Este Cuarto

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Este
Cuarto
Por
Christi‐Anna
Castonguay
Ellos
dicen
que
los
niños
son
intensos
y
fuertes
por
la
inocencia.
¿Pero
cuánto,
de
verdad
se
gana
por
el
dolor
del
sufrir?
Es
cierto
pero
¿qué
ocurre
cuando
los
niños
crecen
como
adultos
frágiles
de
mente
y
de
emociones?
Se
ponen
adultos
delgados
como
la
realización
de
las
palabras,
de
las
acciones,
y
de
los
eventos
pasados
ganan
valor.
Pienso
sobre
esto
y
me
quedo
sentada
en
el
piso
glacial
de
este
cuarto
familiar.
Hace
ya
muchos
años
yo
entré
en
la
casa
de
mi
niñez.
Yo
conozco
la
escalera
por
la
noche
sin
luz,
el
tercero
y
el
séptimo
escalón
crujiendo
y
gimiendo
como
si
la
casa
fuera
una
bestia
antigua
de
madera
y
de
memorias.
Por
toda
la
casa
el
piso
crujía
debajo
del
peso
de
los
pies—por
toda
salvan
los
tablones
del
cuarto
a
la
derecha
de
lo
alto
de
la
escalera.
Ni
siquiera
la
puerta
hablaba
sobre
las
bisagras
arcaicas.
Yo
recordé
pensar‐‐como
la
realidad
de
mi
historia
me
daba
cuenta
de
la
verdad
de
los
eventos—que
toda
la
casa
y
la
gente
de
la
casa
había
abusado
de
mi
confianza.
No
era
así,
pero
la
Castonguay
2
mente
de
una
niña
no
entiende
todas
las
cosas;
sólo
lo
que
está
revelado
por
una
perspectiva
finita,
por
los
filtros
de
los
colores
y
los
tonos
de
palabras,
y
la
imaginación
joven.
Él
era
muy
alto
(yo
digo
él
porque
no
voy
a
dar
el
honor
de
recordar
a
alguien
como
él)
y
era
muy
fuerte,
tenía
el
olor
a
sudor
y
paja
seca.Yo
no
entendía
nada
de
peligro.
Me
gustaba
correr
y
pasear
sola
por
los
campos
del
maíz
verde
y
alto
que
susurran
los
cuentos
raros
a
la
tierra
negra.
Las
selvas
eran
lugares
de
consuelo,
entre
las
ramas
oscuras
cerca
de
los
cielos
claro
o
gris.
Yo
nunca
llevaba
los
zapatos
ni
dejaba
de
hacer
trenza
el
pelo
por
mis
hermanas.
Quizás
porque
yo
estaba
sola
tanta
la
culpa
es
mía.
Cada
noche,
después
de
hacer
las
tareas,
yo
subía
la
escalera
al
cuarto
de
mis
hermanos
y
el
mío
estaba
a
la
izquierda.
El
cuarto
de
él
estaba
a
la
derecha
y
la
puerta
estaba
abierta—esto
no
era
normal,
y
él
nunca
era
simpático
salvo
con
los
adultos.
Una
noche
me
invitó
entrar
a
su
cuarto
para
recibir
un
regalo.
No
entendí
porque
él
estaba
simpático
conmigo,
sólo
qué
simpático
por
fin
y
quizá
ahora
iba
a
ser
simpático.
Cuando
yo
entré,
me
dijo
cerrar
la
puerta.
En
ese
momento
sentí
que
algo
terrible
iba
a
pasar
y
también
que
yo
no
tenía
la
capacidad
para
evitarlo.
Me
violó
y
cuando
terminó,
me
dijo,
en
una
voz
baja,
“¡Si
se
lo
dices
a
alguien
voy
a
matarte—a
nadie!
¿Entiendes?”
Yo
tenía
seis
años,
no
comprendí
la
diferencia
entre
esto
y
cuando
me
pegó
y
me
decía
las
mismas
palabras.
Como
los
años
pasaron,
me
dí
cuenta
de
la
realidad—de
lo
que
me
hizo.
¿Cuántas
veces
yo
he
tratado
de
restregar
o
borrar
la
memoria
de
él,
del
olor
amargo
de
su
sudor
que
se
pega
en
la
garganta,
el
sentimiento
repugnante
de
su
toque?
Ya,
una
adulta,
regresé
a
la
casa,
a
este
cuarto.
Él
estaba
casado,
con
una
esposa
dulce
y
un
niño
contento.
Tenía
una
vida
perfecta
y
yo
no
tengo
nada
pero
las
cicatrices
de
los
intentos
del
suicidio.
Castonguay
3
Ellas
son
huellas
para
una
vida
perdida
para
mí.
No
voy
a
volver
a
llorar
sobre
esperanzas
muertas.
Cierro
la
puerta
por
la
última
vez.
En
todas
las
partes
de
la
casa
hay
velas
de
recuerdo
que
yo
enciendo
y
cuando
ellas
se
extingan
van
a
quemar
toda
la
casa.
Las
tablas
y
las
paredes
van
a
ennegrecer,
brillar,
y
caerse
como
cenizas
grises
para
olvidar
para
siempre.

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