presentación en la causa judicial iniciada por “papel prensa s.a.”

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SE
PRESENTA.
ACREDITA
PERSONERÍA.
ACOMPAÑA
DOCUMENTACIÓN
Señor Juez:
Marcelo Parrilli, abogado inscripto al Libro XIV: Fo. 347
del Registro del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal,
constituyendo domicilio procesal en Calle 49, nro. 918, Local 1,
Casillero 131 de esta ciudad de La Plata, en este Expediente Nro.
a V.S. me presento y digo:
I.- PERSONERÍA – OBJETO
Que conforme lo acredito con la copia debidamente sellada
y firmada del Poder General Judicial con cláusula especial para
presentarme en estos actuados cuya vigencia declaro bajo juramento
(conf. arts. 46, 47, sigts. y concs. del CPCCN), el Sr. Juan Gaspari,
conocido periodísticamente como Juan Gasparini, argentino, soltero,
periodista, de 61 años de edad, nacido en Azul, Pcia. de Buenos
Aires,
el
30
de
abril
de
1949,
pasaporte
argentino
nro.
04.988.873M, domiciliado en 34 de la Rue de la Calle 1213 Onex,
Ginebra, Suiza, me ha conferido poder suficiente para presentarme en
autos.
En el carácter antes invocado, y cumpliendo expresas
instrucciones de mi mandante vengo a presentarme ante V.S. a fin de
acompañar, como documental contenida en sobre identificado como
letra “A”, un ejemplar del libro de autoría de mi mandante titulado
“Graiver. El Banquero de los Montoneros”, del Grupo Editorial Norma,
Edición agosto de 2010, de 344 páginas de extensión, el que solicito se
reserve en la Caja de Seguridad del Juzgado dejándose debida
constancia en estas actuaciones.
II.- HECHOS
De
la
documental
agregada
con
el
presente
surgen
elementos probatorios que resultan de interés para la investigación en
curso toda vez que de ellos se concluye que, en el marco del sistema de
terrorismo de Estado comprobado a partir de la causa 13/58 tramitada
por ante la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional Federal de la Capital Federal, y que se tradujo en el
avasallamiento absoluto de los derechos individuales más elementales
de las personas tales como la vida, la integridad física y la libertad,
también se afectó, en numerosas oportunidades, el derecho de
propiedad de quienes resultaron víctimas de ese sistema represivo.
Para el caso que constituye el objeto procesal de autos y en
cuanto interesa específicamente al mismo, surge del documento
acompañado que la dictadura militar que usurpó el poder a partir del 24
de marzo de 1976, con la Junta Militar constituida ese día como órgano
máximo del sistema, a través de un absoluto dominio de los hechos –
cimentado precisamente en el aparato represivo del terrorismo de
Estado-, obligó sin posibilidad de resistencia alguna a los legítimos
dueños de la empresa “Papel Prensa S.A.”, es decir a los representantes
y herederos del grupo económico que encabezara en vida el Sr. David
Graiver, a transferir la participación accionaria de dicho grupo en la
empresa “Papel Prensa” a una sociedad creada al efecto por tres grandes
diarios de nuestro país en ese momento: “Clarín”, “La Nación” y “La
Razón”.
Reviste particular importancia en orden a lo antes afirmado
la información obrante en las páginas 3/5 y 237/283.
Allí mi mandante expresa, refiriéndose a las distintas
secuencias que llevaron al despojo de la empresa “Papel Prensa S.A.”,
que:
“Podría concluirse que el operativo de aniquilamiento del
grupo Graiver a cargo de las Fuerzas Armadas siguió un plan que
abarcó tres fases sucesivas e interdependientes entre sí. La primera fue
decapitar al grupo, una multinacional valuada en 200 millones de
dólares con tentáculos en Argentina, Bélgica y Estados Unidos,
abatiendo a su jefe, David Graiver. La segunda etapa se hizo respetando
las apariencias de la legalidad, con la viuda y su firma de heredera en
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libertad, aunque sin duda bajo control y presión del régimen militar. La
transacción debía parecer limpia, neutralizando reproches eventuales de
cara al futuro. Tenía que observar las formas de un canje ordinario de
responsables, para que el proyecto monopolizador del ‘insumo vital’
destinado a abastecer periódicos y revistas a escala nacional cambiara
de manos sin despertar recelos ni suspicacias. La tercera etapa fue la
expropiación forzada de lo mucho que les quedaba a los Graiver, para lo
cual resultaba prescindible acatar las normas republicanas. Tal saqueo
se perpetró con los expoliados ya en prisión. Y comenzó tras un mes en
el que los mantuvieron secuestrados clandestinamente, pasando de
inmediato a ser condenados a largas penas de cárcel por la justicia
militar…”. (Op. cit. pág. 8).
