Mi Corazón, El Hogar De Cristo

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Mi Corazón, El Hogar De Cristo
Por Roberto Boyd Munger
Una tarde invité a Jesucristo a mi corazón. ¡Qué entrada hizo! No fue muy
espectacular, ni muy emocional, pero sí muy real. Algo ocurrió en el centro de mi vida.
Él llegó a la oscuridad de mi corazón y prendió la luz. Prendió un fuego y alejó el frío.
Prendió música donde había silencio, y llenó el vacío con su hermosa y amorosa
amistad. Nunca he lamentado el haber abierto la puerta a Cristo, ni jamás lo lamentaré.
En la emoción de esta nueva relación le dije a Jesucristo, «Señor, te quiero dar este
corazón mío. Quiero que te ubiques aquí y que esta sea tu casa. Todo lo que tengo te
pertenece. Déjame mostrarte la casa.»
La oficina
Primero la oficina, o biblioteca. En mi hogar este cuarto de la mente es bastante
angosta con paredes gruesas, pero es un cuarto muy importante. En un sentido, es el
centro de control del hogar. Él entró conmigo y vio los libros en los estantes, las revistas
en el escritorio y las pinturas en las paredes. Cuando seguí su mirada me incomodé.
Fue extraño, nunca me había sentido así antes, pero ahora que él estaba viendo estas
cosas, sentí vergüenza. Sus ojos eran demasiado puros como para ver algunos libros que
yo guardaba. En el escritorio habían revistas que un cristiano no debería estar leyendo.
Y algunas de las pinturas –las imaginaciones y pensamientos de mi mente– que
adornaban las paredes, eran escandalosas.
Con la cara roja, di vuelta hacia él y dije, «Maestro, sé que necesito limpiar y
remodelar este cuarto. ¿Puedes ayudarme a arreglarlo como debe ser?»
«¡Claro que sí!» Dijo, «Me encanta ayudarte. Primero, toma todo lo que estás
leyendo y viendo que no es provechoso, puro, bueno y verdadero. Tíralo. Ahora en los
estantes vacíos pon la Biblia. Llena la biblioteca con la Escritura y medita en ella día y
noche. «Acerca de las pinturas en las paredes, será difícil controlar esas imágenes, pero
tengo algo que te va a ayudar.» Me dio un gran retrato suyo, y dijo, «Acomoda esto en
un lugar céntrico en la pared de tu mente.»
Lo hice, y a través de los años he descubierto que cuando mis pensamientos están
centrados en Cristo mismo, en su pureza y poder, alejan los pensamientos impuros que
me asaltan. Él me ha ayudado a mantener mis pensamientos bajo su control.
El comedor
De la oficina entramos al comedor, el cuarto de los apetitos y deseos. Yo había
pasado mucho tiempo allí tratando de satisfacer mis deseos.
Le dije, «Este es mi cuarto favorito. Estoy seguro que estarás contento con lo que
servimos aquí.»
Se sentó a la mesa conmigo y me preguntó, «¿Qué hay en el menú para la cena?»
«Bueno,» le dije, «mis platillos favoritos: dinero, títulos académicos y cuentas bancarias
con un postre de fama y fortuna.» Estas eran las cosas que me gustaban –alimento
secular.
Cuando puse comida ante él, no dijo nada, pero observé que no comía. Le pregunté,
«¿Maestro, no te gusta esta comida? ¿Cuál es el problema?»
Contestó, «Yo tengo una comida, que tú no conoces. Si quieres comida que te va a
satisfacer, haz la voluntad del Padre. Deja de buscar tus propios placeres, deseos y
satisfacción. Busca complacerle a él. Esa comida te traerá satisfacción.»
Allí en la mesa me dejó probar el sabor del gozo de hacer la voluntad de Dios. ¡Qué
sabor! No hay comida como esa en todo el mundo. Es la única que satisface.
La sala
Del comedor entramos a la sala. Este cuarto era íntimo y cómodo. Me gustaba
mucho. Tenía una chimenea, sillones, un sofá y un ambiente pacífico.
Me dijo, «Este es un cuarto hermoso. Vengamos aquí enseguida. Es un cuarto
tranquilo y pacífico. Aquí podemos pasar tiempo juntos.»
Bueno, por ser un cristiano joven, estaba muy emocionado. No podía pensar en nada
que preferiría hacer más que pasar unos minutos junto con Cristo.
