Domingo 6

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Parroquia de Santa Catalina_______________________________________________________________________
6º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B
Autor: Antonio Campillo
Sagrada Escritura:
1ª lectura: Lev 13,1-2. 44-46
Salmo 31
2ª lectura: 1 Cor 10,31-11,1
Evangelio: Mc 1, 40-45
MENSAJE DOCTRINAL: “QUIERO, QUEDA LIMPIO DE LA LEPRA
(QUEDA PURIFICADO)"
1. Un modelo: el santo de los leprosos
Como introducción al comentario del evangelio de hoy quiero evocar a un santo
leproso, al Padre Damián, que se hizo muy popular entre nosotros a través de la película
Molokai.
El P. Damián se ofrece como voluntario para ir de misionero y trabajar con los
leprosos de Molokai, la isla–leprosería, donde a la fuerza eran deportados los enfermos de
lepra…No eran infrecuentes las escenas desgarradoras de enfermos que no querían ir al
cementerio de Molokai. Molokai era un infierno de almas más que de cuerpos. Porque el
drama del leproso es que asiste cada día, –cada hora–, al proceso de su autodestrucción…y
encima, el leproso sabía que no podía tocar a nadie que no fuera leproso como él… El
leproso se olía mal a sí mismo.
Y una mañana, no es un leproso, sino un joven de carnes rosadas, el que aparece en
aquella isla maldita para compartir vida y destino con “vosotros los leprosos”, como el P.
Damián les decía al dirigirse a ellos en los primeros años de su estancia allí…Hasta que un
día, a los siete años de compartir aquella vida con ellos, con los leprosos, el P. Damián
notó que la flor de la lepra estaba apareciendo en sus carnes. Desde entonces al dirigirse a
ellos les diría: “Nosotros los leprosos”…El P. Damián...ya el Beato Damián fue el “leproso
voluntario”, como un eco del misterio de la encarnación de Jesús de Nazaret, Jesús “el
hombre voluntario”, que compartió nuestros sufrimientos, como uno de tantos, y que
moriría,-así lo profetiza Isaías-, como un leproso, con el rostro desfigurado, como el P.
Damián, que al morir a los 49 años, destrozado por la terrible enfermedad, su rostro
desfigurado parecía el de un anciano.
El Beato Damián tuvo que meditar muchas veces el relato del evangelio que hoy
nosotros meditamos:
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“Se acercó a Jesús un leproso”, así comienza el evangelio de hoy. Y al acercarse a Jesús lo
hacía en contra de la ley mosaica, que hoy hemos leído en la 1ª lectura del libro del Levítico y por
el que los leprosos debían mantenerse lejos de la comunidad, alertando a los sanos con su grito:
¡”Impuro, impuro”!. Como en tiempos de Molokai: “El leproso era segregado de la comunidad en
que se había declarado la lepra”… Pero Jesús, “sintiendo lástima, extendió la mano y le tocó”.
2. Les dio lástima
Es la primera vez que S. Marcos nos habla de la lástima de Jesús; también sentiría
lástima de las gentes que le seguían pendientes de sus palabras porque eran “como ovejas
sin pastor” (6,34) y que no tenían que comer (8,2), y de ahí la multiplicación de los panes y
los peces en el desierto (descampado)...“Y Extendió la mano y le tocó, (Jesús tocó al
leproso), diciendo: Quiero, queda limpio”.
Jesús “extendió la mano”, – como Moisés la había extendido para separar las aguas
del mar Rojo –, pero ahora para acercarse al hombre enfermo y marginado de la sociedad.
“Y le tocó”… A un leproso no se le podía tocar...
También Jesús se pone por encima de la ley mosaica al tocar a este hombre afectado por la
lepra…
"El Leproso se acercó a Jesús suplicándole de rodillas". Se le acercó, porque Jesús se
lo permitió o lo llamó. Y no sólo se acercó, además “lo tocó". Si hubiera estado presente
cualquier adversario de Jesús, sin duda se lo habría reprochado. Jesús pasa por alto la
legislación, que impedía la proximidad del leproso, más aún, tocarlo, pues por encima de
toda consideración legal humana, incluso de carácter religioso, como los preceptos del
Levítico referentes a la lepra, como hemos dicho antes, está el Mandamiento de Dios de
amar al prójimo. Por eso, "sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo. “Quiero,
queda limpio (queda purificado)".
Esta escena pudo realizarse, porque Jesús no había venido a abolir la Ley, sino a
cumplirla, y superarla por la ley del amor. Nosotros sin embargo, vosotros y yo-,
revestidos de Cristo por el bautismo no siempre, creo, hemos superado toda ley por la ley
suprema del amor:
1.- Con la ley en la mano marginamos a un sinfín de personas, cuando a su “si quieres”,
deberíamos haber contestado con un “Quiero”, nacido como un grito salido del corazón.
