LA APORTACIÓN DEL EXILIO ESPAÑOL A LA BIBLIOGRAFÍA NACIONAL DE MÉXICO Alicia Perales Ojeda * La crónica del desenvolvimiento de la bibliografía nacional a partir de la Independencia ha tenido momentos de gran abandonó y etapas de extraordinaria brillantez. Considérase brillante la etapa que va de 1886, fecha en que se publicó la bibliografía mexicana del siglo XVI, por Joaquín García Icazbalceta, a la instalación del Instituto Bibliográfico Mexicano en 899. Posteriormente, el trabajo bibliográfico tuvo un remozamiento de 1927 a 1937, lapso en que el dinamismo del jurisconsulto Genaro Estrada, hizo posible un intenso trabajo de orden bibliográfico, promoviendo la publicación de importantes series bibliográficas. La tercera etapa fue de excelencia bibliográfica y en ella participaron, de una manera decisiva, integrantes del exilio español. Representado fundamentalmente por los doctores José Ignacio Mantecón, que llegó a México en 1940, permaneciendo arraigado en estas tierras hasta su despido eterno en 1982, y Agustín Millares Carlo, que ocupaba a la sazón el puesto de cónsul adjunto en la Embajada de la España Republicana, y que radicó en México hasta 1959, año en el que partió a Caracas, Venezuela. Al lado de ellos recordamos al licenciado Alfonso Ayensa, José Bullejos y Julián Amo en el campo de la bibliografía económica. Aunque brevemente, quiero dar cuenta de la gran tarea bibliográfica en la que ellos se empeñaron. En una entrevista que el doctor Mantecón concedió a una investigadora1 decía que al llegar a México, Don Francisco había llegado a México, procedente de España en 1909, aquí estableció librerías fue jefe del Archivo de la Ciudad de México, trabajó para la Secretaría de Hacienda, el Congreso de la Unión y la Asociación de Libreros de México. Finalmente lo vimos, en 1943, organizando la II Feria del libro, en donde tiene don Francisco el gran acierto de encomendar a los bibliógrafos Agustín Millares Carlo y José Ignacio Mantecón la elaboración de una bibliografía de bibliografías, a la que posteriormente se conoció como Ensayo de una bibliografía de bibliografías mexicanas (México, Biblioteca de la II Feria del libro y exposición nacional de periodismo, 1943, XVI, 224 pp.). El resultado fue una excelente bibliografía, porque su estructura, presentación y tipografía, hizo que se considera como clásica del modelo mexicano del siglo. La mejor manera de recordar el momento de la llegada del doctor Mantecón, es recurriendo a su pensamiento, expresado en la Bibliografía de don Francisco Gamoneda2 donde nos decía: No fue un año más en la historia del libro –y por lo tanto de la cultura mexicana-el de por lo tanto de la cultura mexicana- el de 1939. Se encontraba entonces conmovido el mundo, desde Europa a Oceanía, por un sentimiento de agonía y de angustia, que, a través de la inseguridad, le elevaba hacia la paralización de sus más nobles actividades, muy pocos países pudieron superar esta situación. No eran momentos de * Departamento de Bibliotecología, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM creación. México, sin embargo, recoge en este periodo capacidades concentradas y se inicia una nueva época en la que afloran, en acción creciente hasta hoy, esfuerzos, actividades, vocaciones y medios hasta entonces contenidos. . . Parece como si el destino hubiera querido enlazar esta época de esplendor con el momento inicial del libro en América. Fue en 1539 cuando se produjo en México el primer libro hasta ahora conocido impreso en tierras del Nuevo Mundo. “Las capacidades concentradas” de que habla el Maestro, están representadas por los intelectuales que, en gran número, vinieron con el exilio español y que promovieron un renacimiento cultural en México. Otro acontecimiento importante en que destacó la personalidad científico-humanística del doctor Mantecón, fue el que tuvo lugar con motivo de la reinstalación del Instituto Bibliográfico Mexicano, donde el ameritado bibliográfico redactó un importante documento que publicó en el Boletín de la Biblioteca Nacional de México (Tomo XII (3-4); 3-20 julio-diciembre de 1961) titulado “El primer Instituto Bibliográfico Mexicano”. En esta intervención, el doctor Mantecón expuso su doctrina bibliográfica sobre cerca de cuatro siglos de producción libraria en México. La posición manteconiana respecto a la bibliografía nacional fue la de dilucidar sus acontecimientos más notables, en temas que a continuación se exponen. I. Dadas las precisas condiciones históricas y sociales de Hispanoamérica en general, y de México en particular, puede considerarse a la centuria pasad, como el “siglo de Oro de la Bibliografía Mexicana”. II. La elaboración de obras fundamentales de bibliografía histórica, en las que se registró sistemáticamente la producción libraria y, por lo tanto, intelectual, desde el año de 1539, hasta el fin de la época colonial. III. El doctor Nicolás León posee un concepto excesivamente restringido de la bibliografía, producto de la idea de no considerar el rigor descriptivo y plan sistemático que, a partir de las últimas décadas del siglo XIX, se han impuesto en estas investigaciones, sin tener en cuenta los grandes esfuerzos de nuestros predecesores para conservar en obras de varia naturaleza, el nombre de los autores, los títulos de las obras que sin su accidental registro desconoceríamos. IV. Los cronistas de las órdenes religiosas fueron precursores de la bibliografía novohispana. V. La excesiva severidad de don José Toribio Medina quien llegó a decir que “ninguno de estos autores (los cronistas) dejó ninguna bibliografía –lo que es cierto- ni cosa que se le parezca”, en esto es en lo que no tiene razón el ilustre bibliógrafo chileno. Su apreciación sobre especialistas mexicanos Un aspecto que subrayar es la actitud que tuvo José Ignacio Mantecón ante figuras de la bibliografía mexicana tradicional como fue la apreciación que hizo del también ilustre don Juan B. Iguíniz, de quien decía: Maestro ejemplar, porque no sólo desde la cátedra, sino a través del trato personal, de la práctica de la dirección de instituciones bibliotecarias, ha sabido crear tanto técnicos como entusiastas de la dura profesión de administrar repositorios y ha promovido vocaciones para tan, por muchos conceptos, ingratas tareas. Pertenece a la generación de quienes supieron imprimir un concepto moderno a la bibliotecología mexicana y desde que se fundó la primera escuela de bibliotecarios en la Biblioteca Nacional en el año de 1916, ha continuado impartiendo, directa e indirectamente, la enseñanza de las disciplinas relacionadas con el libro. En una conferencia dictada el 18 de noviembre de 1967, con motivo del centenario de la fundación de la Biblioteca Nacional, el investigador con mayor número de años en trabajos bibliográficos tuvo la oportunidad, y la aprovechó ampliamente, de expresar, lo que para él significó la bibliografía y la documentación, me refiero a la intervención del doctor Mantecón ante la creación del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y la producción de sus primeros investigadores. Teniendo en cuenta que don José Ignacio no se preocupó por reunir sus escritos y publicarlos en un volumen o volúmenes, que tanto hubiera ayudado a conocer sus tesis sobre asuntos de su disciplina, me permitiré reproducir párrafos de gran erudición de la conferencia mencionada: Se ha querido establecer, dentro de nuestra disciplina bibliográfica, una artificial división de su concepción y de sus tareas en dos grandes vertientes: la erudita y la de información, designada actualmente, con más imaginación, de la que se puede suponer en quienes a tan ardua tarea se dedican, como servicio de documentación, con un concepto un tanto parcial y que, además, rompe el sentido que hasta no hace mucho dábamos a la palabra documento. En la mayor parte de los textos de las nuevas escuelas de bibliotecarios, donde se hace mayor hincapié en ésta, para algunos “nueva” concepción de la bibliografía, creando en la mente de los nuevos bibliotecarios, y a través de ellos en la masa general de lectores, una grave desatención para el