Cuesco de Durazno A la memoria de mi padre. by

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The South Carolina Modern Language Review
Volume 4, Number 1
Cuesco de Durazno
A la memoria de mi padre.
by Jorge Salvo
The University of South Carolina-Upstate
4 de junio de 1994.
Hoy cumplo setenta años. Me encuentro como cuando nací, cargado de augurios y
desprovisto de recuerdos. Ayer compré leche y hoy al desayuno no pude recordar donde la
puse. Estoy lleno de malos presentimientos. No me gusta olvidarme de las cosas. No es que
no pueda recordar. Tengo en la punta de la nariz, por ejemplo, el olor de los damascos en los
veranos de mi niñez, sin embargo no puedo acordarme de comprar azúcar cuando voy al
supermercado o me olvido de poner detergente cuando lavo mi ropa. Hoy a los setenta, voy
a hacer lo que se supone debí hacer a los catorce, escribir un diario.
Nueve de la mañana, llamado de mi hijo desde Boulder, Colorado. Nada especial.
Solamente lo usual, frases cariñosas, desprovistas, precisamente, de cariño y frases de
preocupación desprovistas de intención. Es la tercera vez que uso la palabra desprovisto.
Debo hurgar en el concepto de falta de provisión como idea repetida, más adelante. Ahora
estoy un poco cansado.
Nueve de la noche, llamada de mi hija desde Baltimore, Maryland. Nada inusual. Ella es
como su madre, un enigma para mí.
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17 de junio.
Me había olvidado del diario. Lo retomo porque no tengo nada mejor que hacer. No sé qué
día de la semana es, pero mis días se identifican con el sentimiento dominante. Por ejemplo,
hoy es un día lúcido. Me parece entender muchas cosas que antes no podía. Ayer, en
cambio, fue un día nostálgico, no me pude sacar ciertos olores en todo el día. Mis recuerdos
son predominantemente olfativos. El olor de los botones de unas rosas diminutas que mi
abuela cultivaba en el patio de la casa. El olor de la boñiga fresca de los caballos de las
carretelas que pasaban por la calle y que mi abuelo me hacía recoger para fertilizar las rosas
de mi abuela y el limonero.
20 de junio
Día racional. Ya sé porqué escribo. Estuve dos días acostado, sin comer casi, aferrado al
control remoto, viendo sin ver los mas variados programas. No había una sola razón para
levantarme. El teléfono no sonó en tres días. Me he levantado para dejar constancia de ésto,
en el diario. Visita al supermercado. Leche, café, azúcar, comidas congeladas surtidas.
Compré unos duraznos que parecen salidos de mis recuerdos infantiles. Me los comí
dejando correr, con voluptuosidad, el jugo hasta el codo. Los pelé, cosa que nunca hago,
para poner la cáscara y los cuescos en una jarra de agua tibia. Espero que el aroma dure unos
días.
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29 de junio.
Depresión. Me acordé todo el día de mi abuelo y de los pavos que se asaban en casa para su
cumpleaños. El viejo los compraba dos o tres semanas antes y los cebaba con nueces y
aguardiente. Les ponía nueces verdes enteras en el pico y los hacía tragárselas ayudado con
la bebida. No había crueldad en su accionar, sólo un hedonismo de gourmet. Hay que
reconocer que los pájaros adquirían un sabor exquisito. El olor de las nueces, en el invierno,
ha sido el olor del día.
4 de julio
Fuegos artificiales al atardecer por entre las rendijas de las cortinas del departamento. El
olor de los guatapiques reventados en las noches de Año Nuevo.
7 de julio.
Rejuvenecimiento. Hoy fui a la playa. No sólo a pasear, sino que a tomar un baño. Mirar las
muchachas tendidas al sol sin la parte superior del bikini. Me avergüenzo un poco de
decirlo, pero se me produjo una erección y tuve que meterme en el agua helada por varios
minutos. Me reí a carcajadas como hace mucho tiempo no lo hacía. Estoy agotado, pero
contento. No me bañé. Hoy no es de un olor, sino que de un sabor. A cada rato me doy
langüetazos en los brazos para sentir el sabor salado del mar.
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8 de julio.
Depresión. No ha sonado el teléfono por días. me repito a mí mismo que estoy solamente
cansado por el exceso de actividad de ayer.
12 de julio.
Se me olvidan las cosas. Si no lo hubiera escrito en el diario, no recordaría que fui a la playa.
En ocasiones me cuesta un gran esfuerzo mantener el balance. No sé qué hice los últimos
días. No sé si comí, o dormí, o salí a alguna parte. Es una gran laguna en mi memoria. Me
digo a mí mismo que no importa, que me despreocupe, pero no logro engañarme. El olor de
las locomotoras a carbón de los trenes en Llolleo, cuando corríamos por el puente para
poder alcanzar el humo al otro lado. Me persiguen las flores de un vestido que mamá usaba
cuando estaba chico. El vestido era azul y las flores como pequeños tulipanes de distintos
colores muy vivos, rojos, amarillos, naranjas y verdes.
17 de julio.