--Con la Ley de Dios en la mano cerramos nuestras puertas al divorciado, a los
casados por lo civil, a las madres solteras.
--Con la Ley de Dios en la mano repudiamos y zaherimos cruelmente a los
homosexuales
--Con la ley civil en la mano no aceptamos al que viene de fuera en busca de una
mejora de vida, tenga o no tenga sus papeles en regla.
--Con la ley de la educación en la mano no admitimos como hermano al pobre
sucio y maloliente, que tiende su mano hacia nosotros.
--Y es para nosotros ley de vida el desentendernos de nuestros ancianos a los que
hay que cuidar día a día.
2. – Queridos Hermanos, si queremos ser como Jesús miremos a nuestro alrededor, ¿quién
nos está diciendo “Si quieres”?
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--Si quieres, puedes darme tu comprensión.
--Si quieres, puedes darme unos minutos de tu vida.
--Si quieres, harás que me sienta persona, objeto de cariño
--Si quieres, no me sentiré tan solo
--Si quieres, puedes encender la luz de la esperanza en mi corazón.
--Si quieres, puedes calmar mi hambre
Jesús también se había hecho impuro ante la ley, separado de la comunidad, y así lo
indica el evangelio de hoy al finalizar diciendo que Jesús “se quedaba fuera en
descampado. Jesús ha puesto la ley del amor y de la misericordia por encima de la ley
ritual y de lo social y políticamente correcto. Jesús rompe las estrecheces de la ley mosaica
y otros ritualismos “convencionales” que aún nosotros nos podemos inventar…Lo que
aparta de Dios no es la impureza exterior, sino la que brota del corazón…
3. Reconocer nuestra lepra
Por otra parte, -y hacemos con ello una nueva reflexión-, desde siempre en la
predicación y en los comentarios a la Sagrada Escritura, la lepra ha sido considerada como
la expresión física de la fealdad y el horror que es el estado de pecado. Sin embargo,
mientras la lepra del cuerpo es tan repugnante y tan temida, la del alma, que es el pecado,
pasa casi inadvertida.
Nos dice el evangelista que Jesús “se compadeció, “tuvo lástima” del leproso. Tiene el
Señor lástima de la lepra que carcome el cuerpo. Por eso la cura. Pero más lástima y más
compasión tiene aún Jesús de la lepra del pecado que carcome el alma. Por eso toma sobre
sí nuestros pecados para salvarnos, apareciendo El también “despreciado y evitado por los
hombres, como un leproso” (Is. 53, 3-4). Es la descripción que hace el profeta Isaías cuando
anuncia la Pasión del Mesías. Esa debería ser nuestra actitud: reconocer nuestra lepra,
buscar ayuda del Señor y aproximarnos a El con convicción y sin temor, pidiéndole que
nos sane.
¡La liturgia de este día nos invita a valorar el sacramento de la penitencia como un
encuentro con Cristo, quien lleno de misericordia nos mira a los ojos y nos dice: "quiero, sé
limpio". Es decir, Cristo me dice: "quiero que vivas, quiero que tu vida sea feliz, que tu
vida sea vida".
Dios es el que se acerca al hombre, es el Dios, que voluntariamente se hace hombre
para encontrarse con el hombre que se acerque a Él, como el leproso. Dios es el que siente
lástima del sufrimiento humano y lo toca, y tocándolo lo alivia. Dios se acerca al corazón
manchado, a la carne manchada por las mil clases de lepras del espíritu, cuando el hombre
manchado y enfermo se acerca a Él, como el del leproso que se le acercó con fe, con
confianza, sin temor, con convicción.
Un filósofo (Kierkegaard) decía: “Jesús no necesita admiradores, sino seguidores”.
Es ciertamente admirable el gesto de Jesús, su lástima por el hombre, cuya carne se pudría
por la lepra y cuyo corazón quedaba lejos de la solidaridad y de la fraternidad de los
hombres. Es admirable también el gesto del padre Damián de quedarse entre los leprosos
de Molokai y morir con ellos y como ellos: “Nosotros los leprosos” que él repetía en sus
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últimos años como un canto al otro “leproso,” “el hombre voluntario”, Jesús de Nazaret,
que murió con el rostro desfigurado como un leproso, según el profeta Isaías…
Pero hacen falta “seguidores”: seguidores, que seamos capaces de superar las
barreras del racismo y la xenofobia; “seguidores” que sientan lástima de la pobreza, del
desamparado, del hambre de los hombres y de cualquier clase de marginación. Hace falta
“seguidores” que extiendan las manos, como Jesús, y toquen con amor y compasión al
hombre en su pobreza, miseria o enfermedad.
Que el Espíritu de Jesús nos anime como animó y fortificó el corazón del P. Damián
su seguidor.
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