Me prometió, «Yo estaré aquí temprano cada mañana. Ven conmigo, y podremos
comenzar el día juntos.»
Entonces mañana tras mañana, yo bajé a la sala. Él sacaba un libro de la Biblia del
estante. Lo abríamos juntos y lo leíamos. Él me compartía las maravillosas verdades de
Dios que nos salvan. Mi corazón cantaba cuando me compartía acerca del amor y la
gracia que tenía para mí. Estos fueron momentos maravillosos.
Pero, poco a poco, con la presión de mis muchas responsabilidades, este tiempo se
acortó más y más. ¿Por qué? No estoy seguro. Pensaba que estaba muy ocupado para
pasar tiempo regularmente con Cristo. No era de manera intencional, comprendes.
Simplemente pasó así. Por fin, no sólo acorté el tiempo, sino que llegaron días en que
yo no llegaba. Compromisos urgentes empezaron a entremeterse con estos tiempos de
conversación calmada con Jesús.
Recuerdo una mañana que estaba bajando deprisa para hacer mis mandados. Pasé por
la sala y noté que la puerta estaba abierta. Me asomé, y vi fuego en la chimenea y a
Jesús sentado allí. De repente, para mi vergüenza, pensé, «Él es mi huésped. ¡Yo lo
invité a mi corazón! Él ha venido como mi Salvador y Amigo, pero yo lo estoy
ignorando.»
Me paré, di la vuelta y entré calladamente. Con la vista baja, dije, «Maestro,
perdóname. ¿Has estado aquí todas estas mañanas?»
«Sí,» me dijo. «Te dije que estaría aquí cada mañana para estar contigo. Recuerda
que te amo. Te he redimido a gran costo. Valoro tu amistad. Aunque no puedes tomar
este tiempo para tu propio bien, hazlo por mí.»
La razón que hizo más que cualquier otra cosa para transformar mi tiempo devocional
es el deseo de Cristo por mi compañerismo. Él quiere estar conmigo y diariamente me
espera. No dejes a Cristo esperando solo en la sala de tu corazón. Cada día busca un
tiempo, con tu Biblia en la mano, y en oración puedes estar junto a él.
El taller
Un día me preguntó Jesús, «¿Tienes un taller en tu hogar?» Afuera en el garaje tenía
una mesa de trabajo con algunas herramientas, pero en realidad no hacía mucho allí. De
vez en cuando jugaba creando simplezas, pero no producía nada de valor.
Lo llevé al taller. Él vio la mesa de trabajo y dijo, «Tienes muchas buenas
herramientas. ¿Qué estás produciendo para el reino de Dios?» Él vio los juguetitos que
había armado y levantó uno. «¿Es esto lo que estás haciendo por otros en tu vida
cristiana?»
«Bueno,» le dije, «Señor, sé que no es mucho, y quiero hacer más, pero al fin y al
cabo, no tengo la fuerza ni las habilidades para hacer algo más.»
«¿Te gustaría hacer algo mejor?» me preguntó.
«¡Claro que sí!» respondí.
«Muy bien. Dame tus manos. Ahora relájate y deja que mi Espíritu trabaje por ti. Sé
que te falta entrenamiento, pero el Espíritu es el Trabajador Maestro, y si él controla tus
manos y tu corazón, hará cosas a través de ti.» Se paró detrás de mí y puso sus manos
poderosas bajo las mías, tomó las herramientas con sus diestras manos, y empezó a
trabajar a través de mí. Mientras más me relajaba y confiaba en él, él podía hacer más
con mi vida.
La sala de recreo
Me preguntó si tenía una sala de recreo donde me divertía con mis amigos. Esperaba
que no me preguntara eso. Había ciertas asociaciones y actividades que quería mantener
para mí mismo.
Una tarde que salía para ir con mis amigos, me paró y con una mirada preguntó,
«¿Vas a salir?»
Respondí, «Sí.»
«Qué bien,» dijo, «quiero salir contigo.»
«Oh,» respondí despacio. «No creo que te gustaría ir adonde vamos, Señor Jesús.
Mejor tú y yo salimos mañana. Entonces podremos ir a un estudio bíblico en la iglesia.
Pero esta noche tengo otra cita.»
«Perdóname,» dijo. «Pensé que por vivir en tu hogar íbamos a hacerlo todo juntos,
que seríamos amigos íntimos. Sólo quiero que sepas que estoy dispuesto a ir contigo.»