Euforia. Mi nieta me llamó por teléfono desde Baltimore. Quería consultarme algo que sólo
yo podía resolverle. Fueron exactamente sus palabras. Está estudiando español y, al traducir
la palabra "home", todo el mundo le decía que se decía "casa". Ella insistía que abuelito le
había enseñado hace tiempo otra palabra. Cuando le dije que era "hogar", gritaba de júbilo.
"Abuelito lo sabe todo", le decía a su mamá, el enigma.
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31 de julio.
Depresión. Me duele la espalda. Los pies casi no me obedecen. Me cuesta trasladarme de un
lugar a otro del apartamento. La televisión me aburre. Me quedo dormido a cada rato, pero
no puedo conciliar el sueño por más de media hora, en la noche. Entonces me levanto y trato
de limpiar. Me canso rápidamente y tengo que sentarme. Lloro con facilidad. Paso semanas
enteras sin comunicarme con nadie. La memoria me falla. Ayer quemé la comida. Se me
olvida cómo usar el microwave. Todo anda mal en mi cabeza. Trato por horas,
infructuosamente, de recordar el rostro de mi mujer, sin embargo recuerdo la forma de sus
senos cuando recién nos casamos. El olor de un perfume que ella usaba cuando éramos
novios. Me deprime la falta de futuro.
Agosto.
No puedo recordar las fechas con precisión. Hoy es doce o catorce. Probablemente jueves.
En todo caso, no importa. Cuando estaba pequeño, en primer grado, tratando de aprender a
leer, confundía la eme con la ene y no estaba seguro si hablaba de mi mamá o de mi nana.
Mamá era en todo caso, etérea y lejana. Curioso, pero tengo grandes dificultades para
recordarla ya madura. Me acuerdo sí, de los grandes sufrimientos que pasó cuando estaba
enferma, antes de morir. Sufría muchos dolores por el cáncer al estómago y el médico le
daba morfina. Ella pedía más y más morfina para aliviarse. Me da la impresión que le dí una
sobredosis que le provocó la muerte. Supongo que sería el alivio final, la pobre lo merecía.
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Siempre tuve la idea que no quería terminar como ella, dependiendo de alguien para aliviar
mis dolores.
Agosto.
La idea escrita el último día en el diario me ha dado vueltas y vueltas. Me pregunto, cuándo
será el momento en que debo recurrir a mis propios recursos, antes que sea incapaz de
hacerlo.
Septiembre.
Varias semanas sin escribir. La mayor parte de ellas, perdidas en la memoria. La idea de
terminar las cosas por mí mismo es recurrente. Depresión la mayor parte del tiempo.
Septiembre.
El otoño ha comenzado. No notaría diferencia, sino fuera porque cuando salgo a pasear, por
las tardes, corre una brisa que no la había antes. Cuando salíamos de vacaciones con mis
padres, me gustaba el aire sobre mi cara a través de la ventanilla del bus o del carro del tren.
Esa sensación de ahogo que me provocaba, me daba una especie de vértigo alucinante. Hoy,
el viento me resultó especialmente irritante.
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Septiembre.
Exasperación. Ha habido mucho viento los últimos días. Me impide salir. Tengo miedo de
caerme o ahogarme. No he podido ir al supermercado a comprar alimentos. Mucho café que
me irrita el estómago. Me siento incómodo. Paso días enteros en blanco. Los momentos de
lucidez se distancian cada vez más.
Diciembre.
Parece que me debilité mucho y mi hijo tuvo que venir desde Colorado para internarme en
el hospital por un par de meses. Estaba muy enfadado. Encontró podridas las cáscaras y los
cuescos de durazno que yo había puesto para que dieran olor. Parece que le provoco su
irritación, constantemente. Me habla como si yo fuera uno de sus hijos. No soporto la
situación, aunque lo quiera mucho. No escribí el diario, por lo que veo, en más de dos
meses. Tengo pegado el olor del hospital. No me lo puedo sacar de la nariz. Mi hijo habla de
internarme en una casa de ancianos. Recuerdo aquélla en la que pusieron a mi abuelo. No lo
permitiré, si puedo impedirlo.
24 de diciembre de 1994.
Lucidez. Mucho tiempo que no tenía las cosas tan claras. Fui al supermercado y compré tres
barras de chocolate, para tener fuerzas y escribir. Carta a mi hijo. Lo usual, tratar de
exorcizar los demonios de la culpabilidad. Supongo que será imposible. Carta a mi hija. Lo
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usual, hacerle creer que siempre la entendí. Supongo que resultará incomprensible. Ahora
este diario. Lo usual para tratar de comprenderme a mí mismo. Muchas alternativas
filosóficas. Si me preguntan por la vida, "I don't have a clue". Dejo el mundo como cuando
llegué, aparentemente sin razones. Si no lo hago ahora, mañana será demasiado tarde y no
tendré la capacidad física para hacerlo. Dependo únicamente de mí. Olor a leche materna.
Olor a hospital. El olor del aceite de hígado de bacalao. Olor a cilantro y perejil.
FIN
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