Elén Kalintchenko “Amor, dinero y suerte” (Artículo escrito en base de la charla literaria impartida por Elén Kalintchenko el 23 de marzo de 2015, sobre “El jugador” de Fiódor Dostoievski, a solicitud del Ateneo Navarro que escogió la obra). Contenido: I. EGOÍSMO ............................................................................... 1 II. LUDOPATÍA ........................................................................... 2 III. AMOR, DINERO Y SUERTE ................................................ 6 IV. TRES METÁFORAS: otoño, libro y enfermedad ................... 8 I. EGOÍSMO. Aquellos que han leído a Dostoievski se habrán percatado de que absolutamente todas sus creaciones están dedicadas al ego humano, que él retrata en sus obras con gran sinceridad y crudeza, incluso lo defiende como algo propio e indispensable, narrando historias existenciales que parecen arrancadas de la vida tal cual, con todos sus matices vergonzosos al desnudo. Los personajes de ese monumental escritor ruso están condenados a permanecer en una incesante lucha por alcanzar la mítica pureza espiritual, tan ingenua e indefensa, que en colisión con el astuto egoísmo se convierte en una peculiaridad antinatural e inútil para el hombre. En general, la ideología de Dostoievski consiste en que ese inevitable conflicto entre virtud y vileza trastorna la consciencia y provoca un sufrimiento constante, al que la humanidad dio el nombre de “pecado”. Por aliviar tal sufrimiento, el hombre (incapaz de dominar su instinto egoísta) acude al sacrificio para apaciguar su consciencia y equilibrar la balanza de ese “bien y mal” que toda personalidad acoge en su interior, de tal manera la vida mundana empieza a cobrar sentido. La opinión del genio ruso sobre la índole humana es bastante desalentadora, por lo tanto, con tan solo oír su nombre, enseguida vienen a la memoria las crueles verdades de su pensamiento, que encogen el estómago y evocan sensaciones de pesadumbre y desesperanza. Precisamente por eso “El jugador” se destaca sobremanera dentro de la obra del escritor, sorprendiéndonos con su desenfadada ligereza e inusual toque de humor. Ya de por sí, la novela arranca como si fuera el comienzo de un chiste clásico que dice: “Se reunieron una vez en Alemania un inglés, un francés y un General ruso con toda su familia y allegados. Y fijaos lo que les pasó jugando a la ruleta…”. Pero no nos engañemos, como siempre nos toparemos con una trama psicológica que trata sobre el mismo y condenado egoísmo, aunque en esta ocasión en forma de una parodia irónica y divertida. pág. 1 II. LUDOPATÍA. ¿Vicio o enfermedad? Quizás ambas cosas. Probablemente la ludopatía sea una enfermedad espiritual que se alimenta de emociones raudas y febriles, con el afán de engordar el ego que ansía reafirmar su valía entre los semejantes, bajo la excusa de que cualquier medio para triunfar es legítimo. Dostoievski se apasionó con el juego de la ruleta en su primer viaje por Europa, con la que soñaba desde hace años, y donde esperaba encontrar nuevas inspiraciones para su labor de literato. Sin embargo, lo único que le emocionó de veras en Europa es la ruleta y el ambiente variopinto que rodeaba las mesas de juego. En Rusia por entonces las casas de juego estaban prohibidas. De hecho, la prohibición duró hasta los tiempos de Gorbachov (Presidente ruso 1988-1991), el que con su "Perestroika" [reconstrucción] legalizó todo tipo de libertinas diversiones. “El jugador” surgió como una especie de improvisación dictada al vuelo y taquigrafiada por Anna Snítkina, con la que recién enviudado Dostoievski se casará pocos meses después de acabar la novela. En aquella época el escritor se encontraba en tal aprieto, que si, por un lado, no entregaba su novela “El jugador” en tres semanas a un editor-acreedor, perdería todos sus derechos de autor de por vida, y por otro lado, si no terminaba a tiempo los siguientes capítulos de “Crimen y castigo” para otro editor, hasta podría acabar en la cárcel. La solución fue contratar a una taquígrafa-estudiante, la que por la mañana apuntaba la trama de “El jugador” y por la tarde, los capítulos prometidos de “Crimen y castigo”. Parece