Más adelante, describiendo las secuencias previas al
despojo, señala que:
“…José Alfredo Martínez de Hoz sincopaba su despiadado
plan en la Argentina. Para llevarlo a cabo necesitaba ahogar la protesta
social, maniatar a políticos y sindicalistas, y hacer polvo lo que quedaba
de la guerrilla. Las Fuerzas Armadas, en plena cacería “antisubversiva”,
le caucionaban el silencio de los cementerios. Pero descuidaban el costo
de su imagen, tanto dentro como fuera del país. La lógica del engranaje
de la violencia impedía que los militares comprendieran. No era posible
que desaparecieran hasta 30.000 personas, objetivo de la limpieza, sin
que la tragedia repercutiera en la opinión pública. “Joe” Martínez de Hoz
sabía que era una barbaridad pero la conceptuaba, fríamente, una
barbaridad necesaria. Su trascendencia negativa ocasionaba problemas
con
gobiernos,
organismos
internacionales,
bancos
acreedores
e
instituciones financieras mundiales e iba a abrir heridas en el cuerpo
social y en la imagen externa muy difíciles de cicatrizar. “Joe” sabía eso.
Era un pulcro civil que fumaba en pipa, espectador privilegiado del
exterminio en los balances semanales de las reuniones de gabinete
presidencial. Había que llevar la coerción hasta el final pero tomando los
recaudos para que la fotografía en que los militares pretendían
confundirse con la Nación sólo se desluciera lo indispensable. A los
uniformados de tierra, mar y aire, esto los tenía sin cuidado. Eran
brutos, hacían el trabajo de un cirujano con manos de carnicero. La
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conciencia colectiva de los argentinos merecía ser engañada sin tanta
impericia. Los genocidios podían vestirse con pretextos y alocuciones
que desviaban la atención de la gente común. Martínez de Hoz se
preocupó.
El
abogado
Guillermo
Walter
Klein,
su
adlater
de
Coordinación y Programación Económica, voló a Nueva York por otros
motivos que los estrictamente vinculados a la hacienda de los
argentinos. En el 230 de la Avenida Park, escuchó de viva voz cómo los
especialistas de Burson Marsteller desmenuzaban la cuestión y
proponían paliativos. La firma ya había sido apalabrada para mejorar el
maquillaje de la dictadura en vistas del Mundial 78 de fútbol. Era la
multinacional de las relaciones públicas, donde se congregaban
eminentes sociólogos, economistas, politólogos, semiólogos, periodistas,
yuppies blancos, rubios, de apropiada inteligencia, bien comidos y
vestidos, hasta con psiquiatras a su alcance. A su retorno Klein informó
detalladamente al “Chicago boy”. Este lo consignó negro sobre blanco.
Lo elevó al general José Villarreal, en la Secretaría de la Presidencia, la
trastienda de la “institucionalización de la dictadura”, en la que
sudaban dos prominentes civiles del “proceso”, Rosendo Fraga y Ricardo
Yofre. Estos convencieron a Videla. El jefe del Ejército lo resumió tan
bien que el almirante Eduardo Emilio Massera y el brigadier Orlando
Ramón Agosti, sus colegas en la Junta Militar de la “Reorganización
Nacional”, dieron el sí. Mientras se atormentaba y asesinaba había que
aturdir al ciudadano corriente, abarrotando a las agencias noticiosas
internacionales con la falsa percepción de que en la Argentina no
pasaba nada anormal. La guerra sucia se debía impulsar a fondo pero
procediendo para que sus consecuencias hacia fuera y hacia dentro
resultaran lo menos nocivas posible para las Fuerzas Armadas,
responsables de la desestructuración de la Nación a sangre y fuego.