esfuerzo tradicional de quienes, en todos los países, sentaron las bases para que hoy haya podido crecer el concepto y el valor de la bibliografía como medio de trabajo intelectual. En virtud de ese concepto se llega a una extraña consecuencia: a medida que se quiere circunscribir la tarea bibliográfica a la mera aplicación de unas reglas y de unos métodos técnicos, se la va alejando cada vez más de su concepción científica, ya que se pretende que no tiene cabida en su cultivo ninguna aportación personal de creación. Por una extraña paradoja, la preocupación de darle un valor supercientífico, al separarla del gran sector de las humanidades, la convierte en trabajo artesanal. . . Toda bibliografía debe realizarse con el supuesto de que está haciendo un balance de los intereses culturales del lugar, país o región abarcada en el estudio, y por ahora, bien o mal, seguramente más de lo segundo que de lo primero, en esa dirección o con ese propósito ha trabajado el Instituto de Investigaciones Bibliográficas. Como tal ha procurado conocer el Instituto, antes que nada, lo mismo bajo la dirección del doctor Manuel Alcalá que del licenciado Ernesto de la Torre sus propias limitaciones y se han señalado objetivos alcanzables dirigidos hacia las dos direcciones fundamentales de la bibliografía. Por tal causa considero acertado lo que inicialmente me pareció un error. Me refiero al cambio de nombre de nuestra institución. El título de instituto Bibliográfico Mexicano correspondía exactamente a nuestro glorioso antepasado, porque no estaba circunscrito a los medios de un centro cultural de México, sino que se concibió como un cuerpo colegiado de varias sociedades y academias nacionales, en íntima relación con unas juntas locales de literatura científica que, a solicitud de la Junta Nacional, antecesora inmediata del primer Instituto Bibliográfico Mexicano, se crearon en la mayoría de los estados y patrocinadas por los correspondientes gobernadores de las entidades federativas. El Instituto era verdaderamente nacional, no sólo en su constitución orgánica sino en sus aportaciones a la bibliografía nacional. No se trata, por lo tanto, de un centro nacional de bibliografía, tal como éstos se definen en los documentos de la UNESCO, y muy especialmente en la obra del bibliotecario sueco Knud Larsen Los servicios bibliográficos nacionales, en la que se consideran como funciones imprescindibles de tales establecimientos las siguientes: a) centro nacional de información bibliográfica; b) organismo de relación con los centros especializados; c) centro de investigación bibliográfica internacional; d) preparación de una bibliografía nacional; e) preparación de un catálogo colectivo; f) dirección nacional del canje internacional y nacional; g) redacción de una guía o registro general de bibliotecas y, h) centro de reproducción de libros, folletos y artículos de publicaciones periódicas. Claro es que tan vastos propósitos no se han realizado en lugar alguno, ni siquiera en los países más desarrollados; pero he querido dejar consignado todo lo que puede exigirse de un centro nacional de bibliografía por dos razones fundamentales; la primera para poder llamar la atención de las autoridades sobre la necesidad de aportar un mayor despliegue de medio para el servicio bibliográfico, para crear en todos nosotros la conciencia de que estamos en el momento inicial de un trabajo que sólo con el esfuerzo de todos podemos hacer que se gane en instituciones operativas, la segunda para advertir a los impacientes que nuestro Instituto puede y debe realizar determinadas tareas; pero que no se le puede exigir más de lo que funcionalmente puede realizar. Dentro de estos límites sus propósitos y trabajos abarcan, tanto el cultivo de las bibliografías retrospectivas eruditas –tengo particular aversión a llamarlas históricas, pues estimo que este término debe aplicarse al estudio de las obras escritas bajo el signo de Clío- como la redacción de la bibliografía actual, corriente. Actualmente le Instituto está trabajando con los fondos