Behemot y Leviatan.

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En el Libro de Enoc, Behemot y Leviatán son descritos así: “Y en ese día se separarán
dos monstruos, una hembra llamada Leviatán, que morará en el abismo sobre donde
manan las aguas, y un macho llamado Behemot, y ocupará con sus pechos un desierto
inmenso llamado Dandain”.
En la mitología hebrea de origen babilónico, Leviatán y Behemot son criaturas
enemigas que se enfrentan al inicio y al final de los tiempos y han de ser destruidos por
Dios antes de que ambas acaben con su creación. Leviatán regía la vida en los mares y
se representaba como una serpiente enrollada, capaz de devorar las aguas de todos los
océanos.
Behemot, por su parte, dominaba la tierra y era el único ser capaz de enfrentar a
Leviatán. En el libro de Job se describe de la siguiente manera: Se alimenta de hierba
como el buey. Mira qué fuerza en sus riñones, qué vigor en los músculos de su vientre.
Endereza su cola como un cedro, se entrelazan los nervios de sus muslos. Sus huesos
son tubos de bronce; sus cartílagos, barras de hierro. Es la primera de las obras de
Dios, quien lo hizo rey de sus compañeros. Le pagan tributo las montañas y todas las
fieras que en ellas retozan. Debajo de los lotos se revuelca, en la espesura de cañas y
de juncos. Le cubren los lotos con su sombra, le rodean los sauces del torrente. Aunque
el río anegue, no se asusta; quieto está aunque un Jordán le llegue al hocico. ¿Quién
podrá apresarlo por los ojos o taladrarle la nariz con una estaca? Libro de Job
(XL,15-24).
Desde la Edad Media, Behemot y Leviatán son tal vez las figuras mitológicas más
utilizadas en el milenarismo social y religioso. Sin embargo, es Thomas Hobbes quien
las desacraliza, las pone de cabeza y las usa por primera vez para explicar fenómenos
políticos, es decir, relaciones de poder.
Desde entonces, Leviatán se refiere al “Estado”, al sistema de gobierno que de manera
interesada convienen los hombres darse entre sí para convivir en orden, evitar la
autodestrucción y salir del estado de naturaleza –que no era otro que el caos–, mediante
reglas, el imperio de la Ley y el respeto a los derechos inviduales. Behemot, por su
parte, es la antítesis de Leviatán. El “no-estado”, el desorden, la guerra, la anarquía,
donde impera la ley del más fuerte. En la visión de Hobbes, esta anomia se “traga” los
derechos, la integridad y la dignidad del hombre y trata de regresar al mundo al “caos
original”, mediante la supremacía de gigantescas masas terrestres, que todo lo arrastran
a su paso. De esta manera, mientras Leviatán representa la Ley que protege a todos,
Behemot se expresa a través de la ley del más fuerte, que termina por dominar a los
demás y desafiar al propio Estado. Todo orden político, concluía el inglés, se construye
a partir de este conflicto constante entre Derecho y fuerza, convivencia y dominación,
donde los hombres pactan previamente la supremacía del primero sobre el segundo.
Nuestro Leviatán es por todos conocido. Un sistema de gobierno presidencialista que
llegó a ser el centro indisputado de poder que todo lo dominaba. Desde el Congreso
hasta las gubernaturas, desde los jueces hasta los presidentes municipales. Desde la
empresa más importante del país (que por supuesto debía ser paraestatal) hasta la
corporación privada más distante del gobierno. No había mercado, sólo Estado.
La transición a la democracia transformó la naturaleza del Leviatán mexicano. Lo bajó
del pedestal, lo hizo terrenal y un poco más humano. Teóricamente, lo puso más cerca
de los ciudadanos. Prácticamente, sin embargo, lo puso a merced de Behemot, del poder
del dinero privado y de los poderes fácticos, a quienes se suponía debería contener y
mantener a raya.
Hoy tenemos un Leviatán acotado, pero un Behemot desatado bajo la figura de poderes
fácticos de todo tipo (económicos, sindicales, religiosos), que además exigen autonomía
y privilegios. Nuestra democracia instauró la competencia política para acceder al
Estado, pero dejó de lado la competencia económica para democratizar el mercado y
esto ha devenido una forma de gobierno de mala calidad para la sociedad.
Nuestra larguísima transición a la democracia debe iniciar ahora otra etapa. Así como
contuvo a la serpiente marina enrollada llamada Leviatán, debe marchar ahora sobre la
cola, las costillas y el hocico de ese hipopótamo llamado Behemot, es decir, sobre los
monopolios privados de todo tipo, económicos, sindicales, religiosos y hasta partidarios.
Desplazar un régimen presidencialista para instaurar un Estado oligárquico no debe ser
el triste final de nuestra democracia.
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