil pedazos.
13-L’Hospitalet de Llobregat
14 de Julio. Sobre las 19:30.
Diego está en casa tratando de encontrar una manera de salir a
la calle. Su hermana aún no ha venido del instituto; tal vez pueda
él sacar a pasear a Chucky, el perrito de ella.
- ¡Mamá!
- ¿Qué?
- ¿Va a tardar mucho Sara?
- No sé. Ha ido a la Biblioteca. ¿Por qué?
-
Es que me parece que Chucky tiene ganas de…
Vale, juega con él un rato, pero no alborotéis.
No, si digo que creo que se está meando.
No digas tonterías. Tu padre lo ha sacado antes de que
llegáramos nosotros.
Vaya.
Además, tienes que hacer deberes y darte un baño; mira
como vienes.
Mamá, es importante, tendría que salir un momento…
¡Ni hablar! Vamos, empieza a trabajar.
Cristina ha gritado con todas sus fuerzas, varias veces. Lleva un
buen rato haciéndolo. La distancia de su garganta al borde del
hoyo sigue amortiguando su voz. Nadie la oye. Ella no oye nada.
Está oscureciendo. Sin avisar a Eric, se ha puesto de puntillas para
intentar asirse a la superficie, a la salvación, a lo que queda de luz
natural. Ha perdido su punto de apoyo y ha caído rodando al
suelo, arrastrando con ella al bueno de Eric que se lamenta por los
golpes recibidos cuando Cristina se le ha caído encima.
- ¿Estás bien?
- ¡Joder! Podías haberme avisado. Casi me rompes la
espalda…
- Lo siento, Eric. Perdóname… Ya sé que lo has dicho, pero
estoy muy nerviosa y pensaba que, quizás, si me levantaba
de puntillas sobre tus hombros y trataba de agarrarme al
borde, podía auparme a la superficie, yo…
- Vale, no pasa nada. Intentaremos hacerlo de otra manera.
- ¡No podremos salir!
- Va, tranquilízate, Cris, saldremos, ya lo verás.
Eric se acerca a Cristina y, sin mediar palabra y, sin temer a una
reacción hostil por parte de la chica la abraza intentando
transmitirle todo el cariño del que es capaz. Ella se deja. Ella se
abandona a sus temores y se deja abrazar. Él, sin saber por qué,
acerca sus labios a los de ella y la besa tiernamente. Ella cierra los
ojos y le devuelve el beso.
Patricia está en la habitación 23 del hospital de San Juan de Dios.
Sigue inconsciente, aunque fuera de peligro. Un fuerte
traumatismo craneal le impide volver en sí, pero los médicos han
tranquilizado a sus padres que aguardan impacientes a los pies de
su cama a que la niña se despierte.
- No se preocupen, le hemos administrado unos calmantes
muy fuertes que harán que duerma casi toda la noche. Con
seguridad, se despertará por la mañana, si no lo ha hecho
ya, de madrugada.
- Muchas gracias doctor.
- De nada; entiendo su angustia, pero no hace falta que
permanezcan ambos aquí. Sería más conveniente que, al
menos, uno de los dos, fuera a descansar a casa. Mañana
va a necesitarles más que hoy.
Los padres de Patricia ven como el doctor se aleja pasillo abajo.
Se miran a los ojos. Se abrazan. Ha sido sólo un susto. La niña se
pondrá bien. Será mejor que hagan caso al médico. Papá volverá
a casa para estar mejor y más despierto por la mañana. Un beso
tierno a mamá. Se despiden. Él se va.
14-Dover.
15 de Julio. 22h. hora británica.
La escultural mujer que ha dado el nombre falso de Roberta Flack
en la farmacia se pasea, ahora, por delante de la ventana de la
habitación del hombre que está cuidando. Un par de ojos, a
través de unos prismáticos la están observando. Ella, ajena a eso,
empieza a quitarse la ropa; es hora de tomarse un pequeño
descanso. No obstante, su desconfianza la hace mirar por la
ventana; un pequeño led de color rojo la alerta. Segundos, unos
segundos después de que ella haya mirado fijamente a la luz, está
se ha desvanecido. Se vuelve a abotonar la blusa y corre las
cortinas. Se refugia en la pared de al lado de la ventana. ¿Qué
hacer?
Ruth Gascoigne recuerda que en Francia es una hora menos. A.D.
debería… tiene que estar al corriente de que la están espiando.