increíble que ambas obras, escritas en condiciones tan extremadas, hoy en día compongan parte del Patrimonio Mundial de Literatura. Es un ejemplo extraordinario de que nada en esta vida es imposible. En el momento de componer su obra “El jugador”, el novelista estaba endeudado hasta la coronilla, no solo con sus deudas propias, sino también con las que asumió de su hermano fallecido y las que generó la enfermedad de su difunta esposa. ¡Qué situación más desoladora! Al principio, en cada viaje suyo por Europa (que se hicieron más frecuentes) Dostoievski jugaba a la ruleta con la “noble” intención de ganar dinero suficiente para saldar todas sus deudas. Pero el juego lo atrapó reciamente en sus malignas garras ludópatas, en las pág. 2 cuales el genio ruso permaneció durante ni más ni menos que diez años. Después se curó inesperadamente de su ludopatía a través de la también distinguida obra “Demonios”. En cambio “El jugador” solo le había servido para dar rienda suelta a su consentida maldición, la que él reconoció públicamente en los últimos capítulos de la novela: ¡No, no era el ansia del dinero! Entonces lo que yo únicamente ambicionaba era […] que toda aquella gente hablase de mí y se contasen unos a otros mi historia, y me admirasen, y me acogiesen, y me hiciesen reverencias, y se inclinasen ante mi nueva fortuna en el juego. ¡No hay nada más estúpido que la moral en estos trances! ¡Oh los individuos satisfechos de sí mismos!... ¡Con qué orgullosa ufanía están siempre dispuestos esos charlatanes a endilgarle sus sentencias al prójimo! ¡Si supiesen hasta qué extremo comprendo yo mismo la abyección de mi presente estado, […] ¿qué pueden decirme de nuevo que yo no sepa? ¿Acaso se trata de eso? Todo se reduce a que… bastaría una simple vuelta de la rueda para que todo cambiase y esos moralistas fuesen los primeros (estoy de ello seguro) en venir a felicitarme. Y no me volverían la espalda como ahora. ¡Pero escupámosles a todos ellos! ¿Qué soy yo ahora? Un cero. ¿Qué puedo ser mañana? ¡Mañana puedo resucitar de entre los muertos y empezar de nuevo a vivir! Puedo descubrir el hombre que llevo dentro en tanto que no me haya hundido del todo. El cero (con el que Dostoievski se compara de modo peyorativo) toma un protagonismo especial en la novela. El mismo cero adquiere en el juego de la ruleta poderes mágicos, descritos a través del personaje más extravagante de “El jugador”: la rica abuelita enferma, que aparece inesperadamente en el escenario y deja estupefactos a todos los herederos que, reunidos en el extranjero, estaban esperando su pronta muerte para repartir su exuberante fortuna. Sin embargo, la abuelita, totalmente curada y llena de vitalidad, se presenta en Roulettenbourg y, nada más llegar, se va a la casa de juego y se apasiona con el dichoso cero de la ruleta: pág. 3 — ¿Y qué es eso del zéro? ¿No oíste que ese croupier chato, el principal, acaba de gritar zéro? ¿Y por qué arrambla con todo lo que hay en la mesa? ¡Qué barbaridad, todo se lo ha llevado? ¿Qué quiere decir eso? — El zéro, bábushka, queda a beneficio de la banca. Cuando la bolita cae en el zéro, todo cuanto haya en la mesa, todo, sin distinción, pertenece a la banca. […] — ¿Qué dices? ¿De modo que no me dan nada? — No, abuelita; pero si usted tiene puesto el zéro y el zéro sale, entonces le pagan treinta y cinco veces más. — ¡Cómo! ¿Treinta y cinco veces más? ¿Y sale a menudo? Pues entonces ¿por qué esos tontos no ponen al zéro? — Treinta y seis probabilidades en contra, abuelita. — ¡Qué absurdo! […] ¡Aquí está! sacó del bolsillo un abultado portamonedas y extrajo de él un federico en oro. Anda, ponlo en seguida al cero. — Pero, abuelita, si el cero acaba de salir dije. Seguramente no saldrá ya en mucho tiempo. […] — ¡Vaya, qué disparate, qué disparate! Quien no se arriesga, no pasa la mar. ¿Qué? ¡Perdimos! ¡Pues pon otra vez! Perdimos también el segundo federico de oro; pusimos un tercero. […] Perdimos también el tercero. […] — ¡Miren que es desgracia, hombre! se enfadó la abuelita. ¿Tardará mucho en salir ese condenado cerito? Eso es cosa de ese maldito croupier chato. ¡Nunca le sale! Alekséi Ivánovich, pon dos federicos