de la Biblioteca Nacional. Ya han aparecido el estudio sobre las obras en lenguas indígenas existentes en nuestro repositorio, se está imprimiendo el índice de incunables, próximamente aparecerán guías de los fondos de Filipinas y de los humanísticos que han trabajado el bibliotecario Yhmoff y los investigadores Moreno, García y Osorio.3 Como toda bibliografía nacional, su compilación y redacción representaron varios problemas inicialmente. Estos fueron la delimitación de sus áreas de tiempo, geográfica y de materias, de composición tipográfica, de idioma. . . Esa labor sí es un trabajo que da un amplio carácter de nacional a nuestra Biblioteca y que muestra la vitalidad que le permite tener el derecho de depósito legal que le fue otorgado desde 1857 y que ahora, mediante un gran esfuerzo, va tomando cada día mayor realidad. . . Estos Anuarios permiten a México ponerse a la par de muchos otros países de América que nos aventajaban en esta materia. Para conseguirlo ha sido necesario que dentro de la Biblioteca Nacional haya existido, como existe, un verdadero espíritu de colaboración y desinterés en el personal no técnico, porque los investigadores hemos podido contar siempre con la colaboración de todos. Como podrá haberse podido apreciar, son escasos los párrafos transcritos en relación al texto original, sin embargo, expresan la filosofía del maestro, del estudioso, del colega, recomiendo que para mayor compenetración con este ensayo, se recurra al estudio publicado en el Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (1 (2): 81-92 México, D. F., julio-diciembre de 1969). La personalidad y su aportación Después de examinar varios textos relacionados con la actividad profesional desarrollada por el doctor Mantecón he llegado a la conclusión deque el documento elaborado por el doctor Ernesto de la Torre villar, con motivo del homenaje que se rindió al sistema bibliotecario y a sus creadores en agosto de 1978, es el que mejor refleja y configura la personalidad y aportación de don José Ignacio a la cultura mexicana en general, y a la bibliografía en particular. Don Ernesto en tono grave y afectuoso se expresó así: De recias convicciones, su conducta universitaria siempre ha sido integrada. En todo momento ha comprendido que los interese institucionales deben imponerse a los de un grupo y sui prudencia le ha llevado a ser notable mediador, árbitro imparcial en las disputas que en ocasiones han surgido en nuestra casa de estudios, y su saber, sus conocimientos, han hecho que sus opiniones sean respetadas en todas las comisiones académicas en las que participa. Y añadió vehementemente, dirigiéndose al maestro allí presente: Su labor intelectual en México ha sido relevante. A más de sus cátedras, estuvo encargado largos años de la difícil función de publicista, los que no le impidió realizar su propia obra. Uno de sus trabajos esenciales fue el preciado Manual de Paleografía Hispanoamericana en tres volúmenes, que en compañía de Millares Carlo editó el Instituto Panamericano de Geografía e Historia. La Biblioteca Nacional ha impreso varios ensayos suyos, históricos y bibliográficos, y posteriormente los Anejos del Boletín de la Biblioteca. Como miembro de esa institución débesele la colaboración para el Index Translationum editado por la UNESCO. Cuando el Instituto de Investigaciones Bibliográficas inició la publicación de la Bibliografía Mexicana y del Anuario Bibliográfico, puso a su cargo la dirección de éste, y ha sido quien ha realizado los notables estudios bibliográficos que les acompañan. Dentro del instituto tiene varias publicaciones más, y actualmente prepara auxiliado por un equipo que él ha formado y dirige, la Bibliografía Mexicana del siglo XVII.4 Ya para terminar, el doctor de la Torre, respetuosamente, hace una síntesis de lo que el Maestro significó para la comunidad universitaria: Los años pasado entre nosotros, años en los que hemos recibido su enseñanza, su cordialidad, su continua lección de honestidad y firmeza, su pícara ironía, le han ligado entrañablemente