Apuntes sobre Fausto (Para ser leído en Formentor) Hay un

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Apuntes sobre Fausto (Para ser leído en Formentor) Hay un momento decisivo en el Fausto de Goethe, al final casi de la primera parte, en que el héroe reflexiona sobre su trayectoria al lado de Mefistófeles. Es un monólogo titulado Bosque y caverna, y en él Fausto reconoce con malestar que ya no puede prescindir de su diabólico compañero, como si este formara parte de su ser. Al final del monólogo Goethe hace pronunciar memorables palabras a su personaje: "Así voy ebriamente del deseo al placer, y en el placer me consumo por el deseo". Se traza, pues, con claridad el círculo vicioso de la insaciabilidad en el que está encerrado Fausto, un hombre sometido siempre a la tensión de contrarios. Acción y contemplación, anhelo de todo conocimiento y toda experiencia e imposibilidad de poseer nada, un infinito que se desliza en el vacío. Lo único que tiene claro Goethe en los cincuenta años que le acompaña su criatura literaria es que Fausto, como representante genuino del sentir moderno, está inmerso en una fantasmagoría. Es alguien que se desliza en la frontera entre la realidad y el sueño, entre la necesidad de comprensión y el vuelo en el delirio. De ahí que encarne uno de los mayores mitos literarios que hemos heredado y abrace otros mitos permanentemente presentes en la modernidad, como el ansia de eterna juventud o la búsqueda, a veces desesperada, de la inmortalidad. Antes de Goethe, pero dotado en gran manera de los atributos que éste le otorga, Fausto surge en la literatura como protagonista necesario de la escena renacentista. Un mito brota en el horizonte como necesidad de una época. Y de hecho la silueta fáustica aparece en las literaturas europeas hacia el final de la Edad Media al mismo ritmo en que se resquebrajan las certezas medievales. Fausto es, por así decirlo, un hijo de Prometeo que se presenta en sociedad cuando los humanistas descubren la vertiente sombría de su utopía luminosa. La oscuridad es la otra cara de la luz, el abismo es el precio de la plenitud. Fausto pacta con el diablo pero su gran descubrimiento es que Mefistófeles está hospedado en su interior. Esta circunstancia es la más determinante en la evolución del mito de Fausto en la literatura moderna. En su primera aparición, en un libro anónimo alemán, el héroe parece efectivamente firmar un contrato con un diablo maligno y burlón que es exterior a él. Un acto de magia negra que será castigado con el infierno. No obstante, poco después, cuando el personaje se traslada de la Alemania luterana a la Inglaterra isabelina, con la extraordinaria obra La trágica historia del doctor Fausto de Christopher Marlowe, Fausto empieza a reconocer dolorosamente la intimidad de Mefistófeles. El ateo Marlowe escribe algunos de los mejores versos religiosos de la literatura inglesa para acabar afirmando que "el infierno está donde nosotros estamos". No hay, pues, un infierno escatológico exterior sino que reside en nuestro interior. Esa es la gran sospecha: no hay Mefistófeles fuera de Fausto. Una sospecha que dos siglos después Goethe hará suya cuando subrayará que Fausto es también Mefistófeles. La gran pareja de baile de la fantasmagoría moderna por la que, como sabemos, circulan otras insignes parejas de baile, como la que conforman el doctor Frankenstein y su criatura o el Dr. Jekyll y Mr. Hide. A mediados del siglo XX, en lo más álgido del desastre de la guerra, Thomas Mann en su Doktor Faustus, ya no puede albergar duda alguna: Mefistófeles es la tiniebla de Fausto, esa tiniebla de la que quiere liberarse pero de la que no puede alejarse. En el instante crucial el compositor musical Adrian Leverkün oye como resuena una negativa: no amarás. A Fausto se le concede la creatividad artística a cambio de la renuncia al amor, un precio muy alto que, con frecuencia, el nihilismo contemporáneo ha estado dispuesto a aceptar. Sin embargo, como criatura de frontera, Fausto no solo ha representado la tentación de la oscuridad sino también, y de manera suprema, la aspiración a la luz que hay en nosotros. Al final de la obra que le ha durado cincuenta años Goethe apela a esta aspiración para resolver uno de los mayores dilemas literarios que un autor se haya planteado. ¿Cuándo, para expresar la dicha humana, exclamará Fausto "¡Detente instante, eres tan hermoso!"? Fausto, cercana la muerte, evoca ese instante pensando en una humanidad que, rodeada de peligro, es capaz de luchar por ser libre: "¡Solo merece la vida y la libertad quien sabe conquistarlas a diario!". Goethe otorga a Fausto una buena muerte, y aun simbólicamente le redime porque no merece el infierno definitivo quien se esfuerza constantemente. Y me parece que hace bien Goethe en redimirle porque no merecen el infierno los que conviven con la tiniebla sino los que renuncian a la luz. Rafael Argullol 
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