Reseñas Günter Wallraff, Cabeza de Turco, Editorial Anagrama

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Reseñas
Günter Wallraff, Cabeza de Turco, Editorial Anagrama, Barcelona, 1987, 235 pp.
La frase “cabeza de turco” suele expresar lo que su sinónimo “chivo expiatorio”; a saber: La
persona o grupo de personas que una comunidad, sociedad o nación escoje como recipiendaria de
cualesquiera acusaciones de culpabilidad o encomienda de las tareas más sucias, mal pagadas e
insalubres, a fin de que tal comunidad, sociedad o nación disfrute de un grato nivel de vida, tanto
en sus aspectos económicos como en los psicológicos. Günter Wallraff, periodista alemán, luego
de meditar con miedo, durante cerca de diez años, si representar o no a un emigrante turco en
Alemania, se disfrazó de tal colocándose lentes de contacto color obscuro, una peluca negra y ropa
de trabajo. Para completar la metamorfosis, modificó el alemán que hablaba con unas cuantas
torpezas, consistentes en omitir algunas silabas finales, trastrocar la sintaxis o meramente en
chapurrear. De marzo de 1983 a septiembre de 1985 Günter Wallraff (GW) se convirtió en Ali
Sinirlioglu (AS), emigrante turco sin documentación, que necesitaba trabajo para sobrevivir en
Alemania.
La variedad de trabajos que desempeño Ali fue de gran amplitud. Desde restaurador de
una caballeriza en un barrio residencial de Colonia, empleado de una hamburguesería McDonald,
bracero en una granja, obrero de la construcción, conejillo de indias para la industria farmacéutica,
hasta obrero que realizó limpiezas en las entrañas de las refinerías metalúrgicas y potencial
comando suicida reclutado para reparar una avería en una central nuclear. Debido a la clase de
trabajos desempeñados, salió de la aventura con algunos desplazamientos de vértebras y los
bronquios dañados en forma crónica, lo que le hace escupir saliva negra cada vez que tose, a
pesar de haber sido cuidado durante ese periodo por el doctor Armin Klümper.
Pese a todas las limitaciones que podría anteponer un investigador ortodoxo, el trabajo de
G.W. constituye un importante testimonio social, con múltiples interpretaciones e interrogantes que
pueden dar pie a investigaciones sociales que profundicen sobre el tema. Por ejemplo: ¿Toda
sociedad tiene “cabezas de turco”? ¿Por qué, si tan graves son las condiciones de trabajo de los
turcos en Alemania, han emigrado de Turquía a Alemania más de dos millones y medio de
personas? ¿Cuáles son las condiciones de vida en Turquía, para que se prefiera emigrar a otro
país?
En el libro se advierte la constante referencia de que Alí es Gúnter. No hay ninguna
mención de Alí que no incluya un “Yo” aclaratorio. Esto llama la atención porque nos indica que el
autor es consciente de que el lector puede olvidar que se trata de un “semejante”, un ser humano
con idénticas características de nacionalidad, color de cabello y ojos, preparación escolar,
antecedentes culturales, etc., etc. Este mecanismo no molesta a pesar de ser tan reiterativo. Nos
recuerda la igualdad humana entre un alemán y un turco. Hace más patente la discriminación y el
origen de esta que, evidentemente, no tiene por causa razones inherentes al discriminado, sino
motivos existentes en el discriminador.
No es difícil extrapolar los hallazgos de G. W a nuestro país. Todos sabemos que hay un
gran movimiento migratorio de mexicanos hacia Estados Unidos de Norteamérica. Sin incurrir en
una sobregeneralización, podría enunciarse que los braceros y “espaldas mojadas” son nuestros
“cabeza de turco”, cuyas condiciones de vida en México son tan miserables que se ven obligados a
emigrar y soportar humillaciones, desarraigo y enajenación con tal de sobrevivir.
Resulta inevitable, también, pensar que la identificación de un grupo social como “cabeza
de turco” implica un grado de “cosificación” de las personas. A las cosas no se las respeta, ni se les
reconoce autonomía. Se las usa y desecha sin consideración alguna. El libro de G. W. nos advierte
que el proceso de cosificación de las personas es inherente al sistema capitalista. Los mismos
alemanes son usados por los comerciantes de las transnacionales, como las hamburgueserías
McDonalds, en las que la carne empleada tiene una duración de vida de 10 minutos antes de que
empiece a apestar, en las que hay trucos para que parezca roja y fresca aunque sepa rancia y en
las que la eficacia y eficiencia están al servicio exclusivo de los beneficios económicos. El fundador
de la firma, Ray Kroc, sabe lo que quiere:
“Lo que yo espero es dinero, lo mismo que cuando alguien acciona el interruptor de la luz
lo que espera es luz”. Tal cosificación llega al extremo de que los capitalistas alemanes tratan a
sus paisanos con el mismo rigor que a los turcos. Claro que lo hacen excepcionalmente, pues los
alemanes pueden defenderse acudiendo a las leyes del lugar. Sin embargo, incluso en esos casos
el obrero puede perder, pues los impartidores de justicia suelen entrar en “arreglos” con los
capitalistas.
Mejorar las condiciones de trato a los turcos, y personas en condiciones semejantes, no
parece fácil de lograr habida cuenta de la cultura hegemónica prevaleciente. G. W. describe
diálogos estremecedores, que revelan un racismo neonazi a flor de piel. Hay violencia soterrada
que pugna por manifestarse y que la cultura “democrática, culta y civilizada” de Alemania acepta
sin mortificación. Conviene que nos preguntemos hasta donde llegamos nosotros en el camino de
la cosificación de las personas, y que no encubramos, bajo el velo de lo que suponemos natural,
injusticias, analfabetismo y miseria en los grupos sociales que constituyen nuestras “cabezas de
turco”.
José Huerta
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