Profesor Jaime Yanes Guzmán

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¿ En qué están las “Utopías” ?
A partir de Algunas Experiencias del Mundo Socialista.
(Artículo publicado en “Mercado Negro” en noviembre de 1999, año 2 número 6).
Profesor Jaime Yanes Guzmán
Las utopías eran un conjunto de doctrinas que diseñaban propuestas amplias de
reconstrucción social en una época histórica caracterizada por el surgimiento del
capitalismo, que a la par de un importante desarrollo de las nuevas fuerzas productivas traía
aparejado un profundo regreso social, que se manifestada en niveles de pobreza nunca antes
alcanzado por sectores importantes del pueblo, en especial de los trabajadores de la nueva
industria.
Estas doctrinas utópicas eran planteamientos de carácter idealista, porque no tenían
presente el rol estratégico que jugaban las condiciones de vida material de la sociedad en el
desarrollo histórico y en la construcción de nuevas formas de vida. Surgen en un momento
en que el feudalismo empieza a desagregarse, pero en un período donde el capitalismo aún
no había desarrollado toda su fuerza productiva, lo cuál impedía a sus críticos en ese
entonces, explicar la naturaleza del modo de producción capitalista, las fuerzas sociales que
engendraba y las contradicciones y condiciones que podrían llevar a superarlo.
Sin embargo, el aporte de las teorías utópicas (More, Campanella, Morelly, Meslier,
Mably, Saint-Simon, Fourier, Owen) significó una crítica profunda al capitalismo, inició la
búsqueda de su reemplazo, previó la supresión de la oposición entre la ciudad y el campo y
de la propiedad privada, planteó la aspiración a la igualdad de bienes y a la justicia social,
el ensueño de una sociedad sin trabajo forzado ni miseria o el “reinado de Dios en la tierra”,
entendiendo por ello una sociedad sin diferencias de clases, sin propiedad privada y sin un
poder estatal extraño, superpuesto a la sociedad, autoritario y represivo que defendía
exclusivamente los intereses de grupos privilegiados minoritarios.
El desarrollo del capitalismo hizo cambiar también las condiciones materiales que
permitían una mejor comprensión de las nuevas formas de producción, del nivel alcanzado
por las fuerzas productivas que se desataban y sus consecuencias en la vida social. Esta
nueva situación permitía educar y organizar a niveles superiores a todas las nuevas fuerzas
sociales creadas con el desarrollo del capitalismo (obreros, campesinos asalariados, capas
medias, pequeños propietarios, intelectuales, etc.), que les permitía desarrollar mejores
niveles de conciencia de su propia situación y rol en esa sociedad, estructurar críticas más
objetivas sobre el nuevo sistema y plantear proyectos para su reemplazo que arrastren tras
de sí a millones de trabajadores en todo el mundo.
En esa época surge la teoría marxista que permite materializar estas doctrinas
utópicas con la idea de la construcción de una sociedad socialista que reemplazaría la
capitalista. Su sustitución significaría la propiedad social sobre los medios de producción,
la ausencia de explotación del hombre por el hombre, la producción planificada de las
mercancías, la garantía de las libertades y derechos humanos y la creación de condiciones
para el desarrollo multifacético de la persona humana. Los clásicos del marxismo se
limitaron a señalar teóricamente las etapas posibles que podría recorrer la nueva sociedad,
pero ninguno de ellos entregó un modelo detallado de la sociedad socialista.
Lenin buscó diversos caminos para acercarse a lo predicho por Marx y Engels.
Elaboró principios para la construcción del socialismo, pero tampoco diseñó directrices de
principios válidos para todos los tiempos. Su pensamiento estaba en permanente desarrollo
porque la realidad de su inmenso país se encontraba en constante cambio.
Para construir la utopía socialista, el intento más serio de Lenin fue la Nueva
Política Económica (NEP) aplicada a comienzo de los años 20. En el marco de esa política
se combinaron la propiedad estatal, la cooperativa y la privada con participación del capital
extranjero. Al mismo tiempo se avanzó en la democratización de las estructuras de poder,
en la gestión económica y en la propia ideología. Todo ello en el contexto del nuevo poder
de los trabajadores.