no sólo a nuestras vidas sino a nuestras instituciones, a las que ha servido con altura, con gran dignidad y con inmensa responsabilidad. Por esas cualidades de hombre cabal y de maestro auténtico hoy se le honra. La aportación del doctor Agustín Millares Carlo De la fructífera vida de don Agustín Millares Carlo, dos décadas las vivió en el exilio en México. Su humanismo lo hacía parecer un hombre del Renacimiento, de gran devoción por los manuscritos e impresos latinos y novohispanos. Como experto en asuntos bibliográficos, fue un profundo conocedor de la bibliografía teórica, universal, nacional especializada y otro tanto de la archivología histórica de Indias y de los acervos documentales latinoamericanos. En este breve recorrido por la excelente obra de don Agustín, citaremos su aportación a la bibliografía mexicana, a la que ofreció una nueva edición de la Bibliografía Mexicana del Siglo XVI de don Joaquín García Icazbalceta (México, 1886. Con tiraje de 362 ejemplares) publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1954, a sesenta y ocho años de distancia y cuando don agustín contaba con sesenta y uno, la vida de la obra era la misma de la de su revisor y comentador. Entonces nuestro bibliógrafo trabajaba para El Colegio de México y fue cuando el Fondo de Cultura Económica le solicitó la nueva edición de la Bibliografía Mexicana del Siglo XVI. En las solapas del forro de dicha obra, el Fondo de Cultura Económica rindió un homenaje al autor en los términos siguientes: Sin alterar lo más mínimo el texto original, complementarlo y ponerlo al día, incorporando a él los esfuerzos de muchos investigadores beneméritos que siguieron sus huellas; el Fondo de Cultura Económica encomendó tal labor a don Agustín Millares Carlo (1893-1980), bibliógrafo del mismo renombre internacional, que supo cumplir airosamente su misión, con la colaboración de muchos bibliófilos investigadores. En cuanto a la contribución personal de don Agustín a esta obra, aparte de su talento e inteligencia para realizarla, tenemos su importante investigación sobre la primacía de Juan Pablos, y ochenta referencias documentales relativas a impresores del siglo XVI; su estudio bibliográfico a la Doctrina Cristiana en lengua española y mexicana de 1550; las ciento ochenta piezas bibliográficas, comprobadas en su gran mayoría, complementadas y enumeradas algunas en la descripción; la más relevante la Carta y provisión real sobre la Reforma Gregoriana del Calendario (1583); como apéndice se insertaron una relación de impresos mexicanos del siglo XVI cuya existencia consta sólo por referencias más o menos seguras, y otras de aquellas cuyos datos esenciales, desde el punto de vista bibliográfico, sólo han sido hasta el momento objeto de conjeturas. Don Primo Feliciano Velásquez Rodríguez (1860-1946) erudito, bibliógrafo e historiador potosino, comentaba que La bibliografía, había inmortalizado a Joaquín García Icazbalceta y que había dado gloria a la nación, lo que confirma que una obra de tal naturaleza y categoría, era muy difícil trabajarla, sin embargo, don Agustín organizó la primera reimpresión que puede calificarse de monumental para la historia de la cultura en México. Ya en 1944 había aparecido la primera edición en español de los prólogos a la Biblioteca Mexicana de don Juan José de Eguiara y Eguren, en el número 17 de la Colección Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, debida a don Agustín, y cuya revisión anotada, y con un extenso estudio bibliográfico llevado a cabo por el autor, fue confeccionado por el propio traductor. El historiador mexicano don Federico Gómez de Orozco explicaba lo siguiente: En la escrupulosa traducción de los anteloquia, en la cuidadosa transcripción de las obras impresas y manuscritas del doctor Eguiara, como en la biografía del mismo, tan sólidamente cimentada en documentos que hoy en su mayoría se dan a conocer por vez primera, el maestro Millares Carlo nos entrega íntegro y neto el perfil del bibliógrafo mexicano que, a pesar de su sapienza, de la gravedad de