Sin perder la compostura marca el número del teléfono móvil de
Amelie Deschamps. Suena un móvil al otro lado de la puerta de
entrada en el mismo momento en que suena el timbre de la
puerta. Una especie de escalofrío recorre su columna vertebral.
- Abre Ruth; soy yo, A.D.
Un susurro llega desde el otro lado de la puerta. Ruth cree
reconocer la voz pero se muestra cauta.
- Se equivoca, aquí no hay ninguna Ruth.
- Venga, no tenemos tiempo que perder, ¡venimos de Calais!
Tal vez sea cierto, piensa Ruth. Saca su arma reglamentaria de su
cazadora colgada en una percha en el recibidor y abre muy
despacio la puerta exterior, encañonando a sea quien sea quien
se encuentre al otro lado.
-
¡Joder, Ruth!
¡A.D.! – Una gran sonrisa, adorna ahora el precioso rostro de
Ruth. – Me están espiando.
- ¿Con esto? – Amelie le muestra los prismáticos con los que la
ha estado observando y con los que ha estado verificando
que no tuviera compañía no deseada.
- My God! Eras tú. Estaba realmente asustada.
- Buena percepción. Me gusta que mi gente siempre esté
alerta.
- Si, pero podías haber llamado. Por cierto, - una mirada a Trix
le hace ver a Amelie que no se conocen y que no han sido
presentadas. – veo que no vienes sola.
- Perdona, es la hija pequeña. Se lo he dicho y…
- ¡Luego hablas de mí!
- No te preocupes. Yo estoy al mando y ella es de total
confianza. Tal vez la única…
- Mi padre, ¿puedo ver a mi padre? ¿Cómo está?
La pequeña de los De Campagne nerviosa y excitada exige que
le muestren la evidencia de que lo que le ha dicho Amelie es
cierto. ¡Su padre aún vive!
- ¿Puede verle?
- A eso hemos venido. –Amelie mira con una sonrisa de
complicidad en los labios a Beatrice. La abraza. – Enseguida
le veras, cariño. Está bien y Ruth le cuida maravillosamente.
- Pasad.
Ruth Gascoigne, ex Scotland Yard, fue reclutada por Pierre de
Compagne y Amelie Deschamps la primavera del año anterior tras
haber sufrido acoso por parte de un compañero y verse obligada
a dejar su destino en una comisaría del sur del gran Londres.
Ahora, su sueldo supera en creces lo que le ofrecía la policía
británica y esta sumamente satisfecha con el cambio. Como el
DICRE ha depositado su confianza en ella, Ruth responde como
mejor sabe: con eficiencia. Sus conocimientos en primeros auxilios
dieron paso al visto bueno de Pierre de Compagne para que
realizara la carrera de enfermería subvencionada desde Francia.
Ha acabado el primer curso con sobresaliente e incluso ya ha
aprobado dos asignaturas de segundo para ir adelantando y
acabar cuanto antes. Gracias a ello, ahora, se está haciendo
cargo de la custodia y cura del herido.
Cuando entran en la espaciosa y ventilada habitación que da a
la parte de atrás de la casa, al jardín, los ojos de Trix empiezan a
llenarse de lágrimas. Ahí esta su padre, conectado a un montón
de tubos y cables pero con las constantes vitales perfectamente
controladas por los monitores.
- Señoras, el Sr. De Compagne.
No les ha sido difícil a Amelie y a Beatrice ausentarse del domicilio
patriarcal de los De Compagne. Michel ha sido requerido por
Perlman, que se ha desplazado a Calais al enterarse de la trágica
noticia. Quiere comentarle algunos aspectos de la grabación que
van a hacer en breve. Al irse Michel, Trix ha explicado que
necesitaba airearse y después de que su madre diera su
aprobación (tranquila, querida, ya se queda Isabelle) han
atravesado el canal con la rápida motocicleta eléctrica que el
DICRE posee para casos de emergencia, una preciosa BMW
cromada que puede llegar a alcanzar velocidades de vértigo.
Con la acreditación de Amelie (DICRE, estamos en plena
investigación) no les ha supuesto ningún problema llegar a Dover
en menos de media hora. Lo han conseguido gracias a la
magnífica obra del túnel submarino que atraviesa el canal de La
Mancha, utilizando la vía de servicio que existe entre los dos
túneles ferroviarios (ida y vuelta).
15-Lille.
16 de Julio. Nueve de la mañana.
Rudy McMannaman afronta su quehacer matutino exactamente
igual que la mañana anterior, sentado en la misma mesa del
mismo café leyendo el periódico del día. Sus pensamientos van
más allá de cualquier artículo que pueda estar leyendo.