Muerto Lenin, la NEP fue dejada de lado y la forma de hacer realidad el socialismo
fue ahora a través del “socialismo de cuartel” o “tosco”, impuesto en los años 30 por Stalin.
Lo fundamental del stalinismo es el monopolio sobre la visión de la historia, de las ciencias
sociales y sobre la interpretación de las fuentes, y el uso de la represión como forma de
sanjar las discrepancias. Es entonces que el marxismo-leninismo se “petrifica”, se
dogmatiza y adquiere un carácter escolástico, impidiéndole la comprensión del mundo
contemporáneo. Las corrientes más talentosas y progresistas de la época ya no influyen en
el marxismo: es el período en que el marxismo deja de asimilar los valores universales.
El “socialismo de cuartel” es canonizado, surgiendo entonces la imagen castrada del
marxismo, la falta de pluralismo en la estructura de poder, en la economía y en la ideología,
la absolutización de las concepciones sobre el centralismo en la gestión y en la toma de
decisiones políticas y económicas en general, la subestimación de la variedad de los
intereses humanos, el menosprecio al rol activo que la gente tiene en la vida política, las
tendencias marcadamente igualitarias, los prejuicios de las relaciones dinero-mercancías, la
ley del valor y del mercado en el socialismo, la nueva alienación del ser humano respecto a
la propiedad de todo el pueblo, entre otros.
Esta situación hizo crisis abiertamente a comienzos de los años setenta, cuando la
dirección política soviética tuvo conciencia de la existencia de mecanismos de freno que
obstaculizaban y retrasaban el progreso científico-tecnológico y el desarrollo económicosocial de la nación. ¿En qué quedaba entonces, aquella predicción de los fundadores del
marxismo, de que el paso del capitalismo al socialismo sería el salto de la necesidad al
reino de la abundancia y la libertad?
El marxismo plantea que el ser humano es el sujeto del proceso histórico, del
desarrollo de la cultura material y espiritual del mundo. La sociedad socialista debería ser
aquel entorno social que permitiera el desarrollo libre, pleno, multilateral de cada hombre y
de todos los miembros de la sociedad. Esta meta era un “auto-objetivo” del ser humano en
la nueva sociedad que estaba creando. El hombre del futuro debería ser libre, racional,
humanista, amante del conocimiento y de la belleza. Se suponía entonces, que el hombre
soviético ya había alcanzado aquellos rasgos del hombre del futuro.
Sin embargo no fue así. Esto obliga a profundizar sobre el tema de la libertad, la que
al no ser alcanzada en el socialismo provocó su derrota en muchos países. La filosofía
política marxista plantea que la libertad consiste en la soberanía sobre nosotros mismos y
sobre el mundo exterior, basado en el conocimiento de las tendencias del desarrollo
necesario de la naturaleza, la sociedad y el propio pensamiento humano.
En este proceso del conocimiento del desarrollo de las cosas, la persona va
acercándose a la esencia de ellas; cuando más la conoce, más libre es su juicio. Por el
contrario, la ignorancia se nos presenta aquí por la incertidumbre que provoca el
desconocimiento de la necesidad de las cosas. De aquí se parte de que no existe libertad
cuando la persona está sometida por los objetos que él debe dominar. La libertad consiste
entonces, en el conocimiento de nosotros mismos, de la sociedad y la naturaleza, basado en
la conciencia de las necesidades tanto de ese mundo exterior como del ser humano.
El “socialismo de cuartel” por el contrario, impregnó de escolástica dogmática al
marxismo, lo cual le impidió observar, comprender y conocer todos los nuevos
acontecimientos paradigmáticos que estaban ocurriendo en el mundo desde la década de los
sesenta. Rechazó de plano como simple “oportunismo” y “revisionismo” todas las teorías
que hablaban de profundas transformaciones en las esferas de la ciencia y la tecnología que
estaba afectando profundamente a la sociedad capitalista contemporánea, y que golpearía
más tarde y fatalmente también a la mayoría de los “socialismos reales”.
