LA ESPIRITUALIDAD COMO LUCHA POR LOS POBRES Todo modo de hablar de la 'pobreza' puede llevar a la confusión si no se respeta la naturaleza polisémica de la palabra. Leonardo Boff le asigna, por lo menos, cinco sentidos. Yo creo que el análisis final muestra que se dan sólo dos aspectos básicos: la pobreza voluntaria de la que he hablado hasta ahora, y la pobreza forzada de la que voy a tratar ahora. La primera es la semilla de la liberación; la segunda el fruto del pecado. El reino de Dios puede verse en función de la práctica universal de la primera y consiguientemente de la eliminación de la segunda. Acentúo el consiguientemente. Al rico que busca la vida eterna, es decir, a Dios, se le pide que renuncie a Mammón de tal modo que los pobres se beneficien de su renuncia (Mc 10,21). La pobreza voluntaria es un requisito indispensable para un orden justo de la sociedad en el que la pobreza forzada no tenga derecho alguno a existir. Tal fue el reino que predicó Jesús. De hecho, su precursor, al preparar a la gente para su venida, les invitó a compartir con los que no tenían nada los vestidos y la comida que les sobraba. La riqueza es, por consiguiente, un mal sólo cuando se la acumula. El pan, también, es un 'pecado contra el cuerpo del Señor' si se lo consume mientras otros pasan hambre (1Cor 11, 21.27). Pero cuando se lo parte y comparte, lo que se consume es su cuerpo y en él nos convertimos. También la riqueza, si se la distribuye 'de acuerdo con las necesidades de cada uno de manera que no haya necesitados' (Hechos 4, 34-35), deja de ser Mammón y se convierte en un sacramento. De aquí brota la doctrina escandalosa de los Padres de la Iglesia (Crisóstomo, Jerónimo, Ambrosio, Agustín) de que si existen los pobres es porque otros han adquirido o heredado 'más', y que este 'más' no deja de ser propiedad robada hasta que se comparte con los pobres. Si esto es así, entonces la observación de Boff de que 'la pobreza se cura con la pobreza' tiene profundas raíces en la tradición. Existe un factor crístico por el que la pobreza (dejar ese 'más') se orienta intrínsecamente a la liberación de los pobres. Porque Dios en su mismo Yo, habiendo optado por nacer en Jesús el hijo (2Cor 8,9; Fil 2, 6-8), ha establecido como cuerpo de Dios un pueblo nuevo compuesto de dos categorías de pobres: los pobres 'por opción' que son los seguidores de Jesús (Mt 19,21) y los pobres 'de nacimiento' que son los delegados de Cristo (Mt 25, 31-46). Con otras palabras: la lucha por ser pobre no puede reconocerse como una espiritualidad cristiana si no está inspirada en los siguientes motivos: seguir a Jesús que fue pobre entonces, y servir a Cristo que es pobre ahora. Una consecuencia clara de este factor crístico es la siguiente: unos pocos que renuncian a sus posesiones no está 'fundados' y enraizados en Cristo Jesús' si los muchos que no tienen posesiones a las que renunciar no sacan beneficio de tal renuncia. Tenemos un Dios que asume la lucha de los pobres como propia, de modo que se convierte en lucha divina por los pobres, la lucha emprendida por Dios contra los orgullosos, los poderosos y los ricos (Lc 1, 51-53). Nos hacemos uno con Dios (¿no es éste el objetivo de todo misticismo?) en la medida en que nuestra pobreza nos lleva a apropiarnos el interés de Dios por los pobres como nuestra propia misión. A.PIERIS, El rostro asiático de Cristo pp. 156.157.160)