Homilia 15 08 11 - Assumpció cast

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SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN
Homilía del P. Josep M. Soler, abad de Montserrat
15 de agosto de 2011
Lc 1, 39-56
Hoy, queridos hermanos y hermanas, celebramos la pascua de la Virgen; de aquella
que llevó en su seno al Hijo eterno del Padre, que lo amó en su corazón de madre y
que "progresando en el camino de la fe "(Lumen Gentium, 58), se hizo esclava y
discípula de una manera plena. Por ello, al término de su vida en la tierra, fue
asumida, asunta a la gloria de Jesucristo.
Acabamos de oír en el evangelio cómo Isabel elogiaba la fe de María. La suya es una
fe activa en el momento de recibir el Hijo de Dios para hacerse hombre en sus
entrañas; es una fe activa durante toda su existencia terrena, también en los
momentos más difíciles y dolorosos como los de la pasión y la muerte de su hijo
amado. La fe de María es una fe activa y llena de alegría, una alegría más intensa aún
desde la mañana de Pascua. Desde entonces vivió la fe en el seno de la Iglesia
naciente en la que era memoria fiel de la vida del Señor. El hilo conductor de toda la
existencia terrena de María fue la fe confiada en el amor de Dios. Y esta fe se
desplegó en gloria al término de su vida en este mundo. Nosotros, que estamos
llamados a llegar allí donde ha llegado ella, tenemos que aprender de la fe de
María. El núcleo fundamental lo encontramos expresado en el Cántico del Magnificat,
que nos acaba de proclamar el diácono.
La primera parte de este Cántico expresa la gratitud personal de la Madre de Jesús
por los dones que ha recibido de una manera singular. Pero la segunda parte, canta la
gratitud de todo el pueblo de Dios que ve cómo con la venida del Mesías se cumplen
las promesas de la Alianza que Dios había hecho con Abraham y su
descendencia. Por eso el Magníficat es cántico de María y cántico de la Iglesia.
Lo primero que destaca es que la fe es un don de Dios y que para recibirlo hay que
tener un corazón abierto y humilde. En su fe madura y humilde, María es consciente
de su pequeñez y de su condición de esclava del misterio de Dios que se manifiesta
en la encarnación; y canta, agradecida y maravillada, el hecho de ser objeto de un
amor tan exquisito de parte de Dios.
La fe de María encuentra su núcleo fundamental en Jesús, el Hijo de Dios que ella ha
acogido en su seno virginal y materno al mismo tiempo. Efectivamente, en el trasfondo
de toda la escena de la Visitación y del Magnificat, está la persona de Jesús que María
lleva en sus entrañas, que santifica a Juan en el vientre de su madre Isabel, que llena
de la alegría del Espíritu. Y es precisamente a causa de su fe y de su vinculación
íntima con Jesús que María es proclamada bienaventurada por todas las generaciones
cristianas.
En el Magnificat, María canta su fe en el Dios salvador, que desde el inicio ha actuado
a favor del ser humano, por eso hizo alianza con Abrahán, eligió el pueblo de Israel y
prometió que el trono de David duraría por siempre, una promesa que se cumplía en la
simplicidad de su casa de Nazaret. La fe de María en el Dios salvador encuentra su
cumplimiento, después de la muerte y del sepulcro, en la resurrección de Jesús. La fe
de María afirma que esta salvación se convierte en asequible a toda la humanidad, es
para todos, para que podamos ser liberados de las culpas y podamos superar la
muerte y participar de la vida para siempre que nos ofrece Jesucristo.
María cree con toda firmeza que el Dios santo ama profundamente a la humanidad;
que extiende su amor a todos los que creen en él a lo largo de todas las
generaciones. Es un amor que Dios quiere hacer llegar, a través de los que creen en
él, a los confines de la humanidad y de la historia. Por eso, vivir la fe implica
agradecerla y testimoniarla a los demás; ésta debe ser, también, nuestra misión
llevada a cabo con alegría.
María proclama, además, que Dios actúa con fuerza para llevar a buen término su
obra salvadora. Lo hace a menudo con la fuerza de la humildad y de lo que a los ojos
privados de fe les parece debilidad. María afirma que Dios salva con brazo potente,
como lo demostrará en la resurrección de Jesucristo. Pero también dice que confunde
los soberbios de corazón. La mirada bondadosa de Dios se dirige hacia los humildes,
por eso colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los deja vacíos. Es decir, Dios
cambia las situaciones injustas, pero lo hace en su momento, según su sabiduría
providente. Dios es fiel a las promesas, mantiene siempre su amor, pero hay que
esperar el momento oportuno de actuación. La historia secular del Antiguo
Testamento, la vida retirada de Jesús en Nazaret durante una treintena de años, su
pasión y los tres días en el sepulcro, nos enseñan que hay que esperar pacientemente
el momento oportuno, el momento de gracia que Dios tiene establecido. Sólo al final,
cuando podamos contemplar la totalidad de la obra salvadora, podremos ver
realmente que el amor de Dios llega a sus fieles de generación en generación.
También en nuestros días, aunque muchas veces nos falta perspectiva para darnos
cuenta de ello.
María nos enseña a vivir la fe. Y del mismo modo que Dios había realizado en
Jesucristo todas las promesas a través de su muerte y resurrección y el don del
Espíritu Santo, también ahora, en el tiempo de la Iglesia -en nuestro tiempo, por tantolleva a buen término su proyecto de salvación. Acogerlo como hizo María, lo
escuchábamos en el evangelio de hoy, hace feliz porque llena el corazón de paz y
garantiza un futuro de plenitud. Rechazarlo puede encerrarnos en las propias opciones
y no saber descubrir el sentido de la existencia y de la historia. Precisamente en la
solemnidad de hoy, al ver a María llevada a participar de la gloria eterna de Jesucristo,
comprendemos hacia dónde Dios quiere encaminar la humanidad. Ella ha llegado la
primera después de Cristo y nosotros podremos llegar detrás de ella, si nos dejamos
guiar por su ejemplo de fe y de fidelidad.
La fe cristiana está profundamente arraigada en la historia humana, en todas las
vicisitudes de nuestros contemporáneos, porque el amor de Dios se extiende a todo el
mundo y quiere que nos las ingeniemos para satisfacer las necesidades de todos con
una mejor distribución de los recursos. Por eso san Pablo, en la carta a los gálatas,
puede decir que sólo vale la fe que actúa por el amor (5, 6). Estos días, son punzantes
las noticias que nos llegan del llamado "Cuerno de África", y concretamente de
Somalia y de las zonas fronterizas de Kenia i de Etiopía. Al hambre terrible causada
por 60 años de sequía, se añade ahora el cólera. Son más de 10 millones de personas
las afectadas y la mortalidad infantil crece de día en día. Por ello, al venerar hoy a
Santa María, que es consuelo de los afligidos, os proponemos participar en una
colecta al final de esta celebración. Lo que recojamos, más la aportación de la
comunidad, lo entregaremos a Cáritas, a una cuenta que tiene para recoger ayudas
para esta zona del continente africano.
Contemplando la gloria de María nos sentimos estimulados a vivir la fe en el Dios que
ama y que salva; a poner nuestra vida al servicio de Jesucristo y de su Evangelio
como ella lo hizo, para llegar a participar también nosotros de la gloria de
Jesucristo. La Eucaristía nos permite ya adentrarnos en ella desde la fe.
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