de un golpe. ¡Pones tan poco, que si sale el cero, no coges nada! — ¡Abuelita! — ¡Pon dos, ponlos!... No es dinero tuyo. pág. 4 Yo puse los dos federicos en oro. La bolita anduvo rebotando por la rueda, y, finalmente, se fue deteniendo en las púas. La abuelita se estremeció, me apretó la mano y, de pronto, batió palmas. — Zéro cantó el croupier. — ¡Lo ves, lo estás viendo!... dijo la abuelita, volviéndose rápida hacia mí, toda radiante y satisfecha. […] ¡Pero no te entretengas, vivo! exclamó fuera de sí, dándome con el codo con todas sus fuerzas. — Pero ¿adónde pongo, abuelita? — ¡Al cero, al cero! ¡Otra vez al cero! ¡Pon todo lo más que puedas! […] — Pero, ¡piénselo bien, abuelita! A veces se lleva doscientas veces sin salir. Le aseguro a usted que lo va a perder todo. […] — ¡Más, más, más! ¡Sigue poniendo! exclamó la abuelita. Yo desistí de contradecirla, y, encogiéndome de hombros, volví a poner otros doce federicos en oro. La rueda estuvo girando largo rato. La abuelita, sencillamente, temblaba, siguiendo con la vista la rueda. “Pero ¿es posible que se haga la ilusión de que va a darse otra vez el cero?”, pensaba yo, mirándola con asombro. Decidida convicción de ganar resplandecía en su semblante… La infalible expectación de que inmediatamente iban a cantar: cero. La bolita se detuvo en una rendija. — Zéro cantó el croupier. — ¡Eh! exclamó la abuelita, volviéndose a mí con frenético triunfo. […] Pero poco le duró la eufórica gloria a la abuelita (de igual manera que a Dostoievski): en un par de días ella despilfarró tanto dinero, que tuvo que pedir un préstamo al amable inglés para regresar a Moscú y huir de la ruleta que la estaba arruinando. La banca nunca pierde, se suele decir. Esa es la condición del juego, donde los éxitos, irremediablemente, se compensan con los fracasos. pág. 5 III. AMOR, DINERO Y SUERTE. ¿A quién no le ha preocupado nunca el codicioso trío de “amor, dinero y suerte”? El que diga que no, mentiría. Pues en “El jugador” todo gira alrededor de ello, porque el mismo escritor, durante una temporada de su vida, atraído por los encantos de esa embaucadora trinidad, se aventuró a recorrer agarrado a su mano una fatídica travesía, que le arrastró desde los cielos paradisiacos hasta los más pérfidos y abominables infiernos. Prácticamente todo en “El jugador” es autobiográfico, excepto algún arreglo novelesco que todo escritor necesita para componer un libro. Incluso Polina, uno de los personajes principales, fue una persona real, que se quedó inmortalizada en las páginas de la novela con su verdadero nombre. Apollinaria Súslova (diminutivo Polina) una mujer guapísima, inteligente y apasionada había sido el amor más atormentado y grandioso de Dostoievski, a mi parecer, el único amor verdadero que tuvo el escritor; cuyo fantasma le persiguió hasta el fin de sus días y provocó celos dolorosos a su segunda esposa, Anna Snítkina, la que se convirtió en un auténtico ángel de la guarda del genio ruso, sin la cual, en mi opinión, el novelista no sacaría la cabeza de los abismos en los que estaba sumido por entonces, y hoy en día la humanidad no tendría ese magnífico patrimonio literario que nos dejó en herencia Fiódor Dostoievski. Pues, como ya he mencionado antes, la historia de “El jugador” trata sobre “amor, dinero y suerte”, donde los personajes principales están enamorados entre sí, aunque a ninguno de ellos la estrella pasional le sonríe. La historia está narrada en primera persona por el tutor de los hijos del General Zagorianski, Alekséi Ivánovich, que está perdidamente enamorado de Polina, la hijastra del General. Junto con Alekséi, Polina tiene a sus pies a otro admirador encandilado, un amigo de la familia, el noble y adinerado inglés Mr. Astley; pero ella está atraída fuertemente por el francés Des Grieux, un prestamista para los jugadores, que tiene en sus manos empeñados todos los bienes del General Zagorianski, el último, a su vez, está embelesado por los encantos de también prestamista y buscavidas Mademoiselle Blanche. Mientras Des Grieux y Mademoiselle Blanche solo aman el dinero, por eso pág. 6 están apegados a la familia del General Zagorianski, del que esperan sacar