«Bueno,» murmuré, mientras me deslizaba por la puerta, «saldremos juntos mañana
en la noche.»
Esa tarde pasé unas horas miserables. Me sentí muy mal. ¿Qué tipo de amigo era yo
para Jesús, dejándolo fuera de mi vida a propósito, haciendo cosas y yendo a lugares
que bien sabía que a él no le gustarían?
Cuando regresé esa tarde, la luz de su cuarto estaba prendida, y subí a conversar con
él. Dije, «Señor, he aprendido una buena lección. Ahora sé que no me puedo divertir sin
ti. De ahora en adelante haremos todo juntos.»
Entonces entramos a la sala de recreo del hogar. Él lo transformó. Trajo nuevos
amigos, nueva emoción, nuevos gozos. Risa y música han estado sonando en mi hogar
desde entonces.
El clóset del pasillo
Un día lo encontré esperándome a la puerta. Tenía una extraña mirada. Cuando entré,
me dijo, «Hay un olor raro en el hogar. Algo hiede a muerto. Viene de arriba. Está en el
clóset del pasillo.»
Tan pronto que me dijo eso, sabía de qué hablaba. Había un clóset pequeño al final
del pasillo, de sólo unos pocos metros cuadrados. En ese clóset, bajo llave y candado,
tenía algunas cosas personales de las cuales no quería que nadie supiera. En ninguna
forma quería que Cristo las viera. Eran cosas muertas y podridas, restos de mi vida
pasada. Tanto las quería mantener sólo para mí, que me era difícil admitir que estaban
allí.
Renuente, subí con él por la escalera, y al acercarnos, el olor aumentaba más y más.
Él señaló la puerta. Me enojé. Es la única forma de describir mi actitud. Yo le había
dado acceso a mi biblioteca, al comedor, a la sala, al taller, a la sala de recreo y ahora él
me estaba preguntando acerca de mi clóset, de un par de metros cuadrados. Pensé para
mis adentros, «Esto es demasiado. No le voy a dar la llave.»
«Bueno,» me dijo al conocer mis pensamientos, «si piensas que voy a vivir aquí,
mientras que en el segundo piso exista este olor, estás equivocado. Dormiré en el patio.»
Entonces empezó a bajar la escalera.
Cuando uno llega a conocer y amar a Cristo, lo peor que puede suceder es el sentir
que se aleje. Yo tenía que rendirme.
«Te daré la llave,» dije con tristeza, «pero tú tendrás que abrir el clóset y limpiarlo.
Yo no tengo la fuerza para hacerlo.»
«Sólo dame la llave,» me dijo. «Dame la autoridad de limpiar ese clóset y lo haré.»
Temblando, le di la llave. Él la tomó, abrió la puerta, entró, sacó todas las cosas
podridas y las tiró. Después limpió el clóset y lo pintó. Lo terminó en un momento.
¡Qué victoria y libertad experimenté cuando él sacó las cosas muertas de mi vida!
Transfiriendo el título
Un pensamiento me vino. «Señor, ¿hay la posibilidad de que tú tomes el control de
todo mi hogar, y lo manejes tal como lo hiciste con mi clóset? ¿Quieres recibir la
responsabilidad de mantener mi vida en orden?»
Su cara se alumbró cuando contestó, «¡Me encantaría hacerlo! Esto es lo que quiero.
No puedes ser un cristiano victorioso con tu propia fuerza. Déjame hacerlo por ti y a
través de ti. Esa es la única manera. Pero,» agregó lentamente, «sólo soy tu huésped. No
tengo autoridad porque no soy el propietario de tu hogar.»
Cayendo de rodillas, le dije, «Señor, tú has sido el huésped y yo el anfitrión. Desde
ahora yo voy a ser tu siervo. Tú serás el dueño y el Amo de este hogar.»
Corrí tan rápido como pude a la caja fuerte y saqué el título que describe mis bienes y
deudas, el lugar y la situación de mi hogar. Rápidamente firmé, y le entregué mi hogar,
una vez y para siempre. «Toma,» dije, «aquí está, todo lo que soy y todo lo que me
pertenece, te lo cedo para siempre. Ahora toma cargo del hogar. Yo sólo quedaré como
tu siervo y amigo.»
Las cosas son diferentes desde que Jesucristo hizo su hogar en mi corazón.
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