Para eso estaban las radios y los canales de televisión. Nada difícil, por
cierto. El peso del Estado en los medios de comunicación electrónicos
era abrumador. Martínez de Hoz supo completar los consejos de Burson
Marsteller y opinó que se incorporara algo de prensa escrita a la
ominosa jugada. Su idea fue aceptada sin reparos. Hacían falta
periódicos y revistas dóciles que se sumaran al concierto de la
obsecuencia mientras detrás del escenario se consumaba el homicidio
colectivo; social, político y económico. Nada mejor que juntar a los tres
diarios de mayor circulación nacional y hacerles un fantástico regalo de
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Navidad en ese diciembre de 1976. Martínez de Hoz los alentó a que se
asociaran, y por la bagatela de 8.300.000 dólares, forzó la venta de
Papel Prensa. La empresa valía varias veces esa suma. El método fue
simple. El Estado advirtió con suficiente antelación a los accionistas
privados que no iba a dar quórum para la Asamblea General prevista
para el 3 de noviembre de 1976. En esa reunión se discutiría el futuro
de la empresa, seriamente comprometido por la iliquidez que padecía el
grupo Graiver, su principal fuente financiera, aparte del Estado. Ante la
evidencia de que el gobierno retiraba el imprescindible auxilio para
seguir adelante, el día antes la viuda fue convencida por la persona
apropiada a inclinarse y firmar el pre-boleto de venta sin protestar. El
traspaso se confirmó el 18 de enero de 1977 en actas suscriptas por las
partes contractuales. Si La Nación, Clarín y La Razón llegaban a
mostrarse reacias a retribuir el obsequio en los funestos seis años que
vendrían, el ministerio de Economía tendría prerrogativas para hacerles
cambiar de parecer. Lidia no preveía que Martínez de Hoz la vencería tan
rápido. Pensaba que le quedaba una chance de colarse entre las redes.
El estudio de Martínez de Hoz, de la Avenida Corrientes entre Florida y
San Martín, en el mismo edificio de donde David sacara a Alberto Naón
para fundar la BAS, seguía cobrando honorarios del grupo Graiver
desde fines de la década de los 60 por su asesoría en varios negocios. El
doctor Pedro Jorge Martínez Segovia, socio de Martínez de Hoz en el
bufete, y su primo hermano –según decía–, ilustraba el directorio de la
BAS en Bruselas. David también lo puso en la presidencia de Papel
Prensa para realzar el perfil de la firma. El testaferro de los Graiver en la
compañía seguía siendo, empero, Rafael Ianover. Cuando Martínez
Segovia vio venir el escándalo, se dio vuelta como una media y le entregó
a “Joe” un plan de traspaso de la empresa. Este lo adjuntó a las
sugerencias de Burson Marsteller. En una reunión de directorio –en las
que Lidia participaba pues integró desde un principio la dirección de la
sociedad donde David había cifrado muchas de sus esperanzas–
Martínez Segovia se transmutó en caballo de Troya de Martínez de Hoz.
Fue la persona apropiada que aconsejó a Lidia ponerse de rodillas y
firmar el dictamen del 2 de noviembre de 1976. Manuel “Lito” Werner,
invitado por David a ese directorio para de algún modo asociar a
Gelbard, perdió el habla. La viuda reunió a Juan e Isidoro. Suspirando
de rabia, les pidió que no la dejaran sola en el solemne acto, celebrado
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en La Nación, de Florida entre Corrientes y Sarmiento. Fue en el
despacho del doctor Bartolomé Mitre, a quien acompañaban Patricio
Peralta Ramos de La Razón y Héctor Magnetto de Clarín, encontrándose
también como invitado Máximo Gainza Castro de La Prensa….”. (Op. cit.
págs. 250/254).
III.- PETITORIO
Por lo expuesto a V.S. pido:
3.1.- Se me tenga por presentado en el carácter invocado, por
denunciado el domicilio real de mi mandante y por constituido el
domicilio procesal;
3.2.- Se agregue la documental acompañada como anexo “A” al presente
y se la reserve en la Caja de Seguridad del Juzgado;
3.3.- Se tenga presente lo manifestado en el punto II de este escrito;
3.4.- De ser así considerado necesario por V.S. se fije audiencia para la
ratificación del presente;
Provea V.S. de conformidad que, SERA JUSTICIA.-
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