una buena tajada. ¡Es un verdadero culebrón! Todos los rusos están sin blanca y necesitan urgentemente arreglar su situación económica para prosperar en los asuntos amorosos. Alekséi intenta ganar algo en la ruleta, sin embargo la suerte no le acompaña. El General Zagorianski ya ha derrochado todo su capital en el juego y, por lo visto, su única solución para salir adelante es heredar de la tía, Antonida Vasílevna, esa famosa abuelita de la que hemos hablado antes, la que se niega rotundamente a morir y complacer con ello a sus herederos. Alekséi Ivánovich, como allegado de la familia y no su miembro, ignora la verdadera situación del General, aunque percibe en el semblante de Polina preocupaciones que la corroen, pero ella no está dispuesta a revelarle los secretos vergonzosos de su familia; y sigue tratando a Alekséi con desprecio, como a un simple lacayo, hasta que llega un momento sorprendente, casi fantástico, cuando, al caer la noche, Polina aparece de repente en la habitación de Alekséi y se echa en sus brazos, y le revela todos los secretos de la familia, y le confiesa que estaba enamorada del traidor francés que la acababa de abandonar sin despedirse, dejándole una nota donde le comunicaba que iba a vender los bienes del General para recuperar el dinero, que le perdonaba a Polina el préstamo personal que le concedió, que lo ha pasado muy bien con ella y que jamás la olvidaría. Al principio Alekséi se quedó tan asombrado, que no podía creer que la suerte por fin le estaba favoreciendo en el amor. Incluso, cuando vio a Polina entrar por la puerta de su habitación, pensó que en aquel instante su fantasía le estaba jugando una mala pasada y se convirtió en delirios, y lo que él tenía delante de sus ojos era un fantasma. Pero no era ningún fantasma, sino Polina en carne y hueso, la que vino a entregarle su sinceridad, tratándole por primera vez con aprecio y cariño, que en el fondo siempre le tenía, pero nunca quiso mostrárselo. ¿Y qué es lo que hizo Alekséi? Pues, dijo a Polina que no se preocupara de nada, que a partir de ahora él se encargaría de todo y arreglaría sus problemas. pág. 7 La dejó sola en la habitación y se fue a jugar. Aquella noche la suerte no le soltaba de la mano: en apenas unas horas Alekséi ganó en la ruleta una fortuna realmente escandalosa, y a la madrugada se la puso a los pies de su amada. Sin embargo, la orgullosa Polina no aceptó su dinero, al revés, se enfureció por sentirse comprada y salió corriendo del hotel, decidida a marcharse al día siguiente con el inglés Mr. Astley que hace tiempo le estaba ofreciendo su protección. Y es cuando la caprichosa trinidad de “amor, dinero y suerte” se hizo añicos, demostrándole a Alekséi que en esta vida no se puede poseer todo a la vez. Tarde o temprano, siempre llega el inexorable momento de elegir entre estos tres pedazos: o amor, o dinero, o suerte. IV. TRES METÁFORAS: otoño, libro y enfermedad. Leyendo a Dostoievski, he observado que en ninguna de sus obras faltan las tres menciones de “otoño, libro y enfermedad”, que a veces toman más protagonismo y otras veces menos, pero siempre surgen, aunque sea fugazmente, como ocurre en “El jugador”, donde, antes del desenlace final, dos de estas tres metáforas otoño y libro aparecen en forma de un brevísimo interludio lírico; y la tercera enfermedad solo se atribuye a Polina, como una particularidad exclusiva. Cada metáfora tiene su característico significado. “Otoño”, lógicamente, simboliza el ocaso de cualquier tipo de existencia que, después de su efímero florecer, inminentemente se marchita condenada a perecer. “Libro” significa las experiencias íntimas del hombre que, por defecto, están entrelazadas con las leyes del universo, las que en ocasiones se vulneran bajo la amenaza del castigo o, simplemente, se admiten tal cual le sean dictadas a uno. Y, por último, “Enfermedad” representa la fragilidad del alma que por el mero hecho de estar predestinada a sentir inevitablemente se enferma y sufre un sinfín de padecimientos. Es decir, según Fiódor Dostoievski, todas las vivencias que alcanzaron su plenitud están enjuagadas en lágrimas humanas, sean éstas dulces o amargas. pág. 8