Suena su móvil.
Responde.
- McMannaman.
- Sr. McMannaman, ¿todo va bien?
- Ah, es usted. No miré la pantalla del móvil. Si, claro. ¿Por qué
debería de ir algo mal? Ustedes lo tienen todo atado, ¿no?
- Claro, claro. Por eso no se preocupe. ¿Se va a quedar
mucho tiempo en Lille?
- ¿Cómo sabe que estoy en Lille?
- Tal vez porque se deja ver usted demasiado.
- Yo sigo con mi vida normal… ¿He de esconderme?
- No, no; en absoluto. Pero debe ser discreto.
- ¿No lo soy?
-
Más. Debería permanecer encerrado en la habitación del
hotel y no salir hasta que le avisemos.
- Y ¿Eso se supone que es la vida normal? ¿Cree usted que
llamaré menos la atención si me encierro en el hotel? ¿No
sería más normal que me dejara ver por la ciudad?
- Le recuerdo que aun no ha cobrado una libra…
- Si, lo sé. Yo le recuerdo que hago muy bien mi trabajo… y,
efectivamente, aun no he cobrado nada. Nada de nada.
- No se ponga nervioso Sr. McMannaman.
- Usted está nervioso, no yo.
El tipo que habla con Rudy McMannaman puede verle con
bastante nitidez a través de la cámara que Ángela Brent lleva
incorporada
en
un
rocambolesco
anillo
de
diseño
descaradamente rococó. Acaba de sentarse hace tres minutos,
tres mesas a la izquierda de McMannaman, haciéndose la
distraída.
Cuando cuelga, la mujer, gira el anillo hacia su rostro y esboza una
gran sonrisa triunfante.
Ángela Brent, veintinueve años, alta, esbelta, con un gran cuerpo,
deseable para todo aquel que sea admirador de la belleza había
recibido una llamada dos meses atrás desde un teléfono público
del gran Londres, cerca de Teeside. No había habido, apenas,
conversación.
- ¿Ángela Brent?
- … Si…
- ¿Está, ahora mismo, libre?
- Depende de para que…
- ¿Está, ahora mismo, libre?
- Ya he contestado; depende de para que…
- ¿Le interesaría ganar un buen fajo de billetes?
- Ya gano buenos fajos de billetes…
- Sin prostituirse.
- ¡Vaya! – Los ojos de Ángela se habían abierto como platos ¿Nos conocemos?
- No. Tengo referencias suyas.
- ¿De quien?
- Eso no importa…
- ¡Claro que importa! Quiero saber quien va diciendo por ahí
que soy puta.
- ¿No lo es?
- ¡Claro que no!
-
-
Entonces, debe de haber un error. Lamento la confusión.
Perdone si la he molestado…
¡Espere, espere!
Entiendo; no le voy a dar el nombre de la persona que me
ha facilitado el suyo. No es ético.
No, no. Lo sé. Esto… ¿Qué tendría que hacer?
Vamos a ver… Necesito estar seguro de hablar con quien
creo que estoy hablando. ¿Es usted la Ángela Brent que
ofrece, digamos que, compañía a personajes con cierto
poder, con cierto nivel social?
Depende… Bueno, si.
De ahí saca su dinero, ¿no es cierto?
Si, claro.
Entonces, se prostituye.
¡No follo con ellos a menos que me gusten!
Ya. – Su interlocutor estaba obcecado en conseguir que
Ángela admitiera su condición. – Pero, casualmente, le
gustan todos.
Casi todos. Hay una buena primera selección. No suelo
ofrecerme a viejos magnates porque ellos ya suelen
poseer… digamos que buenos propios contactos.
Ya. Ahora que nos conocemos…
Yo no le conozco. ¿Con quien tengo el gusto de hablar?
Con quien le pagará muy bien si termina usted su trabajo.
Y su nombre es…
Llámeme X y es suficiente, si es que quiere ponerme un
nombre, pero creo que eso no es necesario.
Y bien; ¿Qué es lo que tengo que hacer?
Pegarse a un hombre. Ser su sombra; pero no a su manera, a
la mía.
¿No he de acompañarle a ningún lugar?
No. Se lo irá encontrando casualmente cómo y donde yo le
diga. Al final deberá conseguir que le dé un objeto que él
posee o, en su defecto, quitárselo.
¿He de robar?
Depende de usted; de su habilidad en el arte de la
persuasión.
