Mi corazón, el hogar de Cristo

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título que describe mis bienes y deudas, el lugar y la
situación de mi hogar. Rápidamente firmé, y le entregué
mi hogar, una vez y para siempre. “Toma”, dije, “aquí
está, todo lo que soy y todo lo que me pertenece, te lo
cedo para siempre. Ahora toma cargo del hogar. Yo sólo
quedaré como tu siervo y amigo.”
Las cosas son diferentes desde que Jesucristo hizo su
hogar en mi corazón.
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Mi corazón,
el hogar de
Cristo
“Sólo dame la llave”, me dijo.
limpiar ese clóset y lo haré.”
“Dame la autoridad de
Temblando, le di la llave. Él la tomó, abrió la puerta,
entró, sacó todas las cosas podridas y las tiró. Después
limpió el clóset y lo pintó. Lo terminó en un momento.
¡Qué victoria y libertad experimenté cuando él sacó las
cosas muertas de mi vida!
Transfiriendo el título
Un pensamiento me vino. “Señor, ¿hay la posibilidad de
que tú tomes el control de todo mi hogar, y lo manejes tal
como lo hiciste con mi clóset?
“¿Quieres recibir la responsabilidad de mantener mi vida
en orden?”
Su cara se alumbró cuando contestó, “¡Me encantaría
hacerlo! Esto es lo que quiero. No puedes ser un
cristiano victorioso con tu propia fuerza. Déjame hacerlo
por ti y a través de ti. Esa es la única manera. Pero…”,
agregó lentamente, “sólo soy tu huésped. No tengo
autoridad porque no soy el propietario de tu hogar.”
Cayendo de rodillas, le dije, “Señor, tú has sido el
huésped y yo el anfitrión. Desde ahora yo voy a ser tu
siervo. Tú serás el amo de este hogar.”
Corrí tan rápido como pude a la caja fuerte y saqué el
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Mi Corazón,
el hogar de Cristo
en el hogar. Algo hiede a muerto. Viene de arriba. Está
en el clóset.”
Tan pronto que me dijo eso, sabía de qué hablaba. Había
un clóset pequeño al final del pasillo, de sólo unos pocos
metros cuadrados. En ese clóset, bajo llave y candado,
tenía algunas cosas personales de las cuales no quería
que nadie supiera. En ninguna forma quería que Cristo
las viera. Eran cosas muertas y podridas, restos de mi
vida pasada. Tanto las quería mantener sólo para mí, que
me era difícil admitir que estaban allí.
Renuente, subí con él por la escalera, y al acercarnos, el
olor aumentaba más y más. Él señaló la puerta. Me
enojé. Es la única forma de describir mi actitud. Yo le
había dado acceso a mi biblioteca, al comedor, a la sala,
al taller, a la sala de recreo y ahora él me estaba
preguntando acerca de mi clóset, de un par de metros
cuadrados.
Pensé para mis adentros, “Esto es
demasiado. No le voy a dar la llave.”
“Bueno”, me dijo al conocer mis pensamientos. “Si
piensas que voy a vivir aquí, mientras que en el segundo
piso exista este olor, estás equivocado. Dormiré en el
patio.” Entonces empezó a bajar la escalera.
Escrito por Robert Boyd Munger
Traducido por Daniel J. Nelson
Usado con permiso.
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Una tarde invité a Jesucristo a mi corazón. ¡Qué entrada
hizo! No fue muy espectacular, ni muy emocional, pero sí
muy real. Algo ocurrió en el centro de mi vida. Él llegó a
la oscuridad de mi corazón y prendió la luz. Prendió un
fuego y alejó el frío. Prendió música donde había silencio,
y llenó el vacío con su hermosa y amorosa amistad.
Nunca he lamentado el haber abierto la puerta a Cristo, ni
jamás lo lamentaré.
En la emoción de esta nueva relación le dije a Jesucristo,
“Señor, te quiero dar este corazón mío. Quiero que te
ubiques aquí y que esta sea tu casa. Todo lo que tengo
te pertenece. Déjame mostrarte la casa”.
La oficina
Cuando uno llega a conocer y amar a Cristo, lo peor que
puede suceder es el sentir que se aleje. Yo tenía que
rendirme.
“Te daré la llave”, dije con tristeza. “Pero tú tendrás que
abrir el clóset y limpiarlo. Yo no tengo la fuerza para
hacerlo.”