sus elucubraciones filosóficas, de su oratoria sagrada, tan aplaudida por sus auditorios, y de sus serias y doctorales argumentaciones teológico-escolásticas, se nos presenta impregnado de barroquismo, ese barroquismo que como polvo que flotara en la atmósfera, lo contaminaba todo y le imponía su huella inconfundible, desde las artes plásticas hasta las costumbres y el espíritu; porque, en realidad así fue. A pesar de que don Agustín dejó México después de veinte años de permanecer en él, continuó aportando sus conocimientos a la cultura mexicana. En 1979, un año antes de su desaparición se publicó Cuatro estudios bibliográficos mexicanos, cuya aportación principal – por ser un estudio no publicado-fue el de Beristáin de Souza, refiriéndose a su obra expresó: La Biblioteca Hispanoamericana Septentrional es aún hoy, a pesar de sus defectos, el mejor y más completo repertorio de la producción de libros durante los tres siglos de la dominación española en México. En el campo de la teoría bibliográfica, el doctor Millares Carlo publicó en Cuadernos Americanos, un ensayo que tituló: “La bibliografía y las bibliografías” (Año XIV, 64 (1): 176194). En este importante estudio, el admirado investigador, nos dijo a conocer su posición bibliográfica, y las corrientes de pensamiento a las que dio preferencia para interpretar mejor el quehacer bibliográfico. Inicia su exposición precisando que desde el griego posclásico hasta el English Dictionary de Fenning (1761) la palabra bibliográfo se empleó para designar al escritor de libros, y que a partir del siglo XVIII se tiene para el mismo término una nueva significación, la del escritor que trata de libros o se ocupa de ellos, debida al autor francés De bure en su Bibliographie Instructive. Agrega nuestro bibliógrafo que el estudio de la bibliografía como ciencia se inició con Miguel Denis, con su primer tratado metódico titulado Grundis der Bibliographie (Viena, 1774). Enseguida, cita autores de la corriente norteamericana: K. N. Feipel autor de Elements of Bibliography (en. Bibliographical Society of America, Papers, 10: 175-207, Washington, D. C., 1916); H. B. Van Hoessen y F. K. Walter con Bibliography (New York, 1928) y George Schneider con su libro Theory and History of Bibliography (New York), 1934). De estas dos Corrientes don Agustín destaca los diferentes tipos de bibliografías, como son las bibliografías por especialidades, extensión, forma. Abundan los ejemplos tomados de la bibliografía europea. Norteamericana y latinoamericana. En cuanto a la historia de la bibliografía, la refiere a la antigüedad de la biblioteca de Alejandría y Pérgamo, el periodo medieval, la bibliografía española, la de América española y todas ellas representadas por las obras relevantes de la bibliografía de todos los tiempos. A este respecto cabe subrayar que el doctor Millares Carlo es autor de un volumen de gran erudición dedicado a la historia del libro y de las bibliotecas que tituló Introducción a la historia del libro y de las bibliotecas, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1971 con varias reimpresiones posteriores. En el campo de la archivología habría que mencionar los dos primeros tomos del Indice y extractos de los protocolos del Archivo de Notarias del Departamento del Distrito Federal (Revista de Historia de América) (17: 69-120), 1944) que contiene la descripción del Archivo, enumeración de sus fondos y nóminas de los escribanos por orden cronólogo y alfabético. Otro trabajo fundamental de teorías de archivología se título: “Algunos problemas de la archivología y en particular de la Iberoamericana”, publicado en el Anuario de letras (1969) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Don Agustín Millares Carlo se trasladó a Venezuela en 1959 para desempeñar el cargo de director de la Biblioteca General de Zulia. Regresa a su tierra natal donde falleció en 1980. No existe una compilación completa de su abundante obra que se encuentra dispersa en las diversas publicaciones de los países en que vivió o envió sus colaboraciones. Alfonso