PARA DIALOGAR La Torre de los Tesoros reside en nuestro interior No hay nada más noble que las personas comunes. La época está cambiando, en dirección a una era del pueblo. Sin embargo, sigue prevaleciendo la tendencia a considerar que la gente es un medio para lograr ciertos fines, o a denigrar su humanidad y su dignidad. Precisamente por eso, en esta encrucijada trascendental, es imprescindible forjar valores humanos de convicción inquebrantable. Uno de los focos más importantes de la religión en el siglo XXI debe ser formar individuos capaces de transformar positivamente la atmósfera espiritual de la sociedad, crear una corriente de respeto hacia todas las personas y establecer como valor universal el respeto a la dignidad de la vida. Son las personas las que abrirán el camino para crear esta era del pueblo. Esta época triunfal comenzará cuando cada quien tome conciencia del tesoro que existe en su propio interior. En esencia, la aparición de la Torre de los Tesoros 1 indica que los tres grupos de discípulos que escuchaban la voz pudieron percibir por primera vez la Torre de los Tesoros en su propia vida cuando oyeron el Sutra del loto. Hoy, los discípulos y seguidores laicos de Nichiren están haciendo lo mismo. En el Último Día de la Ley, no existe otra Torre de los Tesoros más que la figura de los hombres y mujeres que abrazan el Sutra del loto. Por lo tanto, se deduce que todos los que recitan Nam-myoho-renge-kyo, sean humildes o ilustres, nobles o plebeyos, son en sí mismos la Torre de los Tesoros y, de igual manera, son en sí mismos Muchos Tesoros El Que Así Llega. No existe otra Torre de los Tesoros más que Myoho-renge-kyo; el daimoku del Sutra del loto es la Torre de los Tesoros, y la Torre de los Tesoros es Nam-myoho-renge-kyo.2 “ 1) Torre de los Tesoros: En los escritos del Daishonin, el término “Torre de los Tesoros” denota principalmente la torre del buda Muchos Tesoros, surgida desde las profundidades de la tierra en el capítulo “La Torre de los Tesoros” del Sutra del loto. También es símbolo del Gohonzon (objeto de devoción en el budismo Nichiren) y de la vida humana. 16 Civilización global nº 111 · julo 2014 2) Los escritos de Nichiren Daishonin, Tokio: Soka Gakkai, 2008, págs. 317318. 3) Extraído de la traducción del artículo de Daisaku Ikeda publicado en la edición de octubre de 2011 del Daibyakurenge, revista mensual de estudio de la Soka Gakkai “ Esto representa una filosofía que proclama el supremo respeto a todos los seres humanos. Los que no pueden reconocer la dignidad y el valor de la vida de cada persona y discriminan a otros, en verdad, están denigrándose a sí mismos. Valorar y respetar a los demás es la forma de hacer resplandecer al máximo nuestra propia Torre de los Tesoros interior. En el pasaje “la figura de los hombres y mujeres que abrazan el Sutra del loto”, la palabra “figura” abarca tanto nuestra forma exterior como nuestras acciones. No se refiere a una abstracción o ideal, sino a la realidad concreta de nuestra vida mientras cumplimos nuestros quehaceres cotidianos, aquí y ahora. No hay otra Torre de los Tesoros más que los seres humanos reales, de carne y hueso. Las personas comunes, que sobrellevamos las alegrías y los pesares de este mundo, somos cada uno una Torre de los Tesoros, así tal cual somos. Sin un espejo, es imposible verse el propio rostro. El Daishonin inscribió el Gohonzon para que sea ese espejo. El Gohonzon es la representación de su propio estado iluminado como Buda del Último Día de la Ley. Por lo tanto, cuando entonamos Nam-myoho-renge-kyo tomando el Gohonzon como brillante espejo, brota con vigor nuestra propia Budeidad inherente. El propósito del Gohonzon es hacer surgir esa Torre de los Tesoros en cada uno de nosotros. Para el Daishonin, la Torre de los Tesoros infinitamente preciada no brilla en ningún lugar con más fulgor que en la vida de las personas comunes de esta época oscura y atribulada. Si toda la humanidad poseyera la capacidad de percibir la suprema dignidad y el valor infinito de cada persona, la dirección de la historia cambiaría positivamente. El punto esencial es reconocer la dignidad inherente a cada persona y abrir los ojos al valor irreemplazable e infinito de cada individuo.3