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Primero la oficina, o biblioteca. En mi hogar este cuarto
de la mente es bastante angosta con paredes gruesas,
pero es un cuarto muy importante. En un sentido, es el
centro de control del hogar. Él entró conmigo y vio los
libros en los estantes, las revistas en el escritorio y las
pinturas en las paredes. Cuando seguí su mirada me
incomodé.
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Fue extraño, nunca me había sentido así antes, pero
ahora que él estaba viendo estas cosas, sentí vergüenza.
Sus ojos eran demasiado puros como para ver algunos
libros que yo guardaba. En el escritorio habían revistas
que un cristiano no debería estar leyendo. Y algunas de
las pinturas –las imaginaciones y pensamientos de mi
mente– que adornaban las paredes, eran escandalosas.
Con la cara roja, di vuelta hacia él y dije, “Maestro, sé que
necesito limpiar y remodelar este cuarto.
¿Puedes
ayudarme a arreglarlo como debe ser?”
“¡Claro que sí!” Dijo. “Me encanta ayudarte. Primero,
toma todo lo que estás leyendo y viendo que no es
provechoso, puro, bueno y verdadero. Tíralo. Ahora en
los estantes vacíos pon la Biblia. Llena la biblioteca con
la Escritura y medita en ella día y noche. Acerca de las
pinturas en las paredes, será difícil controlar esas
imágenes, pero tengo algo que te va a ayudar”. Me dio un
gran retrato suyo, y dijo, “Acomoda esto en un lugar
céntrico en la pared de tu mente”.
Lo hice, y a través de los años he descubierto que cuando
mis pensamientos están centrados en Cristo mismo, en su
pureza y poder, alejan los pensamientos impuros que me
asaltan. Él me ha ayudado a mantener mis pensamientos
bajo su control.
“Oh,” respondí despacio. “No creo que te gustaría ir
adonde vamos, Señor Jesús. Mejor tú y yo salimos
mañana. Entonces podremos ir a un estudio bíblico en la
iglesia. Pero esta noche tengo otra cita.”
“Perdóname”, dijo, “Pensé que por vivir en tu hogar
íbamos a hacerlo todo juntos, que seríamos amigos
íntimos. Sólo quiero que sepas que estoy dispuesto a ir
contigo.”
“Bueno”, murmuré, mientras me deslizaba por la puerta,
“saldremos juntos mañana en la noche.”
Esa tarde pasé unas horas miserables. Me sentí muy
mal. ¿Qué tipo de amigo era yo para Jesús, dejándolo
fuera de mi vida a propósito, haciendo cosas y yendo a
lugares que bien sabía que a él no le gustarían?
Cuando regresé esa tarde, la luz de su cuarto estaba
prendida, y subí a conversar con él. Dije, “Señor, he
aprendido una buena lección. Ahora sé que no me puedo
divertir sin ti. De ahora en adelante haremos todo juntos.”
Entonces entramos a la sala de recreo del hogar. Él lo
transformó.
Trajo nuevos amigos, nueva emoción,
nuevos gozos. Risa y música han estado sonando en mi
hogar desde entonces.
El comedor
El clóset
De la oficina entramos al comedor, el cuarto de los
apetitos y deseos. Yo había pasado mucho tiempo allí
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Un día lo encontré esperándome a la puerta. Tenía una
extraña mirada. Cuando entré, me dijo, “Hay un olor raro
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“Bueno”, le dije, “Señor, sé que no es mucho, y quiero
hacer más, pero al fin y al cabo, no tengo la fuerza ni las
habilidades para hacer algo más.”
tratando de satisfacer mis deseos.
Le dije, “Este es mi cuarto favorito. Estoy seguro que
estarás contento con lo que servimos aquí”.
“¿Te gustaría hacer algo mejor?”, me preguntó.
“¡Claro que sí!”, respondí.
“Muy bien. Dame tus manos. Ahora relájate y deja que
mi Espíritu trabaje por ti. Sé que te falta entrenamiento,
pero el Espíritu es el Trabajador Maestro, y si él controla
tus manos y tu corazón, hará cosas a través de ti”. Se
paró detrás de mí y puso sus manos poderosas bajo las
mías, tomó las herramientas con sus diestras manos, y
empezó a trabajar a través de mí. Mientras más me
relajaba y confiaba en él, él podía hacer más con mi vida.
La sala de recreo
Me preguntó si tenía una sala de recreo donde me divertía
con mis amigos. Esperaba que no me preguntara eso.
Había ciertas asociaciones y actividades que quería
mantener para mí mismo.