Ayensa: experto en documentación económica El licenciado Alfonso Ayensa y Sánchez de León nació en Madrid en 1906, obtuvo el título de abogado en la Universidad Central de Madrid; en 1936 pasó a Francia como refugiado político; posteriormente en 1952 llegó a México donde fue nombrado director del servicio bibliográfico y archivos del Banco de México. Fue director y editor de la Bibliografía para investigadores de problemas económicos, planificación y desarrollo de las diversas ramas de la industria; maestro de medio tiempo de documentación y de canales de información en el Departamento de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue inspector de escuelas particulares incorporadas a la UNAM durante muchos años. Al retirarse del servicio del Banco de México fue nombrado asesor del director de Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. El licenciado Ayensa dirigió la Bibliografía industrial de México (18 volúmenes); el Boletín mensual de investigaciones industriales del Banco de México; el Repertorio bibliográfico de ciencia y tecnología de CONACYT (1975-1981) donde aportó importante información para el estudio y análisis de los asuntos prioritarios económicos del país; también colaboró en la Revista de Comercio Exterior. En el departamento de investigaciones industriales del Banco de México creó un conjunto documental, de gran utilidad para la investigación y consulta de los funcionarios de la institución, por lo que se le considera, con justa razón, el primer documentista de México. Su asesoría al personal de confianza del Banco de México resulto ser una aportación de insuperable valor. El licenciado Alfonso Ayensa y Sánchez de León murió en 1983. También cabe señalar, aunque sea brevísimamente la labor de otro exiliado español, el licenciado José Bullejos Sánchez, autor de la Bibliografía económica y sus fuentes en México (1954); Bibliografía básica sobre la economía de México, (1954); Bibliografía básica sobre la economía de México, 1943-1953 (1954); La bibliografía económica de México en 1954 y 1955, publicada por el Banco de México en 1956; Bibliografía monetaria y bancaria de los países subdesarrollados, América Latina y México, 1943-1958, (s. p. i.). El licenciado Bullejos fue director de la Biblioteca del Banco de México a la que ofreció lo mejor de sus conocimientos y dedicación. La huella que dejaron estos hombres, no sólo corresponde a un modelo notable al servicio de la investigación, sino que en su trato personal tuvieron una extraordinaria facultad para comunicarse, grandes conversadores, cada uno de ellos con un sello particular, pero de efectiva penetración en sus oyentes, bien fueran alumnos, colegas o amigos. En el caso de ellos podríamos recordar lo expresado por Luis González Obregón respecto de Bernal Díaz del Castillo; “sus páginas no se leen se escuchan”; con su natural simpatía y elocuencia hacían muy grato el salón de clase, la reunión académica, la tertulia en casa o en un café. La tragedia de la guerra civil siempre estuvo latente, y no cejaron en su lucha –hasta el último momento de sus vidas- por reivindicar la libertad del pueblo español. Sin embargo, nunca manifestaron amargura ni resentimiento, y supieron ofrecer a los mexicanos con quienes compartieron los años de transtierro sabiduría, justicia, respeto y amor. Notas 1 Portilla, Asunción H. de, España desde México, México, UNAM, 1980. 2 Homenaje a don Francisco Gamoneda. Miscelánea de estudios de erudición, historia, literaria y arte, México, 3 El doctor Mantecón se refiere al licenciado Jesús Yhmoff Cabrera, el doctor Roberto Moreno de los Arcos, hoy Imprenta Universitaria, 1946, pp. 7-31. coordinador de Humanidades, el doctor Tarcisio García Díaz, jefe de la División de Estudios Profesionales de la Facultad de Filosofía y Letras y el maestro Ignacio Osorio Romero, jefe de extensión cultural de la misma Facultad. Todos ellos fueron cercanos colaboradores del Maestro. 4 Anuario de bibliotecología, archivología e informática, época 3, año VII: 29-30, México, D. F., UNAM, 1978.