Bien. – A Ángela le gustan los retos. Cuando aquel misterioso
señor X le brindó la oportunidad de poner sus artes a trabajar
a cambio de mucho dinero, una amplia sonrisa de oreja a
oreja iluminó su bonito rostro. Pero, ¿de cuanto dinero estaba
hablando aquel hombre? – Por cierto, ¿cuanto y cuando
voy a cobrar?
-
-
-
-
Sé que tiene usted una cuenta abierta en la Banca Privada
de Andorra; un bonito paraíso fiscal ¿no cree? Sé su número.
Si acepta, ahora mismo transferiré a su cuenta la bonita cifra
de seis mil euros; cuando todo acabe, será el triple más; o
sea dieciocho mil euros más para usted. Total: veinticuatro
mil euros para un trabajito de unos diez días a lo sumo.
Y… - Ángela empezó a pensar que era su día de suerte ¿Por qué piensa usted, señor… X, que voy a lograr llevar a
cabo la misión? ¿esta seguro de qué no voy a coger los
primeros seis mil euros y no voy a largarme con viento fresco?
Porque es usted muy golosa, señorita Brent; además, el
trabajo es muy fácil y no va a renunciar a los otros dieciocho
mil, así, por las buenas… Lo sé. Estoy seguro de que, para
ambos, será una tarea sumamente realizable y satisfactoria.
Le noto muy seguro. Bien. – Se puso tensa.- ¿Cuándo
empezamos?
Aun con la cámara vuelta hacia ella, llama la atención de un
camarero que pasa a dos mesas de la suya, a cinco de la de
McMannaman. Sin disimulo, haciéndose notar. Él se gira y la ve.
Vaya, - piensa – otra vez esa mujer. ¿Quien será realmente?
16-L'Hospitalet de Llobregat.
14 de Julio. 20:30h.
-
¿Por qué? – Pregunta Cristina, con los ojos aún cerrados – Si
tú no lo hubieras hecho, no habría pasado nada.
- Y, ¿Qué ha pasado? – Eric se aprovecha de que ella
mantiene sus ojos cerrados para poder contemplar su rostro
(es realmente bonita). Le ase la cara, suavemente, con
ambas manos y roza los labios de la chica, de nuevo, con los
suyos - ¿Esto?
Cris no dice nada pero abre mucho los ojos.
- ¿Vas a pegarme otra vez? – Eric sonríe, pero sin malicia; se
diría que con dulzura – Ahora me dolería de veras.
- ¡No! Pero si hace unos minutos has dicho que pasabas de
chicas…
- No sé, ha sido de repente. He tenido la necesidad de darte
cariño. Lo siento.
- Yo también.
La pareja se mira a los ojos. Sus manos están entrelazadas. El
silencio parece prolongarse por espacio de horas pero no son más
que unos pocos segundos.
- Por favor, sácame de aquí.
- Lo haré. Saldremos de esta. No te preocupes. –Eric empieza
a pensar- ¡Tu familia! ¿No te estará echando de menos?
- Iba a dormir a casa de Patri.
- Entonces… ¿Y Patri? ¿Y Diego? ¿Dónde se habrán metido?
- No sé. A lo mejor les ha pasado algo.
- ¿Y Fran? ¿Habrán podido hablar con él? Ya hace mucho
rato que se fueron…
- ¡Oye! ¿Y tu familia?
- Están fuera, de viaje; los cuatro, en los Estados Unidos. Yo no
quise ir. Nadia ha ganado una beca para estudiar en Los
Ángeles.
- ¡Hala! ¡Que guay! Pero, ¿ibas a dormir solo?
- Si… bueno, con la perra.
Como cada noche, antes de cenar, Diego desenfunda su guitarra
para deleitarse con unos bonitos acordes que le recuerden a
Paula, su Paula.
Hace, ya casi, un año que se fue. Aquel maldito conserje
entrometido le insinuó que podría convertirse en una buena actriz
y ella, ni corta ni perezosa, empezó a ir a castings por la ciudad y
los alrededores hasta que la cogieron en un par de ellos. Resultó
que la chica servía y ahora está en Londres estudiando arte
dramático y, por descontado, inglés.