Una tarde que salía para ir con mis amigos, me paró y con
una mirada preguntó, “¿Vas a salir?”
Se sentó a la mesa conmigo y me preguntó, “¿Qué hay en
el menú para la cena?” “Bueno”, le dije, “mis platillos
favoritos: dinero, títulos académicos y cuentas bancarias
con un postre de fama y fortuna”. Estas eran las cosas
que me gustaban –alimento secular.
Cuando puse comida ante él, no dijo nada, pero observé
que no comía. Le pregunté, “¿Maestro, no te gusta esta
comida? ¿Cuál es el problema?”
Contestó, “Yo tengo una comida, que tú no conoces. Si
quieres comida que te va a satisfacer, haz la voluntad del
Padre. Deja de buscar tus propios placeres, deseos y
satisfacción. Busca complacerle a él. Esa comida te
traerá satisfacción.”
Allí en la mesa me dejó probar el sabor del gozo de hacer
la voluntad de Dios. ¡Qué sabor! No hay comida como
esa en todo el mundo. Es la única que satisface.
La sala
Del comedor entramos a la sala. Este cuarto era íntimo y
cómodo. Me gustaba mucho. Tenía una chimenea,
sillones, un sofá y un ambiente pacífico.
Respondí, “Sí.”
“Qué bien”, dijo, “quiero salir contigo.”
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Me dijo, “Este es un cuarto hermoso. Vengamos aquí
enseguida. Es un cuarto tranquilo y pacífico. Aquí
podemos pasar tiempo juntos.”
Bueno, por ser un cristiano joven, estaba muy
emocionado. No podía pensar en nada que preferiría
hacer más que pasar unos minutos junto con Cristo.
Me prometió, “Yo estaré aquí temprano cada mañana.
Ven conmigo, y podremos comenzar el día juntos.”
Entonces mañana tras mañana, yo bajé a la sala. Él
sacaba un libro de la Biblia del estante. Lo abríamos
juntos y lo leíamos. Él me compartía las maravillosas
verdades de Dios que nos salvan. Mi corazón cantaba
cuando me compartía acerca del amor y la gracia que
tenía para mí. Estos fueron momentos maravillosos.
Pero, poco a poco, con la presión de mis muchas
responsabilidades, este tiempo se acortó más y más.
¿Por qué? No estoy seguro. Pensaba que estaba muy
ocupado para pasar tiempo regularmente con Cristo. No
era de manera intencional, comprendes. Simplemente
pasó así. Por fin, no sólo acorté el tiempo, sino que
llegaron días en que yo no llegaba. Compromisos
urgentes empezaron a entremeterse con estos tiempos de
conversación calmada con Jesús.
Recuerdo una mañana que estaba bajando deprisa para
hacer mis mandados. Pasé por la sala y noté que la
puerta estaba abierta. Me asomé, y vi fuego en la
chimenea y a Jesús sentado allí. De repente, para mi
vergüenza, pensé, “Él es mi huésped. ¡Yo lo invité a mi
corazón! Él ha venido como mi Salvador y Amigo, pero yo
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lo estoy ignorando.”
Me paré, di la vuelta y entré calladamente. Con la vista
baja, dije, “Maestro, perdóname. ¿Has estado aquí todas
estas mañanas?”
“Sí,” me dijo. “Te dije que estaría aquí cada mañana para
estar contigo. Recuerda que te amo. Te he redimido a
gran costo. Valoro tu amistad. Aunque no puedes tomar
este tiempo para tu propio bien, hazlo por mí.”
La razón que hizo más que cualquier otra cosa para
transformar mi tiempo devocional es el deseo de Cristo
por mi compañerismo. Él quiere estar conmigo y
diariamente me espera. No dejes a Cristo esperando solo
en la sala de tu corazón. Cada día busca un tiempo, con
tu Biblia en la mano, y en oración puedes estar junto a él.
El taller
Un día me preguntó Jesús, “¿Tienes un taller en tu
hogar?” Afuera en el garaje tenía una mesa de trabajo
con algunas herramientas, pero en realidad no hacía
mucho allí. De vez en cuando jugaba creando simplezas,
pero no producía nada de valor.
Lo llevé al taller. Él vio la mesa de trabajo y dijo, “Tienes
muchas buenas herramientas. ¿Qué estás produciendo
para el reino de Dios?” Él vio los juguetitos que había
armado y levantó uno. “¿Es esto lo que estás haciendo
por otros en tu vida cristiana?”
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