Se estaba entrando a un nuevo tipo de sociedad, la sociedad del conocimiento, que
si bien mantenía las características del modo de producción capitalista -propiedad privada
sobre los medios de producción-, la había logrado desarrollar a una nueva etapa donde
prima el valor agregado fundamentalmente como conocimiento, transformando al capital
intelectual como el principal factor de acumulación de riqueza. Esto, como se ha visto hoy
día, implicaba profundas transformaciones en la base económica, en la estructura de clase,
en las ideas y en los sistemas políticos en general, desatando profundas crisis en los
estados-naciones, en la política y en la cultura. Se ha pasado a una nueva etapa del
desarrollo del capitalismo: de su etapa imperialista a otra nueva denominada de civilización
transnacional con hegemonía de corporaciones sin patria, basadas en una nueva alianza
estructurada en torno al capital financiero especulativo y las tecnologías de punta.
Esta nueva situación denominada por muchos como postmodernidad, ha significado
el incremento constante de la ampliación de los cambios y las transformaciones que
caracterizan este período histórico, profundizando lo singular, lo complejo y la
diferenciación. Se construye por un lado lo global, la conciencia planetaria, la
universalidad, la interdependencia total. Pero al mismo tiempo lo peculiar, lo local, las
diferencias, la pluralidad, lo múltiple de la esencia humana. La no comprensión de estos
procesos por el marxismo, ha desvalorizado las utopías, perdiendo legitimidad los
megarelatos al mantenerse las dificultades para su reflejo ideológico. Esta situación ha
incrementado el escepticismo, el decaimiento y la crisis de la política, al separarse de ella a
millones y millones de personas de todas las ideologías, en especial de los jóvenes.
En estas nuevas circunstancias tanto marxistas como agrupaciones políticas de
influencia cristiana, laica, socialdemócrata u otras tendencias, aún no han sido capaces de
reformular una nueva idea de “óptima república”, nueva utopía o sociedad más justa donde
viva el hombre libremente. El problema es reconstruir las condiciones de reflexión que
permita construir una democracia pluralista, amplia, justa socialmente que permita el
desarrollo integral del ser humano: el despliegue de sus potencialidades materiales,
intelectuales, emocionales y espirituales.
Recrear los megarelatos como caminos para construir sociedades más justas obliga a
replantear nuevas exigencias a la libertad del hombre. Lo obliga, en primer lugar, a enfocar
su actividad consciente en el descubrimiento de todo lo nuevo en el desarrollo de la
naturaleza y la sociedad. Pero al mismo tiempo debe de optar libremente por elegir los
caminos de aproximación al conocimiento de lo nuevo y mutante. Esta libertad interna del
ser humano es el elemento principal en el avance ininterrumpido del conocimiento de la
verdad. Es la posibilidad que tiene de expresar sus puntos de vista, sus ideas, de ser
soberano de su libertad, de que ella no le sea administrada. Esto le permite transformarse en
un ser consecuente y enérgico, cualidades necesarias del científico moderno.
El desarrollo de la ciencia tras el conocimiento de la verdad es libertad de creación
sin limitación ninguna; es ausencia de miedos en el creador y es la existencia de garantías
para el desarrollo vital de los seres humanos. No hay libertad donde predomina la
marginalización. Una situación de este tipo permitirá suprimir las restricciones al
pensamiento libre, dando rienda suelta a una fantasía que tenga particular fuerza, brillantez,
singularidad y originalidad para la orientación entre los nuevos hechos de la realidad
contemporánea, para definir las nuevas estrategias tanto en la investigación como en la
construcción de una nueva sociedad con justicia social, progreso cultural y desarrollo
humano, donde se construyan las nuevas relaciones hombre trabajo y hombre naturaleza
libre de enajenación, donde realmente se de el gran salto de la necesidad a la libertad plena
del hombre. En este marco se reconstruirá la plena validez de las utopías.
Santiago, Noviembre de 1999.
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