¡Como le gustaba a Paula que Diego le tocara aquellas
canciones! Le ha hecho creer a todo el mundo que la ha olvidado
pero, no es cierto, todo lo contrario. Cada hora que pasa, cada
minuto, cada segundo… La recuerda y la necesita más y más. Se
cartean de vez en cuando y, cada día, ansioso, casi desesperado,
por la mañana, al levantarse, Diego echa un vistazo a su correo
electrónico para ver si ella le ha enviado algún mensaje. Sea cual
sea el resultado, él siempre escribe: "Buenos días cariño, ¿Qué tal
por Londres? Aquí todo sigue igual. Todos te mandan recuerdos y
yo, desde mi soledad, te echo de menos." Le gustó esa frase, la
tomó de alguna canción que le había oído cantar a su madre
tiempo atrás. Paula, de vez en cuando, le responde pero, poco a
poco se ha ido alejando de él. Es lo que tiene la distancia.
Esta noche, absorto en sus pensamientos para con Erik, Patri y Cris,
no puede tocar nada. Toma una decisión.
- ¡Mamá! Tengo que hablar contigo un momento.
17-Dover.
15 de Julio. 22:30h. hora británica.
Trix De Compagne ha pasado los últimos veinte minutos llorando,
abrazada al brazo de su padre. Los recuerdos que habían
aflorado en las últimas horas se habían desvanecido al recibir la
buena noticia pero, al contemplar el rostro quejoso de su padre
han vuelto multiplicados por mil. ¿Qué hubiera sido de ella sin él?
¿En quien habría depositado sus anhelos, sus miedos, sus
esperanzas, sus inquietudes? Si, claro, ama a Michel por encima
de todas las cosas, pero su padre siempre ha sido para ella su
mejor amigo, ese alguien que todos necesitamos tener al lado en
todo momento para que nos ayude a tomar una decisión, para
que asienta una vez tomada o para que nos abrace y nos ceda su
hombro si nos hemos equivocado al tomarla.
Amelie coloca tiernamente su mano sobre el hombro de Trix.
- Hemos de irnos.
- Lo sé.
- No os preocupéis, está en buenas manos. – Ruth muestra las
suyas esbozando una amplia sonrisa de satisfacción –
Cuando haya algún cambio te llamo.
- De acuerdo; sino te llamaré cada cuatro horas. Veamos,
son, ahora las diez…
- Las once.
- Hora continental, guapa. Te llamo a las dos de la mañana.
- ¿Hace falta? Descansad, lo necesitaréis para más adelante.
Llámame por La mañana y no te preocupes, ya te lo he
dicho, si hay algún cambio te llamaré yo.
- Si, Amelie. Tiene razón. Necesitas descansar; además, yo,
incluso, podría quedarme aquí, en Dover turnándome con
Ruth.
- ¡Ni hablar! Hemos de regresar a Calais las dos. ¿Qué pensará
el resto de la familia? ¿Qué excusa le darías a Michel? Es
inviable.
- Le podría contar la verdad. Sabe mantener un secreto.
- ¿De esta magnitud? No. No sólo es la seguridad de padre, lo
que está en juego. Todo esto forma parte de una operación
para desmantelar una… ¡Ya he hablado demasiado!
- ¿Una operación? ¿Del DICRE? Pero, si estaba controlado,
¿Por qué papá ha resultado herido? ¿Qué está pasando
aquí? ¡Cuéntamelo!
- No puedo y tú lo sabes.
- Sí puedes, Amelie. Soy toda oídos.
Amelie sabe que ha metido la pata hasta el fondo. No va a ser
fácil eludir a Trix. Sabe que la hija de Pierre necesita la verdad. A
ella le ocurriría lo mismo pero, posiblemente, de hallarse al otro
lado, su interlocutora no hubiera sido tan bocazas como ella.
- Prométeme una cosa.
- ¿Te he fallado alguna vez?
- Prométeme que, una vez te haya contado de qué va todo
esto, cogeremos la moto y volveremos a Calais.
Trix no se esperaba eso. Ella pensaba que le haría prometer
silencio absoluto en relación a lo que se le contara.
Quiere permanecer al lado de su padre. Quiere estar con él en el
momento en que despierte. Quiere abrazarle como, sin duda, él
hubiera hecho.
- Pero…
- No hay peros que valgan. O nos vamos ahora mismo y te
quedas igual, o nos vamos dentro de media hora con una
rocambolesca historia de detectives en la cabeza.
- ¿Rocambolesca? ¿Por qué?
- Entonces… ¿Empiezo?
- Espera, ¿No crees que a Ruth le iría bien un relevo de vez en
cuando?
- No te preocupes por Ruth, Trix, tanto ella como yo estamos
preparadas para resistir hasta setenta y dos horas seguidas
sin dormir. Además, cuando tu padre despierte y se
estabilice, te prometo que volveremos. Entonces puede que,
incluso, necesitemos la ayuda de Michel.
- ¿Michel? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?
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